domingo, 22 de septiembre de 2013

LIRISMO Y VOCES QUECHUAS EN LA OBRA DE DOMINGO ZERPA (*)



Cierto día a mediados de marzo de 1932, un poeta jujeño nacido en Runtuyoc -localidad cercana a Abra Pampa- llegó hasta la redacción del diario católico El Pueblo[1], situada en la calle Piedras 567 del porteño barrio Sur. Era Domingo Zerpa (1909-1999) quien traía su primer libro bajo el brazo. Con su sencillez provinciana, su tonada norteña y su aire nostálgico propio de quien busca “al fondo de la calle un cerro” -según el verso de aquella zamba de Jaime Dávalos y Eduardo Falú-, cayó por demás simpático y despertó elogiosos comentarios entre los trabajadores del periódico presentes esa jornada.
                                       Por las cosas de la vida, mi abuela materna: Flora García Black de Gómez Langenheim[2], una escritora que estaba a cargo de la sección de noticias sociales  y firmaba sus libros y  colaboraciones tanto allí como en La Nación, La Prensa, Plus Ultra, Para Ti y otros medios  gráficos con el seudónimo de “Carmen Arolf”, fue la persona que lo presentó al director del matutino, José Sanguinetti. En virtud a su disposición para con  el visitante, éste, en extremo agradecido le obsequió autografiado el poemario “Puya-Puyas” aparecido ese mismo año; una colección de coplas y romances de tono popular. Valga resaltar la antedicha calificación, ya que la expresión “proyección folklórica” propuesta por el musicólogo Carlos Vega, corresponde “al conocimiento de un hecho folklórico aprovechado por personas de cultura urbana para inspirarse en él y producir en su ambiente ciudadano obras y actos que reflejan la influencia de su inmediata fuente original”, como lo explicó Olga Fernández Latour de Botas en su libro “Folklore y poesía argentina” (Editorial Guadalupe, 1969).  De ahondar en su biografía y en su bibliografía resulta evidente que Domingo Zerpa, aunque haya sido desde su juventud un lector insomne y un verdadero erudito en textos clásicos y modernos, no era por nacimiento y mucho menos por elección de vida un prototipo de la cultura urbana. Por anteponer su tradición sin disimulos, supo reunir con magia verbal origen y destino: “Yo aspiro a ser muy poco, casi nada;/¡Casi nada, Señor!/ Vivir en una choza abandonada;/ En el hondo de una triste quebrada,/ Como vive el pastor.”. 
                                   Marcado a fuego por la nativa raíz campesina, se identificó con los habitantes de la Puna y supo hallar y revelar en hombres y paisajes de la zona la nota universal, el latido cósmico aún dentro de un identificable regionalismo. Todo un desafío que llevó a cabo con arte sutil y exquisito, esquivando con  instinto creador caer en el superficial y turístico “color local”. Incluso años más tarde, el deseo de encontrar en una aldea serrana la metafísica paz, nunca el apoltronamiento burgués, lo expresó en el poema “Anhelo” que fue musicalizado por Carlos Guastavino: “Quisiera hacer de mi vida/ un farolcito de aldea./ De día no alumbrar nada,/ de noche ser una estrella.” Ello por cierto, sin deponer la cuota de rebeldía social en una dimensión de su poética que se agudizará en sucesivas entregas[3], afín con el compromiso creciente de alguien que había palpado la pobreza y la explotación de sus hermanos[4].              
                                      Pero ya en “Puya-Puyas” –título que hace referencia a las flores verde amarillentas de una planta bromélida de gran tamaño nativa de los Andes-  comenzó su camino de iniciación hacia los insondables misterios de la existencia y de algún modo renovando la inquisición por el puesto del hombre en el cosmos, por decirlo en términos de Max Scheller: “¡Qué será tatita/ qué será mamay! La noche es oscura/ mudita velay”. Transitó esa senda de inquietudes e interrogantes guiado por la luz de la intuición de aquel al que las cosas le saben como son y no como se dice de ellas, de acuerdo con la sentencia de Tomás de Kempis. Alivianado de pareceres y sofismas, vivió con la sabiduría de hombre de pueblo que jamás renegaría y al contrario sostendría en alto la visión dolorida y esperanzada a la vez de “La Puna tristona,/ la Puna con ganas;/ de hacer de sus hijos/ la voz de la Patria”.
                                   Con el anhelo de convertir a sus hermanos de etnia en “la voz de la Patria”, un afán lejano y difícil de imaginar frente a la barrera de los cerros coloreados;  y con el sostén además de un lenguaje sin desmesura, capaz de alcanzar y allegarse a las cosas hasta la propia esencia como una forma de elevarlas al alma que es altar de las más íntimas devociones, hizo Zerpa aquel año de 1932 su aparición humana, humanitaria y en tono menor aunque nada fantasmal por cierto en nuestra literatura. Al hacerlo enriqueció el castellano con voces nativas instigadoras de retumbos ancestrales como los que empleó con la naturalidad de quien respira música y sentido. Un gesto vital del poeta, nunca una concesión al medio ni un recurso retórico, que implicó además el ejemplo práctico de la mejor integración latinoamericana, verificada en el intimista envío amoroso sin duda correspondido: “Yaveñita chura,/ churquitay de mi alma;/ mitad argentina,/ mitad boliviana./ Argentino el pecho,/ boliviano el habla;/ y en la frente el beso/ purito e´ la raza”.
                               Será de recordar que poco antes, en 1928, el tucumano afincado en Catamarca Rafael Jijena Sánchez (1904-1979) también titularía un poemario con el término quechua “Achalay”[5], palabra que como “puya-puyas” resulta de uso corriente en el noroeste  al punto de ser ambas registradas por el filólogo José Vicente Solá en el “Diccionario de regionalismos de Salta”.
                                 Zerpa, didáctico y maestro de escuela al fin, con buen criterio incorporó un glosario al final de su libro y otro tanto hizo en “Erques y cajas”, obra que apareció en 1942 prologada por Julio Cortázar -oculto bajo el seudónimo Julio Denis con el que firmó su primer libro de versos, “Presencia”, en 1938-; su amigo y colega de docencia en la Escuela Nacional Mixta de Chivilcoy[6] donde el jujeño desempeñaba las cátedras de historia y letras y tuvo oportunidad de confraternizar asimismo con otro profesor afecto a las letras: el novelista tucumano de larga actuación en Salta José María  Gallo Mendoza (1898-1968).
                               Respecto de la riqueza idiomática y la experiencia de apelar con naturalidad  a voces quechuas mamadas desde la primera infancia, en el citado prólogo, Cortázar siempre atento a la expresividad que elogiaría en el cordobés Juan Filloy y tanto en “Adán Buenosayres” de Marechal –novela muy criticada por otros colegas al tiempo de su aparición y sobre la que expresó: “Estamos haciendo un idioma, mal que les pese a los necrófagos y a los profesores normales en letras que creen en su título. Es un idioma turbio y caliente, torpe y sutil, pero de creciente propiedad para nuestra expresión necesaria[7]-, escribió: “Las rutas de la cultura no pasan por la Puna, y Domingo Zerpa hubiera cometido traición vital y estética si, queriendo destilar en sus poemas la raíz misma del corazón indio, los hubiera levantado sobre premisas de rigor idiomático.” 
                             Ciertamente no hay en sus sueltas coplas, en las estrofas de arte menor de cerril simpleza y ternura: “”Versos chiquititos/ como un alfiler,/ no los dejes solos/ se pueden perder”, en los romances de cuño lorquiano o en otros poemas de gran aliento como el laureado “¡Juira Juira! -tan admirado por su comprovinciano y amigo Jorge Calvetti[8]- “rigor idiomático”, si por tal se entiende el hecho de escribir respetando el vocabulario del diccionario de autoridades. Claro está que así se corre el riesgo de caer en una limitación expresiva, en  autolimitar el ímpetu en aras de reverenciar el  léxico ortodoxo, olvidando que a menudo suele no alcanzar para la manifestación del sentimiento el “rebelde, mezquino idioma” como se lamentó Gustavo Adolfo Bécquer en una rima. 
                            Porque la literatura en general y la poesía en particular utilizan el lenguaje como instrumento, pero el desafío del verdadero artista es hacerlo trascender en sentido, vuelo, eco y silencio primordial. Así entonces, ayer y siempre, un mensaje lírico como el de Domingo Zerpa, se vale, se enriquece, se perfecciona y sobre todo se hace audible a los semejantes, mediante la aventura y porqué no la ventura de poder renombrar adánicamente el mundo de la vida.-

Buenos Aires, junio de 2013

(*) Ponencia presentada al IV ENCUENTRO NACIONAL DE FOLCLORE- SALTA 2013.- 




[1] Fundado por el sacerdote redentorista Federico Grote en 1900, dejó de aparecer a mediados de los años cincuenta del siglo XX.-
[2] Nació en Chascomús 1884 y falleció en la ciudad de Buenos Aires en 1976.-
[3] En “Erques y cajas”, por ejemplo, figura el “Romance de los indios sublevados” referido a un luctuoso hecho represivo  ocurrido en 1874 en la Puna bajo el gobierno provincial de Alvarez Prado, suceso al que se refiere Juan Alfonso Carrizo en el “Cancionero Popular de Jujuy”. También  el “Romance de Rafael Tauler”, por un lugareño asesinado por la policía brava al servicio de los latifundistas, algo que hace recordar  por la temática al “Romance de la guardia civil” de Federico García Lorca incluido en su “Romancero gitano”.- 
[4] Su libro “Puya-Puyas” está dedicado, entre otros, al senador  y ex gobernador de Jujuy  entre 1924-1927 Benjamín Villafañe (1877-1952) , autor entre otros libros de  denuncia  de “La miseria de un país rico”, “La región de los parias”, “La tragedia argentina” y “El destino de Sud América”.-
[5] “Achalay” obtuvo en 1929 el primer premio de la Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires.-
[6] Domingo Zerpa compuso la letra del Himno a la Escuela Nacional Mixta de Chivilcoy que lleva música de Pascual Grisolía. La partitura fue impresa por Ricordi en 1961 y se halla en la Biblioteca Nacional donde la consultamos. Otros compositores como la afamada directora de orquesta Celia Torrá, musicalizaron poemas suyos. En el caso de Torrá la “Oración a la bandera”, para canto y piano.- 
[7] “Un Adán en Buenos Aires”, comentario publicado por Julio Cortázar en la revista Realidad de marzo-abril de 1949.- 
[8] En más de una ocasión Calvetti nos manifestó su admiración por Zerpa, comentando asimismo la que le constaba sentían por él otros creadores jujeños como Mario Busignani o el cordobés aquerenciado en San Salvador de Jujuy Néstor Groppa.-