Cierto día a mediados de marzo de 1932, un poeta
jujeño nacido en Runtuyoc -localidad cercana a Abra Pampa- llegó hasta la
redacción del diario católico El Pueblo[1],
situada en la calle Piedras 567 del porteño barrio Sur. Era Domingo Zerpa
(1909-1999) quien traía su primer libro bajo el brazo. Con su sencillez
provinciana, su tonada norteña y su aire nostálgico propio de quien busca “al
fondo de la calle un cerro” -según el verso de aquella zamba de Jaime
Dávalos y Eduardo Falú-, cayó por demás simpático y despertó elogiosos
comentarios entre los trabajadores del periódico presentes esa jornada.
Por las
cosas de la vida, mi abuela materna: Flora García Black de Gómez Langenheim[2],
una escritora que estaba a cargo de la sección de noticias sociales y firmaba sus libros y colaboraciones tanto allí como en La Nación , La Prensa , Plus Ultra, Para Ti
y otros medios gráficos con el seudónimo
de “Carmen Arolf”, fue la persona que lo presentó al director del matutino,
José Sanguinetti. En virtud a su disposición para con el visitante, éste, en extremo agradecido le
obsequió autografiado el poemario “Puya-Puyas” aparecido ese mismo año; una
colección de coplas y romances de tono popular. Valga resaltar la antedicha
calificación, ya que la expresión “proyección folklórica” propuesta por el
musicólogo Carlos Vega, corresponde “al conocimiento de un hecho folklórico
aprovechado por personas de cultura urbana para inspirarse en él y producir en
su ambiente ciudadano obras y actos que reflejan la influencia de su inmediata
fuente original”, como lo explicó Olga Fernández Latour de Botas en su
libro “Folklore y poesía argentina” (Editorial Guadalupe, 1969). De
ahondar en su biografía y en su bibliografía resulta evidente que
Domingo Zerpa, aunque haya sido desde su juventud un lector insomne y un
verdadero erudito en textos clásicos y modernos, no era por nacimiento y mucho
menos por elección de vida un prototipo de la cultura urbana. Por anteponer su
tradición sin disimulos, supo reunir con magia verbal origen y destino: “Yo
aspiro a ser muy poco, casi nada;/¡Casi nada, Señor!/ Vivir en una choza
abandonada;/ En el hondo de una triste quebrada,/ Como vive el pastor.”.
Marcado a
fuego por la nativa raíz campesina, se identificó con los habitantes de la Puna y supo hallar y revelar
en hombres y paisajes de la zona la nota universal, el latido cósmico aún
dentro de un identificable regionalismo. Todo un desafío que llevó a cabo con
arte sutil y exquisito, esquivando con
instinto creador caer en el superficial y turístico “color local”.
Incluso años más tarde, el deseo de encontrar en una aldea serrana la
metafísica paz, nunca el apoltronamiento burgués, lo expresó en el poema
“Anhelo” que fue musicalizado por Carlos Guastavino: “Quisiera hacer de mi vida/ un farolcito de aldea./ De día no alumbrar
nada,/ de noche ser una estrella.” Ello por cierto, sin deponer la cuota de
rebeldía social en una dimensión de su poética que se agudizará en sucesivas
entregas[3],
afín con el compromiso creciente de alguien que había palpado la pobreza y la
explotación de sus hermanos[4].
Pero ya
en “Puya-Puyas” –título que hace referencia a las flores verde amarillentas de
una planta bromélida de gran tamaño nativa de los Andes- comenzó su camino de iniciación hacia los
insondables misterios de la existencia y de algún modo renovando la inquisición
por el puesto del hombre en el cosmos, por decirlo en términos de Max Scheller:
“¡Qué será tatita/ qué será mamay! La noche es oscura/ mudita velay”.
Transitó esa senda de inquietudes e interrogantes guiado por la luz de la
intuición de aquel al que las cosas le saben como son y no como se dice de
ellas, de acuerdo con la sentencia de Tomás de Kempis. Alivianado de pareceres
y sofismas, vivió con la sabiduría de hombre de pueblo que jamás renegaría y al
contrario sostendría en alto la visión dolorida y esperanzada a la vez de “La Puna tristona,/ la Puna con ganas;/ de hacer de
sus hijos/ la voz de la Patria ”.
Con el anhelo
de convertir a sus hermanos de etnia en “la
voz de la Patria ”, un afán lejano
y difícil de imaginar frente a la barrera de los cerros coloreados; y con el sostén además de un lenguaje sin
desmesura, capaz de alcanzar y allegarse a las cosas hasta la propia esencia
como una forma de elevarlas al alma que es altar de las más íntimas devociones,
hizo Zerpa aquel año de 1932 su aparición humana, humanitaria y en tono menor
aunque nada fantasmal por cierto en nuestra literatura. Al hacerlo enriqueció
el castellano con voces nativas instigadoras de retumbos ancestrales como los
que empleó con la naturalidad de quien respira música y sentido. Un gesto vital
del poeta, nunca una concesión al medio ni un recurso retórico, que implicó
además el ejemplo práctico de la mejor integración latinoamericana, verificada
en el intimista envío amoroso sin duda correspondido: “Yaveñita chura,/
churquitay de mi alma;/ mitad argentina,/ mitad boliviana./ Argentino el
pecho,/ boliviano el habla;/ y en la frente el beso/ purito e´ la raza”.
Será de recordar
que poco antes, en 1928, el tucumano afincado en Catamarca Rafael Jijena
Sánchez (1904-1979) también titularía un poemario con el término quechua
“Achalay”[5],
palabra que como “puya-puyas” resulta de uso corriente en el noroeste al punto de ser ambas registradas por el
filólogo José Vicente Solá en el “Diccionario de regionalismos de Salta”.
Zerpa,
didáctico y maestro de escuela al fin, con buen criterio incorporó un glosario
al final de su libro y otro tanto hizo en “Erques y cajas”, obra que apareció
en 1942 prologada por Julio Cortázar -oculto bajo el seudónimo Julio Denis con
el que firmó su primer libro de versos, “Presencia”, en 1938-; su amigo y
colega de docencia en la
Escuela Nacional Mixta de Chivilcoy[6]
donde el jujeño desempeñaba las cátedras de historia y letras y tuvo
oportunidad de confraternizar asimismo con otro profesor afecto a las letras:
el novelista tucumano de larga actuación en Salta José María Gallo Mendoza (1898-1968).
Respecto de la
riqueza idiomática y la experiencia de apelar con naturalidad a voces quechuas mamadas desde la primera
infancia, en el citado prólogo, Cortázar siempre atento a la expresividad que
elogiaría en el cordobés Juan Filloy y tanto en “Adán Buenosayres” de Marechal
–novela muy criticada por otros colegas al tiempo de su aparición y sobre la
que expresó: “Estamos haciendo un idioma, mal que les pese a los necrófagos
y a los profesores normales en letras que creen en su título. Es un idioma
turbio y caliente, torpe y sutil, pero de creciente propiedad para nuestra
expresión necesaria[7]”-,
escribió: “Las rutas de la cultura no
pasan por la Puna ,
y Domingo Zerpa hubiera cometido traición vital y estética si, queriendo
destilar en sus poemas la raíz misma del corazón indio, los hubiera levantado
sobre premisas de rigor idiomático.”
Ciertamente no hay
en sus sueltas coplas, en las estrofas de arte menor de cerril simpleza y ternura:
“”Versos chiquititos/ como un alfiler,/
no los dejes solos/ se pueden perder”,
en los romances de cuño lorquiano o en otros poemas de gran aliento como el
laureado “¡Juira Juira! -tan admirado por su comprovinciano y amigo Jorge
Calvetti[8]-
“rigor idiomático”, si por tal se entiende el hecho de escribir respetando el
vocabulario del diccionario de autoridades. Claro está que así se corre el
riesgo de caer en una limitación expresiva, en
autolimitar el ímpetu en aras de reverenciar el léxico ortodoxo, olvidando que a menudo suele
no alcanzar para la manifestación del sentimiento el “rebelde, mezquino idioma”
como se lamentó Gustavo Adolfo Bécquer en una rima.
Porque la
literatura en general y la poesía en particular utilizan el lenguaje como
instrumento, pero el desafío del verdadero artista es hacerlo trascender en
sentido, vuelo, eco y silencio primordial. Así entonces, ayer y siempre, un
mensaje lírico como el de Domingo Zerpa, se vale, se enriquece, se perfecciona
y sobre todo se hace audible a los semejantes, mediante la aventura y porqué no
la ventura de poder renombrar adánicamente el mundo de la vida.-
Buenos Aires,
junio de 2013
(*) Ponencia presentada al IV ENCUENTRO NACIONAL DE
FOLCLORE- SALTA 2013.-
[1] Fundado
por el sacerdote redentorista Federico Grote en 1900, dejó de aparecer a
mediados de los años cincuenta del siglo XX.-
[2] Nació
en Chascomús 1884 y falleció en la ciudad de Buenos Aires en 1976.-
[3] En
“Erques y cajas”, por ejemplo, figura el “Romance de los indios sublevados”
referido a un luctuoso hecho represivo
ocurrido en 1874 en la
Puna bajo el gobierno provincial de Alvarez Prado, suceso al
que se refiere Juan Alfonso Carrizo en el “Cancionero Popular de Jujuy”.
También el “Romance de Rafael Tauler”,
por un lugareño asesinado por la policía brava al servicio de los
latifundistas, algo que hace recordar
por la temática al “Romance de la guardia civil” de Federico García
Lorca incluido en su “Romancero gitano”.-
[4] Su
libro “Puya-Puyas” está dedicado, entre otros, al senador y ex gobernador de Jujuy entre 1924-1927 Benjamín Villafañe
(1877-1952) , autor entre otros libros de
denuncia de “La miseria de un
país rico”, “La región de los parias”, “La tragedia argentina” y “El destino de
Sud América”.-
[5]
“Achalay” obtuvo en 1929 el primer premio de la Municipalidad de la
ciudad de Buenos Aires.-
[6]
Domingo Zerpa compuso la letra del Himno a la Escuela Nacional
Mixta de Chivilcoy que lleva música de Pascual Grisolía. La partitura fue
impresa por Ricordi en 1961 y se halla en la Biblioteca Nacional
donde la consultamos. Otros compositores como la afamada directora de orquesta
Celia Torrá, musicalizaron poemas suyos. En el caso de Torrá la “Oración a la
bandera”, para canto y piano.-
[7] “Un
Adán en Buenos Aires”, comentario publicado por Julio Cortázar en la revista
Realidad de marzo-abril de 1949.-
[8] En más de una ocasión Calvetti
nos manifestó su admiración por Zerpa, comentando asimismo la que le constaba
sentían por él otros creadores jujeños como Mario Busignani o el cordobés
aquerenciado en San Salvador de Jujuy Néstor Groppa.-