viernes, 18 de abril de 2014

MAGIA Y HUMOR EN EL ARTE FOTOGRÁFICO DE DANIEL MORDZINSKI

Mordzinski en plena tarea



  Carlos María Romero Sosa fotografiado por Daniel Mordzinski


                                     Había perdido el contacto con Daniel Mordzinski hasta hace unos días, cuando un correo electrónico del escritor   José Rafael Lantigua, mi viejo y admirado amigo dominicano, me anunció el envío de su último libro: “Territorio de espejos”, con un retrato de Lantigua hecho tiempo atrás por  Daniel. Precisamente ese mensaje fue algo así como  un hilo de Ariadna que me condujo por los laberintos de Internet  hasta su mail.
                                                               
                                      Mordzinski es el fotógrafo de los escritores y así se lo conoce en los ambientes literarios y culturales internacionales. “Desde hace por lo menos un cuarto de siglo, en todos los festivales de libros, congresos o encuentros literarios a los que asisto en cualquier parte del mundo la primera cara  con la que me doy es siempre la de mi amigo Daniel Mordzinski”, comentó Mario Vargas Llosa en un artículo que le dedicó en marzo último, apenado ante la noticia de que fueron incinerados sus negativos y diapositivas por un negligente empleado del diario Le Monde donde Mordzinski, que reside en París desde hace más de tres décadas se desempeña como colaborador. 
                                      Lo cierto es que no hay autor de renombre y hasta más de uno sin nombre que no haya sido enfocado por su cámara. Empero, eso con ser mucho no es lo principal y en cambio sí que a todos ellos los sorprendió -o dicho con más propiedad los capturó- en situaciones capaces de definirlos y redefinirlos en humanidad y vocación, echando mano él con intuición e inspiración a los gestos reveladores de ensueños invocados, de fantasías cumplidas lúdicamente y hasta de accidentalidades constitutivas de los más íntimos y emblemáticos caracteres de sus retratados. Porque este artista de excepción, mejor que volver informales a las personalidades  más notables de las letras universales, sabe convocarles sus duendes, desdramatizar sus fantasmas; y entonces, al rodear sus figuras de mágicos mensajes, ocurre el hecho singular de desprenderse de los seres captados por las cámaras de Daniel, efluvios de intensidad, emotividad, imaginación, sinceridad, humor y también como rubricando cada pose, serenidad: pienso en un Juan Gelman sonriente con un  bandoneón entre las manos y en un Ernesto Cardenal recostado sobre una hamaca, dos de las obras de Mordzinski que fueron expuestas en la Usina del Arte de la Boca, en diciembre de 2012 y enero de 2013. (Entre otros libros suyos: “Ultimas noticias del Sur”, volumen compuesto con el chileno Luís Sepúlveda y publicado en 2012,  suerte de crónica de viaje y originalísimo y emotivo testimonio de una amistad personal y estética, es una joya por su contenido y hasta su edición para regodeo de bibliófilos.)
                                                        
                                     Algo extraordinario es que nadie frente a sus lentes se endurece, se disfraza, ni menos resulta otro que el que deseó ser alguna vez; que el que se proyectó con mayor empatía en alguno de sus personajes de ficción; que el que lidió con sus máscaras hasta reconocerse en plenitud. Y ahí está Mordzinski para dar cuenta del instante por él oportunamente convocado después de colocar la cabeza, el ojo y el corazón en el mismo eje como enseñó Henry Cartier-Bresson.
                                  Ahí está Mordzinski para hacerse del instante capaz de proyectarse en esa platónica –en el Timeo- imagen móvil de la eternidad que es el tiempo; por de pronto, hic et nunc,  promesa y posibilidad abarcadora del recuerdo, porque no tienta a nuestro amigo ningún destiempo de derrumbe y  desmemoria.
                               Ahí está pues Mordzinski poniendo arte y parte de sí  para que nadie se despersonalice y al contrario para que cada uno cobre su real y su mejor dimensión terrenal y por añadidura eterna. 
                              
                                       Lo conocí en abril del año pasado durante la Feria Internacional del Libro Santo Domingo 2012, donde ambos concurrimos invitados por el Ministerio de Cultura del país antillano para exponer en el ciclo de conferencias magistrales  que inauguró el científico -físico nuclear- doctor Fidel Castro Díaz Balart, hijo del líder cubano.  En una siguiente disertación a cargo de Mordzinski, sabrosa por la cantidad de vivencias y de confidencias, le escuche contar que en 1979, con apenas diecinueve años, llegó a París con una gran cantidad de fotos de su autoría por equipaje. Logró realizar una exposición con ese material y se le ocurrió invitar a la inauguración a Julio Cortazar dejándole un mensaje en su contestador luego de buscar y hallar el número telefónico en la guía de la ciudad. Le expresó algo así: “Julio: No soy nadie. No hice nunca nada. Pero mañana inauguro mi primera exposición y me gustaría que viniera”.  Cortazar concurrió y esa deferencia  del autor de “Rayuela” fue la piedra inicial de la gran  amistad que los unió después.  Anécdotas como esa  justifican cualquier conferencia, aunque él siguió contando otros hechos  que le tocó protagonizar, como cuando documentó fotográficamente el entierro casi secreto de Susan Sontag en París.
                          Con extrema generosidad nos invitó a María Cristina y a mí, que soy un escritor –o “escribidor”- anónimo si los hay, a tomarnos unas fotos. Fue así que una mañana después de  desayunar en el hotel en que nos alojábamos los tres quedamos en realizarlas. Daniel se atrasó unos minutos charlando con el novelista nicaragüense y ex vicepresidente del gobierno sandinista Sergio Ramírez, otro participante principal de la Feria. Quedó en llamarnos a nuestra habitación en cuanto terminara el diálogo, pero como estaba ya la mucama limpiando el cuarto le pedimos a ella avisarle que lo esperaríamos en el “lobby”. Pocos minutos después vino hacia nosotros con su cámara al hombro y un telón de fondo negro enrollado bajo el brazo, preguntándonos entre absorto y divertido si viajábamos con el personal de servicio, algo así como lo hacían con naturalidad los beneficiarios del producto  de “los ganados y las mieses” en nuestra Belle Époque, imitados burdamente en sus costumbres por los  rastacueros.
                                      Creía o le resultaba pintoresco suponer que la mucama era costeada por nosotros  y no pertenecía al hotel internacional. El otro día  en mi mail le recordé esa graciosa situación  imaginada por él con ingenio e  inagotable fantasía. Me respondió de inmediato:  “Claro que me acuerdo. Nítido y luminoso. Cómo no.” Me quedo con esas palabras tan propias del léxico de su arte y hago votos para que la mejor Luz nunca lo abandone.
Romero Sosa y su esposa Cristina vistos por Mordzinski 


Carlos María Romero Sosa Publicado en Salta Libre el 7 de febrero de 2014