Mordzinski en plena tarea |
Carlos María Romero Sosa fotografiado por Daniel Mordzinski |
Había perdido el contacto con Daniel Mordzinski
hasta hace unos días, cuando un correo electrónico del escritor José Rafael Lantigua, mi viejo y admirado
amigo dominicano, me anunció el envío de su último libro: “Territorio de
espejos”, con un retrato de Lantigua hecho tiempo atrás por Daniel. Precisamente ese mensaje fue algo así
como un hilo de Ariadna que me condujo
por los laberintos de Internet hasta su
mail.
Mordzinski es el fotógrafo de los escritores y así se lo conoce en los ambientes literarios y culturales internacionales. “Desde hace por lo menos un cuarto de siglo, en todos los festivales de libros, congresos o encuentros literarios a los que asisto en cualquier parte del mundo la primera cara con la que me doy es siempre la de mi amigo Daniel Mordzinski”, comentó Mario Vargas Llosa en un artículo que le dedicó en marzo último, apenado ante la noticia de que fueron incinerados sus negativos y diapositivas por un negligente empleado del diario Le Monde donde Mordzinski, que reside en París desde hace más de tres décadas se desempeña como colaborador.
Lo cierto es que no hay autor de renombre y hasta más de uno sin nombre
que no haya sido enfocado por su cámara. Empero, eso con ser mucho no es lo
principal y en cambio sí que a todos ellos los sorprendió -o dicho con más
propiedad los capturó- en situaciones capaces de definirlos y redefinirlos en
humanidad y vocación, echando mano él con intuición e inspiración a los gestos
reveladores de ensueños invocados, de fantasías cumplidas lúdicamente y hasta
de accidentalidades constitutivas de los más íntimos y emblemáticos caracteres
de sus retratados. Porque este artista de excepción, mejor que volver
informales a las personalidades más
notables de las letras universales, sabe convocarles sus duendes, desdramatizar
sus fantasmas; y entonces, al rodear sus figuras de mágicos mensajes, ocurre el
hecho singular de desprenderse de los seres captados por las cámaras de Daniel,
efluvios de intensidad, emotividad, imaginación, sinceridad, humor y también
como rubricando cada pose, serenidad: pienso en un Juan Gelman sonriente con
un bandoneón entre las manos y en un
Ernesto Cardenal recostado sobre una hamaca, dos de las obras de Mordzinski que
fueron expuestas en la Usina
del Arte de la Boca ,
en diciembre de 2012 y enero de 2013. (Entre otros libros suyos: “Ultimas
noticias del Sur”, volumen compuesto con el chileno Luís Sepúlveda y publicado
en 2012, suerte de crónica de viaje y
originalísimo y emotivo testimonio de una amistad personal y estética, es una
joya por su contenido y hasta su edición para regodeo de bibliófilos.)
Algo extraordinario es que nadie frente a sus lentes se endurece, se
disfraza, ni menos resulta otro que el que deseó ser alguna vez; que el que se
proyectó con mayor empatía en alguno de sus personajes de ficción; que el que
lidió con sus máscaras hasta reconocerse en plenitud. Y ahí está Mordzinski
para dar cuenta del instante por él oportunamente convocado después de colocar
la cabeza, el ojo y el corazón en el mismo eje como enseñó Henry
Cartier-Bresson.
Ahí está Mordzinski para hacerse del instante capaz de proyectarse en
esa platónica –en el Timeo- imagen móvil de la eternidad que es el tiempo; por
de pronto, hic et nunc, promesa y posibilidad abarcadora del
recuerdo, porque no tienta a nuestro amigo ningún destiempo de derrumbe y desmemoria.
Ahí está pues Mordzinski poniendo arte y parte de sí para que nadie se despersonalice y al
contrario para que cada uno cobre su real y su mejor dimensión terrenal y por
añadidura eterna.
Lo conocí en abril del año pasado durante la Feria Internacional
del Libro Santo Domingo 2012, donde ambos concurrimos invitados por el
Ministerio de Cultura del país antillano para exponer en el ciclo de
conferencias magistrales que inauguró el
científico -físico nuclear- doctor Fidel Castro Díaz Balart, hijo del líder
cubano. En una siguiente disertación a
cargo de Mordzinski, sabrosa por la cantidad de vivencias y de confidencias, le
escuche contar que en 1979, con apenas diecinueve años, llegó a París con una
gran cantidad de fotos de su autoría por equipaje. Logró realizar una
exposición con ese material y se le ocurrió invitar a la inauguración a Julio
Cortazar dejándole un mensaje en su contestador luego de buscar y hallar el
número telefónico en la guía de la ciudad. Le expresó algo así: “Julio: No soy nadie. No hice nunca nada. Pero mañana inauguro mi primera
exposición y me gustaría que viniera”.
Cortazar concurrió y esa deferencia
del autor de “Rayuela” fue la piedra inicial de la gran amistad que los unió después. Anécdotas como esa justifican cualquier conferencia, aunque él
siguió contando otros hechos que le tocó
protagonizar, como cuando documentó fotográficamente el entierro casi secreto
de Susan Sontag en París.
Con extrema generosidad nos invitó a María Cristina y a mí, que soy un
escritor –o “escribidor”- anónimo si los hay, a tomarnos unas fotos. Fue así
que una mañana después de desayunar en
el hotel en que nos alojábamos los tres quedamos en realizarlas. Daniel se
atrasó unos minutos charlando con el novelista nicaragüense y ex vicepresidente
del gobierno sandinista Sergio Ramírez, otro participante principal de la Feria. Quedó en
llamarnos a nuestra habitación en cuanto terminara el diálogo, pero como estaba
ya la mucama limpiando el cuarto le pedimos a ella avisarle que lo esperaríamos
en el “lobby”. Pocos minutos después vino hacia nosotros con su cámara al
hombro y un telón de fondo negro enrollado bajo el brazo, preguntándonos entre
absorto y divertido si viajábamos con el personal de servicio, algo así como lo
hacían con naturalidad los beneficiarios del producto de “los ganados y las mieses” en nuestra Belle
Époque, imitados burdamente en sus costumbres por los rastacueros.
Creía o
le resultaba pintoresco suponer que la mucama era costeada por nosotros y no pertenecía al hotel internacional. El
otro día en mi mail le recordé esa
graciosa situación imaginada por él con
ingenio e inagotable fantasía. Me respondió
de inmediato: “Claro que me acuerdo. Nítido y luminoso. Cómo no.” Me quedo con
esas palabras tan propias del léxico de su arte y hago votos para que la mejor
Luz nunca lo abandone.
Romero Sosa y su esposa Cristina vistos por Mordzinski |
Carlos María Romero Sosa Publicado en Salta Libre el 7 de febrero de 2014