sábado, 9 de agosto de 2014
Palabras de presentación del libro "Solo se Trató de Vivir y Amar
domingo, 3 de agosto de 2014
DERECHO, TANGO Y POESÍA EN ALBERTO GONZÁLEZ ARZAC
Si bien entre los cultores de las ciencias políticas en el país, no
fue Alberto González Arzac (1937-2014) el primero ni el único en darse tiempo
para ejercitar las vocaciones artísticas y literarias (Juan Bautista Alberdi,
en tanto músico, y José Manuel
Estrada, en tanto orador de vuelo, son
símbolos y antecedentes de esas poco comunes conjunciones estéticas y jurídicas),
ciertamente su labor fructificó tanto en obras académicas sobre las ideas
filosóficas -tributarias de Giambattista Vico- del napolitano Pedro de Angelis,
la reacción antipositivista de nuestro Coriolano Alberini, el promovido internacionalismo
católico de Pablo A. Ramella y el ideario en materia de Derecho Público de su
maestro Arturo Enrique Sampay, de tan fundamental importancia en la reforma constitucional
de 1949, como en los distendidos dibujos de románticos patios porteños o nostálgicas
galerías provincianas y en los rostros de las más diversas personalidades que con aire
caricaturesco pero nunca burlesco, ilustran firmados con sus iniciales ARGA, varios
de sus libros.
Además
el doctrinario expositor, que argumentaba con bien aprendida lógica aristotélica,
supo abrir el espíritu a la inspiración
poética: resultando de ello la letra de la Cantata al Bicentenario musicalizada por la pianista
y compositora Susana Morello y hasta un libro de poemas: “Vivencias en rimas” publicado
en la ciudad de Buenos Aires en 2007 por Quinqué Ediciones.
González Arzac, estaba a la vez abierto al mundo de la vida y concentrado
en el severo estudio interdisciplinario, como que su figura representa en la Cultura Nacional
la antítesis del especialismo. Sintetizó
las vertientes de una tradición no empuñada ni empañada con prejuicio
reaccionario –si por formación tuvo
alguna rigidez la exorcizó pronto- y de la innovación constructiva ajena a la
improvisación irresponsable. Miraba el pasado con interés, curiosidad, respeto siempre;
empeñoso por recibir de la historia “la
advertencia de lo porvenir” como se
alude en el capítulo noveno de Don
Quijote de la Mancha. Pero
no practicaba la religión de las tumbas del anatema de Nicolás Avellaneda y en
todo caso hallaba vivas, trasmitidas de generación en generación y de sangre en
sangre, las líneas rectoras de su propio accionar intelectual y político. Así por
ejemplo, su antepasado, el militar y periodista Buenaventura de Arzac, aquel
“unitario malo” según la clasificación rosista que recogió José Mármol en su
novela Amalia, lo enraizaba a partir de
los testimonios de su lucha contra el invasor inglés vencido en 1806 y 1807,
con los combates ideológicos llevados a cabo por sus mentores de FORJA, o por
Diego Luis Molinari y José Luis Torres. Y más tarde por los esforzados compañeros de la militancia
antiimperialista de su adscripción a un justicialismo sin heterodoxias
neoliberales, en que Alberto se batió hasta el final de sus días. (Durante la
orgía privatizadora del menemismo tan celebrada por comunicadores y dirigentes
políticos, empresariales y sindicales, se opuso a la entrega del patrimonio
nacional y renunció a su cargo de Inspector General de Justicia de la Nación. Ocurrió en tiempos en
los que pocos eran los objetores de conciencia capaces de aguar la fiesta de la pizza y el champagne a los celebrantes locales
del “fin de la historia” de Francis Fukuyama. Otro tanto hizo el jurista
Guillermo Frugoni Rey, que dejó la Subsecretaría de Derechos Humanos al firmarse el
indulto a los genocidas del Proceso.)
También una tradición, para el caso la de los constitucionalistas
poetas, despuntó sin hacer ruido en él, epígono por derecho propio de Joaquín
V. González, el poeta de la prosa en “Mis Montañas” y más tarde el traductor de
las Rubayyatas de Omar Kayyán. En rigor
de justicia tan discípulo espiritual resultó ser del riojano, como lo fueron también
el sanjuanino Pablo A. Ramella, autor de varios refinados poemarios que
conservo en mi biblioteca dedicados en su hora por el ex Senador Nacional y ex Ministro
de la Suprema Corte
de Justicia de la Nación , y Germán Bidart
Campos que quizá por excesivo sentido autocrítico, publicó solo en contadas
ocasiones colaboraciones en verso pero
que no dudó en escribir en enero de 1990, en el diario La Prensa , una nota llena de admiración hacia Gabriela
Mistral.
La poética de González Arzac, marplatense por
nacimiento, estudiante universitario en La Plata después y orgulloso vecino porteño de los
barrios de San Cristóbal y de Balvanera finalmente, aletea sin lastre críptico,
experimental o rupturista en un sostenido y distendido vuelo popular; algo coherente
con el antiacartonamiento y la falta de solemnidad del autor. En “Vivencias en
rimas” en ocasiones se alternan versos de ocho y de nueve sílabas en un
simpático renqueo que no lastima el oído del lector y denota un repentismo de
intención payadoresco. Su lírica es por momentos sentenciosa a lo Martín Fierro:
“Las estaciones del año/ son emociones distintas/
que volcadas sobre un paño/ muestran emociones distintas.” En otros pasajes
está embebida de la picaresca tanguera o se luce con leves, amables y algo emocionadas
reminiscencias por tiempos mejores,
donde a lo Discepolín no está ausente la crítica social y hasta política: “Mundo porco fue siempre/ desde tiempos de
Colón, pero ahora de repente/ vino la globalización.”
No es extraño que un estudioso de la canción
de Buenos Aires haya abrevado en sus temas emblemáticos y encendido sus tonalidades
características, por momentos con claroscuros de pasión y tristeza, actividad y
desgano, romanticismo e inspiración criolla, para recrearlos con su propio
verbo. En 2010 celebró en un libro que cuidó y editó Alberto Verdaguer al “Tango patrimonio de la
humanidad” y antes, en 2007, el mismo año que vio la luz su colección poética, analizó
y dio a conocer en las páginas de “Tango aborigen” (Quinque), escrito en
colaboración con su esposa, la socióloga Marisa Uthurralt, trabajo merecedor de
un prólogo de Osvaldo Guglielmino, datos y elementos varios que tienden a demostrar
las influencias culturales y lingüísticas del patrimonio indígena sobre el
tango. Para avalar cada proposición al respecto se enumeran en la parte final voces
del vocabulario quechua, guaraní y araucano presentes incluso en los títulos de
tangos clásicos como “El choclo” de Ángel Villoldo y letras varias, una de Enrique
Santos Discépolo, o “La morocha” de Ángel Villoldo y Enrique Saborido, ““Canchero”
de Celedonio Flores y Arturo Vicente Bassi, “Yuyo verde” de Homero Expósito y
Domingo Federico, “Adiós, Pampa mía” De Ivo Pelay, Francisco Canaro y Mariano
Mores, ““Che papusa, oí” de Enrique Cadícamo y Gerardo Matos Rodríguez y “Che
bandoneón de Homero Manzi y Aníbal Troilo. (Con respecto a estos dos últimos temas,
vale la pena anotar que la investigadora Aurora Alonso de Rocha, con postura
contraria en su libro “Hablar es un placer sensual. Lunfardo campero tumbero”
(Prosa, Buenos Aires, 2014), niega la génesis mapuche y tehuelche del término “Che” en tanto sufijo
indicativo de pertenencia a un pueblo y también la guaraní, un posesivo que
significa “mi” en esa lengua, inclinándose por rastrear otros orígenes de la
voz como el gallego y el galaicoportugués.)
Más allá
de nuevas hipótesis como la anotada, el estudio de González Arzac y
Uthurralt es una original incursión por
donde pocos transitaron antes, sí el afinado José Gobello en su Diccionario Lunfardo, estudioso del que
Alberto me comentó en una carta fechada el 27 de enero de 2005, a propósito de la
recepción de mi opúsculo sobre la correspondencia literaria y política cursada
entre Carlos G. Romero Sosa y Gobello en los años 1945 y 1946: “sus obras
lunfardas y tangueras las conozco muy bien”.
Asimismo
“Tango aborigen” resulta demostrativo de que el nacionalismo popular de
González Arzac no tenía demasiados puntos de encuentro con el hispanismo al
cabo europeizante y defensor del imperialismo decadente español en oposición al británico impuesto como dogma por
el nacionalismo clerical y oligárquico argentino, con sus principales
representantes dados a denunciar la supuesta “leyenda negra” y al mismísimo
Bartolomé de las Casas y hasta fantasear con delirantes restauraciones
virreinales. Al contrario, la preocupación por las comunidades indígenas se
evidenció durante su gestión en el Consejo Nacional de Inversiones al promover
la creación del Fondo de Artesanías Regionales y en 1985 como asesor de la Convención
Constituyente de la provincia de Salta, que sancionó a
iniciativa de González Arzac en el artículo 15 de su texto, una cláusula
relativa a la protección e integración de los aborígenes. (Anoto que según me
contó en otra de sus cartas, en esos tiempos de actividades oficiales cumplidas
en la capital salteña, conoció la labor historiográfica de mi padre.)
O
bien: “La Plata es
la juventud/ retozando por los parques./ La Plata es en plenitud/ bullicio de colegiales./ La Plata es la longitud/ que
tienen sus diagonales./ La Plata
es la excelsitud/ de los goles de Estudiantes./ La Plata es el bosque y tú/
escondida entre los árboles./ La
Plata es la tenue luz/ de tus ojos celestiales.” (La Plata )
Alberto González Arzac, cantor de cosas
sencillas con sentimiento profundo y hacedor de rimas con “magia que aprehende
el alma de los seres” a juicio de su amigo y compañero peronista Fermín Chavez,
puso calidez de abrazo humanitario, fraterno o enamorado, quizá conocedor del reclamo del
beato Federico Ozanan: “la tierra se enfría y es necesario abrazar el mundo en
una red de caridad”. “Y Justicia” habría agregado Alberto. Exaltó sin cursilería
el amor a la esposa, no con himnos
grandilocuentes sino con coplas juguetonas y diáfanas: “Qué felices somos/ cuando despertamos/ estando de novios/ después de
casados.”
No
pretendió erigirse en poeta civil y ni siquiera debió sentirse plenamente poeta:
“Una rima no alcanza a ser poema (…) No siempre quien rima es poeta. Pero
seguramente lo hace para dar una expresión diferente a pensamientos que no
encuadran en el lenguaje prosaico”, aclaró al comienzo de “Vivencias en rimas”.
Sin embargo y pese a las dudas sobre su condición, son fáciles de rastrear en
la producción lírica de Alberto González Arzac ciertos elementos, así el tono
social, caros a su generación literaria con la que ignoro si se identificaba. Propiamente la Generación del 60 de
Juan Gelman y Francisco Urondo –en ambos casos más que desde el punto de vista
cronológico ya que estarían por nacimiento en el límite de la anterior Generación
del 50, sí por la temática desarrollada tanto por el autor de “Violín y otras
cuestiones” cuanto por el de “Larga distancia”, de aceptar la clasificación de
Luis Ricardo Furlan-, o plenamente de Marcos Silber, Alfredo Carlino, Héctor
Negro, Luis Navalesi y los demás
integrantes del grupo El Pan Duro, entre otros creadores.
En sus
estrofas hay compromiso y rasgos de valiente rebeldía ciudadana al insinuar en
varios pasajes la crítica social cuando no explicitarla: “Hoy estuve con Homero/ cantando tristes milongas./ Porque vimos que al
obrero/ la pena se le prolonga./ Él invocó a la Justicia / para ver si se
nos da/ lo que con tanta malicia/ nos han venido a quitar.” Solidario,
hermanado con los humildes, lo estuvo por añadidura con aquellos creadores que
se identificaron con el pueblo y que como en el caso de Homero Manzi, prefirió a ser hombre de letras escribirlas
para los hombres: “El pintó en tangos la
vida/ sencilla del arrabal/ buscándole una salida/ a esta lucha desigual”.
Por lo
demás, su “Carta Abierta a un N.N.”, fechada en noviembre de 1982, cuando los estertores
de la dictadura, la composición que cierra el volumen “Vivencias en rimas”,
testimonia con vigor y dolor en versos libres rimados la tragedia del genocidio
sufrido en el país: “No sé si conocí tus
facciones, ni me importan las ideas que tienes, pero eres semejante a otros
amigos que duermen en el Sector N.N. (Sabe Dios en la necrópolis de dónde).”
Y agréguese en su homenaje que quien así
escribía era el mismo que en la función de abogado, presentaba “habeas corpus” por los
desaparecidos cuando por especulación o miedo pocos colegas suyos lo hacían.
Aunque en forma gratuita me patrocinó como a
otros agentes de la Inspección General
de Justicia en la demanda que entablamos contra el Estado Nacional por el
descuento del 13% en nuestros haberes que decidió el gobierno de la Alianza , lo traté poco. Y lo hice a través de la correspondencia
intercambiada más que de manera personal, con encuentros fortuitos que la
consolidaron al dirigirme al dictado de mis clases en un establecimiento educativo
sindical situado en las proximidades del Instituto Nacional de Investigaciones
Históricas Juan Manuel de Rosas que él presidió hasta los últimos meses de 2013.
Sabedor
de su porteñismo a todo trance, le envié mi poemario “Pueyrredón y Las Heras y
adyacencias en tono menor” no bien apareció casi una década atrás. La respuesta
llegó de inmediato con palabras generosas, demostrativas además de que nada
referido a Buenos Aires le era indiferente. Hace unos meses me enteré de una
operación quirúrgica a la que debió someterse y aguardé entonces mejores
momentos para continuar el diálogo epistolar algo moroso que sosteníamos. No
fue posible. Me queda seguir nutriéndome con sus páginas que no es poco. Y
sobre todo evocarlo a menudo con los amigos comunes Susana Torres, Sergio De
Carolis y Mario Tesler, corroborando aquello de que no muere para los demás
quien no vivió para sí.
Carlos Maria Romero SosaSe publicó en Con Nuestra América. Costa Rica, 2 de agosto de 2014
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