Días atrás el diario La
Prensa informó que se halla en venta el departamento que fuera último domicilio de la escritora y académica de
letras Alicia Jurado. Una señorial residencia
en propiedad horizontal situada en la Avenida Santa Fe esquina Ecuador, en el
barrio porteño de Recoleta. Más allá de su antigüedad de más de ocho décadas, se trata de
una vivienda con historia si las hay, por de pronto con historias literarias pues
Alicia se la adquirió a sus anteriores propietarios, sus íntimos amigos Silvina
Ocampo y Adolfo Bioy Casares cuando éstos
se mudaron a la calle Posadas y Eduardo Schiaffino.
Al anoticiarme ahora que una
inmobiliaria se está ocupando de encontrar comprador para ese último piso de la Avenida Santa Fe 2606, no he podido menos que
recordar mis habituales visitas allí y los diálogos sostenidos con la autora de
“El escocés errante” (1971) –un exhaustivo estudio sobre la vida del escritor Roberto Cunninghane Grahan-;
de novelas de sutil estilo y bien resuelto vuelo narrativo como “La cárcel y
los hierros” (1961), “El cuarto mandamiento” (1974) o “Trenza de cuatro” (2001),
comprometida obra sobre el polémico tema del aborto a tono con su actitud de
defensa de los derechos de las mujeres; de colecciones de cuentos como “Leguas
de polvo y sueño” (1965) y de una testimonial y evocativa serie de memorias.
Todo ello además de sus traducciones y
de “Qué es el budismo”, libro compuesto en colaboración con Jorge Luis Borges,
a quien también y con verdadero “intelletto d´ amore” supo estudiar y
mejor aun retratar en “Genio y figura de Borges”´ (Eudeba, 1964), pese a reconocer con cierta resignación de
biógrafa algo frustrada “que tratar de llegar a su intimidad es perderse en
infinitos corredores que jamás conducen al centro”.
Con ella y
con su esposo, un descendiente de Marcos Sastre que llevaba con orgullo y dignidad
idéntico nombre del creador de “El tempe argentino”, pasamos muchas tardes
conversando y, por mi parte, admirando la calidez humana y la calidad intelectual
de los anfitriones.
Más allá
de la firmeza y hasta de la dureza con que ella sostenía sus ideas políticas –tuvo
por ejemplo un antiperonismo visceral y sin concesiones-, admitía en otros
órdenes opiniones divergentes y nunca me objetó mi posición contraria al aborto
con fundamento en motivos no sólo religiosos, manifestada en el comentario bibliográfico que
publiqué sobre “Trenza de cuatro” a poco
de aparecer la obra, en la revista Proa.
En
ocasiones Alicia me invitaba a subir a su alejandrina biblioteca, que desbordaba de títulos de literatura argentina
y universal en las varias lenguas que
dominaba. Así como de otros sobre ciencias naturales, dado que su propietaria estudió hasta graduarse esa carrera en la
Facultad de Ciencias Exactas Físicas y Naturales de la
UBA.
En la
última visita que les hice la hallé bordando uno de sus artísticos tapices,
actividad que cortésmente suspendió para
brindarse al diálogo, narrar anécdotas de su abuelo materno Isaac Fernández Blanco
y darse al juego de imaginar con penetración psicológica de novelista el
carácter de lejanos ancestros comunes, como el héroe
de la lucha contra el invasor inglés en 1806 y 1807, capitán Lázaro
Gómez del Canto y Rospigliosi y de su esposa Francisca Obligado; y ello me
lleva a releer con nostalgia la
dedicatoria que me dispensó en la traducción del extenso cuento Ralph Herne de
W.H. Hudson, publicado en 2006: “Para
Romero Sosa, en recuerdo de nuestro remoto antepasado común y de sus visitas”.
Una y otra vez sus palabras parecían suspender
el ambiente todo en un elevado mundo de ilusión, sabiduría y añoranza de
tiempos mejores; tanto como ahora intuyo
que fueron las de esa tarde de nuestras entrevista final que no pude imaginar así
aquel día. Y debí sentir entonces que me devolvían a la realidad con la
brusquedad de un reloj despertador que rompe la ensoñación, los bocinazos y los
gritos que algo asordinados subían desde
la calle.
A la muerte de Alicia Jurado, ocurrida
el 9 de mayo de 2011, intenté celebrar su vida en un soneto que dice: “Pensar, pensó desánimo y proyecto,/
pregunta y evidencia entrelazadas;/ y en su esquina cumplió en ángulo recto/
noventa grados de corazonadas./ Santa Fe y Ecuador dirá en dialecto/ de bocinas
y gritos y frenadas, / las fórmulas de duelo o las llamadas/ a recordar su
espíritu selecto./ Ciencia y arte, los libros, los amigos./ No apostató del
credo de aventura,/ ni pudo perjurar, por apellido./ Cubre la actualidad con
desabrigos:/ Tal vez murió, nocturna, de espesura…/ Letras, tapices, dan su
colorido.”
CARLOS MARIA ROMERO SOSA publicado en
Calchaquimix el 5 de marzo de 2015.-http://poeta-entredossiglos.blogspot.com.ar/2011/05/alicia-jurado-1922-2011.html