En
sus bien vividos ochenta y ocho años, fecundos y llenos de proyectos, Pedro
Vives Heredia tiene mucho para contar y enseñar. Por fortuna este abogado que
se graduó en una de las primeras promociones egresadas de la UCA -a poco fundada en virtud
de la ley de Educación Superior número 14.557 promovida en 1958 por el diputado
de la UCRI Horacio
Domingorena-, lo viene haciendo a través de sus libros y de los reportajes
televisivos que se le realizan. Todo ello con responsabilidad y probada generosidad para con sus conciudadanos en general y
especialmente con las nuevas generaciones, que pocos ejemplos de ética pública
han tenido a la vista en estas más de tres décadas de ejercicio democrático.
Conocía yo desde tiempo atrás su obra: “Alfredo Palacios, el último de
los mosqueteros” (2008) y también: “Alfredo Palacios en la intimidad” (2013), un
testimonial ensayo éste que atrapa al lector y antes sin duda que por la rica incorporación
de datos, debido a las cálidas vivencias volcadas en páginas que el autor
estuvo en inmejorable condición para escribir.
Ello toda vez que entre principios de 1957 hasta finales de 1964, es decir por
casi ocho años, actuó como secretario privado de quien fuera ungido en 1904 primer
legislador socialista de América. Una particular circunstancia que al decir del prologuista de la edición, el diputado nacional (M.C.), dirigente
político y social Héctor Polino, le permitió “conocer los entretelones de la vida cotidiana desarrollada en el seno
del hogar de Palacios, (y) pintar al
ser humano en toda magnitud, en toda su
trascendencia, con sus virtudes y defectos”. Pudo así trasmitir de primera
mano la austeridad, la sobriedad y la honestidad, ese trío de virtudes cívicas que adornaron una existencia que honró
a la patria y por lo mismo merece el recuerdo admirativo de los argentinos a más
de cincuenta años de su muerte, sucedida el 20 de abril de 1965.
Pero si había leído provechosamente
aquellos citados libros suyos, a mi antiguo reconocimiento intelectual hacia su
labor, sumé desde tiempo atrás la fortuna de acceder a su trato directo con los
correlatos de la estima personal que le dispenso y la gratitud por el obsequio
de otros títulos de su cosecha que me fue haciendo llegar. Entre ellos el de
reciente publicación: “Erato contra la muerte”, una colección de sonetos y
haikus demostrativa en tiempos de convulso versolibrismo de que la forma es
muchas veces el fondo; o “Los sonetos de amor de William Shakespeare” (1994), un
volumen con prólogo de Gustavo de Gainza y notas esclarecedoras del traductor,
donde están reunidos en versión castellana los ciento cincuenta y cuatro sonetos
compuestos por el genio de Strafford-upon-Avon. Algo que representa un esfuerzo
que en nuestro país tiene escasos antecedentes: Mariano de Vedia y Mitre y
Manuel Mujica Láinez entre los más notorios, aparte de que Ángel J. Battistessa,
en su libro “Shakespeare en sus textos” (1979) incluyó su traducción de varios
de esos sonetos.
Asimismo
me remitió “El socialismo de Alfredo L. Palacios”, que al igual que el mencionado
poemario: “Erato contra la muerte”, vio
la luz en 2015. En esta última obra el biógrafo apasionado es también un fiel
intérprete del pensamiento político de Palacios, que más allá de haber apoyado en
1959 la recién nacida Revolución Cubana como
una respuesta necesaria contra la dictadura de Fulgencio Batista y el obsceno dominio
norteamericano en la Isla ,
bregó siempre por la evolución social antes que por los cambios violentos y
todo en un marco de libertad y respeto irrestricto por las garantías
individuales, como bien correspondía al activo miembro de la Liga Argentina por los Derechos
del Hombre donde participó desde su fundación -en 1937- cuando la presidió
Lisandro de la Torre ;
y al demócrata que no se quedó sólo en denuncias y pistola en mano secuestró de
una comisaría de policía de San Martín una picana eléctrica o al que en 1961,
en su primera actividad como senador nacional, visitó a los presos políticos –en
su mayoría peronistas- víctimas del Plan Conintes decretado por Arturo Frondizi
e interpeló en la Cámara
al Ministro del Interior Roque Vítolo, para que respondiera sobre torturas y
vejaciones a los detenidos.
Para avalar tales
ideas fuerza es que el libro va a ahondar de manera especial en la gravitante influencia
que los profetas del Antiguo Testamento y en particular la prédica de Jesús de
Nazareth tuvieron en su visión del socialismo, doctrina a la que insufló valores éticos, humanizando los postulados
deterministas y economicistas de Carlos Marx.
Vives
Heredia interpreta el ideario del autor de “La fatiga y sus proyecciones
sociales”, obra pionera en la materia de higiene y seguridad laboral, deteniéndose
en las influencias que ejercieron sobre su espíritu tanto “El dogma socialista”
de Esteban Echeverría, al que llamó “albacea
del pensamiento de Mayo” en un libro en el
que estudió al introductor del romanticismo en el Río de la Plata y publicó en 1951,
cuanto las tesis solidarias del economista norteamericano Henry Georges, que proponía la propiedad común de los
recursos naturales, en especial la tierra.
Si
bien centra su atención en las líneas tangentes entre su abrazado socialismo y
la religión católica, no omite referencias al reformista universitario que
presidió la Universidad Nacional
de La Plata y a
su invariable posicionamiento latinoamericanista: como que Palacios presidió la Unión Latino Americana fundada
en 1925, fue igual que su amiga la chilena Gabriela Mistral admirador del
nicaragüense Augusto César Sandino, aquel “General de hombres libres” de la
visión de Gregorio Selser; junto a Manuel Ugarte mostró su solidaridad con el
nacionalista revolucionario portorriqueño Pedro Albizu Campos y, en uno de los
exilios que vivió en la
Argentina el cinco veces presidente constitucional del
Ecuador, José María Velasco Ibarra, intercedió para que el estadista obtuviera
una cátedra en la Facultad
de Ciencias Económicas de la
Universidad de Buenos Aires.
Centrándose en la tesis propuesta en el subtítulo de la obra: “Los
profetas y Jesús de Nazareth”, al rastrear los antecedentes que lo justifican se
han marcado con detenimiento uno a uno los hitos que acercaron a Palacios al
catolicismo, comenzando por su bautismo
en la Iglesia
de Nuestra Señora de La Piedad ,
próxima al Congreso Nacional; a lo que seguirá la memoria de la piadosa devoción
al Sagrado Corazón de Jesús de su madre,
la uruguaya Ana Ramón. Sin olvidar tampoco recuperar de la niñez del fututo legislador, la cercanía
a las Damas de Caridad de San Vicente de Paul, institución benéfica que presidió su tía Felicia Ramón de Palacios.
Y luego, historiar que durante su juventud rebelde
y en confesión del propio Palacios cuando al
sentir “una obligación moral de bregar
por los que padecían la injusticia de ser explotados”, se aproximó a los
Círculos Católicos de Obreros fundados por el sacerdote redentorista alemán Federico
Grote del que se desengañó después que el religioso le
recriminara con estas palabras: “¡Ten
cuidado, no hay que exagerar!”, por el tono de cierto discurso suyo en el que sostuvo que la redención de los
asalariados debía ser aquí y ahora y no esperar el cielo.
Seguidamente, en un capítulo, da cuenta de la amistad que lo
vinculó con monseñor Miguel de Andrea, el obispo de tanto sensibilidad social -“Hay religiosos
honestos y socialistas deshonestos”, el propio Vives Heredia le escuchó
decir ajeno a todo maniqueísmo-; y en
otro, las emociones que le proporcionó un viaje a Tierra Santa cumplido en
octubre de 1956, a
menos de una década de la fundación –en 1948- del Estado de Israel, ese Israel
“hermoso como un león al mediodía” que
inspiró a Borges, en 1967, cuando la Guerra de los Seis Días.
En la
ciudad de Jerusalén que el Rey David conquistó a los jebuseos o en el desierto
de Judea donde profetizó San Juan Bautista la inminente llegada del Mesías, Palacios
evocaría su antigua solidaridad para con el pueblo judío víctima de persecuciones y pogromos en la Rusia de los zares: “Estos movimientos y teorías antisemitas
(por el nazismo en vísperas ya de la Segunda
Guerra Mundial) son, en
realidad, procedimientos de socavación del cristianismo”, razonó en carta
dirigida al doctor José Ignacio Olmedo fechada en marzo de 1938; y valga
puntualizar que ese sentimiento le había
dictado ya en 1924, en la santafecina localidad de Moisesville, un artículo
titulado “Israel en la
Argentina ” que
comienza diciendo: “Toda la noche había
soñado con ese pedazo de Palestina transportado a la República donde miles de judíos, tenaces, obstinados,
como todos los de su raza, labraban la tierra y eran libres”.
No es casual entonces que como observa Vives Heredia, la inspiración del
accionar público de Palacios se enraizó en los preceptos bíblicos y en particular
evangélicos a los que –anotamos- a menudo hizo referencia en libros como “La
justicia social” de 1954, donde en el primer capítulo rastrea en extenso la
cuestión. No en vano había escrito en 1925 desde Palma de Mallorca sobre él –y
sobre Gabriela Mistral- el mexicano José Vasconcelos: “Son dos grandes cristianos prácticos, cristianos de verdad que por lo
mismo no pueden ser católicos” .
Finalmente no omite referirse a
la inútil discusión, mejor dicho al tironeo entre católicos y agnósticos o
ateos sobre el tema de si antes de morir el líder socialista, recibió o no los
auxilios religiosos de manos de su amigo el sacerdote Amancio González Paz.
Como fuere, no hay duda de que padeció la
incomprensión incluso de sus correligionarios, ese eterno drama de los
adelantados a su época. En cuanto a la Iglesia Católica , evidentemente
otra hubiera sido la recepción de sus ideas en tiempos posteriores a la
apertura que significó el Concilio Vaticano II. Y más aún cuando tras las
conferencias de Medellín y Puebla sectores del clero trabajaron en villas, se hizo
carne en muchos laicos de Latinoamérica la opción preferencial por los pobres, en tanto que otros abrazaron la Teología de la Liberación , si bien
tomada con reserva por los anteriores pontífices Juan Pablo II y Benedicto XVI,
hoy vista con otros ojos por el papa Francisco que hasta concelebró una misa
privada con el sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez Merino, llamado el padre de la Teología de la Liberación
Lo cierto es que Palacios vio siempre en la figura de Jesús un precursor
del socialismo y en una conferencia pronunciada en 1903 en la Sociedad Unione e
Benevolenza manifestó su amor por el “sublime
carpintero que seducía con su verbo, recorría las praderas de Galilea y los desiertos de Judea prometiendo el Reino
de los Cielos para los humildes, para los que sufren, para los que están vejados, escarnecidos, humillados
por una sociedad que brutalmente hace pesar su prepotencia”. Si quizá podrá tildarse de polémica su expresión juvenil: “Jesús es nuestro y nos lo han robado”, con qué derecho se ha de negar
de plano la raíz jesucristiana del socialismo humanitario que afirmó con kantiana
buena voluntad en aquel meeting de Unione e Benevolenza, sobre todo frente a las hipócritas declaraciones de fe de los farisaicos
detentadores del poder económico que han pretendido históricamente cobijar sus
intereses bajo el manto sorteado en el Calvario de un cristianismo reaccionario
y defensor de intereses inconfesables. Es que quien como Alfredo Palacios veía
en la política una disciplina moral y una actividad dirigida a la elevación y
dignificación del ser humano, concebido para la visión judeo-cristiana a “Imago
Dei”, mal podía escapar al influjo del divino sembrador del Sermón de la Montaña : “Ratifico las palabras que dirigí a los
jóvenes en 1941: Se necesita una gran fuerza moral que actúe sobre nuevas
estructuras económicas, pues si el régimen capitalista se mantiene sin mengua
en el mundo, si no se establecen nuevas bases de economía colectiva, seguiremos
bajo el yugo de tiranías sucesivas que nos conducirán a nuevas destrucciones”,
pronosticó en los finales de la Segunda
Guerra Mundial. (Escuche contar a mi padre, Carlos Gregorio
Romero Sosa, que en un almuerzo celebrado en la casa de la calle Charcas 4741
en marzo de 1946, donde le obsequió dedicado un ejemplar del libro “Soberanía y
socialización de industrias”, alguien, posiblemente el poeta Ignacio B.
Anzoátegui, mencionó frente a los demás
comensales entre los que se encontraban el colombiano Germán Arciniegas, uno de
los puntos de la regla del carmelita San Alberto Avogadro, Patriarca de
Palestina designado por Inocencio III en el siglo XIII: “Todo para todos”, ante
lo que el anfitrión exclamó con su voz vibrante que resonara en tantos memorables
debates legislativos: “¡Ese es nuestro
ideal!”
Por su intención justiciera y esclarecedora es loable el esfuerzo de Pedro Vives Heredia de presentar una visión en
nada forzada del prócer, a contramano de sectarismos de uno y otro bando. Porque
tampoco es del caso olvidar aunque tal vez sea mejor hacerlo en aras de la
concordia ciudadana y la unidad de acción entre los que luchan por un mundo más justo y solidario, la
lamentable la batalla del crucifico, un escándalo ocurrido mientras se velaban
sus restos mortales en el Congreso Nacional
cuando militantes socialistas quisieron quitar la cruz de la tapa de su
féretro e impidieron que se le rezara un responso. Actitudes por cierto reñidas
con el respeto y la tolerancia de las que fue paladín Alfredo Lorenzo Palacios.
Por Carlos María Romero Sosa. Se publicò en Salta Libre el 17 de septiembre de 2015