domingo, 24 de julio de 2016

UNA VISIÓN ÉTICA Y JURÍDICA DE ESTANISLAO S. ZEBALLOS






                                                              El 14 de junio último falleció en la ciudad de Buenos Aires,  meses antes de cumplir 93 años, el profesor doctor Julio César Otaegui, maestro  del Derecho Comercial que enseñó durante décadas en la Universidad Católica Argentina de la que fue Vicerrector y donde formó numerosos discípulos.
                                                            Como publicista enriqueció la disciplina con libros fundamentales, así: Administración societaria (1979); Concentración societaria (1984); y, anteriormente: Fusión y escisión de sociedades comerciales, publicado en 1976  con prólogo de Jaime  L. Anaya, otro relevante comercialista argentino. Esta obra constituye una exposición razonada y crítica de las mencionadas instituciones según las legisló en 1972 la ley 19550.
                                                           El doctor Otaegui fue un ejemplo de estudioso que lejos de  aislarse  en su gabinete, estuvo abierto a los desafíos  que propone -e impone- el mundo actual con su imparable dinámica que tanto repercute en el plano social y consecuentemente en el ámbito jurídico. Sabía que es tarea de los doctrinarios del derecho así como de los legisladores y los magistrados actuó como Conjuez de la Corte Suprema de Justicia de la Nación-, mirar con espíritu abierto esos procesos de cambio.  A la vez  que entendía que la mejor forma de responder a ellos será bregando porque los valores de la Justicia y la Equidad no se diluyan en la vorágine de modernizar y adecuar ciertos conceptos jurídicos a los datos de una realidad no siempre racional con permiso de Hegel en el prefacio de  su Filosofía del Derecho.
                                                       De allí que Otaegui expresara en alguna ocasión: El Derecho Comercial es una disciplina compleja en la medida que  tiende a mantener principios irrenunciables y a  atender a realidades insoslayables. Y tanto más vale lo dicho tratándose de una rama del derecho que hace a la organización económica de la comunidad y debe  regular cuestiones lindantes con el espíritu de lucro impulsando normas contra la concentración monopólica, la cartelización que contradice el principio de la libre competencia y resulta una práctica en extremo desleal  para con los consumidores o el enmascaramiento de actividades ilícitas bajo las figuras societarias. También le cabe promover, desalentando la especulación financiera, normativas en favor de la empresa -organización de capital y trabajo, o de medios personales, materiales e inmateriales tal cual la define la Ley de Contrato de Trabajo en el Art. 5- y atender a la consiguiente responsabilidad empresaria. Fiel a su visión cristiana y socialcristiana enfocada en el bien común, Otaegui diferenció  el precio óptimo que resulta del libre acuerdo entre las partes contratantes en un mercado configurado por la libre concurrencia, del precio justo elaborado por el Derecho Canónico y que subordina la economía a la ética. 
                                                               Entre otras distinciones, el doctor Otaegui  que había dirigido el Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires, recibió en 2006 el premio que otorga la Fundación Konex en la especialidad Derecho Comercial y Laboral. Entre 2007 y 2009 presidió la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires fundada en 1908 y en la que había ingresado el 23 de septiembre de  1999 en el sitial Estanislao Zeballos con un discurso de incorporación, pronunciado en sesión pública el 27 de abril de 2000, sobre El grupo societario.                                                                 
                                                               

 Sucedió en la presidencia de la corporación al constitucionalista Alberto Rodríguez Galán y al finalizar su período lo sustituyó el penalista Eduardo Aguirre Obarrio.     

UN HOMENAJE ACADÉMICO A ZEBALLOS

                                                              Cuando el 13 de mayo de 2002 las Academias Nacionales   rindieron   homenaje   a   Estanislao   S.   Zeballos   en   la   sede   de   la   Academia Nacional de la Historia,  Julio César Otaegui figuró como orador por la de Derecho junto a  Santiago Sanz y Pedro Luis Barcia que lo hicieron en nombre de la de la Historia y   la de Letras respectivamente. Su discurso, publicado en los Anales de la ANDyCS (Segunda época, Año XLVII-Nro. 40, 2002), versó sobre la personalidad jurídica y humana de este intelectual de la Generación del Ochenta nacido en Rosario en 1854 y fallecido en Liverpool en 1923: “Servicio de la Patria nos lo llevó muy lejos,/ y en ataúd sombrío nos lo devuelve el mar”, cantó elegiaco entonces Arturo Capdevila.   
                                                       Como idea fuerza de la exposición, sostuvo Otaegui que el jurista, diplomático, legislador, antropólogo,  escritor, periodista -redactor de La Prensa   desde que se fundara el diario al que dirigió en 1874 y donde presidió desde 1915 su Instituto Popular de Conferencias-, Decano de la Facultad de Derecho de la UBA y pionero en su juventud de la Reforma Universitaria, “fue no sólo un varón justo y fuerte sino también prudente;  y al remarcar esta última virtud como síntesis de su equilibrado genio de estadista, marcó sin decirlo la idea de fhrónesis  en tanto sabiduría práctica inherente al hombre de Estado que desarrolló Platón en La República, Aristóteles en la Etica a Nicómaco y  que Santo Tomás, tan bien leído y asimilado por el orador, llama Recta ratio agibilium: recta razón de las cosas agibles.                                                          
                                                     Fundó en antecedentes  históricos el saber obrar político del evocado, que se verificó, por ejemplo, en su participación -en 1889- como miembro de la Comisión Nacional de Legislación de la Cámara de Diputados en la reforma del Código de Comercio de 1862. En la ocasión  se confrontaron los proyectos de Sixto Villegas y Vicente Quesada por un lado y el más innovador de Lisandro Segovia por otro. La  Comisión, a instancias de Zeballos, optó por el evolucionismo implícito en el de Villegas y Quesada plasmado al cabo en el Código de 1890 según la ley 2637, que incluía la primera Ley de Quiebras.  La elección se debió a que mantenía según la redacción original de Acevedo y Vélez Sarsfield, las   disposiciones que  no fuesen de imprescindible modificación. Precisamente   esa   actitud   moderada que   alguien   podría   tachar   de conservadora, pero a la que Otaegui consideró una muestra cabal de prudencia evolucionista capaz de impartir una lección de justicia cuando postuló el Derecho Privado Humano”. En consecuencia,  el Código así modificado representó a juicio del comentarista  un servicio al país y porqué no,  una enseñanza para los tiempos actuales de globalización en que se torna imperioso fortalecer el campo del Derecho Privado. Claro que otros estudiosos  no han pensado así alertando sobre los efectos que se derivan de la postura privatista, como ser la extraterritorialidad del domicilio en el orden privado de las empresas de capital extranjero sobre cuya intromisión en la política argentina había manifestado ya sus temores el propio Zeballos en 1909.                                                            
                                                  Si en mucho para Otaegui “dio lecciones de justicia, fortaleza y prudencia” y si quizá hasta pueda discutirse lo absoluto de la definición, resulta indudable que Zeballos fue honesto en sus convicciones y que perseveró en sus ideales patrióticos de soberanía territorial. Hombre de su tiempo y perteneciente a la elite social de la que sentía orgulloso –presidió la Sociedad Rural Argentina-, por supuesto que hay mucho de contradictorio en él: su conservadurismo político  que  en nada desentonaba con la ideología positivista y darwinista en los límites con el racismo del que fuera entusiasta promotor de la Conquista del Desierto por el General Roca, empresa que anticipó con su obra “La conquista de quince mil leguas”, y estudioso de los pueblos originarios tratados en sus investigaciones de campo como fenómenos etnográficos, cuestionó  no obstante “la conducta indigna de ciertos agentes del Estado observadas respecto de las tribus indígenas”; en tanto que el liberal por formación, en materia económica no trepidó en promover la nacionalización de una vía ferroviaria británica: “Soy partidario de la expropiación del Gran Ferrocarril del Sur”; y que el mismo que en alguna publicación mostró su  reaccionarismo frente a las huelgas obreras, preconizó en la Revista de Derecho, Historia y Letras: “la nacionalización de todos nuestros valores y de todo nuestro trabajo”                                                          

                                            Al filo de su exposición, Otaegui elogió del que fuera presidente de la Cámara de Diputados de la  Nación   en   1889, representante diplomático   y  Canciller en los gabinetes de Juárez Celman, Pellegrini y Figueroa Alcorta, su actuación descollante en el campo del Derecho   Internacional Público. Ciertamente una ponderación compartida por los historiadores Ricardo Caillet Bois, Roberto Etchepareborda, Julio Irazusta o Gustavo Ferrari, aunque objetada entre otros, por  Miguel Ángel Scenna y Pablo Lacoste que  juzgaron a Zeballos en extremo agresivo con  Brasil y Chile fiel a negar la “Diplomacia desarmada” y  haberse opuesto en 1902  a la firma de los Pactos de Mayo con el país trasandino.
                                        Cabe concluir resaltando un hecho curioso: el disertante vino al mundo pocos días después que el futuro patrono de su sitial en la Academia Nacional de Derecho muriera en Inglaterra. Nadie podría imaginar en ese octubre luctuoso para la República, que el recién nacido Julio César Otaegui iba a recoger la antorcha de Zeballos en  pos del desarrollo de  la Ciencia Jurídica y del ideal de Justicia, es decir en pos de la Civilización.    

(CARLOS MARÍA ROMERO SOSA, se publicó en LA PRENSA, el 24 de julio de 2016)                                        










                                                            

sábado, 23 de julio de 2016

UNA INICIATIVA COLOMBINA





                                 Durante los años 2013 y 2014, el  tratamiento dado  al monumento a Cristóbal Colón, situado frente a la Casa Rosada, desaprensivo hasta el límite de la ofensa,  tuvo ribetes de escándalo político con repercusiones internacionales; y de tales actos no salió indemne el Gobierno Nacional. Tampoco según muchos observadores de la realidad el de la Ciudad de Buenos Aires pese a las piruetas por desligarse del tema. Porque lo cierto es que  la obra del escultor florentino Arnoldo Zocchi fue -al cabo de inconducentes discusiones legislativas- arrebatada del sitio donde estuvo emplazada a partir de su inauguración en 1921, luego de que se colocara su piedra fundamental en 1910 cuando fue obsequiada por la comunidad italiana con motivo del primer Centenario Patrio. 
                                       Pero esas idas y vueltas con el bloque de mármol de Carrara que representa al Almirante de la Mar Océana con la mirada  en el horizonte, dieron ocasión a ciertos hurgadores del pasado y valga la paradoja- para recordar otros momentos, no tan lejanos, en que su figura no era tan demonizada: Colón fue el jefe de una invasión que produjo un genocidio, afirmó poco antes de su muerte el presidente venezolano Hugo Chávez[1]. Bien que siempre mereció ser estudiada con ahínco en sus diferentes facetas; algunas bastante enigmáticas –“Colón y el misterio tituló Adolfo de Obieta un extenso ensayo[2]-, otras moralmente oscuras como el afán de poder, riqueza y demostrada crueldad que movió el viaje de las carabelas, en actitudes ya denunciadas por fray Bartolomé de las Casas en su “Brevísima relación de la destrucción de las Indias”, y algunas más reveladoras de un espíritu receptivo hasta el límite de beneficiarse con experiencias e intuiciones ajenas: así de los relatos viajeros escuchados a su suegro Bartolomé Perestrello y de su posible conocimiento del proyecto y el mapa de Toscanelli[3] que habría generado en él la idea de la navegación a oriente desde occidente aventurándose al Mar Tenebroso, tal como lo propusiera en 1474 al religioso lisboata  Fernao Martins el renombrado sabio florentino Paolo dal Pozzo Toscanelli. Aspectos todos, eso sí, capaces de generar mitos  alrededor del navegante ligur; mitos que en buena medida ha logrado desvirtuar Armando Alonso Piñeiro en su revelador trabajo Mitos colombinos[4].
                                             De modo tal que si en muchos aspectos su figura mereció también aquí cuestionamientos, nunca se llegó al extremo de impedir a los porteños tener su estatua emplazada en la zona del Bajo frente a la Casa de Gobierno. Porque como todo personaje de significación universal, Colón resultó ser a menudo objeto tanto de exaltaciones a su gloria como de juicios adversos por su conducta. Ya en vida supo de la dureza de regresar a España engrillado por orden del comisionado real Francisco  Bobadilla que en 1500 llegó a Santo Domingo donde el pobre Colón cometió los mayores disparates, a juicio de Germán Arciniegas[5]-  en plan de investigarlo y castigarlo. Después,  el Almirante bebió el acíbar de la consiguiente pérdida del favor de los Reyes Católicos debido a las acusaciones que pesaban en su contra y en la de su hermano Bartolomé por malos tratos a los naturales, sobre quienes Isabel de Castilla tanto veló hasta sus últimos momentos como lo prueba su testamento.
                                        Qué duda cabe entonces de que uno  fue el Colón impoluto biografiado por su segundo hijo, Hernando, fruto de los amores del Descubridor con Beatriz Henríquez de Arana-, de cuya obra, la Historia del Almirante  y sobre todo de algunos capítulos de la misma, siguieron dudando hasta la actualidad estudiosos de la talla del académico canario Antonio Rumeu de Armas. En tanto que otro es el personaje avariento, cruel y hasta sospechado de haber sido un  espía del rey Juan II de Portugal como cree demostrar en su libro: Colón, la historia nunca contada, el historiador lusitano Manuel Rosa.
                                          Es curioso, sin embargo, que en las Antillas y en Centroamérica, donde debieron quedar y trasmitirse de generación en generación las memorias de sus presuntas o reales tropelías, escritores de la talla del dominicano Pedro Henríquez Ureña y del nicaragüense Rubén Darío se dieron a honrarlo en sendos poemas. Así el primero fechó en octubre de 1896,  en el 404 aniversario del Descubrimiento de América, su oda A Colón que comienza diciendo: ¿Qué resta de los grandes,/ las gloriosas naciones del pasado?/ Y su arte, qué gigante/ bajo todas sus formas, fue admirado/ por las épocas todas ¿dónde  ha huido?/  su esplendor y su gloria han perecido./ Todo pasa. Mas ¡ah! Que aquellas obras/ que en su inmortal anhelo/ dan genios inmortales a la historia,/ eternas vivirán en la memoria/ mientras vuela su alma al alto cielo./ Así Colón. Heroico, despreciando/ la inconstante fortuna,/ vagaba entre las sombras , mendigando/ de avaros reyes a su empresa ayuda./ más al fin, tras la noche de la duda,/Isabel aparece en su camino;/ y puede ya lanzarse al océano/ para cumplir su divinal destino.[6] En tanto que Rubén Darío, bien afirmado sobre la realidad dolorosa del Continente y olvidando esta vez marquesas  y otras decoraciones exóticas, es el autor del magno poema A Colón incluido en El canto errante de 1907, que culmina con la siguiente invocación entre esperanzada y escéptica: Duelos, espantos, guerras, fiebre constante/ en nuestra senda ha puesto la suerte triste:/ ¡Cristóforo Colombo, pobre Almirante,/ ruega a Dios por el mundo que descubriste!    


                                           En la Argentina, el polígrafo Enrique de Gandía enriqueció la bibliografía colombina con su “Historia crítica de los mitos y leyendas de la conquista americana” (1946) y de modo particular con la completa Historia de Cristóbal Colón (1942) habiendo sido también el autor -en 1942-  de un extenso  prólogo al libro “El viaje de las tres carabelas” de R. Díaz-Alejo. Ello sin olvidar que en cambio  Roberto Levillier, investigó y juzgó con particular énfasis positivo a Américo Vespucci en varios trabajos confeccionados sobre el cartógrafo y cosmógrafo florentino (por otro lado parece ser que elogiado en su hora por el Almirante  que hasta lo habría acogido en su casa). Dos visiones polémicas,  aunque sin pretender ambos maestros de la historiografía en lengua castellana, tironear cada cual y en oposición dialéctica de sus respectivas figuras analizadas.  
                                         
                 LA INCIATIVA SOBRE WATTLING-SAN SALVADOR          

                                              El 12 de octubre de 1963, Efraín Honorio Gómez Langenheim (1910-1985): un profesor de Historia e Instrucción Cívica graduado con ese título en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata[7], alumno y discípulo allí de Ricardo Levene y de Rómulo Carbia[8], fechó una curiosa iniciativa colombina y consiguientemente de fuerte tono hispanista que distribuyó entre colegas, organismos culturales, representaciones diplomáticas  acreditadas en el país y autoridades locales y extranjeras en una modesta edición mimeografiada. Su título: Iniciativa de un argentino para que España ejerza  territorialidad en la actual Isla de Watling (ex Isla de San SalvadorGuanhani), primera tierra descubierta en América.  El texto consta de ocho páginas tamaño oficio divididas en dos grandes secciones: Fundamentos y Postulaciones.
                                         Al escrito lo encabeza un subtítulo: La bandera que aún falta izar en América, al que le siguen los siguientes conceptos: El ciclo glorioso de la emancipación americana dio como resultado feliz que las banderas de nuestros países flameen en nuestro Continente, en hermandad de naciones orgullosas de su soberanía. A esas banderas, por razones de dominio, se suman las de Francia, Holanda, Inglaterra y Dinamarca. Pero entre todos esos pabellones nacionales, falta que ondee, con soberanía territorial en el suelo americano, la insigne y gloriosa bicolor  de oro y gules: la Española.; la que por razones elementales de justicia histórica, no puede permanecer ausente y, por los mismo, debe flamear junto a las banderas americanas, como si maternalmente cobijase a las hijas actualmente soberanas del Continente.
                                Luego de referirse a la obra imperecedera de España en América, cuyo prólogo fue la intuición genial de los Reyes Católicos que hizo posible la hazaña descubridora, Gómez Langenheim sintetizó su posición claramente hispanista y colombina con la trascripción del concepto de José León Suárez vertido en su libro Mitre y España: No es posible hacer americanismo verdadero sin antes hacer hispanismo  
     
                            Se emprende  luego un rastreo de  diversos antecedentes a fin de avalar su simbólico proyecto: desde la progresista y humanitaria Legislación de Indias, hasta la tarea secular cumplida -a su entender- durante la Colonia de preparar a los pueblos, a fin de que ellos mismos pudiesen elegir su gobierno democrático y representativo, una idea que ya había esbozado Bartolomé Mitre cuando señaló, en la Convención Constituyente de la Provincia de Buenos Aires de 1871, que La España tuvo antes que la Inglaterra la inteligencia y la conciencia de las instituciones libres del propio gobierno () Teníamos los cabildos y los cabildos abiertos, es decir la sombra de la municipalidad y el medio de dar participación al pueblo en la cosa pública.

                          Y continua la minuciosa exposición de motivos: El homenaje  que perdurablemente debe  tributar a España la América toda, es otorgarle presencia territorial en el Continente. Naciones europeas siguen enarbolando sus banderas en fracciones geográficas americanas; pero, en cambio, la nación descubridora no tiene en el Nuevo Mundo, algo que venga a constituir un pedazo de suelo español en las Indias Occidentales. Es de justicia plena, por lo tanto, que el primer palmo de suelo americano descubierto por España le sea restituido: porción pequeña la de aquella isla de Guanhani, pero inconmensurable en su significación para la humanidad. Es fundamental, pues, que España ocupe territorialmente la primera isla descubierta por Colón. Además, se hace preciso mantener el culto por las tradiciones, tal como se ha logrado en la ciudad de Williamsburg, en las Estados Unidos, en donde hasta hoy, en la torre del Capitolio construida en 1699, cuando Williamsburg era capital de la colonia de  Virginia,  flamea permanentemente la bandera británica  de la Gran Unión. Siguiendo ese ejemplo aleccionador que los Estados Unidos de Norte América nos dan con relación a Inglaterra, sostengo que, por mayores e indiscutibles razones aun toda América debe a España una permanente torre de homenaje para que flamee en ella, por siempre en el Continente, el pendón morado de Castilla.

                          La iniciativa del profesor Gómez Langenheim, concluye  con la exhortación a los gobiernos de las naciones del Continente para que gestionaran de Inglaterra, entonces ocupante colonial de la isla de Colón[9], la transferencia de su soberanía a España previa compensación económica al Reino Unido. Para que una vez logrado esto se erigiera allí un templete destinado a honrar y venerar los pabellones de las repúblicas americanas, cobijadas por el de la España descubridora, dejando abierta asimismo la posibilidad de fundar en la colombina San Salvador una universidad destinada al estudio de temas de América, de España y de las naciones Hispanoamericanas.  Algo utópico por supuesto si se piensa que Francisco Franco, pese a la consolidación de su régimen autoritario o más que eso, sobrellevaba problemas internos y externos y venía procurando hacer buena letra con los Estados Unidos resultas de lo cual fue la visita oficial  del presidente norteamericano Eisenhower a Madrid en diciembre de 1959. Es de deducir que el Caudillo, pendiente el tema de Gibraltar, esa sí una histórica reivindicación peninsular, no deseaba abrir nuevos frentes para malquistarse con Gran Bretaña,  principal aliada de los EE.UU. en Europa y cuyo gobierno –entre 1963 y 1964 fue primer ministro el conservador Sir Alec Douglas- de seguro podría tomar a mal ser instado a ceder el dominio de una de sus tierras insulares mantenidas con estatus colonial. (Tan estratégicas eran las Bahamas que durante la Segunda Guerra Mundial  tuvieron por gobernador al Duque de Windsor, el abdicado Rey Eduardo VIII). Por lo demás y en plena Guerra Fría, parte buena parte de Latinoamérica se hallaba gobernada por dictaduras pro yanquis a las que poco o nada importaban los símbolos y los honores a una España que poco contaba en el concierto internacional. Algo de lo primero se advierte en la reticente comunicación del Encargado de Negocios de la Embajada de España en la Argentina, Pedro de Churruca, Marqués de Valterra, fechada el 13 de enero de 1964: “En nombre del Embajador que se encuentra actualmente en España, tengo el agrado de acusar recibo de su atenta carta de 30 del pasado mes de diciembre y le agradezco mucho el haberme enviado de nuevo una copia de su interesante escrito proponiendo que España ejerza su soberanía sobre la Isla de San Salvador, que con esta misma fecha elevo al Señor Ministro de Asuntos Exteriores de España, para su debido conocimiento. Aprovecho esta ocasión para ofrecerle el testimonio de mi más distinguida consideración”.-   
                       
                            Sin embargo y más allá de protocolares y en otros casos entusiastas cartas de la mayoría de los representantes diplomáticos de los países americanos con acreditación en Buenos Aires, la iniciativa tuvo espontáneo eco entre intelectuales del Viejo y el Nuevo Mundo. Así el Secretario Perpetuo de la Real Academia Española de la Historia, Almirante Julio F. Guillén y Tato[10], le envió oficialmente una conceptuosa nota de felicitación y agradecimiento. Asimismo aplaudieron la justicia de la iniciativa,  personalidades de la talla de Enrique Ruiz Guiñazú, Enrique de Gandía, Alfredo L. Palacios, el padre Guillermo Furlong, Carlos Ibarguren (h), el magistrado y genealogista Jorge de Durañona y Vedia, el escritor y crítico hispano argentino Valentín de Pedro, el médico y abogado  Manuel Goldstraj, en su juventud secretario privado del presidente Alvear y director de la revista Auto Club para 1964, cuando le remitió la felicitación y fuera de la Argentina el genealogista y heraldista cubano Rafael Nieto y Cortadellas, autor del libro de casi quinientas paginas  “Los descendientes de Cristóbal Colón” que publicó la sociedad Colombista Panamericana en 1952.

                          Atendiendo a la valoración que del proyecto traduce la lectura de esos correos que prestos fueron remitidos al autor, vale la pena transcribir algunos de los textos. Así la carta fechada el 13 de diciembre de 1963 por el  jesuita padre Guillermo Furlong, entre alabanzas “a la España descubridora, conquistadora y colonizadora” dice: Nobilísima proposición la suya, tan llena de hallazgo humano como  de justicia. Pero me temo que las ideologías contrarias a todo lo hispánico y los egoísmos de ciertas gentes extravíen sus desvelos. Por mi parte, nada más justo, razonable y bello…”

                            Por su parte el ex canciller, diplomático, escritor e historiador Enrique Ruíz Guiñazú,  le expresó el 7 de diciembre de 1963, incorporando alguna dosis de realismo político al idealismo algo quijotesco de las páginas de Gómez Langenheim: Le saluda con toda consideración y agradece su proyecto sobre territorialidad de España en América, que ha leído con gran interés hispanista. Sus fundamentos y valoración de la presencia española actual en el Continente, justifican tan noble y leal iniciativa. Sería complemento de tan generosa actitud, se hiciera conocer el resultado de la gestión acerca de su aceptación por España misma y la manera de hacer obra cultural benéfica con las proyecciones prácticas y útiles de su realización posible, pues la fundación de una universidad con profesorado y alumnado, parece ser cosa inalcanzable en dicha isla, Es una modesta opinión pese a tan alto ideal de justicia. Le reitera su amistoso reconocimiento y la mención de su nombre. 
                        Enrique de Gandía, un ejemplo de demócrata e hispanista que enraizaba esa posición en el perseverante, vituperado por el oscurantismo y muy secular liberalismo peninsular, le escribió el 2 de noviembre de 1963: Mi distinguido colega y amigo: recibo su iniciativa, maravillosa, de reconocer a España soberanía territorial en la isla de Wattilng, antigua San Salvador: primera tierra descubierta por Colón. Me adhiero con entusiasmo a esta iniciativa y lo felicito de todo corazón por su idea genial, justiciera, magnífica. La bandera de España debe flamear, simbólicamente, en América. Los americanos hemos cometido con España la más inmensa de las injusticias. En alguna forma debemos repararla. Esperemos que su iniciativa se abra camino. Cuénteme usted como el más entusiasta de los adherentes. He dedicado mi vida al estudio de la obra de España en América y sé cuánto ha hecho por los americanos. Lo saluda cordialmente su amigo que tanto lo aprecia y recuerda.   
                       Más tarde, en octubre de 1966, poco días antes de morir, Valentín de Pedro, el novelista de “La vida por la opinión” sobre el asedio de Madrid, un tucumano de larga residencia en España donde después  de la Guerra Civil fue condenado a treinta años de prisión bajo la acusación de “coordinar una campaña permanente y demoledora contra el Glorioso Movimiento Nacional”, pena que cumplió en parte en Las Salesas hasta que fue indultado debido a su condición de argentino, al anoticiarse de la iniciativa le remitió la siguiente carta instando al receptor a buscar apoyos en medios de prensa peninsulares: Le agradezco mucho el texto de su espléndida iniciativa para que España ejerza territorialidad sobre la primera tierra descubierta en América, y de la elogiosa respuesta que recibió usted a ese propósito de la Real Academia de la Historia de Madrid. Puede imaginarse hasta qué punto su iniciativa me complace; la transcribo íntegramente, lamentando no haya tenido la resonancia que merece, y que no se haya formado ya un movimiento a su favor por los organismos competentes de España y América, para su pronta realización. Ya que yo puedo hacer tan poco, por no decir nada, para dar realidad a su hermosa idea, me permito sugerirle ponga en conocimiento de su iniciativa al director del ABC de Madrid, señor Torcuato Luca de Tena a quien yo me referí en mi artículo, y que ha realizado una brillantísima campaña en su diario con propósitos coincidentes con los suyos. La dirección de ABC: calle Serrano, 61. Madrid. Sin duda le será grato conocer su iniciativa, y es muy posible que él aliente desde las páginas de su periódico,  su trascendental iniciativa, para la que deseo el mayor éxito. De usted afectísimo. Valentín de Pedro.
                
                                  Hoy, cuando promedia la segunda década del siglo XXI suena difícil y sobre todo políticamente incorrecto el tratamiento in totum de un proyecto semejante. Las Bahamas son apenas un lugar de descanso más o menos accesible a grupos de turistas de buena posición económica, incluso argentinos que suelen pasar por sus playas luego de hacer  algún tour de compras en Miami. Y ese público, de Cristóbal Colón “y la España descubridora, conquistadora y colonizadora” que menciona  la carta del padre Furlong, nada. Pero si el  desaprensivo olvido de “las cosas de fundamento” aludidas en el Martín Fierro, campea en tantos compatriotas, latinoamericanos e incluso españoles inmersos en esta edad del vacío, habrá otras personas que de conocer el proyecto objetarán algunas de sus conclusiones desde una perspectiva ideológica y hasta de una visión actualizada de los principios de soberanía y repudio al colonialismo. Incluso nosotros mismos que aplaudimos su sentido reparador y justiciero, debemos concluir que ningún enclave colonial, real o simbólico cabe ya en el mundo, porque el propio termino colonia es anacrónico, peyorativo y remite a los antecedentes sin excepción posible de explotación y subordinación de poblaciones sumergidas a las metrópolis sin que cuente para ellas el principio de la libre determinación. Más allá de esa salvedad, bien podría ser factible la idea de erigir aquel templete  destinado a honrar y venerar los pabellones de las repúblicas americanas, cobijadas por el de la España descubridora  en Wattiling, aceptando que fuera la primera tierra que pisó el Almirante por él descripta con admiración en su diario, el sábado 13 de octubre: Esta isla es bien grande y muy llana y de árboles muy verdes y muchas aguas y una laguna en medio muy grande, sin ninguna montaña, y toda ella verde qu´es plazer de mirarla.[11]
                            
                                 NOTICIAS BIOGRÁFICAS DE  EFRAIN H. GÓMEZ  LANGENHEIM                        

                                 El profesor  Efraín Honorio Gómez Langenheim nació el 10 de febrero de 1910 en Bahía Blanca, hijo del médico porteño Honorio Pastor  Gómez Langenheim (1861-1950) y de Flora del Carmen García Black (1884-1976), escritora y periodista que firmó sus libros de narraciones y sus columnas y colaboraciones en El Pueblo, La Nación, La Prensa, Democracia y Plus Ultra, entre otros medios gráficos, con el seudónimo “Carmen Arolf”[12]. Alumno en La Plata del Colegio San Luis y luego del Colegio Nacional de la Ciudad de las Diagonales, como ya dijimos obtuvo el título de profesor de Historia e Instrucción Cívica en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata. Tuvo después una larga actuación en la docencia secundaria y terciaria normal, destacándose singularmente su desempeño en el Colegio Nacional Bartolomé Mitre y en la Escuela Normal Ricardo Levene de la ciudad de Buenos Aires. Tanto que a su muerte el diario La Nación recordó que fue un “maestro calificado, que supo ganarse el respeto y la admiración de sus alumnos[13]. Desde 1953 y por varios ciclos lectivos, enseñó Historia de América en la Escuela Argentina de Periodismo cuya rectoría ocupaba el renombrado hombre de prensa, poeta y folclorólogo santiagueño Carlos Abregú Virreira.

                         Fue un memorioso evocador de las personalidades que en muchos casos por vínculos familiares o sociales de sus mayores conoció en la niñez y adolescencia como su tío Rafael Obligado, el obispo Miguel Ángel de Andrea, el constitucionalista Carlos Sánchez Viamonte -su viejo profesor de Instrucción Cívica en el Colegio Nacional de La Plata-, el médico y escritor sanjuanino Narciso Mallea –padre del novelista Eduardo- o el mismísimo presidente de la Nación Marcelo T. de Alvear a quien en la niñez su padre vacunó siendo practicante. Y esto al tiempo que en tanto severo estudioso de la historia argentina y americana se daba a rastrear hasta dar con el dato fidedigno y revelador en archivos y bibliotecas. Así este vecino por décadas del barrio de Balvanera y habitual cliente de sus confiterías y cafés característicos como “El Molino” y “Los treinta y seis billares”, donde compartió mesas y diálogos con el historiador de la policía y criminólogo Comisario Inspector Francisco Luis Romay y con el estudioso sanmartiniano y Subdirector del Archivo General de la Nación profesor Alfredo J. Villegas, participó con ponencias en congresos científicos de su especialidad como el Primer Congreso de Historia de Catamarca celebrado en octubre de 1958 o en las Jornadas Archivológicas celebradas en la ciudad de Córdoba en agosto de 1959, organizadas por el Instituto de Estudios Americanistas de la Universidad Nacional de Córdoba. Como publicista colaboró en Archivum, órgano de la Junta de Historia Eclesiástica Argentina, El Faro de Colón de la República Dominicana  y en numerosas oportunidades en el suplemento cultural de La Nación. En 1976 reeditó ampliado su estudio “Fray Luis Beltrán últimos años del fraile soldado (1824-1827)”, inicialmente publicado en opúsculo por los Cuadernos Franciscanos de Salta. En referencia a esta obra afirmó Vicente Osvaldo Cutolo al trazar la biografía de Beltrán en el tomo I de su Nuevo Diccionario Biográfico Argentino: “las más completas noticias acerca de la sepultura de Beltrán se consignan en el libro de Efraín H. Gómez Langenheim (…) Gómez Langenheim, localizó el asiento donde consta el ingreso de dichos restos a la mencionada necrópolis” (de La Recoleta). Y cabe anotar también que desde 1984 y hasta que duró la sección Fechas Históricas del diario La Prensa en su antiguo formato grande, se puntualizaba allí cada 8 de diciembre, día de la muerte del padre Beltrán: “Generalmente se afirma que nació en 1784 en Mendoza, pero según las investigaciones del profesor Efraín H. Gómez Langenheim, en verdad nació en una carreta en viaje a Mendoza cuando se hallaba aún en territorio sanjuanino, siendo hijo de padre francés y madre sanjuanina, doña Manuela Bustos.” 
                       
                                Perteneció a varias instituciones de carácter histórico como   la Asociación Los Amigos de la Justicia Histórica que presidió el jurista Donato Santiago Criscuolo y de la que Gómez Langenheim suscribió el acta  fundacional el 9 de julio de 1956, junto al embajador Enrique Loudet, el coronel Salvador Figueroa Michel, el diplomático y jurista Aldo Armando Cocca, los historiadores Carlos Gregorio Romero Sosa y Vicente Osvaldo Cutolo y el periodista y poeta Domingo V. Gallardo[14]; la Asociación Argentino Peruana presidida por el historiador correntino H. Figuerero, en cuya representación Gómez Langenheim disertó en  importantes tribunas y la Comisión Permanente de Homenaje al doctor Ricardo Levene bajo la presidencia  honoraria de Arturo Frondizi.
                       Casado desde 1951 con la docente salteña Rita Lagar -fallecida en 1976-, el profesor Efraín H. Gómez Langenheim murió en Buenos Aires el 3 de febrero de 1985 una semana antes de cumplir setenta y cinco años. Desde tiempo atrás como lo solíamos recordar con su sobrino el ex canciller Carlos Alberto Florit, redactaba un estudio sobre  historia y proyecciones geopolíticas  del Canal de Beagle que ha quedado inédito en poder de su hijo Ernesto Efraín Gómez Langenheim Lagar.-


(Carlos María Romero Sosa, se publicó en la revista Historia, Nro. 142 correspondiente a junio-agosto de 2016)                                 



[1]  La Nación, domingo 9 de junio de 2013. Página 26.-
[2]  La Prensa, 10 de octubre de 1982.-
[3]  Julio Irazusta: El empirismo de Colón.
[4]  La Nación, 10 de octubre de 2009.-
[5]  Germán Arciniegas: Los huesos del Almirante. La Nación, 4 de marzo de 1989.-
[6]  Pedro Henríquez Ureña: Versos. Edición y prólogo de Néstor  E. Rodríguez. Editora Nacional. Santo Domingo. República dominicana, 2012.-
[7]  Vicente Osvaldo Cutolo: Historiadores argentinos y americanos. Casa Pardo S.A. Buenos Aires, 1966. Página 165.-
[8]  Clarín, 8 de febrero de 1985: Nota necrológica titulada: Prof. Efraín H. Gómez Langenheim. Su fallecimiento.-
[9]  El archipiélago de Bahamas o Mancomunidad de Bahamas recién se independizó de Gran Bretaña, dentro del Commonwealth, el 10 de julio de 1973.-
[10] No es de extrañar  la entusiasta carta de Guillén y Tato, autor entre otras obras dedicadas a la historiografía naval del libro “El primer viaje de Cristóbal Colón” (1943).-
[11]  Se habla también del Cayo Samaná y de otras islas e islotes también en Bahamas.-
[12] Carlos María Romero Sosa: Bolivar en el primer centenario de su muerte, en Historia Nro. 107, septiembre-noviembre 2007.-
[13] La Nación, 7 de febrero de 1985.-
[14] Carlos María Romero Sosa: Domingo V. Gallardo. Una vida entre gacetillas y arcanos. Ediciones El Orfebre. Buenos Aires, 2006. Página  15.-

viernes, 22 de julio de 2016

EL MAESTRO ADALBERTO TORTORELLA


                                  La vida de Adalberto Tortorella -fallecido el 21 de abril de 2015- se la llevó un accidente de tránsito del que probablemente  no se sabrá nunca si fue debido a la negligencia o a una desaprensiva y criminal actitud del conductor del vehículo de trasporte público que lo produjo. Este discípulo de Carlos López Buchardo y ejecutante sin par del clavecín además de musicólogo, pedagogo musical, director fundador del Conservatorio  Provincial Juan José Castro con sede en Martínez, brindó en su extensa carrera conciertos que emocionaron al auditorio de varios países; Francia entre ellos que lo nombró Caballero de la Orden de las Palmas Académicas. Aparte de esas condiciones o propiamente por poseerlas en grado superlativo, lo adornó el refinamiento que representa la espiritualización de las buenas maneras y resulta ser además de una actitud de elevación ética, una aptitud de orden estético por cierto poco común  cuando el mal gusto se erige en uno de los poderes de este tiempo, como varias décadas atrás anotara Macedonio Fernández. Con sus noventa años cumplidos, Adalberto Tortorella  era el dandi de siempre que frecuentó tertulias aquí y en el Viejo Mundo y se relacionó con la elite social y cultural de los lugares que visitó en sus giras de concertista. Lejos de toda decadencia, seguía siendo hasta el final el conversador ameno que en tanto ciudadano del mundo había platicado otrora con Victoria Ocampo y Jean Cocteau, con Alfredo Palacios y Marguerite Yourcenar. Asiduo concurrente a conciertos, exposiciones pictóricas y conferencias, actos donde pese a su modestia jamás pasaba desapercibido, al instante se  reconocía en él al nada profesoral regalador de enseñanzas y experiencias invalorables.
                               Lo evoco tomando el té en casa del escritor y crítico cinematográfico  Hellén Ferro y me parece volver a escuchar a otro  amigo común: Bernardo Ezequiel Koremblit, elogiar las páginas de su obra autobiográfica: “Senderos de la memoria”; y hasta hacerlo con parecidas frases a las que le dispensó en un artículo de su cosecha aparecido en  La Prensa el 18 de enero de 2007 bajo el título “Seductor libro del maestro Tortorella”: “Es acaso –escribió entonces Koremblit- el libro de memorias más asombroso y emocionante que se haya escrito parmi nous en el plno intelectual y artístico. El inventario de nombres citados, los personajes recordados (el índice onomástico que no tiene habría sido pasmoso y estremecedor) los hechos, las realizaciones, los episodios insólitos y la seducción del relato, confieren al libro una jerarquía nueva en el género”.   Sucede que allí el músico demostró ser también un acabado artista de la palabra; de una palabra  que prousianamente  se hace plena, resonante, cálida, capaz de recuperar e iluminar siluetas lejanas y emociones nunca del todo canceladas hasta ser reabiertas por la  añoranza del tiempo dejado atrás y no perdido.  
                               Tuve el honor de compartir con él y con Marcos Aguinis, María Esther Vázquez y Horacio Sanguinetti, la tribuna de la Academia Nacional de Medicina para presentar el libro del médico humanista doctor Juan Carlos Fustinoni: “La alienación en la ópera” en octubre de 2012.
                               Hoy lamento no haber tratado más a Adalberto Tortorella y tener que sumar otro incobrable lucro cesante espiritual a mi existencia.

(Carlos María Romero Sosa, se publicó en Diario del Viajero, el 6 de mayo de 2015)

       

UNA ESCRITORA ARGENTINA Y SU HOMENAJE A BOLÍVAR EN EL PRIMER CENTENARIO DE SU MUERTE




   
                           Las jornadas de mediados de diciembre de 1930, llegaban con  varios temas como para discutir en la Argentina del primer golpe de Estado triunfante del siglo XX. Algunos de ellos eran de gran impacto internacional, así el levantamiento antimonárquico de Fermín Galán en Jaca (España), pronto reprimido con dureza y al que siguieron fusilamientos ejemplificadores. Y así otros de carácter cultural e histórico, como cierto ingente revisionismo sobre el debido tributo de reconocimiento a su gloria y de un más cabal conocimiento popular de la vida y la acción de Simón Bolívar, en oportunidad del centenario de su muerte, a cumplirse el 17 de diciembre. Precisamente en esa fecha, que caía en día miércoles, el desaparecido diario Crítica, de gran tirada en el país, titulaba en la cuarta página -actualizando la figura y el ideario republicano del vencedor de Carabobo-, en horas signadas por el autoritarismo: La reacción  en la América Latina no honra a Bolívar. Reseñaba a continuación el discurso que para celebrar al Libertador pronunciara en la víspera -en Berlín- el profesor Alfons Goldschmidt, con párrafos condenatorios para el militarismo sin grandeza de las dictaduras imperantes en Perú, Bolivia y Venezuela. (Sin duda por no pertenecer la República Argentina al ámbito bolivariano, se omitía  mencionar  el gobierno de facto del General José Félix Uriburu).   
                       
                           En rigor de verdad, por aquí apenas se hablaba entonces de Bolívar, aún sin monumento en la ciudad de Buenos Aires como que su estatua fundida en acero, obra del escultor José Fioravanti, se inauguró recién en 1942 en el Parque Rivadavia, casi en coincidencia  con el discurso pronunciado el 27 de octubre de 1942, en el Museo Histórico Nacional, por el presidente de la Academia Nacional de la Historia Ricardo Levene sobre La tradición bolivarista Argentina[1], donde lamentó la incomprensión recíproca de los celos nacionales y del criterio sectario de las vidas perpendiculares. Y continuaba Levene: Al erigirse  los monumentos de San Martín en Caracas y de Bolívar en Buenos Aires, () se cierra ese período polémico para entrar en el juicio definitivo de la posteridad, al consagrar el genio de los pueblos de Venezuela y la Argentina que encendieron la llama del genio de los dos libertadores 
                            Es que de algún modo se venía confrontando ambas figuras, al punto que la “Entrevista de Guayaquil” adquiría a los ojos de los lectores de textos históricos oficiales y educativos del tipo de la Historia de Grosso, dos caras nítidas y bien diferenciadas entre sí: la del éxito político por un lado y la del ejemplar renunciamiento  por el otro. Incluso la conocida décima inicial de “La retirada de Moquegua” de Rafael Obligado, el “Poeta Nacional”, había resumido y fijado en la mente de sucesivas generaciones argentinas esa visión un tanto maniquea sobre los máximos adalides de la Guerra por la Emancipación Americana: “Dijo San Martín, austero: /  -“Toma mi gloria” a Bolívar./ Y larga copa de acíbar/ fue a beber al extranjero.”/.
                          

                          Lo cierto es que más o menos cerca de aquel primer centenario bolivariano,  elaboraba   Ricardo Rojas “El Santo de la Espada”, título de su biografía sobre nuestro Padre de la Patria publicada en 1933.  Eran  tiempos cuando del colombiano Rafael Pombo muchos  memorizaban sus fábulas infantiles y desconocían el magistral soneto “A Bolívar” -a su estatua en Bogotá por Tenerani-: “¿Qué miras? Ya no hay pábulo de gloria/ que tu mirada fulminante encienda./ ¿A quién hablas? No hay alma que te entienda/ ni quien guarde tu acento en la memoria./”. Y hasta, sobre todo, cuando faltaban todavía años  y caminos  para que el venezolano Rufino Blanco Fombona hiciera pie  definitivo en estas tierras -donde falleció en 1944-  y escribiera  y difundiera en la Argentina un libro revelador: “El pensamiento vivo de Bolívar”.
                      
                       Pero sin embargo, en ese mes de diciembre de 1930, una periodista y escritora nacida en la localidad de Chascomús, en la pampa bonaerense, en el establecimiento rural que había pertenecido a su pariente Richard Black Newton (primer alambrador del campo argentino en 1845,  cuando todo el país era un camino en definición de Sarmiento): Flora del Carmen García Black de Gómez Langenheim (1884-1976), que firmaba sus crónicas y relatos con el seudónimo Carmen Arolf, anástrofe de su nombre [2], dio a conocer en un breve opúsculo de algo menos de veinte páginas -hoy totalmente agotado e inhallable- una Monografía del Libertador Simón Bolívar.
                       Expresaba allí resumiendo con gran honestidad intelectual lo antedicho sobre cierta tradición local reticente  a exaltar sin titubeos la gloria del prócer que “…el Bolívar que conocí de niña, descripto por historiadores poco celosos, era un Bolívar mezquino, ambicioso y hasta despiadado. ¡Cuán distinto me lo presentan hoy  Madiedo, Samper, Pi y Margall y otros¡ Y si alguno de ellos tiene severa censura  para las debilidades del Libertador  son en cambio justos y grandes con sus triunfos y sus glorias.
                       El trabajo  sin pretensiones eruditas de Carmen Arolf, quien a juicio de su compatriota la historiadora  Lily Sosa de Newton, -autora del Diccionario Biográfico de Mujeres Argentinas[3] - “…tuvo notable actuación en el mundo literario de su época por la importante producción conocida  a través del libro, y de diarios y revistas como La Nación, Para ti, Caras y Caretas, Plus Ultra y otras.. [4],  posee pues entre otras méritos de índole estrictamente literario, el de ir más allá de los lugares comunes hechos carne entonces en muchos espíritus  suramericanos, y ello en lo atinente al rescate de la  personalidad del creador de la Gran Colombia.

                        Además es curioso que mientras poco se hablaba de integración americana, al menos en estas latitudes,  y en cambio las elites culturales, económicas y políticas miraban embelesadas a Europa, alguien, una mujer nada menos, valorizara el ideario  americanista bolivariano y destacara la trascendencia del Congreso de Panamá de 1826. De igual modo es de resaltar que en épocas signadas por concepciones totalitarias y antidemocráticas se juzgara tan ejemplares aquellas afirmaciones del prócer consignadas en carta al General Antonio Páez: Yo no soy Napoleón ni quiero serlo; tampoco quiero imitarlo a Iturbide. Tales ejemplos serían indignos de mi gloria. El título de Libertador considero muy superior  a todo lo que ha inventado el orgullo humano. Por tanto no quiero degradarlo”. O que en contradicción con el mesianismo elitista del fascismo, que ganaba terreno y adhesión en el Viejo Mundo y contaba con réplicas locales que proponían declarar sin más la  “capitis diminutio” de la ciudadanía, un prejuicio justificador pronto en la Argentina del llamado “fraude patriótico” y coincidentemente de trasnochadas iniciativas a favor del voto calificado,  la escritora Carmen Arolf, a la sazón con estrechos vínculos familiares, profesionales y sociales con personalidades del régimen gobernante -alguno por demás polémico como Manuel Carlés, fundador de la Liga Patriótica Argentina- y que  “…pertenecía a una familia  que dio al país figuras de relieve en la medicina, en las letras y en la magistratura”, según subrayó el periódico La Nación al evocarla en el centenario de su natalicio, en mayo de 1984 [5],  se identificara tanto con la letra y el espíritu de lo dicho por Bolívar en circunstancia solemne al pueblo de Guayaquil: “Vosotros no sois culpables y ningún pueblo lo es nunca  porque el pueblo no desea más que justicia, reposo y libertad. Los sentimientos dañosos y erróneos pertenecen de ordinario a sus conductores. Estos son la causa de la calamidad política.”[6] 

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                    Contertulia de políticos como  Alfredo L. Palacios, Octavio Amadeo, José Camilo Crotto,  de destacados religiosos, escritores y figuras de la cultura en general de la talla de  Enrique Udaondo, Enrique Larreta, Carlos Ibarguren, Enrique Rivarola, Ricardo Rojas, Eleuterio Tiscornia, Gustavo Martínez Zuviría, Enrique de Gandía, Eduardo Mallea, Carlos Obligado, Juan P. Ramos, Leopoldo Marechal, Juan José de Soiza Reilly, Héctor Pedro Blomberg, Emma de la Barra (César Duayen), Giselle Shaw, María Alicia Domínguez, Olga de Adeler  o del novelista católico de origen venezolano Juan Carlos Moreno, -chestertoniano prosista de “Los casos del Padre Eudosio” y escritor viajero a las Islas Malvinas, radicado desde 1908 en la Argentina cuya ciudadanía adoptó- y del futuro Primer Cardenal argentino S. E. Rev.  Don Santiago Copello, Carmen Arolf  fue autora de libros de imaginación como la novela breve “Ana Teresa” (1925), muy a tono en el formato menor de la edición, en la ilustración de su tapa y sobre todo en la estructura folletinesca del argumento, su vuelo romántico y el subyacente  mensaje de orientación  feminista, con algunos títulos de las contemporáneas y difundidas colecciones “La novela semanal” y  “La novela de hoy“.  Cultivó el relato y la leyenda de proyección folclórica en “Haz de añoranzas“ (1935), “Matices sureños” -obra  aprobada para los cursos de castellano y literatura de los Colegios Nacionales y Escuelas Normales- (1936), “El Hada del Famatina” (1937) y “Evocaciones Argentinas” (1948). Historió y publicó la partida del “El primer matrimonio civil en la República Argentina”[7] -que había celebrado el Gobernador malvinense Luis Vernet en 1830-, divulgó algunas circunstancias poco conocidas de la muerte del General Juan Lavalle a partir  de las confidencias del Coronel  Máximo Cané, uno de los custodios de sus  despojos  hasta Bolivia[8] y reseñó la actuación del Capitán Lázaro Gómez del Canto Rospigliosi y sus hermanos durante las Invasiones Inglesas[9]. También recuperó  memorias y anécdotas de figuras  a las que conoció en su niñez y juventud como el Presidente Bartolomé Mitre, el Coronel Ramón Falcón -gran amigo de su padre y asiduo visitante a su propiedad rural situada en las inmediaciones de Sierra de la Ventana-, Rafael Obligado -su concuñado en razón de las nupcias del autor de Santos Vega con Isabel Gómez Langenheim-, José C. Paz, fundador del diario La Prensa o el médico y escritor sanjuanino Narciso Mallea, padre de Eduardo. Carmen Arolf escribió además comedias infantiles representadas en los primeros teatros vocacionales e independientes como el Aladino, orientado por la profesora María Lidia Varone del Curto.
                      Otra de las actividades en las que se destacó la autora recordada fue el periodismo, ejercido hasta su jubilación con el cargo de jefa de la sección Sociales y cronista del diario católico “El Pueblo”, fundado por el sacerdote redentorista  Federico Grote, el 1º de abril de 1900 y que desapareció en la década del cincuenta de la pasada centuria. En su ejercicio fueron oportunamente muy comentados sus esclarecedores reportajes a varias figuras extranjeras concurrentes al Congreso Eucarístico Internacional celebrado en Buenos Aires en 1934  y, sobre todo, las crónicas satíricas y costumbristas  -menos realistas que las de su colega y amigo Josué Quesada- que escribía desde la veraniega Mar del Plata, todavía sin el multitudinario turismo social promovido por el Estado a través de los sindicatos obreros, y que iba a hacer su cabecera de playa en la ciudad atlántica -nunca más oportuna la imagen-  a partir del gobierno peronista iniciado en 1946.                        
                            Su hondo cristianismo y su particular sensibilidad forjaron en la escritora y en la mujer  una personalidad solidaria con los desprotegidos y marginados por los sectores de poder y despertaron una testigo atenta a difundir sus reclamos al igual que a interesarse por los presos, presas  y enfermos -era San Camilo de Lelis, creador en el Siglo XVI de la congregación de los Ministros de los enfermos (Camilos), una de sus mayores devociones religiosas-. De allí pues su antigua participación en las obras sociales católicas y su colaboración con Monseñor Miguel de Andrea en favor de las empleadas y de  la Casa de la Empleada Católica, instalada por este prelado en la ciudad de Buenos Aires. De allí también sus campañas de auxilio para los pueblos indígenas de la Patagonia, vinculándose con las labores de promoción de los aborígenes encabezadas por los sacerdotes salesianos herederos de los primeros misioneros enviados por Don Bosco al Sur Argentino. Y su franca simpatía por las actuaciones legislativas del Primer Diputado Socialista de América: Alfredo L. Palacios y de su compañero de bancada Carlos Sánchez Viamonte, gran defensor de las libertades públicas. Finalmente, su adhesión sincera y desinteresada junto a no muchas otras intelectuales de la época -y excepciones fueron Delfina Bunge de Gálvez, Pilar de Lusarreta, Alicia Eguren, Vera Pichel o las más jóvenes María Granata y Aurora Venturini- a los ideales de justicia social, elevación de la clase obrera y de la condición y dignidad de la mujer que tuvieron por abanderada a  Eva Perón. Precisamente Carmen Arolf conoció en persona a Evita, para cuya Fundación hizo donativos de material de lectura y con quien intercambió correspondencia. 
                             Por todo ello no es de extrañar que ya en 1930 haya sabido leer las entrelíneas, tanto en los estudios  más críticos cuanto en los de los apologistas de Simón Bolívar, y advertir entre las descripciones de sus batallas y los análisis caracterológicos más o menos fidedignos, las marcas de los afanes progresistas y filantrópicos en el racionalismo roussoniano del Libertador; y hasta las del socialismo humanitarista de su preceptor Simón Rodríguez, tan influido por el Contrato Social.
                            
                             De seguro sumó aún más interés por el biografiado la circunstancia de que el esposo de la escritora: el médico porteño Honorio P. Gómez Langenheim (1861-1950), había sido alumno aventajado y apadrinado en su tesis doctoral por el Profesor Doctor Rafael Herrera Vegas (1834-1910). Era éste un caraqueño radicado en el país desde 1871, el luctuoso año de la epidemia de fiebre amarilla. Había partido en su juventud a París junto a Camille Pissarro para estudiar allí pintura y fue en La Ciudad Luz bajo el alegre Imperio de Napoleón III, donde descubrió su vocación por la medicina. El doctor Herrera Vegas, que introdujo el uso del termómetro en la Argentina y presidió en Buenos Aires la Academia de Medicina, se había casado en Venezuela con Carmelita Palacios Vega, sobrina de Bolívar, de la que enviudó.[10]  
              
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                                 Para concluir, resta sólo asentar un testimonio personal e íntimo: si bien  Carmen Arolf  representaba en mi niñez alguien que firmaba en diarios como La Nación, La Prensa y otros medios periodísticos, cuentos y leyendas nativistas, al despojarse en la vida doméstica y hogareña del seudónimo literario era entonces sólo y sobre todo Mi Abuela -por vía materna- en extremo cariñosa y que colmaba de obsequios a sus nietos. Recién en los años adolescentes pude unir en el recuerdo a ambas; y descubrir tras las realizaciones culturales de la trabajadora de las letras, las edificantes enseñanzas de vida de la mujer a secas y viceversa. Por eso, como nunca es tarde para ejercitar devociones patrióticas y familiares, dado  que el término “Patria” remite a “Pater” en sentido de mayores y antepasados, releo ahora los amarillentos originales en mi poder del ensayo bolivariano suscripto hace casi ocho décadas por quien, siendo yo pequeño, me contó la historia del Grande Hombre que había tenido éxitos y que asimismo -tal llegó a sospechar él decepcionado- había “arado en el mar”. Quizá -era la moraleja a deducir del relato de la abuela, y que hoy en la edad madura bien alcanzo a comprender- para asumir en la medida de su genio y de su estrella, el ambiguo destino común a los mortales.   
  
                                                                             
(CARLOS MARIA ROMERO SOSA. SE PUBLICÓ EN HISTORIA, Nro 107. SEPTIEMBRE-NOVIEMBRE DE 2007)



[1]           Publicado por la Academia Nacional de la Historia, en 15 páginas. Buenos Aires, 1943. 
[2]            Seudónimos de Escritoras Argentinas. Diccionario, Tesler, Mario. Págs. 28 y 214; 1997, ED. Dunken, Buenos Aires (Rep. Argentina)
[3]           
[4]            Testimonios y Antología de Lía Gómez Langenheim, Ediciones del Ateneo Popular de la Boca, Pág. 104. Buenos Aires (Rep. Argentina) 2001
[5]            Centenario de Carmen Arolf, Diario La Nación, Sección Actualidad Literaria del 20 de mayo de 1984
[6]            CARMEN AROLF Doña  Flora del Carmen García Black de Gómez Langenheim- trabajo comentado sobre Bolívar.
[7]     “Haz de añoranzas“.- Imprenta López, Buenos Aires (R.A.) 1935, páginas 13/22.-
[8]     “El Hada del Famatina”, Imprenta López , Buenos Aires (R.A.), 1937, páginas  120/124.-
[9]     “Lázaro Gómez y sus hermanos en la Reconquista”, en el diario “Democracia“, Buenos Aires (R.A.) jueves 8 de septiembre de 1949, página 8.-
[10]        “Nuevo Diccionario Biográfico Argentino 1770-1930“, Cutolo, Vicente Osvaldo.-  Tomo III, Buenos  Aires (R.A.) 1971. Editorial ELCHE, página 583.-