viernes, 26 de agosto de 2016

EL ABUELO INMORTAL


Carlos María Romero Sosa, La Prensa, 24 de agosto de 2016.-

domingo, 7 de agosto de 2016

EL DOCTOR JOSÉ ARCE, PRIMER EMBAJADOR ARGENTINO EN CHINA

                                               


                                                  Desde el médico sanitarista Guillermo Rawson en el siglo XIX -legislador y ministro de Mitre- o Eduardo Wilde -ministro de Roca y diplomático-, al psiquiatra, filósofo y reformista universitario Alejandro Korn y los dirigentes socialistas José Ingenieros, Juan B. Justo, Augusto Bunge, Ángel M. Giménez y Nicolás Repetto, pasando por el conservador Luis Agote -promotor de las leyes del Patronato de menores y el Patronato de ciegos-, el radical  Adolfo Güemes -gobernador de Salta de 1922 a 1925 y en 1932 candidato a la vicepresidencia  de la República en fórmula encabezada por Marcelo T. de Alvear- y el radical antipersonalista cordobés de actuación en Santa Fe, Ricardo Caballero -vicegobernador de esta última provincia, parlamentario de vasta labor en materia sanitaria y profesor de Historia de la Medicina y de las Doctrinas Médicas en la Facultad de Ciencias Médicas de Rosario-; y desde los peronistas Ramón Carrillo o Raúl Matera  al líder del partido intransigente Oscar Alende, sin olvidar por cierto al presidente de la Nación por la UCR Arturo Humberto Illia y más próximo al ex ministro de Néstor Kirchner y embajador en Chile Ginés González García, la Argentina cuenta con una nutrida lista de médicos que incursionaron  en la política movidos por el afán del servicio público.
                                  También en esa nómina  figura o debería estar en justicia el nombre del profesor doctor José Arce (1881-1968),  cirujano el más extraordinario del país, por su técnica, por su ductilidad, por su responsabilidad mental, por su alma heroica hasta el sacrificio, según juzgó en 1945 su discípulo Oscar Ivanissevich en su libro autobiográfico Junto a mis enfermos[1].
                                Hombre de inquietudes múltiples, Arce desarrolló una vasta labor como ensayista incursionando incluso en temas de ciencia política en Las instituciones de la Constitución Argentina (1962); próximos al derecho  y la política internacional en Cuestiones jurídicas útiles a la medicina (1942), La Seguridad Social en la Argentina (1945)  Naciones Unidas: admisión de nuevos miembros (1951) y Las Malvinas (1951); e históricos en Marcelino Ugarte. El hombre-El político-El gobernante (1959) y Roca. Su vida y su obra (1960), sin olvidar tampoco las amenas y reveladoras páginas autobiográficas de Mi Vida. Auto-recopilación de hechos y comentarios para una posible biografía con prólogo de Gregorio Marañón y que dio a conocer en España en 1957. En forma simultanea a la labor de publicista fue docente universitario, ocupó el decanato de la Facultad de Medicina desde 1935 a 1940 y antes el rectorado de la Universidad de Buenos Aires en el período 1922-1926. Sucedió en el gobierno universitario al también médico y político conservador Eufemio Uballes, siendo la de Arce la gestión  previa a la de Ricardo Rojas a  la cual aquél criticó como lo revela su voluminoso y polémico libro publicado en 1930: Memoria del Rector Ricardo Rojas. Sus falsedades”.  
                                 Asimismo desempeñó en forma sucesiva los cargos de diputado en la Provincia de Buenos Aires y presidente de la Cámara y después de legislador nacional.  Finalmente actuó  en calidad de embajador acreditado en China hasta que  por designación del presidente Juan Domingo Perón cuando era canciller Atilio Bramuglia,  fue jefe de la representación  ante las Naciones Unidas su segundo allí era Enrique Corominas- y presidente de la Asamblea General de la ONU electo por los Estados miembros en 1948, sucediendo al político brasileño Oswaldo Euclides de Sousa Aranha.
                              Tan extensa carrera pública lo llevó de los quirófanos a la cátedra y de los gabinetes científicos a las conferencias internacionales en momentos claves para el destino de la humanidad; y en tan diferentes ámbitos de actuación mantuvo intacta la coherencia intelectual y a salvo la fuerza espiritual sostenedora de principios y de valores porque se diversificó sin fracturarse.
                          
POLÍTICA Y DIPLOMACIA

                             Hijo de Juvencio Arce y de su segunda esposa  -y prima hermana- Luisa Arce, este bonaerense nacido en Lobería a quien el ex gobernador Máximo Paz convocó en vísperas del Centenario para organizar allí una agrupación del conservadorismo por la que ingresó en 1909 a la Legislatura de la Provincia, se destacó siempre como un empeñoso constructor  en vez de resultar un garantizador del statu quo”, ello en la mejor tradición verdaderamente progresista de eminentes correligionarios cuyo arquetipo podría representar  Joaquín V. González. Se cuenta así que durante su actuación como diputado, los colegas de banca lo apodaron José Ventarrón[2] por su actividad sin pausa  sobre temas en especial de política universitaria que tan bien conocía o en torno a otras cuestiones, así de su iniciativa surgió la  ley de creación de la Corporación  de Transportes de la ciudad de Buenos Aires. En una conferencia pronunciada en 1991 en la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires por el profesor Osvaldo Fustinoni  al cumplirse ciento diez años de su nacimiento, destacó el orador y presidente de la Academia Nacional de Medicina: Uno de sus temas preferidos fue sin duda el de la Instrucción Pública. También Arce no perdió la oportunidad de abordar los temas constitucionales cuando se trataban asuntos conexos con los mismos.  En este sentido fue un defensor del federalismo y de la autonomía de las Provincias contra los avances de la Nación. Al intervenir en estos problemas, Arce se inspiraba en el ejemplo de otro gran médico y estadista: Guillermo Rawson, y en un debate, Arce, relacionado con un tema Institucional, previendo la objeción que se le pudiera hacer a su condición de médico afirmó lo siguiente: Rawson a pesar de ser un médico fue un gran constitucionalista. (Anales de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires. Tomo XXV, Año 1991, Buenos Aires, 1992.-) 
                                 No he actuado nunca como un hombre de izquierda; pero jamás me dejé arrastrar por los exclusivismos de derecha, proclamó tomando perspectiva de sí mismo en Nuevas bases y principios para la reorganización política de la República Argentina (1956), un extenso ensayo de fuerte oposición a la Constitución justicialista de 1949 y a la oportunidad de su reforma. 
                              Si la vida presenta sorpresas, la vocación y el tesón suelen emparejar logros con imprevistos. Sin embargo jamás habrá sospechado el médico doctorado en 1903[3] con una tesis de 206 páginas sobre Tumores epiteliales, Contribución al estudio de su etiología y patogenia, que un día iba a representar al país ante el gobierno chino.
                              Las circunstancias de su designación como embajador argentino allí las narró él mismo en su  libro De Buenos Aires a Shangai”, que con ilustraciones de Federico Schiff editó Guillermo Kraft Ltda. en 1948: Era una mañana del mes de julio de 1945. Por algún motivo que ahora no recuerdo -no debió ser muy importante-  me encontraba en el despacho de mi grande y buen amigo, el doctor César Ameghino, a la sazón Ministro de Relaciones Exteriores. A punto de despedirme  miróme (Sic) fijamente y me dijo: -¿Te gustaría ir a China?. Después de cambiar algunas bromas a propósito de tan inesperada invitación, agregó: -Hemos creado la Embajada en China y te ofrezco nuestra representación.  No entró nunca en mis designios desempeñar una misión diplomática, pero confieso que la novedad de la tarea y la perspectiva de entrar en contacto con mundos desconocidos, y poco accesibles en otras condiciones, me colocaron frente a una posible realidad. Contesté, pues, que aceptaba, siempre que mi mujer me quisiera acompañar.   
                            
                                                  En efecto, durante el gobierno militar del general Edelmiro J. Farrell, se consideró del caso abrir la representación de nuestro país, con rango de embajada, en la nación que tanto  contribuyó a la derrota del Imperio Japonés y donde la Argentina sólo contaba con un consulado o viceconsulado en Shangai, creado en 1919 bajo la presidencia de Hipólito Yrigoyen. Pero sucedió que la Segunda Guerra Mundial había reposicionado para mediados de 1945 a la República China, que a partir de 1912 sustituyó bajo la presidencia del doctor Sun Yat-sen (1866-1925) al “Celeste Imperio” gobernado desde 1644 por la dinastía  Tsing de origen manchú, a tal punto que al crearse las Naciones Unidas le fue otorgado un asiento permanente en el Consejo de Seguridad. El mariscal Chiang Kai Shek, su jefe de Estado, era reconocido en el mundo entero junto a Roosevelt, Churchil, De Gaulle y  Stalin como uno de los vencedores del Eje. Con sobrado conocimiento de causa el doctor Arce  explicará, por su parte, los motivos que llevaron al gobierno provisional de Farrell a establecer una embajada en China, siendo uno de los últimos países de Latinoamérica en hacerlo: el momento en que se adoptó la iniciativa, fue, debo creerlo, de carácter simbólico. Se acababa de firmar la Carta de San Francisco, poco después fuera invitado a incorporarse a la Conferencia que había de redactarla. Dicha Carta era el acta constitutiva de la Organización de las Naciones Unidas; China pertenecía a ella como uno de los llamados  cinco grandes; durante cinco años había soportado la invasión y la guerra, desaparecidos ahora después que el bombardeo de Hiroshima había terminado con la rendición incondicional del Japón. Las dificultades internas persistían, sin embargo, en el Norte, y era oportuno demostrar nuestra simpatía por aquella gran nación. Tales debieron ser los factores determinantes  de nuestra actitud 

                                           Como al diplomático lo movían los desafíos y la perspectiva de entrar en contacto con mundos desconocidos, se puso en viaje en compañía de su esposa, Amelia Bazán, el 30 de agosto de 1945 a bordo del vapor Selandia.  Tardó ciento treinta y cinco días en llegar, lo cual más allá de no haberlo siquiera insinuado él en sus páginas que describen la aventura de un trayecto lleno de curiosidades y no ajeno a ciertos contratiempos menores, ha hecho suponer a Eduardo Daniel Oviedo, un estudioso de las relaciones diplomáticas entre nuestro país y las naciones de Extremo Oriente, que se trató probablemente de una demora no casual, quizá tendiente a aguardar el resultado de la guerra civil desatada en el norte de China entre las fuerzas del Kuomintang y el partido comunista dirigido por Mao Tse-tung, tal como lo sugiere en el libro Historia de las relaciones internacionales entre la Argentina y China y lo explicita en su trabajo  Reconstruyendo el inicio de las relaciones diplomáticas entre Argentina y China, publicado en la Revista Iberoamericana de Estudios de Asia Oriental en 2008. En esta última publicación, Oviedo -investigador del Conicet- puntualiza  que en fecha próxima a la entrega de credenciales por parte del profesor  Arce a Chiang Kai Shek, el 4 de diciembre de 1945, en la ciudad de Chungking y en presencia del doctor Wang, ministro de Relaciones Exteriores y del jefe de la Casa Militar, hacía lo propio en Buenos Aires, el 13 de abril de 1946, el doctor Chen Chieh (1885-1961) primer embajador de China aquí.
                           
                                                         Pero volviendo a lo  relatado en  De Buenos Aires a Shangai, es evidente que cada uno de sus doce capítulos permiten descubrir otro mundo, no sólo exótico por ser en extremo ajeno al nuestro cuando no se imaginaba el fenómeno de la globalización, sino muy diferente al actual en su diseño político y en sus parámetros de respeto por los derechos humanos. Esa sensación de distancia cultural a vigentes y universalmente aceptadas ideas fuerza en cuanto a temas como la discriminación, se hace patente en relación a  Sudáfrica, uno de los primeros destinos del viaje de Arce. Allí le llama la atención y nada más que eso el tratamiento dado a los indios en Durban, impedidos por la Pegging Act de 1943, de adquirir  y ocupar propiedades comerciales o residenciales en los distritos europeos de la ciudad sin una licencia especial que, como es de suponer las autoridades no acuerdan, concluye sin escandalizarse el relator.   Tampoco parece hacer mella en su espíritu la insalvable separación entre europeos y nativos (Colour Bar) y hasta destaca como una graciosa concesión por parte de la minoría blanca, que a los hombres de raza negra  se les permitía tener una representación en el Parlamento, eso sí ejercida por blancos, y recibían mejor tratamiento que los indios (¡!).
                                                     Curiosamente y pese a no carecer de  sensibilidad social más allá de su demasiado frontal postura anticomunista -en cierta posterior oportunidad planteó como un derecho del hombre la participación de los trabajadores en los beneficios económicos de las empresas llegando a explicar con suma lucidez que El factor humano en la producción no está, pues, completamente atendido con el solo pago del salario (Nuevas bases y principios para la reorganización política de la República Argentina”)-,  algunas páginas más adelante, en el ameno De Buenos Aires a Shangai, y luego de evocar que el 21 de octubre el barco ancló en la bahía de Mombasa capital de Kenia,  para seguir su ruta hacia la India donde arribó ocho días después, poco menciona sobre la pobreza que encontró en el Subcontinente y cuando lo hace será sin demostrar mayor repudio ni preocupación sino más bien describiéndola como un anecdótico y previsible ingrediente del paisaje:  En las calles de Calcuta observamos la misma utilización nocturna de las veredas como dormitorios a la intemperie.
                                                  Por fin, cinco días después de alcanzar Calcuta  a casi tres meses de embarcarse en Buenos Aires, partió trasponiendo los Himalayas hacia Kungking, asiento del Gobierno Nacional,  en un Douglas de la Compañía China de Aviación gestionado por el cónsul chino en la antigua Ciudad  de los Virreyes ingleses.
                                               El 4 de diciembre, apenas siete días después de mi arribo a Kumgking presenté mis cartas credenciales, evocará con la satisfacción del deber cumplido.
                                                 De allí realizó la última etapa hasta alcanzar Shangai, ciudad para entonces de casi cuatro millones de habitantes alzada sobre la margen occidental del Wangpoo, afluente del Yang-Tsé, donde cabe recordar transcurre gran parte de la acción de La condición humana, la novela de Andre Malraux. En el barrio Columbus Circle en la zona de lo que antes fue la concesión francesa informa Arce a los lectores que tenía sentados sus reales  la Embajada Argentina.         
                                                 Sin embargo poco estuvo al frente de nuestra representación diplomática, haciéndose cierta la profecía que le hizo un palmista” meses atrás. Aunque encontró tiempo suficiente para interesarse por la enseñanza superior, descubrir la apucuntura cuando se le practicó a su esposa aquejada por insomnios, pronunciar varias conferencias en la Universidad de La Aurora de habla francesa, operar con éxito una pelvilitotomía del lado derecho en el hospital universitario y aceptar la designación de miembro correspondiente de la Shangai Medical Society: Como se ve concluye-, dediqué una buena parte de mi tiempo a tareas universitarias y profesionales; parecióme que tenía el deber  de proceder así en vista de que las ocupaciones diplomáticas me permitían tiempo para ello.
                                           El 31 de julio de 1946, un telegrama del Ministerio de Relaciones Exteriores le ordenó volver a  Buenos Aires hacia donde partió  el 8 de agosto. En las últimas líneas de su retrospectivo diario de viaje  justifica el sentido  de su múltiple desempeño en China, ora en abierto diálogo con sus autoridades políticas, ora  concurriendo a quirófanos y altas casas de estudio: Las condiciones generales del comercio internacional; la guerra civil y la depreciación de su moneda impiden o dificultan grandemente, por lo menos, todo intercambio regular. Convenía, pues, demostrar nuestra simpatía y nuestra amistad en otros campos. Entendiéndolo así, acepté cuanta oportunidad se me brindó para desarrollar una acción cultural, que se interrumpió, primero, con las vacaciones de verano, que se inician en junio, equivalente a nuestro mes de diciembre y luego con el llamado que me hiciera el gobierno, en los últimos días de julio. 
     
                                   Claro que lejos estaba de imaginar el autor -y  probablemente nadie aquí- que antes de trascurridas siete décadas de asentadas estas reflexiones, China se convertiría en la segunda potencia mundial y al día de hoy en el segundo socio comercial de la Argentina con un total comercializado de casi quince mil millones de dólares en 2011.


EL MUSEO ROCA                                        . 
                        
                                        Al menos una vez de niño vi en persona al doctor José Arce. En verdad mi recuerdo bastante borroso corresponde a un encuentro suyo con mi padre a quien yo acompañaba. Sé que algo hablaron del posible entronque familiar de los Arce bonaerenses con las ramas de ese apellido esparcidas en Tucumán y Salta de donde provenía Delfina Juárez Arce casada con Pablo Policarpo de Romero de la Corte, mis bisabuelos, así como un tío tucumano de la nombrada: el Dean Pascual Arze Zelarrayán (1815-1885), un amigo y admirador de Urquiza del que está documentado que el día de la jura de la Constitución Nacional pronunció una oración patriótica en la Catedral de Salta, provincia donde ejercicio su ministerio  sacerdotal y fue párroco de la Iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria de la Viña; y como el hombre de ciencia y músico salteño Canónigo Clodomiro Arce Romero que vivió entre 1854 y 1909, desempeñó el rectorado del Seminario de Salta, actuó en el periodismo católico  y era sobrino de doña  Delfina Juárez Arce.
                                      La antedicha charla ocasional sucedió en las proximidades de la que había sido la casa del médico convertida o a punto de convertirse en el Museo Roca. Instituto de Investigaciones Históricas,  por Decreto Nro. 4838 de 16 de junio de 1961 suscripto por el presidente Arturo Frondizi.  Sin duda Carlos Gregorio Romero Sosa se dirigía allí precisamente, puesto que estaba en trámite su adscripción a dicho Museo del que Arce era organizador y para el que había donado su vivienda porteña de la calle Vicente López 2220/30. Con los años me enteré de ese acariciado proyecto laboral paterno, frustrado por algún burócrata de turno y fogoneado por el embajador Enrique Loudet[4], íntimo amigo y colega en la diplomacia de Arce quien con fecha 31 de julio de 1961 dirigió al entonces ministro de Trabajo  y Previsión Social, Ismael Bruno Quijano, la siguiente carta en papel con el membrete oficial del Museo Roca: Señor Ministro: Tengo el agrado de dirigirme a V.E. con el propósito de solicitarle un señalado servicio. El Poder Ejecutivo acaba de designarme  para organizar el Museo Roca. Por el momento el Museo no tiene presupuesto. Entre los funcionarios que prestan servicios en ese Ministerio  figura el Inspector[5] Don Carlos Romero Sosa, historiador  y museógrafo de nota quien actúa si no me equivoco como Inspector de Asociaciones Profesionales. Mi pedido consiste en que V.E. quiera adscribirlo mediante una resolución ministerial, a fin de que preste servicios a mi lado. Es persona muy competente en la materia a que me refiero y estoy seguro me sería de una gran utilidad. Sin otro particular me es grato presentar a V.E. el testimonio de mi mayor Consideración. José Arce.

                                Me es grato rescatar ese gesto que permite reconocer otra faceta del médico humanista, alguien que por lo visto no lo era sólo en teoría sino también en la práctica virtuosa de la generosidad y la disposición de ánimo para brindar espaldarazos a los intelectuales jóvenes, como lo era entonces el historiador Carlos Gregorio Romero Sosa.-                                                      



[1]    Sebastián de Amorrortu e Hijos S.A. Buenos Aires, 1945.-
[2]    Nota necrológica del doctor José Arce publicada en La Nación, el lunes 9 de julio de 1968, página 5.-
[3]     En 1903 se doctoraron asimismo, entre otros ochenta y nueve profesionales más,  el clínico Pedro Pascual Corti, adjunto de la cátedra del profesor Luis Güemes,  Ángel Alsina, el otorrinolaringólogo y profesor en la Universidad de la Plata Lautaro Durañona, Salvador Marino, Rodolfo S. Roccatagliata, Rafael D. Sardá y los pediatras Pedro E. de Elizalde y Abel Zubizarreta. (Confrontar: Catálogo de la Colección de Tesis: 1827-1917. Publicación de la Biblioteca de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Buenos Aires. Talleres Gráficos A. FLAIBAN, Buenos Aires, 1918.-
[4]    El embajador doctor Enrique Loudet (1890-1965) publicó en el libro “José Arce, 80  aniversario” (Artes Gráficas Sebastián de Amorrortu e Hijos, S.A. 1961) el capítulo referido a “Arce, Diplomático”, después editado en opúsculo.-
[5]    Fue inspector de Asociaciones Profesionales del Ministerio de Trabajo y Previsión hasta ingresar, en 1963, a la Justicia Nacional donde obtuvo su jubilación en 1991.- 

(CARLOS MARÍA ROMERO SOSA, se publicó en la revista HISTORIA)


sábado, 6 de agosto de 2016

RAIMUNDO ONGARO





                                                        Hoy que hay tantos dirigentes  sindicales con aire de ejecutivos,  más proclives a merodear  despachos oficiales que  talleres y  fábricas y ni qué hablar de asambleas obreras, aparece  extraña y lejana en el tiempo la figura de Raimundo Ongaro, fallecido el 1 de agosto último a poco de la partida de otro compañero de ideales nacionales y populares: el ex gobernador de Córdoba Ricardo Obregón Cano.
                                                      Es que el obrero gráfico que estudió en colegios religiosos, en la mejor tradición  de su gremio que en 1878 lanzó la primera huelga organizada que se llevó a cabo en la Argentina, fue un luchador insobornable por la justicia social: “La CGT de los Argentinos no ofrece a los trabajadores un camino fácil, un panorama risueño, una mentira más. Ofrece a cada uno un puesto de lucha”,  decía el Programa del 1 de Mayo de 1968 con el que Ongaro enfrentó al onganiato tanto como a  los dirigentes participacionistas de la CGT oficialista y al vandorismo que pretendía un peronismo sin Perón.
                                                       Sufrió cárcel después de los sucesos en Córdoba de mayo del ´69 pero la tragedia lo golpeó en forma artera, decisiva, definitiva aseguran sus allegados,  durante el gobierno de Isabel Martínez cuando la Triple A asesinó a su hijo Alfredo Máximo. Como Julio Troxler que se salvó de ser fusilado en 1956 y cayó bajo las balas del lopezrreguismo, resultó ser Ongaro  otra de las víctimas del somatén del peronismo de ultraderecha que lo obligó al exilio y a alejar así de sus seguidores el verbo inflamado del líder carismático  de la CGT de los Argentinos de los años sesenta y primeros setenta. Al volver al país, instaurada la democracia, comprendió que no había lugar ya promover gestas populares como el Cordobazo a partir del cual, lo mismo que  su amigo y compañero Agustín Tosco, había imaginado Raimundo la posibilidad de acercar por vía  insurreccional la sociedad nueva integrada por hombres y mujeres que también lo fueran y cuya génesis según su ortodoxa formación católica, enraizaba en la epístola de San Pablo que impulsa a los creyentes, en Efesios 4,23-24,  renovarse del pecado y  “vestirse del Hombre Nuevo creado en justicia  y santidad verdaderas.”   
                                                                 Mal podía este idealista vivir de otro modo que de acuerdo con sus convicciones y perseverando en ellas hasta el final de sus días entre los muros de su modesta casa bonaerense de Los Polvorines. Jamás había rehuido los desafíos y en los años de su mayor visibilidad, al más políticamente correcto y menos riesgoso  compromiso social cristiano, optó por promover un socialismo insuflado con valores evangélicos fruto de la coincidencia en la acción revolucionaria de cristianos y marxistas.  Quizá guardaba frustraciones en alguna zona de su espíritu, aunque sospecho que Dios le concedió la satisfacción interior de saber que había luchado la buena causa, tal como con generoso plural inclusivo y no mayestático, me lo expresó en una carta fechada en julio de 2007: “Hemos sido protagonistas de una aventura solidaria sobre la Tierra. Combatiendo a quienes pretenden impedir indefinidamente la fraternidad entre los seres humanos”. 


(Carlos María Romero Sosa, se publicó en la revista Nuestra América, de San José de Costa Rica, el6 de agosto de 2016 y con un texto algo abreviado en el diario La Prensa, de Buenos Aires, en la misma fecha..)