Una buena noticia: los
presidentes Mauricio Macri y Tabaré Vazquez decidieron luego de su última
reunión dejar atrás los conflictos bilaterales, que en rigor de verdad no fueron pocos en la
historia de las relaciones entre los dos países. Será debido a ese accidentado cuanto
a la vez íntimo e inquebrantable vínculo, que la República Argentina
en varias ocasiones envió a Montevideo notables figuras como representantes
diplomáticos.
Así, fue nuestro embajador a
fines del siglo XIX Roque Sáenz Peña; y
en el XX relucen las gestiones del historiador Roberto Levillier, de Alfredo
Palacios, del político reformista Gabriel del Mazo, de Diógenes Taboada, del
hombre de prensa riojano Adolfo Lanús o del
ex vicepresidente de la Nación Carlos Humberto Perette. Ello sin olvidar otras actuaciones igualmente
constructivas entre las cabe recordar, en especial, la cumplida durante ocho
años por Guillermo de la Plaza
(1918-2011), designado en 1974 por el presidente Perón que en su primer mandato
había enviado a Montevideo al ingeniero Luis H. Yrigoyen. (Sobre este hijo del
ex presidente Hipólito Yrigoyen, justo es decirlo, pesan actualmente
acusaciones de haberse negado a repatriar un contingente de judíos argentinos
cuando se hallaba destinado en Berlín durante la Segundo Guerra Mundial).
En su libro “La Patria
fue mi causa” (1985), donde parafraseando al Protector de los Pueblos Libres se
reconoció Guillermo de la Plaza
“argentino de la tierra de Artigas”, dio cuenta de su paso por el Palacio Berro -la
sede hasta hace algunos años de la Embajada Argentina-
entre cuyos logros pueden enumerarse: haber posibilitado la firma del Tratado del Río de la Plata y su Frente Marítimo
-acuerdo que inició su pariente Victorino de la Plaza en 1910 cuando era
canciller de Figueroa Alcorta-, concretar la represa de Salto Grande, los puentes sobre
el río Uruguay, el Convenio de Cooperación Económica y el de Seguridad Social,
testimonios todos, según sus palabras, “de
que serví –con lealtad y buenos resultados- las instrucciones del entonces
Presidente de los argentinos”.
El doctor
Guillermo de la Plaza ,
un convencido americanista, fue asimismo Embajador en Bolivia y en tiempos de Raúl Alfonsín en el Líbano,
cuando arreciaba la guerra civil en el país de Medio Oriente. También se había
desempeñado como Interventor Federal en Formosa en 1957 y Subsecretario de
Relaciones Exteriores en las postrimerías del gobierno del general Lanusse.
Se amalgamaban en él un temperamento conciliador y el ideario
democrático cada día más afirmado en su espíritu; sobre todo cuando repasaba entristecido la historia de los
desencuentros argentinos, según dan cuenta los artículos editoriales que firmó bajo
el seudónimo Moreno del Calchaquí en los doce números de la revista “Patria: un
lenguaje común para el entendimiento” que se editó entre 1980 y 1983 bajo la
dirección de Carlos Gregorio Romero Sosa. Comentaba con cierta tristeza en la
intimidad don Guillermo, que más de un antiperonista irreductible como lo había
sido él en su juventud, le cuestionó su colaboración con el tercer gobierno del
líder de los trabajadores en el cargo de embajador.
A este diplomático profesional ufanado de la sangre salteña que corría en
sus venas y lleno de orgullo por el inmediato parentesco de sus mayores con el
presidente Victorino de la Plaza ,
tuve el gusto de tratarlo en sus últimos años. Elijo recordarlo hoy sin pecar
de infidelidad para con su ideario indudablemente de derecha liberal, enseñándome
una fotografía autografiada por su amigo el presidente revolucionario boliviano
general Juan José Torres, un nacionalista de izquierda exiliado aquí donde fue secuestrado
y asesinado en el marco del Plan Cóndor, el 2 de junio de 1976.
(Carlos
María Romero Sosa. Se publicó en La
Prensa el 27 de octubre de 2016)