Durante los
años 2013 y 2014, el tratamiento
dado al monumento a Cristóbal Colón, situado
frente a la Casa Rosada, desaprensivo hasta el límite de la ofensa, tuvo ribetes de escándalo político con
repercusiones internacionales; y de tales actos no salió indemne el Gobierno
Nacional. Tampoco según muchos observadores de la realidad el de la Ciudad de
Buenos Aires pese a las piruetas por desligarse del tema. Porque lo cierto es
que la obra del escultor florentino
Arnoldo Zocchi fue -al cabo de inconducentes discusiones legislativas- arrebatada
del sitio donde estuvo emplazada a partir de su inauguración en 1921, luego de
que se colocara su piedra fundamental en 1910 cuando fue obsequiada por la
comunidad italiana con motivo del primer Centenario Patrio.
Pero
esas idas y vueltas con el bloque de mármol de Carrara que representa al
Almirante de la Mar Océana con la mirada
en el horizonte, dieron ocasión a ciertos hurgadores del pasado –y valga la
paradoja- para recordar otros momentos, no tan lejanos, en que su figura no era
tan demonizada: “Colón fue el jefe de una invasión que produjo un genocidio”, afirmó poco
antes de su muerte el presidente venezolano Hugo Chávez[1]. Bien que
siempre mereció ser estudiada con ahínco en sus diferentes facetas; algunas
bastante enigmáticas –“Colón y el misterio” tituló Adolfo de Obieta un
extenso ensayo[2]-, otras
moralmente oscuras como el afán de poder, riqueza y demostrada crueldad que
movió el viaje de las carabelas, en actitudes ya denunciadas por fray Bartolomé
de las Casas en su “Brevísima relación de la destrucción de las Indias”, y
algunas más reveladoras de un espíritu receptivo hasta el límite de
beneficiarse con experiencias e intuiciones ajenas: así de los relatos viajeros
escuchados a su suegro Bartolomé Perestrello y de su posible conocimiento del
proyecto y el mapa de Toscanelli[3] que habría
generado en él la idea de la navegación a oriente desde occidente aventurándose
al Mar Tenebroso, tal como lo propusiera en 1474 al religioso lisboata Fernao Martins el renombrado sabio florentino
Paolo dal Pozzo Toscanelli. Aspectos todos, eso sí, capaces de generar
mitos alrededor del navegante ligur;
mitos que en buena medida ha logrado desvirtuar Armando Alonso Piñeiro en su
revelador trabajo “Mitos colombinos”[4].
De
modo tal que si en muchos aspectos su figura mereció también aquí
cuestionamientos, nunca se llegó al extremo de impedir a los porteños tener su
estatua emplazada en la zona del Bajo frente a la Casa de Gobierno. Porque como
todo personaje de significación universal, Colón resultó ser a menudo objeto
tanto de exaltaciones a su gloria como de juicios adversos por su conducta. Ya
en vida supo de la dureza de regresar a España engrillado por orden del
comisionado real Francisco Bobadilla que
en 1500 llegó a Santo Domingo –donde “el pobre Colón cometió los mayores
disparates”, a juicio de Germán Arciniegas[5]- en plan de investigarlo y castigarlo. Después, el Almirante bebió el acíbar de la
consiguiente pérdida del favor de los Reyes Católicos debido a las acusaciones
que pesaban en su contra y en la de su hermano Bartolomé por malos tratos a los
naturales, sobre quienes Isabel de Castilla tanto veló hasta sus últimos
momentos como lo prueba su testamento.
Qué
duda cabe entonces de que uno fue el
Colón impoluto biografiado por su segundo hijo, Hernando, –fruto de los
amores del Descubridor con Beatriz Henríquez de Arana-, de cuya obra, la “Historia del
Almirante” y sobre todo de algunos
capítulos de la misma, siguieron dudando hasta la actualidad estudiosos de la
talla del académico canario Antonio Rumeu de Armas. En tanto que otro es el
personaje avariento, cruel y hasta sospechado de haber sido un espía del rey Juan II de Portugal como cree
demostrar en su libro: “Colón, la historia nunca contada”, el
historiador lusitano Manuel Rosa.
Es
curioso, sin embargo, que en las Antillas y en Centroamérica, donde debieron
quedar y trasmitirse de generación en generación las memorias de sus presuntas
o reales tropelías, escritores de la talla del dominicano Pedro Henríquez Ureña
y del nicaragüense Rubén Darío se dieron a honrarlo en sendos poemas. Así el
primero fechó en octubre de 1896, en el
404 aniversario del Descubrimiento de América, su oda “A Colón” que comienza
diciendo: ¿Qué resta de los grandes,/ las gloriosas naciones del pasado?/ Y
su arte, qué gigante/ bajo todas sus formas, fue admirado/ por las épocas todas
¿dónde ha huido?/ su esplendor y su gloria han perecido./ Todo
pasa. Mas ¡ah! Que aquellas obras/ que en su inmortal anhelo/ dan genios
inmortales a la historia,/ eternas vivirán en la memoria/ mientras vuela su
alma al alto cielo./ Así Colón. Heroico, despreciando/ la inconstante fortuna,/
vagaba entre las sombras , mendigando/ de avaros reyes a su empresa ayuda./ más
al fin, tras la noche de la duda,/Isabel aparece en su camino;/ y puede ya
lanzarse al océano/ para cumplir su divinal destino.”[6] En tanto que
Rubén Darío, bien afirmado sobre la realidad dolorosa del Continente y
olvidando esta vez marquesas y otras decoraciones
exóticas, es el autor del magno poema “A Colón” incluido en “El canto
errante” de 1907, que
culmina con la siguiente invocación entre esperanzada y escéptica: “Duelos,
espantos, guerras, fiebre constante/ en nuestra senda ha puesto la suerte triste:/
¡Cristóforo Colombo, pobre Almirante,/ ruega a Dios por el mundo que descubriste!”
En
la Argentina, el polígrafo Enrique de Gandía enriqueció la bibliografía
colombina con su “Historia crítica de los mitos y leyendas de la conquista
americana” (1946) y de modo particular con la completa “Historia de Cristóbal Colón” (1942)
habiendo sido también el autor -en 1942-
de un extenso prólogo al libro “El
viaje de las tres carabelas” de R. Díaz-Alejo. Ello sin olvidar que en
cambio Roberto Levillier, investigó y
juzgó con particular énfasis positivo a Américo Vespucci en varios trabajos
confeccionados sobre el cartógrafo y cosmógrafo florentino (por otro lado
parece ser que elogiado en su hora por el Almirante que hasta lo habría acogido en su casa). Dos
visiones polémicas, aunque sin pretender
ambos maestros de la historiografía en lengua castellana, tironear cada cual y
en oposición dialéctica de sus respectivas figuras analizadas.
LA INCIATIVA SOBRE
WATTLING-SAN SALVADOR
El 12 de octubre de 1963, Efraín Honorio Gómez Langenheim (1910-1985):
un profesor de Historia e Instrucción Cívica graduado con ese título en la
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional
de La Plata[7], alumno y
discípulo allí de Ricardo Levene y de Rómulo Carbia[8], fechó una
curiosa iniciativa colombina y consiguientemente de fuerte tono hispanista que
distribuyó entre colegas, organismos culturales, representaciones
diplomáticas acreditadas en el país y
autoridades locales y extranjeras en una modesta edición mimeografiada. Su
título: “Iniciativa de
un argentino para que España ejerza territorialidad
en la actual Isla de Watling (ex Isla de San Salvador–Guanhani), primera tierra
descubierta en América”. El texto consta de ocho páginas tamaño oficio
divididas en dos grandes secciones: Fundamentos y Postulaciones.
Al escrito lo encabeza un
subtítulo: “La bandera que aún falta izar en América”, al que le
siguen los siguientes conceptos: “El ciclo glorioso de la emancipación americana dio
como resultado feliz que las banderas de nuestros países flameen en nuestro
Continente, en hermandad de naciones orgullosas de su soberanía. A esas
banderas, por razones de dominio, se suman las de Francia, Holanda, Inglaterra
y Dinamarca. Pero entre todos esos pabellones nacionales, falta que ondee, con
soberanía territorial en el suelo americano, la insigne y gloriosa bicolor de oro y gules: la Española.; la que por
razones elementales de justicia histórica, no puede permanecer ausente y, por
los mismo, debe flamear junto a las banderas americanas, como si maternalmente
cobijase a las hijas actualmente soberanas del Continente”.
Luego de
referirse a la obra imperecedera de España en América, cuyo prólogo fue la
intuición genial de los Reyes Católicos que hizo posible la hazaña descubridora,
Gómez Langenheim sintetizó su posición claramente hispanista y colombina con la
trascripción del concepto de José León Suárez vertido en su libro “Mitre y España”: “No es posible hacer americanismo verdadero sin antes
hacer hispanismo”
Se emprende luego un rastreo de diversos antecedentes a fin de avalar su
simbólico proyecto: desde la progresista y humanitaria Legislación de Indias,
hasta la tarea secular cumplida -a su entender- durante la Colonia de preparar
a los pueblos, a fin de que ellos mismos pudiesen elegir su gobierno
democrático y representativo, una idea que ya había esbozado Bartolomé Mitre
cuando señaló, en la Convención Constituyente de la Provincia de Buenos Aires
de 1871, que “La España tuvo antes que la Inglaterra la inteligencia y la conciencia
de las instituciones libres del propio gobierno (…) Teníamos los
cabildos y los cabildos abiertos, es decir la sombra de la municipalidad y el
medio de dar participación al pueblo en la cosa pública.”
Y continua la
minuciosa exposición de motivos: “El homenaje que perdurablemente debe tributar a España la América toda, es
otorgarle presencia territorial en el Continente. Naciones europeas siguen
enarbolando sus banderas en fracciones geográficas americanas; pero, en cambio,
la nación descubridora no tiene en el Nuevo Mundo, algo que venga a constituir
un pedazo de suelo español en las Indias Occidentales. Es de justicia plena,
por lo tanto, que el primer palmo de suelo americano descubierto por España le
sea restituido: porción pequeña la de aquella isla de Guanhani, pero
inconmensurable en su significación para la humanidad. Es fundamental, pues,
que España ocupe territorialmente la primera isla descubierta por Colón. Además,
se hace preciso mantener el culto por las tradiciones, tal como se ha logrado
en la ciudad de Williamsburg, en las Estados Unidos, en donde hasta hoy, en la
torre del Capitolio construida en 1699, cuando Williamsburg era capital de la
colonia de Virginia, flamea permanentemente la bandera
británica “de la Gran
Unión”. Siguiendo ese ejemplo aleccionador que los Estados Unidos de Norte
América nos dan con relación a Inglaterra, sostengo que, por mayores e
indiscutibles razones aun toda América debe a España una permanente “torre de
homenaje” para que flamee en ella, por siempre en el Continente, el pendón
morado de Castilla”.
La iniciativa
del profesor Gómez Langenheim, concluye con la exhortación a los gobiernos de las
naciones del Continente para que gestionaran de Inglaterra, entonces ocupante
colonial de la isla de Colón[9], la
transferencia de su soberanía a España previa compensación económica al Reino
Unido. Para que una vez logrado esto se erigiera allí un templete destinado a
honrar y venerar los pabellones de las repúblicas americanas, cobijadas por el
de la España descubridora, dejando abierta asimismo la posibilidad de fundar en
la colombina San Salvador una universidad destinada al estudio de temas de
América, de España y de las naciones Hispanoamericanas. Algo utópico por supuesto si se piensa que
Francisco Franco, pese a la consolidación de su régimen autoritario o más que
eso, sobrellevaba problemas internos y externos y venía procurando hacer buena
letra con los Estados Unidos resultas de lo cual fue la visita oficial del presidente norteamericano Eisenhower a Madrid
en diciembre de 1959. Es de deducir que el Caudillo, pendiente el tema de Gibraltar,
esa sí una histórica reivindicación peninsular, no deseaba abrir nuevos frentes
para malquistarse con Gran Bretaña, principal
aliada de los EE.UU. en Europa y cuyo gobierno –entre 1963 y 1964 fue primer
ministro el conservador Sir Alec Douglas- de seguro podría tomar a mal ser
instado a ceder el dominio de una de sus tierras insulares mantenidas con
estatus colonial. (Tan estratégicas eran las Bahamas que durante la Segunda
Guerra Mundial tuvieron por gobernador
al Duque de Windsor, el abdicado Rey Eduardo VIII). Por lo demás y en plena
Guerra Fría, parte buena parte de Latinoamérica se hallaba gobernada por
dictaduras pro yanquis a las que poco o nada importaban los símbolos y los
honores a una España que poco contaba en el concierto internacional. Algo de lo
primero se advierte en la reticente comunicación del Encargado de Negocios de
la Embajada de España en la Argentina, Pedro de Churruca, Marqués de Valterra,
fechada el 13 de enero de 1964: “En
nombre del Embajador que se encuentra actualmente en España, tengo el agrado de
acusar recibo de su atenta carta de 30 del pasado mes de diciembre y le
agradezco mucho el haberme enviado de nuevo una copia de su interesante escrito
proponiendo que España ejerza su soberanía sobre la Isla de San Salvador, que
con esta misma fecha elevo al Señor Ministro de Asuntos Exteriores de España,
para su debido conocimiento. Aprovecho esta ocasión para ofrecerle el
testimonio de mi más distinguida consideración”.-
Sin embargo y más
allá de protocolares y en otros casos entusiastas cartas de la mayoría de los
representantes diplomáticos de los países americanos con acreditación en Buenos
Aires, la iniciativa tuvo espontáneo eco entre intelectuales del Viejo y el
Nuevo Mundo. Así el Secretario Perpetuo de la Real Academia Española de la Historia,
Almirante Julio F. Guillén y Tato, le
envió oficialmente una conceptuosa nota de felicitación y agradecimiento.
Asimismo aplaudieron la justicia de la iniciativa, personalidades de la talla de Enrique Ruiz
Guiñazú, Enrique de Gandía, Alfredo L. Palacios, el padre Guillermo Furlong,
Carlos Ibarguren (h), el magistrado y genealogista Jorge de Durañona y Vedia,
el escritor y crítico hispano argentino Valentín de Pedro, el médico y
abogado Manuel Goldstraj, en su juventud
secretario privado del presidente Alvear y director de la revista Auto Club para
1964, cuando le remitió la felicitación y fuera de la Argentina el genealogista
y heraldista cubano Rafael Nieto y Cortadellas, autor del libro de casi
quinientas paginas “Los descendientes de
Cristóbal Colón” que publicó la sociedad Colombista Panamericana en 1952.
Atendiendo a la
valoración que del proyecto traduce la lectura de esos correos que prestos
fueron remitidos al autor, vale la pena transcribir algunos de los textos. Así
la carta fechada el 13 de diciembre de 1963 por el jesuita padre Guillermo Furlong, entre alabanzas
“a la España descubridora, conquistadora y colonizadora” dice: “Nobilísima
proposición la suya, tan llena de hallazgo humano como de justicia. Pero me temo que las ideologías
contrarias a todo lo hispánico y los egoísmos de ciertas gentes extravíen sus
desvelos. Por mi parte, nada más justo, razonable y bello…”
Por su parte el ex
canciller, diplomático, escritor e historiador Enrique Ruíz Guiñazú, le expresó el 7 de diciembre de 1963,
incorporando alguna dosis de realismo político al idealismo algo quijotesco de
las páginas de Gómez Langenheim: “Le saluda con
toda consideración y agradece su proyecto sobre territorialidad de España en
América, que ha leído con gran interés hispanista. Sus fundamentos y valoración
de la presencia española actual en el Continente, justifican tan noble y leal
iniciativa. Sería complemento de tan generosa actitud, se hiciera conocer el
resultado de la gestión acerca de su aceptación por España misma y la manera de
hacer obra cultural benéfica con las proyecciones prácticas y útiles de su
realización posible, pues la fundación de una universidad con profesorado y
alumnado, parece ser cosa inalcanzable en dicha isla, Es una modesta opinión
pese a tan alto ideal de justicia. Le reitera su amistoso reconocimiento y la
mención de su nombre.”
Enrique de Gandía, un
ejemplo de demócrata e hispanista que enraizaba esa posición en el perseverante,
vituperado por el oscurantismo y muy secular liberalismo peninsular, le
escribió el 2 de noviembre de 1963: “Mi distinguido
colega y amigo: recibo su iniciativa, maravillosa, de reconocer a España
soberanía territorial en la isla de Wattilng, antigua San Salvador: primera
tierra descubierta por Colón. Me adhiero con entusiasmo a esta iniciativa y lo
felicito de todo corazón por su idea genial, justiciera, magnífica. La bandera
de España debe flamear, simbólicamente, en América. Los americanos hemos
cometido con España la más inmensa de las injusticias. En alguna forma debemos
repararla. Esperemos que su iniciativa se abra camino. Cuénteme usted como el
más entusiasta de los adherentes. He dedicado mi vida al estudio de la obra de
España en América y sé cuánto ha hecho por los americanos. Lo saluda
cordialmente su amigo que tanto lo aprecia y recuerda”.
Más tarde, en octubre de
1966, poco días antes de morir, Valentín de Pedro, el novelista de “La vida por
la opinión” sobre el asedio de Madrid, un tucumano de larga residencia en
España donde después de la Guerra Civil
fue condenado a treinta años de prisión bajo la acusación de “coordinar una
campaña permanente y demoledora contra el Glorioso Movimiento Nacional”, pena que
cumplió en parte en Las Salesas hasta que fue indultado debido a su condición
de argentino, al anoticiarse de la iniciativa le remitió la siguiente carta
instando al receptor a buscar apoyos en medios de prensa peninsulares: “Le agradezco mucho el texto de su espléndida
iniciativa para que España ejerza territorialidad sobre la primera tierra
descubierta en América, y de la elogiosa respuesta que recibió usted a ese
propósito de la Real Academia de la Historia de Madrid. Puede imaginarse hasta
qué punto su iniciativa me complace; la transcribo íntegramente, lamentando no
haya tenido la resonancia que merece, y que no se haya formado ya un movimiento
a su favor por los organismos competentes de España y América, para su pronta
realización. Ya que yo puedo hacer tan poco, por no decir nada, para dar
realidad a su hermosa idea, me permito sugerirle ponga en conocimiento de su
iniciativa al director del ABC de Madrid, señor Torcuato Luca de Tena a quien
yo me referí en mi artículo, y que ha realizado una brillantísima campaña en su
diario con propósitos coincidentes con los suyos. La dirección de ABC: calle
Serrano, 61. Madrid. Sin duda le será grato conocer su iniciativa, y es muy
posible que él aliente desde las páginas de su periódico, su trascendental iniciativa, para la que
deseo el mayor éxito. De usted afectísimo. Valentín de Pedro.”
Hoy, cuando
promedia la segunda década del siglo XXI suena difícil y sobre todo
políticamente incorrecto el tratamiento “in totum” de un proyecto
semejante. Las Bahamas son apenas un lugar de descanso más o menos accesible a
grupos de turistas de buena posición económica, incluso argentinos que suelen
pasar por sus playas luego de hacer
algún tour de compras en Miami. Y ese público, de Cristóbal Colón “y la España
descubridora, conquistadora y colonizadora” que menciona la carta del padre Furlong, nada. Pero si
el desaprensivo olvido de “las cosas
de fundamento” aludidas en
el Martín Fierro, campea en tantos compatriotas, latinoamericanos
e incluso españoles inmersos en esta edad del vacío, habrá otras personas que
de conocer el proyecto objetarán algunas de sus conclusiones desde una
perspectiva ideológica y hasta de una visión actualizada de los principios de
soberanía y repudio al colonialismo. Incluso nosotros mismos que aplaudimos su
sentido reparador y justiciero, debemos concluir que ningún enclave colonial,
real o simbólico cabe ya en el mundo, porque el propio termino “colonia” es anacrónico,
peyorativo y remite a los antecedentes sin excepción posible de explotación y
subordinación de poblaciones sumergidas a las metrópolis sin que cuente para
ellas el principio de la libre determinación. Más allá de esa salvedad, bien
podría ser factible la idea de erigir aquel templete “destinado a honrar y venerar los pabellones
de las repúblicas americanas, cobijadas por el de la España descubridora” en Wattiling, aceptando que fuera la primera
tierra que pisó el Almirante por él descripta con admiración en su diario, el sábado
13 de octubre: “Esta isla es bien grande y
muy llana y de árboles muy verdes y muchas aguas y una laguna en medio muy
grande, sin ninguna montaña, y toda ella verde qu´es plazer de mirarla.”[11]
NOTICIAS BIOGRÁFICAS DE EFRAIN H. GÓMEZ LANGENHEIM
El profesor Efraín Honorio Gómez
Langenheim nació el 10 de febrero de 1910 en Bahía Blanca, hijo del médico
porteño Honorio Pastor Gómez Langenheim
(1861-1950) y de Flora del Carmen García Black (1884-1976), escritora y
periodista que firmó sus libros de narraciones y sus columnas y colaboraciones
en El Pueblo, La Nación, La Prensa, Democracia y Plus Ultra, entre otros medios
gráficos, con el seudónimo “Carmen Arolf”.
Alumno en La Plata del Colegio San Luis y luego del Colegio Nacional de la
Ciudad de las Diagonales, como ya dijimos obtuvo el título de profesor de Historia
e Instrucción Cívica en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
de la Universidad Nacional de La Plata. Tuvo después una larga actuación en la
docencia secundaria y terciaria normal, destacándose singularmente su desempeño
en el Colegio Nacional Bartolomé Mitre y en la Escuela Normal Ricardo Levene de
la ciudad de Buenos Aires. Tanto que a su muerte el diario La Nación recordó
que fue un “maestro calificado, que supo
ganarse el respeto y la admiración de sus alumnos”.
Desde 1953 y por varios ciclos lectivos, enseñó Historia de América en la
Escuela Argentina de Periodismo cuya rectoría ocupaba el renombrado hombre de
prensa, poeta y folclorólogo santiagueño Carlos Abregú Virreira.
Fue un memorioso evocador
de las personalidades que en muchos casos por vínculos familiares o sociales de
sus mayores conoció en la niñez y adolescencia como su tío Rafael Obligado, el
obispo Miguel Ángel de Andrea, el constitucionalista Carlos Sánchez Viamonte -su
viejo profesor de Instrucción Cívica en el Colegio Nacional de La Plata-, el
médico y escritor sanjuanino Narciso Mallea –padre del novelista Eduardo- o el
mismísimo presidente de la Nación Marcelo T. de Alvear a quien en la niñez su
padre vacunó siendo practicante. Y esto al tiempo que en tanto severo estudioso
de la historia argentina y americana se daba a rastrear hasta dar con el dato fidedigno
y revelador en archivos y bibliotecas. Así este vecino por décadas del barrio
de Balvanera y habitual cliente de sus confiterías y cafés característicos como
“El Molino” y “Los treinta y seis billares”, donde compartió mesas y diálogos con
el historiador de la policía y criminólogo Comisario Inspector Francisco Luis
Romay y con el estudioso sanmartiniano y Subdirector del Archivo General de la
Nación profesor Alfredo J. Villegas, participó con ponencias en congresos científicos
de su especialidad como el Primer Congreso de Historia de Catamarca celebrado
en octubre de 1958 o en las Jornadas Archivológicas celebradas en la ciudad de
Córdoba en agosto de 1959, organizadas por el Instituto de Estudios Americanistas
de la Universidad Nacional de Córdoba. Como publicista colaboró en Archivum,
órgano de la Junta de Historia Eclesiástica Argentina, El Faro de Colón de la
República Dominicana y en numerosas
oportunidades en el suplemento cultural de La Nación. En 1976 reeditó ampliado
su estudio “Fray Luis Beltrán últimos años del fraile soldado (1824-1827)”,
inicialmente publicado en opúsculo por los Cuadernos Franciscanos de Salta. En
referencia a esta obra afirmó Vicente Osvaldo Cutolo al trazar la biografía de
Beltrán en el tomo I de su Nuevo Diccionario Biográfico Argentino: “las más completas noticias acerca de la
sepultura de Beltrán se consignan en el libro de Efraín H. Gómez Langenheim (…)
Gómez Langenheim, localizó el asiento donde consta el ingreso de dichos restos
a la mencionada necrópolis” (de La Recoleta). Y cabe anotar también que desde
1984 y hasta que duró la sección Fechas Históricas del diario La Prensa en su
antiguo formato grande, se puntualizaba allí cada 8 de diciembre, día de la
muerte del padre Beltrán: “Generalmente
se afirma que nació en 1784 en Mendoza, pero según las investigaciones del
profesor Efraín H. Gómez Langenheim, en verdad nació en una carreta en viaje a
Mendoza cuando se hallaba aún en territorio sanjuanino, siendo hijo de padre
francés y madre sanjuanina, doña Manuela Bustos.”
Perteneció a
varias instituciones de carácter histórico como
la Asociación Los Amigos de la
Justicia Histórica que presidió el jurista Donato Santiago Criscuolo y de la
que Gómez Langenheim suscribió el acta
fundacional el 9 de julio de 1956, junto al embajador Enrique Loudet, el
coronel Salvador Figueroa Michel, el diplomático y jurista Aldo Armando Cocca,
los historiadores Carlos Gregorio Romero Sosa y Vicente Osvaldo Cutolo y el
periodista y poeta Domingo V. Gallardo;
la Asociación Argentino Peruana presidida por el historiador correntino H.
Figuerero, en cuya representación Gómez Langenheim disertó en importantes tribunas y la Comisión Permanente
de Homenaje al doctor Ricardo Levene bajo la presidencia honoraria de Arturo Frondizi.
Casado desde 1951 con la docente salteña Rita
Lagar -fallecida en 1976-, el profesor Efraín H. Gómez Langenheim murió en
Buenos Aires el 3 de febrero de 1985 una semana antes de cumplir setenta y
cinco años. Desde tiempo atrás como lo solíamos recordar con su sobrino el ex
canciller Carlos Alberto Florit, redactaba un estudio sobre historia y proyecciones geopolíticas del Canal de Beagle que ha quedado inédito en
poder de su hijo Ernesto Efraín Gómez Langenheim Lagar.-
(Carlos María Romero Sosa, se publicó en la revista Historia,
Nro. 142 correspondiente a junio-agosto de 2016)
[1] La Nación, domingo 9 de junio de 2013. Página 26.-
[2] La
Prensa, 10 de octubre de 1982.-
[3] Julio Irazusta: El empirismo de Colón.
[4] La
Nación, 10 de octubre de 2009.-
[5] Germán Arciniegas: Los
huesos del Almirante. La
Nación, 4 de marzo de 1989.-
[6] Pedro Henríquez Ureña: Versos.
Edición y prólogo de Néstor E.
Rodríguez. Editora Nacional. Santo Domingo. República dominicana, 2012.-
[7] Vicente Osvaldo Cutolo: Historiadores
argentinos y americanos. Casa Pardo S.A. Buenos Aires, 1966. Página 165.-
[8] Clarín, 8 de febrero de
1985: Nota necrológica titulada: Prof. Efraín H. Gómez Langenheim. Su
fallecimiento.-
[9] El archipiélago de
Bahamas o Mancomunidad de Bahamas recién se independizó de Gran Bretaña, dentro
del Commonwealth, el 10 de julio de 1973.-
[11]
Se habla también del Cayo Samaná y de otras islas e islotes también en
Bahamas.-