domingo, 20 de noviembre de 2016

EL FRUTO AGRIO DE UN POPULISMO DE DERECHA




                                          Ganó el candidato Donald Trump la presidencia de los Estados Unidos de América; y si ello fue posible es porque además de su legión de votantes hizo mucho por el triunfo el “establishment”, al que la cúpula del Partido Demócrata no es ajena. Sus principales líderes,  por de pronto,  impidieron quizá con malas artes,  la postulación del senador socialista Bernie Sanders que tal vez  hubiera obtenido otro resultado, puestos a ejercitar  la historia contrafáctica.
                                                    Bien dice el refrán que no se puede escupir al cielo y tanto se atacó a los llamados “populismos latinoamericanos” desde el Norte, con previsible y en extremo repetitivo eco en las serviles oligarquías locales, que ahora todos deberán beber el fruto agrio de otro populismo, de derecha eso sí para no sumar aún más intranquilidad a los que mueven las palancas del capitalismo internacional. Los analistas hablan de un voto de la clase media baja de raza blanca que habría inclinado la balanza, cosa que genera una suerte de  vértigo temporal ante el dato de una  no cancelada realidad racista escapada de “La cabaña del tío Tom”. Por eso mientras los poderes mundiales, salvo el ex KGB Putin, miran con recelo a Trump, en verdad habría que preocuparse por sus votantes. Porque más allá de que el sistema tenga anticuerpos para neutralizar al nuevo presidente, según la explicación del politólogo  Loris Zanatta, y que en los hechos no pueda llevar a cabo su delirante programa  contra la inmigración, desarrollar un proteccionismo en grado autista que con  prudencia podría ser beneficioso para la reactivación industrial, dar por tierra con el plan de seguridad social de Obama o practicar un extremismo belicista, sabemos sí que sus partidarios sufragaron por todas o algunas de esas consignas y seguramente se sentirán contrariados en caso de moderarse el nuevo huésped de la Casa Blanca.  ¿Derecho a equivocarse de la ciudadanía? Puede ser, aunque cabe recordar que Hitler había escrito ya “Mi lucha” cuando fue plebiscitado.
                                                      Se comprende la frustración económica de amplios sectores de la población, se toma nota de la crisis de representatividad de los dos grandes partidos históricos e incluso de la mala imagen de su contrincante. Más difícil será pasar por alto desde una perspectiva ética el egoísmo del sálvese quien pueda y  la ausencia de solidaridad  demostrada al  votar por un misógino, discriminador, abusador, violento verbal y sin experiencia en la función pública. Se comprueba aquí que es un mal generalizado la identificación con los poderosos por parte de aquellos a los que los poderosos desprecian.
                                                     Poco importa la derrota de la señora Clinton: en la democracia se gana o pierde y lo único lamentable es desentenderse de los valores democráticos y progresistas en las disputas electorales. En ese sentido  los vencidos han sido  Kennedy y Carter, el Reverendo Martin Luther King y Malcom X, las luchadoras de color Claudette Colvin y Rosa Parks, la activista por los derechos humanos Patricia Derian, el senador Edward Kennedy enemigo declarado de las dictaduras latinoamericanas, el recientemente fallecido militante contra la Guerra de Vietnam Tom Hayden, Joan Baez, Bob Dylan, el lingüista Noam Chomsky y sin duda buena parte de la opinión pública norteamericana que hasta hace sentir su repudio en las calles de varias ciudades, en tanto  el Ku Klux Klan –lo informó  La Nación del 12 de noviembre del corriente-  preparaba un acto en un lugar a determinar para celebrar el triunfo.

                                                    “Los Estados Unidos son potentes y grandes”, escribió Rubén Darío en su crítico poema a Theodore Roosevelt. Sólo que esa potencia y grandeza ciertas han dado desde antiguo para tejer leyendas e ilusiones; como que ya Alexis de  Tocqueville,  invisibilizando la esclavitud, interpretó que la ventaja de los americanos es que nacieron iguales y no tuvieron que luchar por ello. Y como que también el tan mentado “sueño americano”,  es  cada vez menos conciliado allá. Por eso y porque difícilmente un energúmeno resuelva nada, suena  más que oportuno el SOS  lanzado por el ex presidente uruguayo José Mujica: “!Socorro!

(Carlos María Romero Sosa. Se publicó en Salta Libre. Net y se reprodujo con el título "Las elecciones en los Estados Unidos" en la revista Con Nuestra  América) 

sábado, 12 de noviembre de 2016

PRÓLOGO AL LIBRO DE SONETOS DE PEDRO VIVES HEREDIA: "HUMO Y CENIZA"






                           Dice Platón en el diálogo Lisis, que el dios induce a lo semejantes a que se  conozcan dando así paso a la amistad. Para la reciente aunque intensa camaradería espiritual que me honro en tener y mantener activa con Pedro Vives Heredia desde el pasado año 2015, no sé qué demiurgo me habrá llevado a encender el televisor una noche de domingo y descubrir, sorteando programas de comentarios futbolísticos o de  denuncias de corrupción política enfocadas de manera unidimensional, uno ciertamente  interesante sobre Alfredo  Palacios, exhibido en ocasión de cumplirse por esos días los cincuenta años de la muerte del primer diputado socialista de América.
                                           En uno de sus bloques, reportearon a quien fuera su secretario privado durante ocho años: justamente  Pedro Vives Heredia; un nombre para mí familiar, ya que había leído con provecho y conservado al alcance de la mano para la morosa y enriquecedora relectura  su libro: “Alfredo Palacios en la intimidad”, publicado en 2008 con prólogo del Diputado Nacional (M.C) y esforzado defensor de justas y vapuleadas causas como la de los derechos del consumidor, doctor Héctor Polino. Pero una cosa es leer y otra escuchar a Pedro en el desgranar de los recuerdos del  promotor en el año 1904 de la primera ley obrera argentina: el descanso hebdomadario o semanal, que sancionó el Congreso Nacional en 1905 bajo el número 4.461. 
                                          Tanto me interesó su amena forma de contar, aquella noche, las anécdotas de ese casi decenio de trato cotidiano con el prócer de la justicia social, la defensa de los derechos humanos, la militancia latinoamericanista y la soberanía de las Islas Malvinas, que el lunes inmediato al programa busqué su número telefónico y lo llamé para felicitarlo. No bien oí su voz al presentarme, advertí que traducía en la calidez y cordialidad de su tono, un trasfondo de  fineza espiritual nada común en tiempos de grosería y generalizado desinterés por los semejantes, salvo cuando se los imagina como “contactos” ventajosos.
                                       Me impresionó también la generosidad con la que me ofreció sus libros, al punto de solicitarme al comienzo nomás de la charla la dirección para enviarme algunos de ellos. Así pude conocer  su versión castellana, con eruditas notas explicativas,  de “Los sonetos de amor de William Shakespeare”; un monumental esfuerzo de traducción del genio ingles que pocos en la Argentina abordaron a excepción de  Mariano de Vedia y Mitre, Manuel Mujica Láinez, que entiendo no tradujo todos los sonetos, o  Ángel J. Batisttessa, que en su volumen “Shakespeare en sus textos: Oír con los ojos”, de 1979, trasladó varios de ellos a nuestra lengua.  
                                      Logré también disfrutar de su novela en parte autobiográfica y en mucho costumbrista: “Obligado y Olazábal”; divertirme con sus crónicas de aguda crítica social de “La capa de la reina y otros escándalos”;  volver nostálgicamente a mi adolescencia con  las prosas de “1969 El año en que el hombre llegó a la luna” y  por supuesto admirar, entre otros, sus poemarios conteniendo sonetos, haikus y octavas reales: “Erato contra la muerte”, “Claveles rojos y rosas blancas” y “Sonetos a la amada ausente”.       
                                        Y así, entre mutuos intercambios de material editado, ya que igualmente le remití algunos de mis libros, sellamos la amistad con encuentros, al principio  “tercerizados” a través de correos electrónicos o mensajes dejados en el teléfono, las formas o medios de comunicación propios de la hipermodernidad a los que ambos  tratamos sin embargo de insuflarles algo del  Yo-Tu buberiano. Luego la afianzamos con diálogos directos en la mesa de algún café porteño,  conversaciones en las que fueron apareciendo  los nombres de  varias personas que en común estimamos, valoramos y más o menos frecuentamos: además del ya nombrado dirigente socialista Héctor Polino, el científico y escritor Eduardo Vadell y su madre la poeta y  traductora  de la lengua griega y  francesa, la profesora graduada en Filosofía y Letras María Amelia Marroquín. A  la tertulia cultural que ella animaba en su hogar, imagino que concurrió en más de una ocasión Pedro, coincidiendo allí con el mencionado maestro Batisttessa y con los asiduos  Arturo Berenguer Carisomo o  Bernardo Ezequiel Koremblit.         
                                         
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                                    De Pedro Vives Heredia, abogado experto en temas de minoridad, periodista, novelista, narrador, traductor, poeta, fundador junto a su esposa fallecida hace una década, la trabajadora social Marta Díaz Ferreyra, de la revista especializada “Cuadernos de sociopatología en servicio social”, puede afirmarse que es un oficiante diario de la literatura y claro está que en su caso los resultados justifican el ejercicio del “Nulla dies sine linea”, según la  sentencia atribuida al griego Apeles que recogió Plinio el Viejo.
                                  Cada producción de género  lírico o de ficción a la que pone punto final, sabe dar sentido al previo desafío de haberse sentado el escritor frente al  papel en blanco para tratar  “cosas de fundamento”, como dice Martín Fierro.  Y bien que hoy, a más de ocho décadas de serle revelada, avalan su inicial vocación  por las letras las muchas páginas suyas en prosa o verso dictadas por la madurez creadora, siempre con gracia, inspiración, fineza, justificación en la sinceridad y el mensaje edificante. Más allá de contar también con una ajustada  técnica  de elaboración: oficio como se le  llama, aunque si es lo mínimo puesto en una obra sólo representará el avaro sustituto de la sangre del corazón; algo que no sucede jamás con nuestro autor, para quien no vale la pena emprenderla así y fijar palabras sin trozos de espíritu.
                                           Vives Heredia da cuenta de su amistad con el mundo de la vida en “Humo y ceniza”, un sonetario donde conviven la seriedad y el humor, el clasicismo formal y ciertos juegos métricos, la espontaneidad y una bien asimilada preceptiva literaria, un margen de subjetivismo sin exageración autista e incitadores datos del exterior que sazonan esa interioridad al punto de que lo ajeno: “A beber esta copa me convida/ e impulsa con llamados persistentes”.
                                        Quizá el título dice poco del contenido con más fuego que “vejez de fuego”. Y aunque hay derroche de ingenio en algunas piezas, subyace al cabo la sensibilidad y la  intuición del autor para admitir que el arte debe ser “de verde eternidad, no de proezas”, tal como lo expresó Borges.
                                        Los finales rotundos de cada soneto, sostenidos en los dos versos pareados según la exigencia del tradicional soneto  inglés, no niegan la posibilidad de encadenar cada composición  con la siguiente, en un rosario de intenciones, homenajes -por ejemplo en el acróstico a su compañero de estudios primarios y hasta segundo año del bachillerato, el constitucionalista y poeta secreto Germán Bidart Campos-;  inquietudes y nostalgias varias: “aletea el recuerdo que me acosa/ trayendo hasta el presente lo pasado/ revivido en sombría nebulosa.”;  invocaciones al ser amado ausente: “¡Qué situación penosa es hoy la mía/ faltando la mujer a quien quería!”; y hasta consuelos para sí mismo en los momentos de quebranto, precisamente cuando: “Escondidos en versos que compongo/ ocultos llevo mi dolor y llanto.”
                                        Las composiciones que reúne “Humo y ceniza”, en tanto reveladoras sin tapujos ni maniobras crípticas de los estados de ánimos que las inspiraron, hacen que  el libro resulte un diario de viaje existencial, la documentación de un periplo que en sus oscilantes grados de angustia y felicidad, ha sido amorosamente  pulido por el color y el calor que refleja en el alma el ideal de la belleza.           
                                                        

CARLOS MARÍA ROMERO SOSA,

Buenos Aires, 21 de septiembre de 2016

sábado, 5 de noviembre de 2016

LAS IDEAS ECONÓMICAS DE SAN JUAN PABLO II EXPUESTAS EN UN LIBRO



                              
                                               Eduardo Rafael Carrasco (1948-2013) fue un profesional de la economía de firme concepción humanista, un probo funcionario público -con actuación en áreas de su especialidad como la macroeconomía y la ética empresarial-, un docente universitario que supo despertar el respeto y la admiración de sus alumnos, un comunicador responsable y un formador de opinión a través de programas en televisión por cable como “Padres de familia”. Y  todas estas facetas de su personalidad eran resultantes de un catolicismo militante y del consiguiente afán de “Instaurare omnia in Christo”, según la consigna de San Pablo.
                                                  Sucede que este licenciado en economía,  graduado en 1974 en la Universidad del Salvador, dirigió su accionar académico y laboral a insuflar contenidos sociales y morales a la ciencia de su especialidad: “toda actividad humana puede ser vista desde el punto de vista ético”, escribió y en efecto su prédica y acción en pos del bien común estaban en la antítesis de la visión del  economicismo  aniquilador del sujeto según los efectos prácticos de las devastadoras experiencias del neoliberalismo, por ejemplo en tristes procesos llevados a cabo en Latinoamérica.
                                                 Consecuente con su ideario humanista y humanitario se dio a estudiar con especial interés el pensamiento económico de San Juan Pablo II expresado en sus encíclicas, exhortaciones, cartas apostólicas y discursos ofrecidos en diversos ámbitos internacionales. Resultado de ello fue la tesis doctoral que Carrasco presentó con carácter  póstumo a la Universidad Católica de La Plata bajo el título: “San Juan Pablo II Maestro de Economía” y que editó esa casa de estudios en  un volumen de 420 páginas.  
                                               Demostró allí el doctorando a través de las muchas y oportunas citas extraídas de esos y otros muchos documentos compulsados, que temas tales como el desarrollo -el auténtico y sustentable  desarrollo que busca satisfacer las verdaderas necesidades populares, a punto de ser llamado “ese nuevo nombre de la paz”  por  Paulo VI en la encíclica “Populorum Progressio”- o la cuestión de la deuda externa de los países pobres y  lo relativo al trabajo humano y al salario justo que enfocó el papa polaco en la encíclica “Laborem Excercens” de 1981, aparecida a los 90 años de la “Rerum Novarum” de León XIII, sobre la situación de los obreros,  fueron preocupaciones centrales en su pensamiento teológico y antropológico y por lo tanto merecieron  la exégesis de Eduardo Rafael  Carrasco.  
                                           Podrá acordarse o no con ciertas visiones en materia social que fiel al magisterio de la Iglesia “aggiornó” o a veces no tanto el pontífice, obrero en su juventud, recientemente canonizado por Francisco. Así fue su previsible rechazo a la lucha de clases de cuño marxista y por el contrario su impulso a la cooperación entre los distintos estamentos de la comunidad. Claro que en esta etapa de acumulación del capitalismo caracterizada por los oligopolios, la cartelización, la rigidez de los mercados y la desatada especulación financiera, resulta algo ilusorio plantear tal cooperación cuando en los países dependientes, las burguesías se identifican cultural y económicamente con los poderes internacionales y si pueden transfieren sus beneficios a paraísos fiscales evadiendo las cargas tributarias locales con desatención a los más elementales deberes  de solidaridad social. Naturalmente no hay absolutos al respecto y aquí y allá se ejercita la responsabilidad social empresaria y hasta se dio la singularidad en el país de la existencia y labor del empresario Enrique  Shaw hoy en proceso de canonización. Sólo que son  excepciones  que no hacen a la desigual –en posibilidades- puja distributiva: esa  denominación actual y más digerible de la lucha de clases.        
                                     Sin embargo y pese a poder observarse con objetividad, sino en los escritos de Carrasco sí en la historia del extenso pontificado de Juan Pablo II algunas posiciones políticas por cierto conservadoras, no hay que olvidar que en la década de los 90 del pasado siglo, cuando muchos creían irreversible el triunfo global del capitalismo y el fin de la historia proclamado por Fukuyama -aquel asesor del presidente  Reagan-, apenas una voz, la del Vicario de Cristo, se elevaba al mundo para proclamar, por ejemplo: “todo lo que está contenido en el concepto de “capital” en sentido restringido es un conjunto de cosas. El hombre como sujeto del trabajo, e  independientemente del trabajo que realiza, el hombre, él sólo, es una persona.” Ya en la encíclica “Laboren Exercens” había manifestado: “el trabajo lleva en sí un signo particular del hombre y de la humanidad, el signo de la persona activa en medio de una comunidad de personas; este signo determina su característica interior y constituye en cierto sentido su misma naturaleza”; una valoración del hombre y de su labor “pane lucrando”, por más humilde que esta sea, a tono con lo que manifestó  en una de las homilías pronunciadas entre 1951 y 1971 y recogidas en su libro “Es Cristo que pasa”, Josémaría Escrivá de Balaguer, -canonizado durante el ponficado de Wojtyla en el año 2002-, un santo de nuestro tiempo cuya Obra tanto apreció el obispo mártir salvadoreño Oscar Arnulfo Romero: “Es hora de que los cristianos digamos muy alto que el trabajo es un don de Dios, y que no tiene ningún sentido dividir a los hombres en diversas categorías según los tipos de trabajo, considerando unas tareas más nobles que otras. El trabajo, todo trabajo, es testimonio de la dignidad del hombre”.   
                                 Juan Pablo II recordó en una entrevista publicada en La Stampa de Turín el 2 de noviembre de 1993, escandalizando sin duda a más de un ultra integrista porque sabido es que tuvo por entonces la Iglesia sangrías desde la derecha: “hay semillas de verdad incluso en el programa socialista que no deben perderse. Los protagonistas del capitalismo a ultranza tienden a desconocer incluso las cosas buenas realizadas por el comunismo: la lucha contra el desempleo, la preocupación por los pobres”. Reclamó frente a los que apostaban a un solo orden económico mundial: “La Iglesia no tiene modelos para proponer. Los modelos reales y verdaderamente eficaces pueden nacer solamente de las diversas situaciones históricas, gracias al esfuerzo de todos los responsables”. Y  más allá de su discutible oposición a la Teología de la Liberación -con algunos de cuyos representantes como el nicaragüense Ernesto Cardenal, fue más duro que con los religiosos pedófilos-, también  con elocuentes símbolos de gestos y palabras, abrazó y besó a Don Helder Cámara, el obispo de Recife tan calumniado por los terratenientes brasileños que lo tildaron de “Obispo rojo”,  y lo  proclamó ante el mundo: “hermano de los pobres y hermano mío”.     
                                             Seguramente muchos católicos comprometidos primero con la promoción del hombre y los pueblos hacia los valores de la justicia, la paz, la educación y la familia,  según reza el documento que  suscribieron los obispos en Medellín en 1968 y después con la opción preferencial por los pobres que explicitaron en Puebla en 1979, en la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano; los creyentes probados en la unidad de acción por la justicia social y los derechos humanos con sectores de la izquierda y ya libres de prejuicios de pronunciar  el término “socialismo” aliviándolo por cierto de todo lastre materialista y cientificista, sentirán hoy y habrán sentido ayer, como de hecho lo sentimos y lamentamos en su momento, que se quedó algo corto aquel Papa víctima del nazismo y el estalinismo, en sus críticas al capitalismo y a los gobiernos que mancillaban los derechos humanos como la dictadura argentina. Pero son puntos de vista por supuesto que bien vale confrontar con otras posiciones por demás autorizadas.  Así el magistrado y tratadista en Derecho Laboral, Rodolfo Ernesto Capón Filas dijo en 2004, en su voto en los autos “Salinas, N C/ Compañía de Telecomunicaciones y Seguridad S.R.L y otros S/Despido”: “Juan Pablo II construye el concepto de trabajo desde los orígenes eco-sistémicos hasta los alcances del socio-sistema en lo referente a la personalidad del trabajador, a su familia, a la Nación.”    

                                            Lo concreto es que este enjundioso libro  de lectura y consulta para especialistas y público en general, fruto de la  pasión por la verdad y la dedicación a fundamentarla, sin pretender el autor adueñarse de ella con actitud dogmática; que esta tesis   doctoral resultado de buscar  con buena ciencia escolástica la coincidencia entre fe y razón podrá y deberá situarse en las bibliotecas, por ejemplo, junto a la ya clásica obra del religioso austriaco, jurista y teólogo  Johannes Messner: “Ética social, política y económica a la luz del derecho natural”.    

(Carlos María Romero Sosa, se publicó en La Prensa, el 30 de octubre de 2016, bajo el título "La dignidad humana en primer plano" y se reprodujo en las publicaciones "Con Nuestra América" de Costa Rica y "Salta Libre.net")