domingo, 26 de marzo de 2017
sábado, 25 de marzo de 2017
VICISITUDES DE LA HUELGA DOCENTE
“Que ser cobarde no valga la pena”
canta Joaquín Sabina; y aunque para evitar generalizaciones no corresponda tachar
de ser tales a los docentes que por distintos motivos concurren a dar clase en
la provincia de Buenos Aires en vez de adherir al paro dispuesto por los
gremios, el inverosímil y para colmo
exiguo premio ofrecido por la gobernadora Vidal a quienes rompan la huelga: 1.000
pesos, dos “yaguaretés” apenas, permite
afirmar que para este conflicto, por de pronto, puede darse por cumplida
la idealista y ética aspiración del artista
español.
Nada es sencillo en el
mundo de la política, menos laudar en
forma salomónica en la puja distributiva siempre sectorial. Y cuánto más si una
de las fracciones es el Estado en tanto empleador y sus representantes los
interpelados por las demandas salariales
y de mejores condiciones de trabajo. Pero el hecho de estar del otro lado del
escritorio, es decir en función patronal,
no debe significar enfrentarse de cualquier modo con los trabajadores, avasallándolos
a ellos y a sus organizaciones constituidas de manera legal. Sencillamente
porque así llevará las de ganar el más fuerte que no es otro que el Estado, en
detrimento del espíritu que informa el Derecho Laboral y sus principios
protectorios, precisamente de la parte más débil en la relación de trabajo.
Por eso y más allá de que pueda criticarse la metodología de SUTEBA, incluso
desde un punto de vista táctico ya que a nadie escapa que las huelgas reiteradas
o por tiempo indeterminado terminan por desgastarse, resulta increíble el
mensaje oficial que viene siendo dado con relación a las medidas de fuerza de
los maestros bonaerenses. Primero aparecieron
“voluntarios” rompehuelgas en una campaña mediática que se sospecha con
fundamento organizaron los servicios progubernamentales, bien que cuando ella subió
al tono del escándalo, las autoridades se desligaron del tema
reclamando ser ajenas a esos “espontáneos”
que se decían preocupados por la
ausencia de los niños a las aulas.
Sin embargo, ahora, es por boca de la señora gobernadora que se ha
escuchado la decisión de premiar a los no huelguistas. Un dilate que
se da de bruces con la legislación laboral
vigente en el país, como por ejemplo el artículo 53 de la ley 23.551 de
asociaciones sindicales, que enumera las prácticas desleales y contrarias a la ética de las relaciones
profesionales del trabajo por parte de los empleadores, además de contradecir
las recomendaciones en la materia de la OIT. Y ni qué hablar de los ataques y amenazas al
líder sindical Baradel, del promocionado descuento por cada día no trabajado
por el paro o de las denuncias recogidas
por varios medios de prensa sobre incursiones de personal policial en escuelas
para pedir el listado de los que no concurren a ellas. Y hasta en un “crescendo” de tensión,
el hecho de que el gobierno de la
provincia presentó un informe al ministro de Trabajo de la Nación para que se castigue
a los gremios de la actividad que no acataron una dudosa conciliación
obligatoria, por lo demás objetada por la Justicia.
Como era de esperar en esta guerra sin cuartel promovida desde el poder contra los docentes, van al frente regimientos
de “gurkas” mercenarios, emulando a los ingleses en Malvinas. Se trata de los formadores de opinión de los que algún
permeable público televisivo, devenido lacrimógeno ante las aulas vacías en
estas jornadas de lucha y pestalozziano por su súbita vocación pedagógica, repite zonceras del tipo de “apoyamos el reclamo de
los maestros pero no el paro”, “hay que
discutir la educación pública y no sólo los salarios” o “el secretario general
de SUTEBA, Roberto Baradel, es kirchnerista que pone piedras y el país se
expresó por el cambio”. Ese mismo público habla con liviandad contra la reclamada paritaria
nacional docente exigida por ley nacional,
pone en duda el presentismo de los trabajadores de la educación y cuestiona –esta vez con razón- la deficiente
infraestructura edilicia de las escuelas
públicas; problemas algunos contra los cuales, dicho sea de paso, se precavió en salud la mayoría de los actuales gobernantes que concurrieron
a colegios onerosos y universidades privadas.
Mientras
tanto las movilizaciones de los huelguistas impresionan por su número y por el
apoyo popular que reciben; y en la escalada del conflicto se ha declarado para los próximos días una medida de fuerza a
nivel nacional de los docentes.
(Carlos
María Romero Sosa, se publicó en Salta Libre. net, el 21 de marzo de 2017 y se
reprodujo en la revista Con Nuestra América, de Costa Rica, el 25 de marzo.)
domingo, 19 de marzo de 2017
PEDRO SIWAK: EL COMPROMISO DE UN PERIODISTA CATÓLICO
“Después
de la misa, íbamos a ocupar nuestro puesto en el diario”
André
Frossard
Pedro Siwak (1937-2016) fue un hombre de prensa que ejerció con
ejemplaridad la responsabilidad del arte de informar a sus conciudadanos. Convertido en una
voz respetada de aquel “cuarto poder” que dijera Burke, reunió en sí la inicial
vocación, que maduró con responsabilidad
profesional del periodista de alto nivel. Dio a conocer innumerables artículos noticiosos y formativos;
se involucró en la enseñanza de periodismo en el Instituto Grafotécnico de
Buenos Aires, del que fue director y
participó en entidades de la actividad, como el Club Gente de Prensa, que
cofundó en los años sesenta de la pasada centuria. Por su trayectoria le fue
concedido en 2013 el premio Santa Clara de Asís. Quizá la mejor reseña
biográfica del profesor Siwak sea la
aparecida en la revista AICA, el 22 de enero último, escrita por el doctor Jorge Rouillón, su amigo, colega y en la actualidad presidente del Club Gente de
Prensa.
Siwak, además de sus notas firmadas en diferentes medios, publicó varios libros: “Mateando con Mamerto
Menapace”, “500 años de Evangelización Americana” en tres tomos, “Santos,
beatos, venerables y siervos de Dios”, “Mujeres
protagonistas en la Iglesia
del siglo XX” y “Víctimas y mártires de la década del setenta en la Argentina ”.
Fácil es advertir en todas sus
páginas hasta qué punto llevó el
compromiso con la fe católica que desde la niñez sembraron en su espíritu sus
padres, devotos emigrados ucranianos. Fue la suya una fe asumida
con un oído en el Evangelio y con otro en el pueblo, según el lema de Monseñor
Angelelli. Fiel a ello en el año 2000 dio a conocer el antes mencionado volumen que vio la luz con el sello de la Editorial Guadalupe :
“Víctimas y mártires de la década del setenta en la Argentina ”, donde
estudió la vida y la obra de los religiosos y laicos asesinados por grupos de
ultraderecha durante el lopezrreguismo y más tarde por la dictadura; todos inmolados según sus palabras, “después de jugarse para que los
pobres no sean tan pobres.”
Partió Siwak desde esa jugada perspectiva, desprendiéndose de ella la justeza y justicia con la que llamó “mártires” a los biografiados, en coincidencia con la visión de varios teólogos actuales en
el sentido de que muchos sacrificados de hoy lo son
por testimoniar con su sangre la Justicia y la Verdad y no sólo la Fe ; o quizá dicho de otro modo al proclamar la Fe en Cristo a través de los
valores evangélicos de la Justicia
y la Verdad , una
estimativa pasada por alto por muchos preconciliares atados a la literalidad del “odium fidei”. Sin embargo con la óptica que bien destaca el
autor, se abren nuevas posibilidades de santificaciones y en ese sentido cabría
que el Vaticano reconociera oficialmente la palma así como lo viene haciendo
con las víctimas del sectarismo homicida de extrema izquierda durante la Guerra Civil Española:
uno de ellos el hermano lasallano argentino San Héctor Valdivielso Sáez -cuya
imagen se venera en el templo de San Nicolás de Bari de Buenos Aires, donde fue
bautizado-, a los 16 sacerdotes vascos ajusticiados
por Franco y al presbítero mallorquí Jeroni Alomar Poquet, fusilado al amanecer de 7 de junio de 1937 por
ayudar a escapar hacia Menorca a varios perseguidos políticos. En tanto en el
ámbito Latinoamericano correspondería hacerlo, por ejemplificar sin pretensión
taxativa alguna, con el asesinado obispo guatemalteco Monseñor Juan José
Gerardi o el jesuita salvadoreño Rutilio Grande, ciertamente éste con proceso
de beatificación abierto. Justo es
reconocerlo, el papa Francisco ha dado al respecto muestras de iniciar esa senda con la
canonización del arzobispo de El
Salvador Monseñor Óscar Romero.
Pero volviendo al libro
de Siwak, ya el recorrido por los
títulos de los sucesivos capítulos encabezados con el nombre de las víctimas, produce un estremecimiento al comprobar el
número de sacerdotes, religiosos,
seminaristas y laicos -como la joven Mónica Mignone-
muertos por obra de la represión ilegal. Esa “lista del horror”
expuesta con detalle en las páginas
finales de la obra, incluye con encomiable criterio ecuménico el nombre de
varios miembros de confesiones evangélicas desaparecidos.
Más conocidos unos y menos otros por el público argentino, Siwak
anotició sobre todos ellos con espíritu no de venganza aunque sí reivindicativo
y en ese entendimiento desfilan el padre
Carlos Mugica, los padres palotinos, el padre Gabriel Longeville, el padre
Carlos Murías, el padre Carlos Bustos, el padre
Francisco Soares, los “accidentados” obispos Enrique Angelelli y Carlos Ponce
de León, las hermanas Alice Domon y Leonie Duquet, los seminaristas asuncionistas
Carlos Di Pietro y Raúl Rodríguez o la citada catequista Mónica Mignone.
De manera inevitable los lectores de la obra se preguntarán porqué la Iglesia Argentina miró hacia otro lado cuando se cocinaba el
horror, una omisión criminal salvo honrosas
excepciones, tal la del sacerdote Leonardo Castellani pidiendo
públicamente a Videla el 19 de mayo de 1976 por Haroldo Conti –un ex
seminarista- e interesándose después por la suerte de otros desaparecidos como
Antonio Di Benedetto; o el caso de algunas jerarquías que estuvieron a la
altura de las circunstancias como los Monseñores Jorge Novak, Miguel Hesayne, Jaime
de Nevares, y en buena medida Vicente Zaspe. Justo Laguna y Juan José Iriarte, con quien en su diócesis
de Resistencia trabajó a poco de su ordenación Carlos Mugica. El arzobispo Iriarte, del que Siwak trascribe
una carta en defensa de Mugica dirigida en 1986 a José Gobello –poeta, filólogo,
gran estudioso del lunfardo y amigo generoso, aunque en materia política
abogado de malas causas-, fue acusado en 1977 por los servicios de
inteligencia de haber iniciado “una guerra fría hacia las Fuerzas Armadas.”
Frente
a esta realidad asombra no sólo la falta de humanidad o más adecuadamente de misericordia
de tantos otros pastores que olvidaron
en la comodidad de sus despachos y la seguridad de sus contactos oficiales, aquella
enseñanza de San Agustín presente en “La Ciudad de Dios”: “Episcopatus nomen est honeris, non
honoris”, sino hasta la ausencia de espíritu de cuerpo demostrado
para con sus hermanos en el sacerdocio y por supuesto con el resto de los
desaparecidos. (Refiere Olga Wornat en
su libro “Nuestra Santa Madre”, que en 1979, el Arzobispo de Córdoba, Cardenal Raúl
Primatesta, negó un lugar en su diócesis a la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos para recibir las
denuncias por parte de los familiares de los secuestrados. Y Emilio F. Mignone, un católico devoto, en “Iglesia y Dictadura”, su lacerante Yo
Acuso, fue sin duda el primero que documentó las complicidades de las jerarquías religiosas
con el Proceso).
Trabajos como el presente
despiertan solidaridad en grado de comunión espiritual y confianza en grado de
esperanza en la Iglesia
testimoniante, próxima a los que sufren y ajena a los poderes temporales;
aquella Iglesia a la que perteneció el recientemente fallecido Cardenal y
antiguo Arzobispo de San Pablo, el brasileño
Pablo Evaristo Arns, periodista de ideas también, quien en su libro “La violencia en nuestros
días” escribió haciendo caso omiso a las amenazas de los grupos parapoliciales:
“La violencia contra la libertad de
pensamiento y expresión, es la violencia que afecta al hombre en su expresión
más profunda. El ser destinado a pensar, a buscar la verdad y a participar en
los ideales más elevados de la humanidad jamás debería ser víctima del
terrorismo intelectual o de una violencia que lo disminuyese ante sí mismo y frente a los demás.”
Desde su condición de hombre de prensa asumida como un apostolado, Pedro Siwak, lejos de disminuirse
se elevó en vida al llamar a las cosas por su nombre en tiempos de disimulos e
interesadas estrategias: “Cuando ustedes
digan sí, que sea realmente sí; y, cuando digan no, que sea no. Cualquier otra cosa de más, proviene del maligno”,
se lee en Mateo 5: 37. Y sin duda la
para él postrera jornada del 12 de
octubre de 2016 –al cumplirse el primer mes de su deceso el Cardenal Mario Poli
ofició una misa en su memoria en el templo de Santa Catalina de Siena-, los
mártires y los santos canonizados que estudió y difundió con devoción en sus
libros, obraron la gracia de acompañar su alma a la presencia de Dios.
(Carlos
María Romero Sosa, se publicó en La
Prensa el 12 de marzo de 2017 y se reprodujo en Salta
Libre.net el 14 de marzo de 2017.)
domingo, 5 de marzo de 2017
UNA "CARNEREADA" BIZARRA. SOBRE LOS "VOLUNTARIOS" PARA ROMPER LA HUELGA DOCENTE
No por repetida es menos cierta aquella
rectificación marxista a una máxima de Hegel, en el sentido de que si
los hechos de la historia universal se
repiten, tal lo sostenido por el
filósofo de Stuttgart, ocurren primero como tragedia y después como farsa,
según lo expuso el filósofo y revolucionario de Tréveris en la obra “Dieciocho de
Brumario de Luis Napoleón”.
De considerar entonces la vigencia de este último precepto, qué otra
cosa puede decirse en la Argentina del ajuste macrista, de la risible autopostulación, a través de
las redes sociales, de un grupo –y “grupo” seguramente
también en el sentido lunfardo de mentira- de presuntos voluntarios decididos a
romper la huelga docente dispuesta por
las organizaciones que representan a los maestros para el 6 y 7 de marzo
próximo. Una medida de fuerza que se decidió después de que el gobierno de la provincia
de Buenos Aires, más allá de los mohines
mediáticos de la señora Vidal, se
mantuvo firme en ofrecer sólo el 18% de
aumento con una presunta cláusula gatillo por si se dispara la inflación este
año, dejando de lado la pérdida salarial sufrida el 2016.
La delirante
oferta de concurrir a las aulas “para que los chicos no pierdan días de clase” -“no soy maestro
pero seré voluntario,” escribió en un “tweet” alguien en
la versión más bizarra del realismo
mágico nativo-, por parte de personajes
de existencia real o no, es algo que
debería avergonzar a todos: “El macrismo puso en marcha una operación mediática
para atacar a los docentes a través del call center que suele
utilizar para hacer el trabajo sucio en las redes sociales”, denunció la
Unión de Trabajadores de la Educación (UTE).
Aunque farsa y payasada como suena a las claras, no deja de traer a la
memoria el recuerdo, ese sí que infausto, de los rompehuelgas de antaño, en los tiempos
heroicos de las primeras luchas sindicales en el país, usados a la vez que
despreciados socialmente como que nadie en su sano juicio los hubiera propuesto
como ejemplo ni reporteado.
Rompehuelgas fueron aquellos contratados por la fábrica metalúrgica
Vasena para sustituir a los obreros de paro en la tristemente ocultada por
décadas Semana Trágica de enero de 1919, ocurrida bajo el gobierno radical de
Hipólito Yrigoyen. O algo después los “carneros” ofrecidos a los patrones
preocupados por el ausentismo revolucionario por la parapolicial Liga
Patriótica Argentina de Manuel Carlés, una contradictoria y polémica figura
pública de las iniciales décadas del siglo XX a quien el Poder Ejecutivo
Nacional designó Interventor Federal en Salta, cargo que ocupó
entre agosto de 1918 a enero de 1919. (Carlés, pese a su pensamiento
reaccionario, fue autor de la primera ley de jubilación obrera en la República
Argentina, correspondiente a los trabajadores ferroviarios, proyecto que elogió
Alfredo Palacios en su libro “La justicia social”.)
Hay cosas con las que no se debe jugar y una de ellas corresponde a los
legítimos reclamos ajenos. Tanto más que nadie a la fecha, tampoco la
gobernadora bonaerense según se la escuchó decir, pone en duda la justicia de la pretensión del
sector a la que no obstante considera instrumentada en forma política, como si
no fuera también una decisión política su
negativa a darle curso.
Los docentes argentinos, y sobre toda las docentes, vienen desde
lejos sufriendo todo tipo de postergaciones y marginaciones. Al respecto convendría releer la novela de Manuel Gálvez “La maestra normal” publicada en
1914. Pero si sucesivas administraciones no han dado en la tecla con una vía de
solución al tema educativo, contexto en el que el salario de sus trabajadores
no es algo menor, será porque no ha habido en el pasado ni existe ahora voluntad
política de cerrarlo. Y eso que la historia reciente marca hechos
paradigmáticos de la lucha docente, desde la Marcha Blanca de CTERA
(Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina) de
1988 y la Carpa Blanca instalada frente al Congreso Nacional durante el
menemismo, a las declaraciones, movilizaciones y huelgas de los últimos años; y
no es ocioso recordar que la mismísima presidenta Cristina Kirchner trató poco
menos que de vagos a maestros y maestras
en una alocución televisiva.
Entre tanta promesa incumplida y eslogan de campaña sin voluntad alguna
de realizar desde el poder, porque habrá que atender las prioridades de los
grupos de presión y las corporaciones vinculadas al sector financiero
internacional, debiera la ciudadanía rescatar y homenajear un nombre: el del
profesor Alfredo Bravo, aquel militante socialista y abanderado de los derechos
humanos nombrado secretario de Educación por el doctor Raúl Alfonsín. Había
sido en 1973 secretario general de CTERA y cuando la entidad se declaró en
huelga en 1987, Bravo cruzó el espacio que separaba al funcionario con rango de viceministro del
viejo luchador sindical y ex desaparecido durante la dictadura. Sin más, y
sumado al hecho de estar en desacuerdo con las leyes de obediencia debida y
punto final arrancadas a la democracia por los carapintadas, renunció al cargo convencido de la justicia
del combate que entablaban sus antiguos
compañeros docentes con los que no quiso enfrentarse.
En tiempos en que las
estadísticas son uno de los poderes más reverenciados, cabe preguntarse cuántos
Alfredo Bravo precisa esta Argentina de la decadencia, el acomodo, la
“transfugada” y, para peor, de tanto
“zonzo con mando” al decir del padre Leonardo Castellani.
(Carlos María Romero Sosa. Se dio a conocer en la publicación Con Nuestra América, de Costa Rica el 4 de marzo de 2017; y el 1ero. de marzo, bajo el título "Reclamos ajenos" y con el texto algo reducido, apareció en La Prensa, en la sección Correo de Lectores.)
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