Aunque por esas
cosas de los apuros cotidianos hacía un par de años o algo más que no nos
comunicábamos, no olvido la
característica telefónica de Lily Sosa de Newton: 4632; y si los pienso tampoco del resto de los números. La llamaba a
menudo y la veía mientras los horarios docentes
me permitieron visitarla en su
departamento de la calle Coronel Bonorino 82, en el barrio de Flores: una gran
biblioteca adornada o resguardada tal vez de
algún colega historiador cleptómano de libros, por un sinnúmero de pequeños gatos de porcelana.
¿Dónde
estarán unos y otros hoy? Tanto más que el pasado 24 de octubre de 2016, cuando
aún estaba viva pero internada contra su voluntad en un geriátrico suburbano, el grupo de amigos y lectores suyos que nos convocamos en el ámbito de la Comuna II de la CABA para celebrar su
cumpleaños en ausencia, fuimos testigos de las denuncias públicas de los organizadores de la reunión: la
escritora y periodista había sido quizá despojada de su propiedad y lo peor, se
dijo, que desapareció la última versión
de su clásico “Diccionario biográfico de mujeres argentinas” volcado por
ella en la computadora con múltiples actualizaciones, ampliaciones y correcciones.
Muy extraña
resulta esa pérdida, porque además de hacerlo en la PC , un instrumento que manejaba
con pericia digna de alguien con muchas décadas menos, copiaba en resguardo de
eventualidades cada documento modificado en un diskette cuando los había y al aparecer en el mercado el pendrive, en ese otro soporte más seguro.
Será cosa entonces de agotar la búsqueda de tales elementos sin darnos
por vencidos en la tarea, porque la obra de Lily en rescate de la memoria de
miles de mujeres nativas o avecinadas en el país, constituye un inestimable
patrimonio cultural de la
Nación y en cuanto a su agotado Diccionario, ya se empieza a conocer por “el Sosa de
Newton”, como una suerte de “Moliner” local, por cierto no gramatical y sí
biográfico e imbuido de un feminismo esclarecedor y no dado a la confrontación,
aunque fruto digno de parangonarse en laboriosidad y erudición en su materia con
el mítico “Diccionario del uso del español” de la filóloga zaragozana.
Sé de las puertas que infructuosamente tocó
para conseguir que fuera reeditado; las primeras ediciones son de Plus Ultra, editorial donde se desempeñó mucho tiempo en las
funciones de directora de prensa y relaciones públicas. Hace alrededor de un quinquenio comentaba
ilusionada que el gobierno de la
Ciudad de Buenos Aires o su Ministerio de Cultura tenían
intenciones de hacerlo, lo que no ocurrió y la desalentó bastante.
Esta mujer
de excepción nacida en Morón en 1920 y fallecida en Ciudadela el 13 de mayo de
2017, fue pionera en el estudio de las figuras de su sexo de actuación en las más
diversas actividades, como las letras, las artes, la actuación, las ciencias,
las profesiones liberales, la beneficencia, la política y el deporte. Notorias
algunas y menos buena parte de las incluidas, Lily en tanto investigadora insomne,
rastreó en archivos y bibliotecas biografías y bibliografías de ellas y sobre
ellas y reunió así miles de fichas no
sólo para el Diccionario sino también para otros libros de su autoría como “Las
argentinas de ayer a hoy” (1967), “Narradoras argentinas” (1995), “Las protagonistas”
(1998), “Las argentinas y su historia” (2007) y numerosos artículos dados a
conocer en diarios y revistas especializadas. Antecedentes en el tema como “Mujeres
de América”, de Juan José de Soiza Reilly (1930) o “Grandes mujeres de América” (1945) de J. Luis
Trenti Rocamora, aparte de extenderse a figuras de la Colonia y patricias de
otros lugares del Continente, centraron la atención no en personalidades
desconocidas sino en todo caso olvidadas. En cambio la tarea suya fue circunscripta al país y dirigida a toda
mujer que valiera la pena memorar.
Obras ajenas a
su pluma como el opúsculo “Genio y figura de mujeres americanas” de Amalia René
S. del Castillo (1985), el libro colectivo “Mujeres argentinas” (1998), que
prologó María Esther de Miguel y es una selección de textos debidos, entre
otras creadoras, a Alicia Dujovne Ortiz y Marta Cichero o “Mujeres salteñas”,
de Roberto G. Vitry, por citar tres
ejemplos, tienen mucho de su impronta reivindicativa de la “mitad invisible de la historia” según el
titulo del historiador Luis Vitale. Otro tanto puede decirse de la labor de su elogiada amiga Ana
María Cabrera, que noveló las existencias
de Macacha Güemes, Felicitas Guerrero y
Regina Pacini de Alvear, una demostración
de hasta qué punto la labor precursora de Lily Sosa de Newton abrió surcos y que
el tema femenino de sus afanes es en verdad inagotable y posible de tratar
desde diversas ópticas y géneros literarios. En ese sentido juzgaba
anticipadoras de la novela histórica centrada en personajes femeninos a María
Alicia Domínguez con sus libros sobre Mariquita Sánchez y Margarita Weild de
Paz y a Martha Mercader con “Juanamanuela, mucha mujer”.
No fue sin
embargo la mujer el único interés que transitó dado que también publicó -en
1981- y fue laureada por él, un ensayo sobre Hilario Ascasubi que dio a conocer
Eudeba en la colección Genio y Figura; ello sin dejar de mencionar los documentados
estudios biográficos de los próceres
Lavalle, Dorrego, Paz y Aráoz de Lamadrid que escribió y se divulgaron
en las décadas del sesenta y setenta.
En las numerosas
entrevistas que se le hicieron no se cansaba de subrayar hasta qué punto la
vocación literaria que siempre tuvo y no logró frustrar su padre cuando le
impidió concretar el propósito de ingresar a la Facultad de Filosofía y
Letras luego de graduarse como maestra normal -“Una hija mía no va a ir a machonear
a la Universidad ”,
contaba que le advirtió-, pudo desarrollarla plenamente a partir de su
casamiento a los veinte años con Jorge Newton, que le llevaba otros tantos. Un
novelista con todas las letras, asomado a la cuestión social desde su ideario
anarcosocialista, dramaturgo, periodista
e historiador; además de haber sido un militante de la libertad, que
combatió en su juventud en la Revolución Mexicana y se vinculó con Lázaro
Cárdenas. El matrimonio vivió en varias ciudades del interior del país donde desempeñó
un periodismo de información y opinión sin
concesiones a las oligarquías locales, el contestatario descendiente del estanciero
inglés Richard Black Newton, uno de los fundadores de la Sociedad Rural
Argentina y primer alambrador del campo argentino. (“Alambren, bárbaros” con su
ejemplo reclamaba Sarmiento a los hacendados criollos.)
Estuvieron
juntos en Venezuela cuando el general Perón, con el que trabaron relación, se
hallaba exiliado en Caracas. Sin embargo
Lily en su sencillez jamás abrumaba con
anécdotas y recuerdos personales a sus visitantes. En cambio vivía para los
proyectos intelectuales y, lejos de toda torre de marfil, también para la
sociabilidad.
Doy fe
de cómo la colmaba de felicidad encontrar
un dato nuevo o modificar uno erróneo. De allí la obsesión por corregir y
ampliar su Diccionario y lo irreparable del extravío de sus últimas enmiendas y
ampliaciones. Nunca cerraba para siempre una investigación aunque
la hubiera dado a conocer en letras de molde.
Me
acuerdo que en una ocasión le mencioné que en un capítulo de “Las argentinas de
ayer a hoy”, había escrito sobre mi antepasada, la salteña Javiera Molina y Gallo,
quien víctima de un caso de bigamia y habiendo
caído en una suerte de delirio místico al sentirse en forma absurda culpable,
empleaba cilicios y disciplinas sangrientas a imitación de Santa Rosa de Lima.
Más que a la historiadora, a la mujer moderna que era Lily, conciente de su
identidad y responsabilidad familiar y social, la turbaba esa tragedia shakespiriana
acaecida en tiempos de la
Guerra de la
Independencia , cuando en el ejército patriota actuaba el coronel
Toribio Dávalos hasta que su jefe: Manuel Belgrano, lo condenó por bígamo al
destierro en la Patagonia
y a la pérdida del empleo y honores militares. Me pidió que le acercara más
elementos sobre el tema y le fotocopié cartas de doña Javiera dirigidas a su
hijo, el después gobernador de Salta doctor Benjamín Dávalos de Molina.
Quedamos incluso en que vendría a casa a tomar el té y ver el cilicio de
aquella lejana abuela paterna, conservado en una caja de madera en el “Sancta
Sanctorum” familiar. Pero parece ser que estuvo más próximo el mil ochocientos y
tantos al que nos remitió aquella charla histórico genealógica que el dos mil y
pico del que por unos instantes nos evadimos; la conventual Salta del Ejército
del Norte, de Rondeau y de Güemes y sus infernales que el barrio de Flores con
sus motochorros y sus veredas rotas en las que razonablemente temía caer. Y fue
así que los temas y los sinsabores de la vida ciudadana postergaron “sine díe” su
visita.
(Carlos María Romero Sosa, se publicó en La Prensa el 24 de septiembre de 2017)