martes, 26 de septiembre de 2017

LILY SOSA DE NEWTON: FEMINISMO ESCLARECEDOR NO CONFRONTATIVO



                                               Aunque por esas cosas de los apuros cotidianos hacía un par de años o algo más que no nos comunicábamos, no  olvido la característica telefónica de Lily Sosa de Newton: 4632; y si los pienso  tampoco del resto de los números. La llamaba a menudo y  la veía mientras los horarios docentes me  permitieron visitarla en su departamento de la calle Coronel Bonorino 82, en el barrio de Flores: una gran biblioteca adornada o resguardada tal vez de  algún colega historiador cleptómano de libros, por  un sinnúmero de pequeños gatos de porcelana.
                                       ¿Dónde estarán unos y otros hoy? Tanto más que el pasado 24 de octubre de 2016, cuando aún estaba viva pero internada contra su voluntad en un geriátrico suburbano,  el grupo de amigos y lectores suyos que  nos convocamos en el ámbito de la Comuna II de la CABA para celebrar su cumpleaños en ausencia, fuimos testigos de las denuncias  públicas de los organizadores de la reunión: la escritora y periodista había sido quizá despojada de su propiedad y lo peor, se dijo, que desapareció la última versión  de su clásico “Diccionario biográfico de mujeres argentinas” volcado por ella en la computadora con múltiples actualizaciones, ampliaciones  y correcciones.
                                          Muy extraña resulta esa pérdida, porque además de hacerlo en la PC, un instrumento que manejaba con pericia digna de alguien con muchas décadas menos, copiaba en resguardo de eventualidades cada documento modificado en un diskette cuando los había y al aparecer en el mercado el pendrive, en ese otro soporte más seguro.  Será cosa entonces de agotar la búsqueda de tales elementos sin darnos por vencidos en la tarea, porque la obra de Lily en rescate de la memoria de miles de mujeres nativas o avecinadas en el país, constituye un inestimable patrimonio cultural de la Nación y en cuanto a su agotado Diccionario,  ya se empieza a conocer por “el Sosa de Newton”, como una suerte de “Moliner” local, por cierto no gramatical y sí biográfico e imbuido de un feminismo esclarecedor y no dado a la confrontación, aunque fruto digno de parangonarse en laboriosidad y erudición en su materia con el mítico “Diccionario del uso del español” de la filóloga zaragozana.  
                                         Sé de las puertas que infructuosamente tocó para conseguir que fuera reeditado; las primeras ediciones son de Plus Ultra, editorial  donde se desempeñó mucho tiempo en las funciones de directora de prensa y relaciones públicas.  Hace alrededor de un quinquenio comentaba ilusionada que el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires o su Ministerio de Cultura tenían intenciones de hacerlo, lo que no ocurrió y la desalentó bastante. 
                                    Esta mujer de excepción nacida en Morón en 1920 y fallecida en Ciudadela el 13 de mayo de 2017, fue pionera en el estudio de las figuras de su sexo de actuación en las más diversas actividades, como las letras, las artes, la actuación, las ciencias, las profesiones liberales, la beneficencia, la política y el deporte. Notorias algunas y menos buena parte de las incluidas, Lily en tanto investigadora insomne, rastreó en archivos y bibliotecas biografías y bibliografías de ellas y sobre ellas y reunió  así miles de fichas no sólo para el Diccionario sino también para otros libros de su autoría como “Las argentinas de ayer a hoy” (1967), “Narradoras argentinas” (1995), “Las protagonistas” (1998), “Las argentinas y su historia” (2007) y numerosos artículos dados a conocer en diarios y revistas especializadas. Antecedentes en el tema como “Mujeres de América”, de Juan José de Soiza Reilly (1930)  o  “Grandes mujeres de América” (1945) de J. Luis Trenti Rocamora, aparte de extenderse a figuras de la Colonia y patricias de otros lugares del Continente, centraron la atención no en personalidades desconocidas sino en todo caso olvidadas. En cambio la tarea suya  fue circunscripta al país y dirigida a toda mujer que valiera la pena memorar.
                                 Obras ajenas a su pluma como el opúsculo “Genio y figura de mujeres americanas” de Amalia René S. del Castillo (1985), el libro colectivo “Mujeres argentinas” (1998), que prologó María Esther de Miguel y es una selección de textos debidos, entre otras creadoras, a Alicia Dujovne Ortiz y Marta Cichero o “Mujeres salteñas”, de Roberto G. Vitry,  por citar tres ejemplos, tienen mucho de su impronta reivindicativa de la  “mitad invisible de la historia” según el titulo del historiador Luis Vitale. Otro tanto puede decirse  de la labor de su elogiada amiga Ana María  Cabrera, que noveló las existencias de  Macacha Güemes, Felicitas Guerrero y Regina Pacini de Alvear,  una demostración de hasta qué punto la labor precursora de Lily Sosa de Newton abrió surcos y que el tema femenino de sus afanes es en verdad inagotable y posible de tratar desde diversas ópticas y géneros literarios. En ese sentido juzgaba anticipadoras de la novela histórica centrada en personajes femeninos a María Alicia Domínguez con sus libros sobre Mariquita Sánchez y Margarita Weild de Paz y a Martha Mercader con “Juanamanuela, mucha mujer”. 
                                No fue sin embargo la mujer el único interés que transitó dado que también publicó -en 1981- y fue laureada por él, un ensayo sobre Hilario Ascasubi que dio a conocer Eudeba en la colección Genio y Figura; ello sin dejar de mencionar los documentados estudios biográficos de los próceres  Lavalle, Dorrego, Paz y Aráoz de Lamadrid que escribió y se divulgaron en las décadas del sesenta y setenta.
                               En las numerosas entrevistas que se le hicieron no se cansaba de subrayar hasta qué punto la vocación literaria que siempre tuvo y no logró frustrar su padre cuando le impidió concretar el propósito de ingresar a la Facultad de Filosofía y Letras luego de graduarse como maestra normal -“Una hija mía no va a ir a machonear a la Universidad”, contaba que le advirtió-, pudo desarrollarla plenamente a partir de su casamiento a los veinte años con Jorge Newton, que le llevaba otros tantos. Un novelista con todas las letras, asomado a la cuestión social desde su ideario anarcosocialista, dramaturgo, periodista  e historiador; además de haber sido un militante de la libertad, que combatió en su juventud en la Revolución Mexicana y se vinculó con Lázaro Cárdenas. El matrimonio vivió en varias ciudades del interior del país donde desempeñó un periodismo  de información y opinión sin concesiones a las oligarquías locales, el contestatario descendiente del estanciero inglés Richard Black Newton, uno de los fundadores de la Sociedad Rural Argentina y primer alambrador del campo argentino. (“Alambren, bárbaros” con su ejemplo reclamaba Sarmiento a los hacendados criollos.)  
                                        Estuvieron juntos en Venezuela cuando el general Perón, con el que trabaron relación, se hallaba exiliado en Caracas.  Sin embargo Lily en su  sencillez jamás abrumaba con anécdotas y recuerdos personales a sus visitantes. En cambio vivía para los proyectos intelectuales y, lejos de toda torre de marfil, también para la sociabilidad.
                                         Doy fe de cómo la colmaba de felicidad  encontrar un dato nuevo o modificar uno erróneo. De allí la obsesión por corregir y ampliar su Diccionario y lo irreparable del extravío de sus últimas enmiendas y ampliaciones.  Nunca  cerraba para siempre una investigación aunque la hubiera dado a conocer en letras de molde.                                         
                                       Me acuerdo que en una ocasión le mencioné que en un capítulo de “Las argentinas de ayer a hoy”, había escrito sobre mi antepasada, la salteña Javiera Molina y Gallo,  quien víctima de un caso de bigamia y habiendo caído en una suerte de delirio místico al sentirse en forma absurda culpable, empleaba cilicios y disciplinas sangrientas a imitación de Santa Rosa de Lima. Más que a la historiadora, a la mujer moderna que era Lily, conciente de su identidad y responsabilidad familiar y social, la turbaba esa tragedia shakespiriana acaecida en tiempos de la Guerra de la Independencia, cuando en el ejército patriota actuaba el coronel Toribio Dávalos hasta que su jefe: Manuel Belgrano, lo condenó por bígamo al destierro en la Patagonia y a la pérdida del empleo y honores militares. Me pidió que le acercara más elementos sobre el tema y le fotocopié cartas de doña Javiera dirigidas a su hijo, el después gobernador de Salta doctor Benjamín Dávalos de Molina. Quedamos incluso en que vendría a casa a tomar el té y ver el cilicio de aquella lejana abuela paterna, conservado en una caja de madera en el “Sancta Sanctorum” familiar. Pero parece ser que estuvo más próximo el mil ochocientos y tantos al que nos remitió aquella charla histórico genealógica que el dos mil y pico del que por unos instantes nos evadimos; la conventual Salta del Ejército del Norte, de Rondeau y de Güemes y sus infernales que el barrio de Flores con sus motochorros y sus veredas rotas en las que razonablemente temía caer. Y fue así que los temas y los sinsabores de la vida ciudadana postergaron “sine díe” su visita.
            

 (Carlos María Romero Sosa, se publicó en La Prensa el 24 de septiembre de 2017)

jueves, 7 de septiembre de 2017

UNO DE LOS GRANDES MÉDICOS DEL NOROESTE ARGENTINO: JOBINO SIERRA IGLESIAS


El doctor Jobino Pedro Sierra Iglesias nació un 6 de septiembre, cuando esa fecha aún no tenía connotación negativa para la República, pero que al coincidir con su aniversario sin duda por la ley de las compensaciones, debiera quedar en mucho reivindicada y hasta inscripta en las efemérides de la ciencia médica argentina y de la historiografía científica del país.
Sí, nació o lo nacieron un 6 de septiembre de 1923 en Colonia Barón, en el entonces Territorio Nacional de La Pampa. Su infancia trascurrió bajo la administración progresista del dirigente radical Jorge Moore, varias veces Intendente Municipal de Bahía Blanca y designado en el cargo de Gobernador del Territorio, por el presidente Marcelo T. de Alvear -con acuerdo del Senado de la Nación- en octubre de ese año.
Y será del caso recordar asimismo que Sierra Iglesias llegó a la vida apenas cincuenta y cuatro días después que René Favaloro, quien haría con el tiempo sus primeras armas médicas en la pampeana localidad de Jacinto Arauz a unos doscientos kilómetros de Colonia Barón. Coincidencia de fechas y de lugares que daban para pensar a don Jobino, por cierto tan orgulloso de haber sido médico rural como lo era invariablemente el nombrado Maestro de la cardiocirugía.
Siempre he sido y sigo siendo un médico rural que a vivido a pleno su vida profesional, que piensa que gran parte del potencial científico de la medicina está en la escondida fortaleza de los médicos del interior”, escribió Sierra Iglesias al comienzo de su libro de quinientas treinta páginas Salvador Mazza redescubridor de la enfermedad de Chagas”, publicado por la Universidad Nacional de Jujuy en 1990. Es que tener alma de médico es un don tan exclusivo como poseerla de poeta; y además un desafío de vida parecido y nada fácil de llevar a buen término. Sólo que cuando se malogra un poeta quedan versos por decir, lo que no es poco, y cuando ocurre lo propio con un médico filántropo son seres humanos los que sobreviven o mueren huérfanos de atención y de consuelo físico y espiritual.
El doctor Sierra Iglesias cumplió con creces con su vocación de curar para bien de sus pueblos adoptivos, las comunidades jujeñas -a merced de las políticas impuestas por los “trust” azucareros- de Calilegua, San Pedro y La Esperanza, o de sus antiguos pacientes del Hospital Guillermo C. Paterson.
Allí fue médico de guardia, jefe de sala, jefe de servicio, jefe de departamento y llegó a ocupar la dirección, nunca en función burocrática de empapelador del sufrimiento ajeno sino en abnegado ejercicio profesional, capaz de suplir la falta de personal con sobrecarga de trabajo sobre sus hombros; las carencias de instrumental con ingenio y disposición; los problemas de infraestructura arremangándose el guardapolvo y los recortes de presupuesto acudiendo en ocasiones a su bolsillo para cubrir necesidades perentorias.
Experimentó en fin, en carne propia, que la medicina puede ser a veces, “la carrera más ingrata de todas las concebidas por el hombre”, según nos lo manifestó en una carta el doctor Esteban Luciano Maradona, aquel heroico “Médico de la Selva”, título que presentaban impresos los sobres de su correspondencia postal.
Sierra Iglesias no sólo diagnosticó enfermedades individuales, endemias y males sociales y salvó vidas condenadas por el subdesarrollo estructural, existencias sumergidas en La miseria de un país rico que denunciara en 1927 un libro, silenciado por las oligarquías, de Benjamín Villafañe (1877-1952), ex Gobernador de Jujuy y Senador Nacional por la Provincia hasta 1943, sino que enseñó a hacerlo a sus discípulos al mismo tiempo que con ahínco se embebía de ciencia y recibía lecciones de humanidad concreta, más que abstracta deontología profesional, de sus maestros en el afecto y la devoción sobre los que escribió estudios imprescindibles en la bibliografía histórica de su disciplina.
Así fueron surgiendo sus libros: “Vida y obra del doctor Guillermo Cleland Paterson,  “Carlos Alberto Alvarado, su contribución a la Medicina Sanitaria Argentina”, o “Salvador Mazza, la MEPRA de Jujuy y los médicos mendocinos”. Ello sin olvidar sus aportes a la historia de la epidemiología, que desarrolló en su quinta tesis doctoral presentada y aprobada “Cum Laude” por la Escuela de Postgrado de la Facultad de Medicina de la Universidad del Salvador y que versa sobre el Cólera en los años 1886-87 y su incidencia en las provincias de Salta y Jujuy.
No lo conocí en persona, aunque allá por los setenta de la pasada centuria estuvo varias veces en la casa paterna, en la ciudad de Buenos Aires, para recabar datos sobre Salvador Mazza que volcaría pronto en su biografía del sabio. Pasaron los años y en el verano de 2005, precisamente cuando me disponía a redactar un trabajo sobre la correspondencia intercambiada a partir de 1942 entre el patólogo fallecido en Monterrey (México) y Carlos Gregorio Romero Sosa, llamé por teléfono al doctor Sierra Iglesias a Jujuy.
Me bastó entonces con escuchar su caluroso saludo inicial para reconocer en esa voz de asimilada tonalidad norteña, la que daba cuenta de sus décadas de residencia en las tierras que misionó San Francisco Solano, al hombre dueño de un superior espíritu, al sabio ajeno a la pose olímpica, al amigable cómplice de los estudiosos dispuesto a colaborar con ellos sin guardarse datos ni callar intuiciones que pudieran orientarlos.
Entre otras cosas me comentó casi en chiste que presentaba tesis doctorales en diferentes universidades argentinas porque no era afecto a perder el tiempo y porque al estar jubilado podía dedicarse por completo a la investigación. De su generosidad hasta pintoresca hablaba su confesión avergonzada de no tener libros suyos para obsequiar a los amigos, es que al salir las ediciones  de las imprentas, no reservaba para sí más que uno o dos ejemplares que al cabo también se le traspapelaban en la biblioteca.
Ante la confidencia y para obtener su volumen sobre Mazza, recurrí a los buenos oficios de Gregorio Caro Figueroa que a poco me lo remitió. Lo leí, aprendí mucho en sus capítulos y por supuesto lo cité en mi ensayo publicado en la revista cultural salteña “Claves”.
Vencido ese escollo bibliográfico y después de mantener algunas otras esporádicas comunicaciones telefónicas con el autor, no supe nada más de él hasta la semana pasada, cuando me informé por el periódico digital de Tartagal  “Norte del Bermejo”, que dirige la periodista, poeta  y estudiosa de temas antropológicos Marta Juárez,   sobre su deceso en San Salvador de Jujuy a los ochenta y cinco años de edad.
Frente a la noticia tuve la sensación de que dejé pendiente una deuda conmigo mismo, incobrable ya. El pasivo de no haber continuado el diálogo con el doctor Jobino Pedro Sierra Iglesias, aunque fuera por teléfono y a onerosa larga distancia.

·                                 
(Carlos María Romero Sosa, se publicó en SaltaLibre. Net, el  21 de julio de 2009)

martes, 5 de septiembre de 2017

NACIÓN MAPUCHE Y NACIONALISMO TERRITORIAL OLIGÁRQUICO


Entre la nación mapuche con sus  reivindicaciones  y su legión de antagonistas, parece ser que se está abriendo otra grieta en la sociedad, más infranqueable aún que la que existe entre los partidarios K y el sector mayoritariamente reaccionario anti-K. Tarde o temprano Cristina y Macri pasarán a ser sólo una página en la historia política que juzgará  sus aciertos y errores,  mientras  que los miembros de los pueblos originarios trasmitirán sus genes y con ellos sus afanes reivindicatorios por las generaciones de las generaciones.
                                                  Más que grieta entonces, se trata de una brasa ardiente en reclamo de justicia, porque el “problema del indio” lo crearon los blancos invasores, “la oligarquía, que se repartió la tierra de que aquél fue despojado”, dicho en términos de Liborio Justo, el hijo rebelde del presidente Agustín P. Justo, que asimismo reprodujo  en su obra “Pampas y lanzas” aparecida con el seudónimo Quebracho, la exclamación de Santiago Estrada extraída del libro Viajes: “¡Pobres indios! La civilización es responsable de vuestra barbarie”    
                                                  Por de pronto y como lo adelantamos con preocupación en un correo de lectores aparecido en La Prensa el domingo 3 de septiembre del corriente,  se lee y escucha  que hay sectores que piden la represión con mano dura de los descendientes del pueblo ancestral patagónico; en tanto varios comunicadores de medios hegemónicos intentan azuzar la peregrina idea de algo así como una nueva Conquista del Desierto. Cuando quizá la verdadera Conquista del Desierto sea la Reforma Agraria, según lo vislumbró Álvaro Yunque (Alcides Gandolfi Herrero) en la dedicatoria “a los argentinos que la realicen”, que luce en la primera página de su libro de 1956: “Calfucurá la conquista de las pampas”,  reeditado en 2008 por la Biblioteca Nacional, con eruditos prólogos de Guillermo David y Mario Tesler.   
                                                  Hay clima guerrero frente a las ocupaciones de tierras por los mapuches, realizadas en palabras de los poco escuchados voceros de éstos para exigir el cumplimiento de lo prescripto en el inciso 17 del artículo 75 de la Constitución Nacional. Y lo hay entre los partícipes de un nacionalismo puramente territorial y demarcatorio  de límites internacionales, que devoto de la propiedad privada,  no cuestiona las estancias británicas o de británicos como Joseph Lewis, el amigo del presidente Macri, ni las posesiones de la Corona Holandesa vía Máxima Zorreguieta, ni lo hace con los latifundios de empresas multinacionales como Benetton que poseen verdaderos Estados privados con ejércitos propios, entre otros sitios en suelo de nuestras provincias sureñas, como el neuquino  País de las Manzanas del legendario Lonko Sayhueque.
                                                  En forma harto curiosa, eso sí,  se bate el parche de la solidaridad con otros pueblos originarios extinguidos o en gran medida mestizados con mapuches, como los tehuelches. ¿Será porque los que estarían en pie de guerra son aquéllos y no éstos? (Claro que la contienda, de serlo, se muestra desigual y los muertos y desaparecidos los pone una sola parte: “Dos mapuches  están graves tras ser desalojados de La Trochita”, tituló La Prensa  el 13 de enero del corriente, y ni hablar del caso de la desaparición forzada, entre confusas explicaciones oficiales, de Santiago Maldonado en Chubut, voz que ironía del destino o paradoja, en lengua tehuelche significa “transparente”. Se extiende una línea entre ese presunto humanitarismo actual hacia los tehuelches y aquella idealización del gaucho ya absorbido por la civilización del antidemocrático Lugones de “El Payador”.   
                                                  Sin embargo nada dijo esa corriente de pensamiento que no es nueva y viene de lejos –y que las más veces propone un relato afín a los negocios de las corporaciones de intereses agrícolas, ganaderos y petroleros, por no abundar sobre los desmontes criminales en las provincias del NOA y el NEA, los poderes sojeros, algodoneros, tabacaleros  y  el yacimiento de Vaca Muerta en la Cuenca Neuquina-  de la extinción de los onas de Tierra del Fuego, que denunció  el dirigente socialista y ex legislador Enrique Inda en su libro titulado precisamente “La extinción de los onas” (2008).
                                                  Y calló en 1924 frente a la matanza perpetrada el 19 de julio de aquel año de centenares de indígenas en la Reducción Aborigen de Napalpí, en el Chaco, cuando era gobernador del Territorio Nacional el político radical Fernando Centeno y presidía la República Marcelo T. de Alvear. Un crimen por el que el 4 de septiembre de 1924, manifestando tener “pruebas palmarias” de los hechos pidió explicaciones al ministro del Interior, Vicente Gallo, el diputado socialista Francisco Pérez Leirós. Fue recién en enero de 2008 que esa provincia  pidió perdón público y sus autoridades realizaron un homenaje a la única sobreviviente del genocidio: Melitona Enrique, a la sazón de 107 años.  (Informó Clarín que no tiene porqué mentir siempre, en su edición del 21 de febrero de 2011, que  cuando en 2004, la Asociación Comunitaria de La Matanza, en representación de la comunidad toba, presentó una demanda contra el Estado argentino por los crímenes de lesa humanidad del 19 de julio del 24´, la negativa estatal fue contundente: “No está acreditado el vínculo entre los reclamantes y los fallecidos”). Es que la historia oficial silenció por décadas la matanza, al punto que en el capítulo correspondiente a la historia del  Chaco escrita por Ernesto J. A. Maeder para la Historia de las Provincias y sus Pueblos publicado por la Academia Nacional de la Historia en 1967 (Tomo IV), no se la menciona.         
                                                Y otro tanto ocurrió en 1947 cuando el trágico “Octubre Pilagá”, así se titula el film documental de la realizadora Valeria Mapelman por aquella etnia masacrada entonces -bajo el gobierno de Perón-  en Rincón Bomba, en Formosa, por mano de la gendarmería  al mando de su Director Nacional Natalio Faverio. Por ese genocidio de pilagás, tobas y wichis que habían regresado hambrientos sin ser contratados por el ingenio salteño El Tabacal de Robustiano Patrón Costas, en 2015 la Cámara Federal de Resistencia confirmó el procesamiento sin prisión preventiva del ex gendarme Carlos Smachetti, de 97 años, único imputado en la causa, sentenciando  que “es un deber jurídico del Estado, la investigación y sanción de los responsables de graves violaciones a los derechos humanos.”   Se taparon hasta entonces los  asesinatos porque era más saludable y liberador de la conciencia social, y ello hasta que comenzó a hacerse carne en  parte de la comunidad argentina el tema de los derechos humanos,  recordar en 1984, el llamado último malón del 19 de marzo de 1919 contra el fortín formoseño de Yunka, al cumplirse 75 años. 
                                                 No obstante justo es resaltar, contraponiendo a tanto silencio hipócrita y belicismo racista  contra “Los indios, nuestros primeros desaparecidos”, en términos de David Viñas,  que la Corte Suprema de Justicia  en 2008, tomando en cuenta un dictamen de la Procuración General de la Nación,  falló a favor del mapuche-tehuelche Mauricio Fermín, acusado de usurpar tierras, que se reconocieron como suyas, dejando sin efecto una resolución del Supremo Tribunal de Chubut.    Y sobre todo será del caso tomar ejemplo e identificarnos los argentinos con  la visión liminar y justiciera de nuestros próceres al respecto.
                                                 Así y vaya como muestra, la muy clara del General San Martín que llamó paisanos a los indios: “Yo también soy indio”, se le escuchó decir a los caciques en el campamento del Plumerillo y lo cuenta en sus Memorias, Manuel Olazábal. San Martín hasta les pidió permiso para cruzar los Andes:  “he creído del mayor interés tener un parlamento general con los indios pehuenches, con doble objeto, primero, el que si se verifica la expedición a Chile, me permitan el paso por sus tierras; y segundo, el que auxilien el ejército con ganados, caballadas y demás que esté a sus alcances, a los precios o cambios que se estipularán: al efecto se hallan reunidos en el Fuerte de San Carlos el Gobernador Necuñan y demás caciques, por lo que me veo en la necesidad de ponerme hoy en marcha para aquel destino, quedando en el entretanto mandando el ejército el Señor Brigadier don Bernardo O´Higgins”, escribió el Libertador al Director Pueyrredón en septiembre de 1816. 
                                         El episodio,  comenta Adrián Moyano, fue tomado por Mitre nada más que como un momento de la “guerra de zapa”. Una actitud “indigenista” antes de emplearse el término, sobre la que Ricardo Rojas, más allá de su propia cosmovisión de la Eurindia, en algo consonante con el exotismo modernista, planteó dudas en su libro “El santo de la espada”: “San Martín se sirvió de tales propósitos –de reivindicación-, no sabemos si por convicción o por cálculo político. El caso es que en septiembre de 1816 hizo una excursión a las riberas del Diamante y en el citado Fuerte de San Carlos convocó a los caciques y capitanejos de la región a fin de parlamentar con ellos”.   
                                               O la de Manuel Belgrano –ideólogo principal e impulsor junto a Güemes del Plan del Inca que ridiculizó el hacendado porteño Tomás de Anchorena- y autor del Reglamento Político y Administrativo y Reforma de los Treinta Pueblos de las Misiones, que Alberdí incorporó como una de las bases de la Constitución.
                                                O la de Mariano Moreno defensor de los originarios explotados en el Alto Perú.
                                               O la de Juan José Castelli y su proclamación desde las ruinas del Tiahuanaco  de la libertad de los pueblos autóctonos.
                                                O la de Bernardo de Monteagudo redactor de la independentista Proclama de Chuquisaca del 25 de mayo de 1809, promoviendo en ella la libertad de los indios.                              
                                              O la de José Gervasio de Artigas, padre adoptivo  del héroe guaraní, comandante Andresito…(Anotició El País, que por estos días un estudiante en la ciudad de Buenos Aires pidió perdón por hablar mejor guaraní que castellano con los previsibles riesgos de ser discriminado ¡!).   

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                                                 Pero volviendo al específico tema mapuche, la discusión de si es o no pueblo originario quizá sea bizantina. Viene  afirmando que no lo es tal,  el historiador doctor Roberto Edelmiro Porcel en charlas, artículos y en su libro ciertamente documentado: “Pueblos originarios argentinos” (2013). Aunque si como otros estudiosos lo afirman -tal el presbítero Alberto Espezel-, los mapuches cruzaron  la Cordillera ya en el siglo XVII, no tendría sentido hablar de chilenos o argentinos sin caer en anacronismo.
                                                 ¿Fue Callfucurá, cabeza de la dinastía de los Piedra que estudió Estanislao Zeballos, “el Napoleón del desierto”, coincidiendo con la reciente invocación del pintor Duillo Pierre, autor de la muestra “Ulmen, el imperio de las pampas”, que admiramos  en 2011 en el Centro Cultural Recoleta? Lo  indiscutible es que los cultos europeos  hubieran construido una  leyenda con una figura como la del vencedor de Bartolomé Mitre en la batalla de Sierra Chica, que llevó a decir al después presidente: “El desierto es inconquistable.”
                                               Los europeizantes nativos, en cambio,  suelen despreciarlo y también a su pueblo. En ese sentido llama la atención y de hacerse público resultará sin duda motivo de irritación y hasta de escándalo para muchos católicos, que en un acto llevado a cabo en fecha reciente en la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, sentado junto al orador que alentó la represión por medio de las Fuerzas Armadas a los mapuches y denunció a los sacerdotes salesianos y a algunos obispos de la Patagonia por participar de sus reclamos ancestrales, se encontraba nada menos que el Arzobispo de La Plata, Monseñor Héctor Aguer.  Claro que la Iglesia Argentina tiene otras presencias iluminadoras, por ejemplo la del inolvidable Monseñor Jaime de Nevares, el defensor sin concesiones de los derechos humanos durante la dictadura y gran amigo de los mapuches. Con un nutrido grupo de ellos peregrinó al encuentro de Juan Pablo II en la visita a la Argentina realizada por el Pontífice en 1987.


(Carlos María Romero Sosa, se publicó en SALTALIBRE.NET, el 5 de septiembre de 2017)

          

sábado, 2 de septiembre de 2017

LA DESAPARICIÓN DE SANTIAGO MALDONADO, CARLOS SÁNCHEZ VIAMONTE Y EL "HABEAS CORPUS" EN LA ARGENTINA


                                               Con  motivo de la desaparición en Chubut de Santiago Maldonado –hecho  del que todo hace pensar  por sus características es una desaparición forzosa,  en medio de la represión de la Gendarmería  a una protesta mapuche en la que él participaba-, se ha vuelto a oír hablar con lógica insistencia del  “Habeas Corpus”, ese histórico instituto destinado a garantizar la vida y la libertad individual.  Aunque su sola mención,  hoy por desgracia,  remite  a los tiempos de la última dictadura cívico militar, cuando sólo abogados heroicos –el doctor Alfonsín uno de ellos o la joven abogada comunista Teresa Alicia Israel, a quien hacerlo le costó la vida- se atrevían a interponer “Habeas Corpus”, en tanto los jueces  solían rechazarlos o bien no les daban curso.
                                                    Sin embargo, de ser posible poner entre paréntesis en el inconsciente colectivo -sin cerrar por cierto la triste y no tan lejana  experiencia del Estado Terrorista-,  aparecerá contrapesando el escándalo de sus burlas a toda legalidad, el que fue un eminente constitucionalista argentino: Carlos Sánchez Viamonte (1892-1972),  uno de los máximos doctrinarios en lengua castellana de ese instrumento. Su libro sobre el particular,  que en la primera edición de 1927 se titula “Habeas Corpus la libertad y su garantía” y en la edición corregida de 1956,   “Habeas Corpus garantía de la libertad”, es  aún consultado en el país y fuera de él al reconocerse como uno de los primeros y más originales análisis sobre el tema, con rica argumentación sostenida por un erudito rastreo a través  del derecho comparado y la jurisprudencia nacional y provincial.
                                                                      Frente al hecho de que  este remedio de origen inglés frente a los abusos del poder no se encontraba sino solamente implícito en el artículo 18 y al  entender de Sánchez Viamonte, también en el 33 de la Constitución Nacional en cuanto menciona  la soberanía popular y la forma republicana de gobierno;  es que bregó siempre porque el “Habeas Corpus” al que no consideró técnicamente un recurso sino una acción o interdicto –“No se puede hablar de amparo de garantías. Lo que necesita amparo jurídico no es garantía propiamente dicha” escribió en su “Compendio de Instrucción Cívica” (1956), en que abrevaron varias generaciones de estudiantes secundarios-,  no sólo tuviera rango legal, así la Ley Nacional Nro. 48 de 1863,  sino constitucional tal como ocurre a partir de la reforma de 1994 que incorporó  al  texto constitucional el nuevo artículo 43. La prédica de este jurista –otra víctima de la Argentina desollada, a entender de Horacio González en un reciente artículo publicado en Página 12-  marcó rumbos que al cabo plasmó nuestra Carta Magna varias décadas después de su muerte. Y tampoco soslayó que para  asegurar la efectividad del instituto, sabedor con Martín Fierro que “la ley es como cuchillo/ no ofende a quien lo maneja”, resulta condición insalvable la plena división de poderes  y ya en el prólogo de “Habeas Corpus garantía de la libertad” escribió  que el magistrado ante el que sea interpuesto “necesita toda la dignidad e inviolabilidad que la majestad de la justicia puede otorgar, porque su deber consiste en amparar al débil contra el fuerte, a la persona humana individual contra el poder del Estado utilizado como fuerza opresiva”. En un  homenaje que  tributó a su memoria en julio de 2012 la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, Jorge Reinaldo Vanossi, uno de sus discípulos, sostuvo valorando su labor pionera en la materia:   “Su persistente invocación del habeas corpus fue en sus manos herramienta para la defensa de la libertad, como la esgrimirá a partir de la implantación del estado de sitio y en tiempos ulteriores para contar con procedimientos rápidos, prácticos y efectivos de protección judicial, que lo convirtieron en un precursor del amparo que luego gestaría Alfredo Orgaz con un alcance mayor que abarcaría la protección de los demás derechos y no sólo de la libertad personal y deambulatoria, a partir de los casos Siri y Kot (1957 y 1958).”

                                                        Empero su notoria ciencia jurídica y su clara conciencia republicana,  el descendiente socialista y rebelde tanto de Modesto A. Sánchez, cuya firma –con el grado de subteniente- figura en las actas del Cabildo entre los que aprobaron la creación de la Primera Junta el 25 de mayo de 1810,  cuanto  del general Juan José Viamonte; el reformista universitario que evocó en sus memorias publicadas en México: “Crónicas de ayer y hoy (sesenta años del vivir argentino)” su fraternal amistad con los líderes de la Reforma del 18´, Deodoro Roca y Emilio R. Biagosh;  el militante antiimperialista que fundó con José Ingenieros, Manuel Ugarte y Alfredo Palacios la Unión Latinoamericana en 1924;  el legislador provincial y nacional de trascendente labor parlamentaria; el dirigente del socialismo  que en 1958 se enfrentó con el ala derecha del partido encabezada por Américo Ghioldi y participó con Alfredo Palacios y Alicia Moreau de Justo de la fundación del Partido Socialista Argentino,  no se quedó en la teoría y con la vivencia de quien sufrió cárcel y vejámenes desde la juventud y fuera cesanteado de sus cátedras  universitarias por el dictador Uriburu, al que llamó asesino al conocer el fusilamiento de Di Giovanni y Scarfó en la Penitenciaría de la Avenida Las Heras, donde en 1953 él mismo sufriría detención por esos imperdonables errores y actitudes sectarias del peronismo, defendió como abogado a los llamados “presos de Bragado”: los obreros ladrilleros Santiago Mainini, Reclús De Diego y el ferroviario Pascual Vuotto, anarquistas apresados y torturados por la policía bonaerense en 1931 bajo la falsa acusación de haber causado un atentado terrorista y que víctimas de errores y arbitrariedades judiciales sufrieron condena a prisión perpetua. (Recién en 1993 serían reivindicados “post mortem” por la ley 24.233,  que promovió el legislador socialista Guillermo Estevez Boero).  Sánchez Viamonte prologó incluso el libro testimonial de Vuotto: “Vida de un proletario” (1936).
                                                        Una y otra vez le tocó al cofundador en 1937 con Lisandro de la Torre, Mario Bravo, Atilio Bramuglia y Gregorio Aráoz Alfaro entre otros, de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, defender los derechos individuales vulnerados Lo hizo patrocinando como letrado a presos políticos y gremiales y así, quien rechazó integrar la Corte Suprema de Justicia bajo el gobierno de facto de Aramburu, quien rehusó el ofrecimiento en el mismo sentido del presidente Frondizi, al que cuestionó su política en materia petrolera  y quien no dudó en calificar durante el onganiato de infames traidores a la patria a los ministros de la Corte, desempeñó designado por el presidente Illia y mientras duró su gobierno, el cargo de embajador ante la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. A poco de la desaparición en 1970 del abogado Néstor Martins y de su cliente el obrero Nildo Centeno, pudo leerse pegado en varias calles porteñas un cartel suscripto por Carlos Sánchez Viamonte. Allí denunciaba el hecho y recomendaba a la población qué hacer para el  caso de ser víctima o testigo de un secuestro por fuerzas policiales o parapoliciales.

                                                        En la actualidad cuando tanto se habla de república contraponiéndola al denostado populismo, dada la trayectoria del autor del volumen  “Democracia y socialismo”, un crítico severo del caudillismo es cierto, vicio que achacó quizá con extrema dureza a Hipólito Yrigoyen en otro de sus libros, es de suponer que tampoco hubiera aceptado la mera formalidad republicana vaciada de  justicia social que propone el neoliberalismo, con sus ajustes perpetuos y sus nunca verificadas teorías del derrame.    

(Carlos María Romero Sosa, se publicó en Salta Libre.Net, el 1ero. de septiembre de 2017)