Se
suceden las noticias: La gendarmería cada
vez más complicada en la desaparición de Santiago Maldonado.
Se
acelera el juicio por la extradición del lonko Facundo Jones Huala a Chile.
Marcharon en Río Negro por el libre acceso al
lago Escondido.
DESALOJOS. Comunidades y organizaciones de
pueblos originarios cumplieron ayer su tercer día de acampe frente al Congreso
de la Nación
para pedir la prórroga de la Ley
26.160 que suspende los desalojos de los territorios indígenas hasta noviembre
próximo.
DENUNCIA. La defensa y familiares del lonko
de la comunidad mapuche de Cushamen,,
Facundo Jones Huala, cuestionaron a las
autoridades del Servicio Penitenciario Federal por las restricciones a su
régimen de visitas en la Unidad
14 de Esquel.
Lo cierto es que la Patagonia, con algo o mucho de “tierra maldita” como la llamó Darwin, aunque de
corresponderle ese adjetivo será por
otros motivos que la esterilidad que le adjudicaba el naturalista inglés, está
en los primeros planos de la información, a menudo interesada como no puede ser
menos si titulan La Nación
o Clarín. Pero hay algo que reconocer a las derechas, la reacción, la
oligarquía o como quiera llamarse a los intereses antipopulares y
antinacionales: su consecuencia y coherencia y el bien estructurado discurso que abona
y disimula el propósito de lucro del capitalismo internacional con
cantos de sirena al “cambio” que dice consolidará la república, la idoneidad administrativa, la
lucha contra la corrupción o el
sacralizado ejercicio de la competencia
que, con perspectiva cristiana, llamaríamos mejor avaricia y soberbia.
Un
discurso que no deja resquicio abierto. De
forma tal que recuerda que cuando el problema de los que mandaban era el
gaucho, se cantaban loas al proyecto inmigratorio.
Y cuando
el gaucho, con su actitud de vida sin ataduras ni aceptación de límites
territoriales fue inviable, y el peón de
campo acorralado entre los alambrados tendidos en cumplimiento del mandato de
Sarmiento: “¡Alambren, bárbaros!”, o el mediero explotado por el espíritu del “laissez
faire” vivo en la letra de la codificación de Vélez Sarsfield como sustento -y superestructura- del liberalismo económico decimonónico, dejaron
de ser en esencia y existencia aquel personaje indómito que describió José Hernández para minimizarse e invisibilizarse en el silencioso hombre de campo, entonces
había que idealizarlo y proponerlo como héroe contra la turbamulta sin arraigo que bajaba de la
tercera clase de los barcos, para depositarse
en el sórdido Hotel de Inmigrantes. Resultó un verdadero truco de
prestidigitación convertir el gaucho,
ausente por exterminio físico y legal, en leyenda homérica; una empresa intelectual que
tuvo en el Leopoldo Lugones de “El Payador” su más genial amanuense.
Y cuando
el nacionalismo clerical, maurrasiano y aristocratizante, otra versión de la
dependencia mental, echaba pestes contra el judío encogiéndose de hombros ante
el paganismo genocida nazi, buscaba que
subieran de los árabes y musulmanes las acciones, bastante devaluadas por lo demás antes de
hallarse petróleo en los desiertos arenosos de su hábitat. Y todo hasta
descubrir que son extremistas, alguno
que otro socialista. Y para peor semitas…
Así que la mentalidad colonial, devota en su
vertiente liberal de Hume y Locke o de
Tomás de Aquino en la integrista, lo que
se dio a emplear mejor fue la dialéctica hegeliana en sus momentos de la tesis y la antítesis. Sintetizando la objetivación de toda idea y disquisición académica en el garrote y la
represión lisa y llana.
Tal
sucede ahora que el pueblo mapuche reclama territorios que sin duda le
corresponden, por de pronto infinitamente
más que a Joe Lewis y a Benetton con sus sospechosas adquisiciones de
latifundios durante el menemato. Entonces actúa la gendarmería a escopetazos y como
soporte ideológico se saca de la manga el duelo por los tehuelches,
presuntamente aniquilados por las “lanzas chilenas” de Calfucurá. Una cuestión a
estas alturas altamente discutible. Así la historiadora Geraldine Davies Lenoble
publicó en La Nación,
el 25 de septiembre del corriente año, un artículo sobre Calfucurá titulado:
“El jefe de una confederación política interétnica”, donde destaca que aquel cacique
se inició participando
en la política interétnica transcordillerana y que su éxito y poder político se
basaban en la negociación y el mestizaje (indudablemente en primer lugar con
los tehuelches).
Aunque
si los bien pensantes tanta compasión tienen por los pueblos nativos sin polémica del territorio argentino,
porqué no denuncian la situación de los wichis del Chaco Salteño, que según
informó La Prensa
recientemente se han quedado sin agua potable. Y porqué nada dijeron jamás
sobre los desmontes que destruyen el medio ambiente de las comunidades qom de
Formosa, el Chaco y Salta, llevando a la muerte por desnutrición a muchos de
sus miembros, en especial niños.
Suele ser cuando menos ocioso para el
vencido, ampararse
en la ley del vencedor. Salvo honrosas y valientes excepciones como el reciente fallo judicial de la Cámara de Apelaciones en lo
Civil, Comercial y de Minería de la Tercera Circunscripción de Bariloche
contra Lewis, que declara ilegal el loteo de tierras de El Bolsón, todo lo
actuado hasta aquí en materia del indígena en general y de los mapuches en particular,
es prueba de aquella desprotección jurídica que desde antiguo vienen soportando.
Con claridad lo resumió Martínez Estrada:
“la matanza final de los indios dio razón a las armas de fuego y a la fuerza,
pero no a la justicia.”
Cómo reaccionar estos
pueblos entonces frente a las “campanas de palo” de sus razones desoídas: como
primera estrategia de lucha, haciéndose ver, conocer y denunciar la situación de injusticia y marginación que
atraviesan en los hechos, más allá de los reconocimientos a sus derechos que establece
la Constitución
Nacional en la reforma de 1994. Y mejor que con piedras
respondidas con balas de goma o de plomo, en
reedición ciento cuarenta años después de la boleadora contra el
rémington, la poesía, en tanto palabra en armas, resulta ser un camino válido hacia
la verbalización del reclamo ancestral, del
grito que aturde una geografía de mártires ocultados y verdugos del procerato
oficial en el bronce; e incluso del silencio, que cabe entre dos interjecciones
y envuelve a más de un mercader o represor como una amenazante nube de tormenta.
En 2008
apareció en versión bilingüe de Ediciones Continente: “Kallfv mapu (tierra
azul)”, una antología de poetas mapuches de Argentina y Chile de encendidas voces
que seleccionó Néstor Barron y prologó
Osvaldo Bayer. En una primera recorrida por las páginas se advierte que la originaria
oralidad de la lengua mapuche, musical si
las hay, ganó difusión al verterse a la escritura con el
devenir de las generaciones y la trasculturización producto del vínculo con el huinca.
Sin
embargo, lo esencial de la cosmovisión del hombre y la mujer mapuches, mezcla
de inocencia adánica y de astucia para
sobrevivir en la mayor adversidad cual es la dominación, marca a fuego el
mensaje de su poética. En ella se hace
patente el asumirse como hijos de la sagrada naturaleza, su Ñuque mapu, y
hermanos del paisaje, lo que a entender del médico e historiador neuquino Gregorio Alvarez en su libro “Donde
estuvo el paraíso”, devino en la circunstancia de colocarlos “deliberadamente en el plano de superioridad
que le concede el escenario natural de sus vivencias”. Nada de esto se ha diluido con el paso del
tiempo porque la nación más que etnia que constituyen, llevando a cuestas las tradiciones, evolucionó
adaptándose a las posibilidades de testimoniar y sostener hoy, a través de la palabra
escrita, los resquicios de la memoria. Y así devota asume el pasado como
mandato, María Teresa Panchillo Neculwal: “Cada
día una historia/ los sueños son/ misiones que cumplir.”
En
cuanto al vínculo dialogal y piadoso con lo creado, se materializa en el hecho de
incorporar a cada vocablo su exacta sonoridad y dar idea de prever en su vuelo las
derivaciones del eco. Cada sustantivo arrima
al vocabulario profundidad de tierra, entonación de agua, crepitar de fogata,
colorido de cielo, misterio nocturno. El poeta sabe que “la
lengua solo existe para poder nombrar las cosas sagradas de la naturaleza” (cuando) “quisieron arrancarnos la existencia.”
Epigramáticas
algunas composiciones de la antología, como las nada resignadas estrofas de
Graciela Huinao: “En lenguaje indómito/
nacen mis versos/ de la prolongada noche/ del exterminio”. O bien: “Nunca fuimos/ el pueblo señalado/ pero
nos matan/ con la señal de la cruz”. Más
extensas otras, sin decaer la tensión en los versos libres con ritmo de
remolino de “Sueño Azul” de Elicura Chihuailaf, logrado ensamble de
fuerza elegíaca y serena
introspección lírica que parte de lo
descriptivo hasta elevar el mensaje al plano trascendente de lo milagrosamente
íntimo sin decolorarse en la habitualidad. Dirá este poeta oriundo de la región
de la Araucania
y miembro de la Academia Chilena
de la Lengua: “Sentado en las rodillas/ de mi abuela oí las
primeras historias/ de árboles y piedras/ que dialogan entre sí/ con los
animales y con la gente/ Nada más, me decía, hay que/ aprender a interpretar
sus signos/ y a percibir sus sonidos/ que suelen esconderse en el viento.”
Parecida apuesta por la integración,
tal vez con un condimento de
palingenesia, viene a hacer Wewün Nagtül en su jaculatoria al mar: “Bajo tus aguas estuve bajo tus aguas,/
Delfín fui delfín,/ Cochayuyo fui cochayuyo,/ Ballena fui ballena,/ Pez en tus
aguas fui pez.” ¿No había intuido ya Anaximandro que los hombres descienden
de los peces? Y el mismo Wewün Nagtül dinamiza después su meditar en el desafío y
la inspiración de su quehacer de artesano: “Coceremos
estas alfarerías con nuestras manos/ alegres iremos a encender el fuego.” Un hogareño fuego ante el que bien puede
predicar “Aquí también hay dioses”, tal como Heráclito anunció a sus visitantes
extranjeros frente al horno en que se calentaba.
En octubre de 1877, Juan María Gutiérrez aconsejó a Francisco P. Moreno,
en una carta que hizo pública La Tribuna, estudiar del
hombre americano, “sus obras, sus artes, su culturas, sus costumbres”, es decir
no quedarse en la medición de sus cráneos, algo que presupone su muerte y la sacrílega
exposición de sus restos óseos en museos. (Aun no ha sido restituido el cráneo de
Juan Calfucurá a sus descendientes de la Comunidad Namuncurá,
del departamento Collón Curá de la provincia de Neuquén, que el general Nicolás
Levalle envió al Museo de La
Plata).
Tanto tiempo después de la exhortación del eminente polígrafo, poco
sigue siendo el interés general –quizá no el científico ahora- por los pueblos
originarios y para el caso los mapuches. Y al desentenderse gran parte de la
sociedad de sus vidas y cultura, ni recibir sus demandas, suele enfrentarlas con parecido recelo al llamado a la puerta de
un extraño.
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