Laila del viento y de la luz
y el verso,
Laila
de alguna antigua hechicería,
Laila
del sabio corazón inmerso
entre cedros, como una alegoría.
Dora Isella Russell
En 1921, cuando ejercía la presidencia del Uruguay Baltasar Brum –dirigente
del Partido Colorado y después mártir de la libertad bajo la dictadura derechista
de Gabriel Terra-, arribó a Montevideo Rezcala Neffa (1887-1964), un joven y
emprendedor libanés de fe católica maronita quien fue con los años prominente hombre
de negocios y al que en mérito a su prestigio el gobierno libanés, al acceder a
la independencia su patria en 1943, lo designó primer cónsul en la capital del
país de Artigas. A poco de llegar casó con una joven también de su comunidad y
religión: Zubaide Chain y de ese
matrimonio nacieron tres hijos: Laila, Suhad y Ais fallecido en la adolescencia.
Laila Neffa, educada trilingüe en castellano, francés y árabe y lectora
apasionada, demostró ya en la infancia inclinación por las letras y a la edad en que se comienzan a suplantar las
fantasías de la niñez por las ensoñaciones juveniles, llevó a cabo el desafío
de verter al español poemas y sentencias de Gibrán Jalil Gibrán, Marie
Ziade, Al Karane, Jorge Assaf y Tufic
Muffarrey .
Tan temprana vocación literaria
recibió el espaldarazo de sus profesores en el Liceo Zorrilla: Emilio Oribe y
Juan Carlos Sabat Pebet, docentes que para
ella fueron auténticos maestros y guías
espirituales. También tuvo el aliento de Juana de Ibarbourou y la poeta de “Las
lenguas de diamante” prologó su primer libro: “Voces de Oriente. Trozos de
literatura árabe. Traducción y notas biográficas”; una antología con las
versiones de los creadores libaneses antes mencionados que se publicó en
Montevideo en 1938. “De las huríes del
Profeta –escribió entonces Juana de América- desciende, sin duda, esta niña de pura ascendencia árabe y de rostro
cuya belleza es una confirmación de la célebre hermosura que ha hecho famosa a
las mujeres de su raza, Laila Neffa (…). Vino hacia mí, trayendo una carpeta
con traducciones de Gibrán Jalil Gibrán, el maravilloso poeta libanés, que bajo
el milenario cedro de Bcharri, hizo canción de sus sueños, y, para asombro y
beatitud del mundo, transformó en profunda poesía, su juventud signada por el
dedo de la locura”.
La
aparición de “Voces de Oriente” resultó todo un acontecimiento cultural en el
medio uruguayo y no sólo allí. La obra mereció juicios consagratorios del afamado
Cónsul General de Turquía en Buenos Aires -a quien Lugones dedicara el “Romance
del Rey de Persia”-: el Emir Emin Arslán, de los argentinos Raimundo Lida,
Bernardo Canal Feijóo, Fermín Estrella Gutiérrez, Arturo Capdevila, César
Tiempo o Emilio Ravignani; así como de personalidades y medios de prensa de Brasil, Colombia, México, España,
a los que se sumaron los ecos provenientes del Líbano y hasta del Lejano
Oriente, sin dejar de recordar la
conceptuosa carta autógrafa que envió a la autora el filólogo, romanista e
hispanista alemán Kart Vossler.
Si bien cuando Laila se inició en las letras
la mayoría de los escritores uruguayos de la llamada Generación del Novecientos,
con Rodó a la cabeza, habían muerto a excepción de Horacio Quiroga que se
suicidó en 1937, Carlos Reyles fallecido en 1938 y el filósofo Carlos Vaz Ferreira
que vivió hasta 1958, le fue dado a ella
mantener trato amistoso y hasta discipular, en ocasiones, con varias otras figuras
culturales de prestigio nacional y renombre internacional. Así con Carlos Sabat
Ercasty tan admirado por Neruda, con Jules Supervielle, con los nombrados Oribe
y Sabat Pebet, con el pintor y teórico
del arte Joaquín Torres García o con el escritor
épico y escénico de “Los Mayas” y “La epopeya de Bolívar”, general Edgardo Ubaldo Genta.
En 1943
entregó a la imprenta un segundo volumen de traducciones de escritores
libaneses contemporáneos y entonces Emilio Frugoni, el prosista de “La esfinge roja” además de
poeta, jurista, diplomático, parlamentario y fundador en 1910 del Partido
Socialista del Uruguay le expresó, en carta fechada en enero de 1944, entre otros conceptos elogiosos: “Estoy en deuda con Ud. desde sus “Voces de
Oriente” donde su fino espíritu femenino y su inteligencia penetrante
resplandecen en el arte de fieles traducciones y en la aguda comprensión del
alma y el genio de un gran poeta inmortal de su raza y del mundo”
Un
par de años antes, sin duda inspirada en
los diálogos sobre temas cervantinos que sostenía con Sabat Pebet, autor algo
más tarde de “Cervantes, en la aventura entre el querer y el poder”, puso punto final al ensayo “De Don Quijote a
Carlitos Chaplin”, un paralelismo entre el Caballero de la Triste Figura y el genial
personaje cinematográfico de risible galera y bastón, vinculados a través de
los siglos por el ideal y a veces la tristeza o al menos la triste sonrisa. En
tanto, trabajaba los sonetos y otras formas poéticas que integrarían su primer poemario: “Aís”
(1951), homenaje de tono elegiaco al
hermano muerto. Luego de un prolongado
tiempo sin editar libros, aunque no de silencio dado que publicaba a menudo en
diarios y revistas de ambas orillas del Plata y comenzó a colaborar en La Prensa en 1964, dio a
la imprenta en 1999 “El ángel y la rosa”
y en 2006 “El universo de la rosa”, ambos ilustrados por Hermenegildo
Sábat y cabales testimonios, uno y otro,
de ductilidad poética, dominio métrico y estilístico, alta inspiración y edificante mensaje espiritual. Algunos de los
sonetos de esos libros, “de elocuencia
digna de Quevedo”, a juicio de Federico Peltzer, son antológicos en su leve
melancolía: “Es el otoño irremisible y
tierno./ Es la paz que nos llega de algún lado,/ en la sangre y el goce
sosegado./ Las voces se decantan y el invierno/ resbala suavemente en el
materno/ cuenco de trascendido, enamorado/ y rutilante barro despiadado,/ sin
auroras, voraz y a veces tierno./ En nubes de memoria se diluyen/ trofeos,
sueños y batallas. Rondan/ los vientos entre quietas ramas blancas/ y viejas
soledades fieles huyen/ y vuelven y nos hablan y se ahondan/ y nos tienden sus
leves alas francas” (Otoño)
Laila Neffa se casó en 1958 –antes de obtener
la ciudadanía argentina- con el hombre público y diplomático doctor Guillermo
de la Plaza (1918-2011),
pariente próximo del presidente Victorino de la Plaza y embajador de la República Argentina
en Uruguay durante ocho años, donde concretó la firma del Tratado del Río de la Plata entre la Argentina y el Uruguay. (Antes
de la Plaza fue
embajador en Bolivia y después lo sería en el Líbano). De manera especial en Montevideo, y
previsiblemente dado su arraigo familiar, el papel de la esposa del jefe de la
representación de nuestro país, entonces con sede en el Palacio Berro, trascendió el aspecto protocolar. Testigo de ello fueron,
por ejemplo, los entonces funcionarios de la embajada y destacados escritores
Silvia Ovejero y Javier Fernández, que ya retirados seguían comentando el hecho
con simpatía.
Hoy, en
sus altos años, en su casa de la calle Larrea y Santa Fe en el barrio de
Recoleta, vive rodeada de recuerdos que
no la anclan en el pasado. Sigue escribiendo y con su ingenio, amabilidad, fineza y cultura sabe
dar a las reuniones amistosas que convoca, el toque mágico de auténticas
tertulias culturales.
A veces,
en medio de ellas, miro por algún ventanal e intuyo afuera el apuro de tantos
seres sin tiempo para deleitarse con los
eternos valores del arte y la belleza.
(Carlos María Romero Sosa, se publicó en La Prensa, el 29 de enero de 2017)