domingo, 14 de enero de 2018

EMILIO FRUGONI, UN HUMANISTA EN LA UNIÓN SOVIÉTICA

                                                           “Poesía y pasión política -aun alta y pura poesía, aun pasión política convertida en acción militante- no son repugnantes entre sí; al contrario, la unión  entre una y otra suele darse con frecuencia en almas superiores”, escribió en La Prensa el 13 de octubre de 1957 Roberto F. Giusti,  en un extenso y elogioso artículo crítico sobre el libro “Sonetos míos” del uruguayo Emilio Frugoni (1880-1969), escritor, docente universitario, jurista, político, parlamentario, diplomático y antiguo colaborador del diario.  Y si de espíritus superiores se trata,  bien podría trazarse un paralelo entre el fundador y  afiliado número 1 al Partido Socialista del  país hermano y nuestro Mario Bravo, sólo dos años menor que aquél y también legislador nacional por el socialismo, al tiempo que estudioso y promotor del desarrollo del Derecho Laboral en el país, cuya bibliografía enriqueció en forma simultanea al dictado de la materia  en la Universidad Nacional de Montevideo por parte de Frugoni. Poeta lírico Mario Bravo, de refinado acento y tono modernista como lo  revelan  sus libros “Poemas del campo y de la montaña”, “Canciones y poemas” y “Canciones de la soledad”,  el dejo de romanticismo y cierto aire nostálgico y bohemio que exhalan sus composiciones, también pueden identificarse con las dictadas por el temperamento estético de Frugoni,  creador de “Los himnos”, “De lo más hondo” -que prologó José Enrique Rodó-, o los “Poemas montevideanos”: “Con cuánto amor te canto, Montevideo,/ a pesar de lo amargo que haces mi vida. Eres en mi existencia llaga y recreo;/ herida y venda y bálsamo de mi herida.”  Por lo demás tan admirador y amigo de Rubén Darío era el tucumano como lo fue el montevideano, de quien su nombre aparece junto al autor de Azul en un número correspondiente a 1907 de la revista La Nueva Atlántida.
                                                               
                                                           Los paralelismos continúan si se piensa que en ambos artistas y hombres públicos repercutió de manera singular la Revolución Rusa y propiamente en algún momento el interés por la realidad de la URSS. Así Bravo pronunció en 1919 en la Facultad de Derecho de la UBA, una conferencia sobre “La Revolución Rusa y la constitución de la República Socialista Federativa de los Soviets”,  tan elogiosa para la instauración de los Soviets y la participación en ellos de las masas como crítica a la implantación de la dictadura del proletariado.  Frugoni, por su parte,  décadas más tarde, tuvo oportunidad de conocer sobre el terreno el funcionamiento del país comunista y sus instituciones al ser designado ministro plenipotenciario del Uruguay en Rusia durante los años finales de la Segunda Guerra Mundial. Al regreso, en un libro de 476 páginas titulado: “La Esfinge Roja. Memorial de un aprendiz de diplomático  en la Unión Soviética” -que editó Claridad  en 1948-, narró las experiencias y mostró desde el comienzo admiración por el Ejército Rojo que se batía contra el nazifascismo. Igualmente emana del texto la solidaridad con el pueblo humilde que entre privaciones proveía de soldados –sus hijos- a los frentes. Inspirado en su ética  humanitaria  propuso   entonces, sin hallar mayor eco entre los colegas,  restringir el boato de las fiestas de la diplomacia y donar esos ahorros para un fondo de guerra y de ayuda a los necesitados. “Una recepción, una fiesta diplomática en Moscú –me decía un distinguido embajador europeo- se reduce siempre a un gran bufet”, anotó con desagrado.                                                              

                                                    Frugoni, en consonancia con el ideario expuesto en la obra de Carlos Sánchez Viamonte: “Democracia y socialismo”,  otro de sus compañeros de ideales en esta ribera del Plata donde el uruguayo se exilió durante la dictadura de Gabriel Terra –a Sánchez Viamonte le prologó el volumen “Ley marcial y estado de sitio en el derecho argentino”-, hizo profesión de fe sobre que la democracia republicana habrá de perfeccionarse con la asimilación de las ideas fuerzas del socialismo, no pudiendo admitir que en nombre de éste se clausurara la única forma de gobierno capaz de tutelar las garantías individuales. De allí que arribó a Moscú dispuesto a ver y asimilar otra realidad, ajeno a prejuicios ideológicos reaccionarios aunque firme en aquellas convicciones. Lo que no obstó para brindar su elogio a los avances gubernamentales en el reconocimiento de la condición femenina, en contraste “con lo que era la mujer rusa  de los tiempos del zar”. De igual modo  aplaudió el Plan Quinquenal Soviético y de paso mostró  interés porque en Uruguay  se planificara también la producción y la economía, “siguiendo un camino en el que mucho podríamos aprender de la experiencia rusa”.  Pero desde la perspectiva del liberalismo político –no económico- en el que se formó y abrevó  siempre, repudió las formas autoritarias del estalinismo -pese a que aún no había noticias claras sobre los Gulag y se ignoraba el Holodomor ucraniano - y el obsesivo culto a la personalidad que  rodeaba al dictador, amplificado en los versos de la “Canción a Stalin” de Nicolás Guillén o la Oda de Pablo Neruda. Por eso, lejos de idealizar ninguna autocracia,  ni la zarista ni la instaurada en nombre del colectivismo, cuando le tocó abandonar su destino diplomático para regresar a la patria, pudo escribir la “Esfinge Roja”  sin verter en ella el desengaño que muestran las páginas de “Regreso de la URSS” de André Gide, otrora defensor del sistema y en 1936 dolido por el devenir de una revolución traicionada. Tampoco estaba a su alcance  denunciar como lo hizo el general español republicano Valentín González “El Campesino” en los capítulos de “Vida y muerte en la URSS”, las purgas contra los disidentes trotskistas y anarquistas y la propia aventura del “Campesino” de escapar de la NKVD de Lavrenti Beria. Aunque Frugoni subrayó sin titubeos en los renglones finales del libro: “La democracia política  -que allí no existe-, es la policía de todos los derechos humanos. Sin ella, la justicia social o económica es una dádiva que sólo depende de quien la otorga”.
                                                             Meditado ensayo político y sociológico a la vez que   anecdotario ameno de viaje, con apuntes de hechos significativos como su encuentro en Moscú con el general De Gaulle o su participación en calidad de  invitado extranjero en una función celebrada en el Gran Teatro en honor de los británicos Churchill y Eden, la obra explora y retrata desde los grandes desfiles en la Plaza Roja hasta el fútbol y el desarrollarse de la vida cotidiana. Se detiene en la descripción de la arquitectura moscovita,  muestra  admiración  por el  trazado del metro, se interna en temas económicos, ausculta la   condición de los ancianos y los niños y ve la existencia   en proporciones mínimas –lo subraya- de mendigos en las calles: “Pero hay mendigos”, debe admitir. Especial atención  se da a los temas atinentes a la educación pública, la cultura, los libros, las bibliotecas y el periodismo: “No se ve tanta gente como en otras ciudades  leyendo diario, lo cual se debe, sin duda, a que la prensa soviética cotidiana es muy pobre en material”. Y concluye Frugoni refiriendo que había enviado y fue publicada en Pravda una carta suya aclaratoria de la posición oficial uruguaya contraria por sentido filosófico a la pena de muerte, incluso para los criminales nazis juzgados en Núremberg. No tiene desperdicio el capítulo dedicado a estudiar la tradición religiosa rusa revitalizada con motivo de la guerra: “Domingo –de dominicus dies, día del Señor- en ruso se dice Boscrecenie, que se traduce por Resurrección. Pues bien, en la Unión Soviética, Boscrecenie, el día de la Resurrección, ha resucitado.(…) ´La conciliación del materialismo con el dogmatismo religioso –comenta Plejanov-  sorprendería mucho a un francés del siglo XVIII, pero en Inglaterra no extraña a nadie.´ Probablemente en la URSS y en la misma Rusia se hallan también ahora quienes no se extrañen de esa conjunción.”  Jugado por la emancipación de todo dogmatismo y agnóstico en materia religiosa, no dejó de intuir sin embargo con espíritu amplio que: “En un estado superior de la cultura humana, el misticismo esencial de un pueblo puede ser un aire del alma en que se enciendan fervores  de idealidad, no exentos de la vocación del misterio (el futuro, por ejemplo, será siempre enigmático hasta para los marxistas, y quien mire al futuro, aunque no mire a Dios, mira al misterio).”
                                                                 El fervoroso soñador e impulsor de  sociedades abiertas y justas mal podía aprobar prácticas totalitarias y represivas: “Insisto en que el ciudadano soviético es un súbdito de la policía, el cual vive bajo permanente vigilancia e inquisición”; y eso  más allá de reconocer que en Rusia nunca hubo libertad para las decenas de millones de excluidos del régimen anterior.
                                                                  Sabido es que en la Argentina  José Ingenieros, Enrique Del Valle Iberlucea, Alfredo Palacios -“Los revolucionarios han vencido al caos y la miseria”, escribió elogiosamente en 1921 en su obra “La Revolución Rusa”-, Mario Bravo, Roberto F. Giusti, Augusto Bunge, el escritor anarquista Alberto Ghiraldo y hasta el mismísimo Jorge Luis Borges, juzgaron como un momento de progreso de la humanidad el ocaso del zarismo. Otro tanto hizo  Emilio Frugoni treinta años antes de dar a conocer sus experiencias en “La Esfinge Roja”.  Pero si los intelectuales argentinos mencionadas dieron su apoyo  a la  Revolución de Octubre, él, marxista no leninista y próximo a las tesis del alemán Eduard Bernstein en cuanto a las posibilidades del reformismo fruto de la acción parlamentaria, creyó entonces y después, tal como surge de su ensayo “Génesis, esencia y fundamentos del socialismo”, en la evolución transformadora sin violencias de la sociedad; de allí su controversia con el dirigente y futuro legislador comunista Eugenio Gómez. En consecuencia se sintió más próximo a la Revolución de Febrero de 1917 y a la posición del socialrevolucionario  Kerenski, que a la gesta maximalista de octubre de ese año a la que cantaría Borges.


(Carlos María Romero Sosa, se publicó en La Prensa, el domingo 31 de diciembre de 2017)

Fragmento de una carta del doctor Emilio Frugoni a la escritora uruguaya, nacionalizada argentina, Laila Neffa de de la Plaza. 

sábado, 6 de enero de 2018

JUAN JAIME CESIO: EL HONOR DE UN SOLDADO

                        
                       
                                                             A contramano del oportunismo político y el  zigzagueante protagonismo mediático de la dirigencia banal -que salvo honrosas excepciones-   venimos padeciendo los argentinos, hay gestos, que por ejemplares,  resultan de difícil olvido. Uno de ellos es y será para la historia democrática del país aquel  del coronel Juan Jaime Cesio,  marchando junto a las Madres de Plaza de Mayo en reclamo de verdad y justicia cuando tantos escondían la cabeza o aprobaban sin más la llamada “guerra sucia” y sus métodos.
                                                             Cesio falleció el 23 de diciembre último a las 91 años, según informó la nota necrológica que publicó  LA PRENSA  un par de días  después. De su trayectoria de soldado orgullosamente enraizado en la tradición sanmartiniana y bolivariana, era esperable tal actitud valiente, comprometida y bien meditada  que tomó aceptando los riesgos de vida, la persecución y la posibilidad cierta de severas sanciones militares como las que recibió al ser privado del grado y el uso del uniforme. (Un reportaje de Mona Moncalvillo aparecido en el número 101 de la revista Humor le valió también un arresto por tiempo indeterminado).                                                          Me pregunto si sospecharían sus camaradas de armas devenidos en jueces venales,  que Cesio con sus “puños llenos de verdades” venía a salvar el honor de la Fuerza, mancillado por usurpadores de bebés, torturadores y demás lacras morales.  En 1973, durante la primavera camporista fue Secretario General del Ejército bajo la Comandancia en Jefe del Teniente General Jorge Raúl Carcagno, que denunció la doctrina de la Seguridad Nacional en la X Conferencia de Ejércitos Americanos reunida en Caracas. A poco sin embargo, la influencia siniestra de López Rega  y la extrema derecha encaramada en el movimiento popular,  impidieron su ascenso a general de brigada. Cesio intuyó entonces, dando combate a la adversidad, que no debía dejarse ganar por el resentimiento, la frustración, el cómodo silencio  o imaginar  concluida su vida pública. Y aunque denigrado entonces  con el “retiro efectivo”, no se apartó de la lucha por sus ideales y durante la dictadura estuvo próximo a los movimientos de Derechos Humanos. Militó después en el Partido Intransigente liderado por el doctor Oscar Alende, al que muchos provenientes del peronismo votamos en 1983 desencantados del candidato Italo Luder, proclive a convalidar la autoamnistía decretada por Reinaldo Benito Bignone. En 1984, junto al general Jorge Leal –Héroe del Polo Sur luego de comandar la expedición al Polo Sur  Antártico en 1965-, el coronel Horacio Ballester y el capitán Jorge Luis D´Andrea Mohr,  entre otros oficiales, fue uno de los fundadores de CEMIDA (Centro de Militares para la Democracia Argentina).
                                                        Ascendido por el presidente Néstor Kirchner al generalato en 2006, como en el caso de Emilio Fermín Mignone, el fundador del CELS, el genuino respeto del general  Cesio por la vida humana y su defensa de la dignidad integral del hombre que creía hecho a imagen y semejanza del Creador, provenían de su acendrado  catolicismo que nada tenía que ver con el “catolicismo mistongo” que anatemizó en su hora el padre Leonardo Castellani. Sólo hablé con él en dos ocasiones, una vez en el anexo del Congreso y otra precisamente durante una  jornada de oración, por lo que puedo dar fe de lo dicho.-

(Carlos María Romero Sosa, se publicó en La Prensa el 31 de diciembre de 2017 con algún renglón menos  y se reprodujo completo en la revista Con Nuestra América, de San José de Costa Rica, el 6 de enero de 2018.)