domingo, 11 de abril de 2010

APOSTILLAS GüEMESIANAS A UN RECIENTE LIBRO SOBRE ARTIGAS


Abundan los libros de historia a secas; en tanto que se escriben también otros, cuyas fuentes inspiradoras corren paralelas en intensidad con sus propósitos investigativos o de divulgación y deben rastrearse, en particulares “historias” humanas y familiares. Lo expresado ocurre cuando esas elaboraciones intelectuales responden al sentimiento y hallan en él suficiente razón justificadora y disparadora como para ahondar y reconstruir aspectos del pasado.
“Artigas entre estirpes y destinos” (Impresora Gráfica, Montevideo, Uruguay, 2009), libro de Susana Dalmao de D‘Atri y Elías D’Atri, que contó para su ordenamiento con la colaboración de Pablo Troise -novelista, poeta, crítico literario, periodista de opinión fogueado en las columnas montevideanas de “Marcha”, jurisconsulto, magistrado y ex Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la República del Uruguay hasta su jubilación en el año 2006-, corresponde a este último tipo de obras descriptas: las concebidas desde la emoción -y por ende escritas con la sangre del corazón, según decía Nietzsche-, sin por ello obviar ni la sana crítica ni el soporte documental. Precisamente aquí, y debido a razones genealógicas, el aparato erudito incluye la reproducción de papeles atesorados durante varias generaciones y nada hay de extraño en ello: Susana Dalmao es descendiente directa del Protector de los Pueblos Libres y de doña Melchora Cuenca, “la sombra mestiza, americana de Artigas, cuando el Héroe nacional tuvo en la Villa de Purificación del Hervidero la creíble idea de imaginar el alma de un País”(página 236)
A la profusa bibliografía artiguista rioplatense -entre la que cabe mencionar títulos como “José Artigas el primer uruguayo precursor latinoamericano” de Jesualdo”, una clásica biografía editada por Losada en 1968; o los volúmenes “Artigas el héroe de Platania”, ensayo de filosofía de la historia debido a la pluma del general uruguayo Edgardo Ubaldo Genta dado a conocer en 1945, “Artigas fundador de la nacionalidad y prócer de la democracia americana” de Miguel Víctor Martínez (1950), “Artigas intérprete del federalismo republicano de Mayo” de Alfredo Díaz de Molina (1966), “Artigas. El jefe de los Orientales” de Fernando O Assunçao y Wilfredo Pérez (1983) y “Artigas y el federalismo en el Río de la Plata” de Washington Reyes Abadie (1986)-, la obra en cuestión aporta su cuota de originalidad, tanto por la estructura casi de relato cuanto por la novedosa información. Salta a la vista que para procurarla no se descartó ninguna fuente de consulta y hasta se apeló a la tradición oral y escrita.
Cada capítulo tiende a instalar y dejar abierto incluso, a través de la fantasía poética de alguna ilustrativa rima intercalada de Pablo Troise, determinado aspecto historiográfico: ya sea de índole biográfico, genealógico, heráldico o cronológico referente al Prócer, a la época con la presencia de sus personajes principales, a la mencionada compañera Melchora Cuenca, o al hijo de ambos, el Coronel Santiago Artigas Cuenca y a su esposa legítima, Ana Vallejo, a quien la leyenda atribuyó haber vivido ciento treinta años. En cuanto a Santiago Artigas, a la fecha de su muerte, el 21 de enero de 1861 en la ciudad de Concordia, desempeñaba interinamente el cargo de Comandante Militar del Departamento. En sus funerales recibió honores ordenados por el Gobernador de Entre Ríos, general Justo José de Urquiza debido -expresa el decreto correspondiente- “a los servicios prestados a la causa pública así en su rango militar como en la administración del Departamento que le estaba confiado”. (Cabe anotar aquí que una comunicación académica firmada por Antonio P. Castro incluida en la “Revista del Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas” -Año VII, correspondiente a 1950-1951- se refiere justamente a “Artigas y sus descendientes en Concordia”).
A medida que se avanza en la lectura de las casi 270 páginas de “Artigas entre estirpes y destinos” cobran ellas dinamismo propio y despiertan un sinnúmero de conclusiones y porqué no de interrogaciones. Es destacable la inclusión de detallados árboles genealógicos que dan cuenta de las ramas entroncadas con el Padre del Federalismo, al que el general San Martín –es de recordarlo- llamó en carta fechada el 13 de marzo de 1819 y remitida desde Mendoza: “Mi más apreciable paisano y señor”. Además se muestran sin agobiar al lector los resultados de investigaciones coronadas con la obtención de datos de primera mano, como por ejemplo los relativos a los ancestros zaragozanos de Artigas, que contaba con antepasados oriundos de Puebla de Albortón en la provincia de Zaragoza, con lo que se descarta su supuesta procedencia paterna canaria. Se podrá conjugar entonces ese y otros aspectos eruditos del volumen, con la coloquial narración de la peregrinación patriótica a la región española de Aragón por parte de los autores Dalmao y D’Atri en busca de la casa solariega de Juan Antonio Artigas, a cuyo frente, hoy reconstruido, luce desde 1950 una placa conmemorativa al “poblador de la Ciudad de Montevideo y abuelo de José G. de Artigas fundador de la República del Uruguay”.
Empero entre las varias secciones de la obra hay un capítulo que merece especial detenimiento por motivos de elemental justicia histórica y en razón de que nos toca de cerca a los nacidos en la banda occidental del Plata: el titulado “Artigas, Héroe Nacional de los Argentinos”. No cabe duda: lo fue y lo es por derecho propio; así y no sólo como Prócer Uruguayo debe ser reverenciado por los argentinos. Piénsese que el combate de La Piedras librado el 18 de marzo de 1811 brindó uno de los primeros triunfos militares a la Revolución de Mayo y “llevó el estandarte de la libertad hasta los muros de Montevideo”, como proclamara el propio vencedor. A juicio del historiador oriundo de Paysandú Juan E. Pivel Devoto, la victoria de Las Piedras “consolidó la posición de la Junta de Buenos Aires en un momento difícil de su gestión. Recuérdese que Belgrano no había logrado en su campaña la adhesión del Paraguay a la causa revolucionaria y que Castelli no había superado el poder de la reacción en el Alto Perú”.
Sin proponer ucronías, resulta innegable que otro habría sido el destino de la Patria Grande de contar el Jefe de los Orientales con los auxilios reclamados a las autoridades de la Buenos Aires portuaria, unitaria y anglófilamente librecambista, en su lucha contra los contrarrevolucionarios españoles y ni qué mencionar la alianza de los centralistas porteños con los portugueses de Brasil, invasores “de Melo hasta Paysandú” según poetizó Félix Luna. Del mismo modo, distinta sería la historia de no haber rechazado la Asamblea Constituyente del año XIII la incorporación de los diputados orientales y aceptado en cambio las Instrucciones de Soriano, aquel proyecto de Constitución Liberal Federativa para las Provincias Unidas de la América del Sur, embebido de republicanismo federalista. Hoy, desde la calle más larga del mundo -según otro mito o zoncera argentina-, la que lleva el nombre del “más grande hombre civil de la tierra de los argentinos”, en florilegio de Mitre, quizás el fantasma de Bernardino Rivadavia, gobernante progresista en tantos aspectos, siga penando sin poder desandar ya sus “yerros” políticos con respecto al destino de la Provincia Oriental cuyo lema en el escudo artiguista, con símbolos charrúas para escándalo de los doctores porteños, no dejaba lugar a dudas: “Con libertad ni ofendo ni temo”. Y lo propio corresponderá al del enviado de Rivadavia a Río de Janeiro, Manuel José García; o al de Manuel de Sarratea, el Gobernador de Buenos Aires que llamó “traidor” a Artigas - y al que el cáustico Liborio Justo en su obra “Nuestra patria vasalla” consideró un instrumento de Inglaterra- y al de Gervasio Antonio de Posadas que en un bando directorial declaró al oriental “Infame, privado de sus empleos y fuera de la ley”, anticipándose al epíteto de “bárbaro desorganizador” que le dio Vicente Fidel López en carta a Mitre. Transitarán espectrales aquellos próceres, que lo son con sus aciertos merecedores del bronce y con desaciertos como para fundir el metal, sin cruzarse siquiera en la nomenclatura porteña con la arteria que por quince cuadras bordea Palermo y recuerda al patriota gestor del Congreso de Tucumán coronel José Javier Díaz, aquel primer gobernador elegido por el pueblo de Córdoba que en 1815 declaró a su Provincia “enteramente separada del gobierno de Buenos Aires y cortada toda relación bajo los auspicios y protección del General de los Orientales, que se constituye en garante de su libertad”. (página 213)
De acuerdo pues con la línea americanista e integracionista trazada por Dalmao y D’Atri, un aspecto tal vez digno de desarrollarse en una próxima edición del libro podría ser el que hace a la relación entre José Artigas con Martín Miguel de Güemes, esporádico vínculo epistolar al que trascendían sus notorias coincidencias en aspectos fundamentales de sus respectivos idearios políticos y hasta sociales. Como que el primero “tres años antes que naciera Marx/ y ciento cincuenta antes de que roñosos diputados la/ convirtieran en otro expediente demorado/ borroneó una reforma agraria que aún no ha conseguido el/ homenaje catastral”, en versos de Mario Benedetti, en tanto que el segundo, “precursor instintivo del socialismo” en concepto de Joaquín Castellanos citado por Gregorio Caro Figueroa, promulgó el Fuero Gaucho hacia 1816, que si bien no representó estrictamente una redistribución de tierras, eximió a los combatientes que provenían del paisanaje del pago de arriendos, medida suficiente para despertar la furia de las oligarquías terratenientes nativas.
Sólo es conocida una carta de Artigas al Caudillo salteño fechada en el “Año 7 de Nuestra Regeneración”; un texto lleno de críticas para “La fría indiferencia de Buenos Aires y sus agentes de aquella Corte”. “Corte” de pacotilla, previsiblemente repudiada por el demócrata popular que bajo la influencia del contractualismo roussoniano, supo manifestar en su oración cívica ante el Congreso de las Tres Cruces (1813): “Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa por vuestra presencia soberana”. El historiador Luis Güemes Ramos Mejía, en el tomo 6 de su “Güemes Documentado” menciona a su vez la sola epístola de que se tenga noticia dirigida por su antepasado al Jefe Oriental y de la que apenas existe referencia en otra de Manuel Belgrano de 1817: “Remito la carta de Ud. para Artigas. Está muy bien puesta y al caso”. Si hubo escaso correo entre ambos centauros de la libertad, sería de seguro porque otras eran sus aflicciones frente al enemigo externo y perentorias las responsabilidades para con sus gobernados. No obstante, el folclore poético del Noroeste argentino recogió una copla en la que sabiduría popular sintetizaba e identificaba perfectamente las visiones nada sectarias de los dos próceres:
Güemes y Artigas
hermanos son;
de patrias chicas
harán nación.

*****
Tengo a la vista los originales de una conferencia de Carlos Gregorio Romero Sosa, pronunciada en Buenos Aires -el 16 de junio de 1976- con el auspicio de la Representación del Gobierno de Salta en la Capital Federal con motivo de los homenajes tributados en el 155 aniversario de la muerte del Héroe Gaucho. “Esbozo de las ideas políticas del General Martín Miguel de Güemes” fue el tema de la disertación paterna. Advierto al leer la pieza manuscrita e inédita, que en varios pasajes se hace referencia, en extenso, a las concordancias entre el ideario independista, federalista -no anárquico ni disolvente- y de contenido social güemesiano con la filosofía que inspiraba las Instrucciones de Artigas.
Por eso, más allá de los méritos objetivos del libro en cuestión, tomo conciencia de que en el plano estrictamente personal, “Artigas entre estirpes y destinos”, me ha conducido con naturalidad a una de mis propias estirpes, valga el hecho de parafrasear su título. Y que sus páginas han logrado reverdecer en mí la pasión por un destino de integración “suramericana” de cuño sanmartiniano y bolivariano, tanto como güemesiano y artiguista. Que nada tiene que ver con el otro, con el amargo “destino sudamericano” que Borges, en su “Poema conjetural”, puso en boca de Francisco Narciso de Laprida asesinado por las huestes de Félix Aldao.
Publicado en "Salta Libre" el 28 de marzo de 2010