Refiere Nietzsche en uno de los capítulos de su libro “Hecce Homo”, que en agosto de1881,
cuando caminaba a través de los bosques junto al lago de Silvaplana, se detuvo frente a una imponente roca elevada
en forma de pirámide no lejos de Surlei “a
seis mil pies del hombre y del tiempo”,
con la intuición del eterno retorno. Yo vivo en el año 2018 y no estoy en el
valle suizo de Engadina sino en la ciudad Autónoma de Buenos Aires: sin embargo
me invade, no
por cierto un pensamiento creador, sino otro de preocupación por el descalabro
económico producto de la pésima gestión del ingeniero Mauricio Macri y su equipo de empresarios y ex
condiscípulos suyos del colegio secundario, hoy devenidos en ministros del Poder Ejecutivo. Circunstancia que
todo hace pensar resultará en otra de las cíclicas crisis terminales de las que
aproximadamente cada década resultamos
víctimas los argentinos y cuyo primer síntoma es el desbocarse del dólar.
Se
trata ciertamente de una suerte o para el caso mala suerte de eterno retorno,
que poco tiene que ver con aquella fórmula suprema de afirmación que decía el
filósofo alemán y en cambio pone en acto una decadente repetición de nuestro
fracaso como sociedad, en gran medida responsable de elegir pésimos gobernantes y apostar al
triunfalismo futbolero, en cuestiones que hacen al bien común. Por de pronto es esta una sociedad siempre propensa en su
inmadurez a tener a mano a frases echadas
a rodar por la propaganda oficial, en los
multimedios monopólicos que ahora sostienen
y promueven este proyecto neocolonial y hambreador, igual que ayer al menemismo
y anteayer a la dictadura y el plan de Martínez de Hoz bendecido por la Trilateral y Kissinger.
Se trata de medios que son en verdad los mandantes de gobiernos antinacionales
y que a este presidente lo mantienen a rienda corta dictándole lo que debe hacer. Ya
antes de asumir el diario La
Nación le indicó, con el viperino mensaje que caracteriza a
la “Tribuna de Doctrina”, amnistiar a los militares genocidas presos. Concedámosle
una a favor a Mauricio Macri: no lo hizo.
Entre la opinión pública y la publicada
debería haber un abismo, a juzgar por los intereses sectoriales del cuarto
poder enfrentados a la calidad de vida del común de
la gente, salvo excepciones como el canal C5N con sus directivos presos. No lo hay sin embargo y en cambio la
pretendida inteligencia suele acuñar y difundir desde allí nuevas zonceras argentinas,
con riesgo semejante para la
Nación y el Pueblo a un reguero de pólvora. Así: “Si le va
bien a Macri, nos irá bien a todos”; un oxímoron
a la vista del ideario neoliberal que en la campaña disimulaba el entonces
candidato. Porque si tuviera éxito su plan y los números macroeconómicos le
cerraran, esto acarrearía como contrapartida la recesión y la miseria
imaginables, siendo los beneficiados los mismos sectores del privilegio que lo
fueron siempre y lo siguen siendo ahora pese al abultado déficit fiscal: las
oligarquías, el FMI y los usurarios acreedores de la deuda externa que el
gobierno agigantó desde diciembre de 2015.
Con los que le creyeron, los que le quisieron
creer y aquéllos a los que les convenía su triunfo electoral, ganó las elecciones presidenciales en 2015, para
disgusto de su padre el empresario Franco Macri, prebendario pero poco dado a equivocarse quien decía no verle manos
para la política a su hijo. A renglón seguido comenzaron el mandatario y su
famoso “equipo” en la terminología duranbarbista, con la tarea de ir
destruyendo una a una las conquistas sociales, que incluso buena parte de sus
votantes de clase media y de manera inverosímil de sectores humildes, esto
último explicable sólo por el bombardeo mediádico antedicho, daban por irreversibles. En lo que no mintió el
ingeniero fue en el slogan de “Cambio”. Un cambio por cierto reaccionario mostrado
al elevar hasta cifras delirantes e impagables el precio de los servicios de
agua, electricidad y gas; modificar en menos la
fórmula de actualización de jubilaciones y pensiones, impedir la paritaria
nacional docente; quitar retenciones a los eternos ganadores de la Sociedad Rural y a los empresarios
mineros; favorecer al sector bancario y financiero en detrimento de la
producción y embretar a la población con una inflación que día a día carcome
sus ingresos. La fanfarroneada creación de puestos de trabajo del año pasado,
se redujo a actividades precarizadas y a monotributistas; grupos que al
presente son las primeras víctimas de la desocupación.
A poco la suerte de populismo de derecha, del otrora sonriente y danzante candidato fue endureciéndole
el gesto y ante la creciente protesta social apareció la amenaza de la
represión; una respuesta oficial que se llevó primero la vida del joven artesano
Santiago Maldonado cuando apoyaba las
reivindicaciones de los mapuches en la Patagonia y poco después,
allí mismo, la de Rafael Nahuel en manos del grupo Albatros de la Prefectura Naval.
Para tranquilizar a los ultras y halcones que
están a su derecha y exigen mano dura, el Jefe de Estado anunció el último 29 de mayo: Día
del Ejército –y también aniversario del Cordobazo, porque la cronología suele
hacer guiños de ojo en el juego de truco de la historia- la necesidad de que las Fuerzas Armadas brinden apoyo logístico a las Fuerzas de
Seguridad, para lo cual deberá modificarse
el Decreto 727/2006 reglamentario de la ley 23.554 que lo impide.
En tanto, la alianza “Cambiemos” va sin rumbo
y no precisamente a los estadios del Mundial de
Rusia, descalificada la lamentable y caótica Selección Argentina en el
partido con Francia. Va a los saltos con la inefable diputada Elisa Carrió
mixturando politiquería barata con Ciencias Sagradas y proponiendo dar propina
en una caricaturesca versión posmoderna de la Damas de Beneficencia del pasado, que la hacían
en serio y tenían distinción y
refinamiento, cualidades de las que no
goza la pretendida Fiscal de la República. Con
el radicalismo apostatando de su tradición reformista y mirando para otro lado
cuando la gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal manifiesta que los pobres
no van a la universidad. Y con sus casi aliados en el Congreso, como el
oportunista ex UCD Sergio Massa, y entre los gobernadores Juan Manuel Urtubey, toman ya prudencial distancia
al oler como las mulas la tormenta en ciernes previendo que no habrá fácil
reelección en el 2019 para Macri, que desde hace meses debe beber el amargo te
verde de la corrida cambiaria.
Nada
novedosa por lo demás resulta esta debacle. La naturaleza de las cosas, verbigracia del capitalismo periférico, a
más de la historia reciente enseñan que las experiencias neoconservadoras, por
de pronto en la Argentina
y el Tercer Mundo, están condenadas al fracaso, así gobernaran verdaderos estadistas.
Cuánto más en el caso de ineptos bajo sospecha de corrupción o de “conflicto de
intereses”, según el justificante eufemismo que gusta emplear la señora Laura
Alonso, titular de la Oficina Anticorrupción
del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación.-
(Carlos María Romero Sosa, se publicó en la revista Con Nuestra América, de San José de Costa Rica, el 7de julio de 2018)