Con
la destitución de Mario Quintana y Gustavo Lopetegui, Vicejefes de Gabinete, en
abrupta salida motivada por la crisis cambiaria -y no sólo cambiaria- que vive la Argentina , se ha
deshilachado el yo del presidente
Macri. En efecto, es sabido que al comienzo de su gestión aseguró poniendo una
valla infranqueable a las críticas despertadas ante la impertinencia y falta de
humanidad de esos funcionarios cuando los despidos masivos de finales de 2015 y
principios de 2016, que la triada integrada por ellos y por su superior Marcos Peña,
Jefe de Gabinete de Ministros, eran él mismo. Toda una definición que hace
suponer que el ingeniero es un asiduo lector de Rimbaud, que escribió en las llamadas “Cartas del Vidente” de 1871
aquello de “Car Je est un autre” (“Porque yo es otro”).
El
pueblo sufriente producto de la crisis que divierte a la diputada Elisa Carrió,
no sabe y no le importa esos
desdoblamientos de su personalidad. Ni la reacción de los mercados ante las
nuevas medidas económicas anunciadas así como no entra en sus preocupaciones la
cacareada meta del déficit cero, que de alcanzarse en un país que no crece, será a
costa de su hambre y su miseria. Cerrar los números macroeconómicos puede en
circunstancias como las actuales representar una encerrona para los de abajo.
La
mentira por la que orbita el gobierno se advierte en cada uno de sus eslóganes
como la ahora anunciada con bombos y platillos reducción de ministerios. Justamente
las mismas carteras que al principio de la gestión de la administración de Cambiemos, neoliberal en lo
ideológico, oligárquica por la clase a
la que representa y beneficia y carente de idoneidad a punto tal que perdió
toda credibilidad en el exterior, se multiplicaron
para poner al frente de cada una de ellas a un amigo empresario o al licenciado
Jorge Triaca en Trabajo, el hijo de un sindicalista invariablemente traidor a
la clase obrera. Y alguien capaz de mostrar a poco de iniciada su gestión que
lo que se hereda no se hurta con el escándalo de su empleada doméstica a la que
insultó, no le hizo los aportes previsionales correspondientes y para
tranquilizar su conciencia la designó en un cargo pagado por un sindicato al
que había intervenido en sus atribuciones de ministro. Una farsa pues es el achique
del Estado en lo que hace a sus cabezas y al juego de ascensores de bajar
ministerios a secretarías. Además la lealtad de Macri con sus amigos y ex
compañeros del Colegio Newman es inquebrantable y los pocos idos en estos Idus
de septiembre como Quintana y Lopetegui, continuarán cobrando abultados
salarios y gozando de prebendas oficiales mediante nuevas y oportunas designaciones
que pasarán desapercibidas a no ser para los asiduos lectores del Boletín
Oficial que encontrarán en los próximos días decretos con sus nombramientos como
asesores. Pero la soga se corta por la más fino y los despidos en serio en el sector público, y
no para la platea, han sido, son y serán
de empleados administrativos de planta o precariamente contratados, tal como
sucedió hace poco en TELAM y por estos
días en el Ministerio de Agroindustria donde se cesanteó a más de quinientos
trabajadores.
En
una increíble aparición en cadena en la mañana del 3 de septiembre del
corriente, Macri aparte de insultar a Venezuela, repartió culpas por el
desastre económico que en pocas semanas llevó el dólar de veintitantos pesos a
más de cuarenta, al tiempo que en una
carrera alocada y vana por frenarlo el Banco Central malgastó casi 10000
millones de dólares de sus reservas. Culpó a la sequía, a la crisis turca, a la
guerra comercial entre los Estrados Unidos y China, a la suba mundial del
petróleo y al “affaire” de los famosos “cuadernos” con los que se pretende
desaforar y encarcelar a la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, en
una versión tango de la prisión de Lula da
Silva en Brasil y del complot para hacer otro tanto con Rafael Correa en
Ecuador. De todas esas excusas para diluir su responsabilidad e ineptitud, no
es raro que pueda haber incidido en nuestra crisis y en el descreimiento
exterior que nos cortó el crédito, la
inseguridad jurídica que a todas luces
pone en evidencia la irregular investigación judicial de los “cuadernos”,
tras una burda operación de los
servicios de inteligencia tendiente a desprestigiar al anterior gobierno. En
ese sentido que Macri haya bebido de su
propia medicina importa poco, lástima
que el veneno viene enfermando al pueblo trabajador y a las clases medias cada
día más pauperizadas. El coro de los periodistas
militantes de Cambiemos se escandaliza frente a los que presuntamente robaron
para hacer política y nada dice de la camarilla gobernante que hace política o
marketing de ella para robar y gestionar la cosa pública en beneficio de sus
familias y empresas.
Mientras
tanto la economía se achica, el peso se devalúa por minuto, la inflación
galopa, la riqueza se concentra en pocas manos, la Argentina dejó de crecer
y no hay una palabra entre las medidas adoptadas y prestas
a ser convalidadas por el FMI y el Imperio, para salvar a las PYMES endeudadas
con tasas de interés de 60%; ni para que los servicios públicos puedan ser abonados
por los jubilados sin tener que sacar usurarios créditos en los bancos amigos
del poder; ni para elevar el nivel de vida de los habitantes maltrechos por la
falta de salud pública, de educación pública, de seguridad pública y agobiados
por impuestos que más de un integrante del gabinete sabe evadir mediante
sociedades offshore registradas en paraísos fiscales. A falta de pan en tantas
mesas como denuncian los curas villeros, la llamada mesa chica de Macri se
agranda con tristes personajes como el sospechado ex Intendente de la ciudad de Buenos Aires
del menemismo Carlos Grosso, antiguo
empleado según Clarín de la gerencia de Socma de Franco Macri, el papá que en
un gesto de lucidez anticipó que su hijo no era para la política.