Está lejana ya la fecha. Y lo peor es que separada de la actualidad por
el cúmulo de acontecimientos sucedidos en el país y el mundo, capaces de marcar
a fuego cuerpos y espíritus de varias generaciones. Por eso
no es fácil recordar, aun para quienes la vivimos dramáticamente, si el
30 de marzo de 1982: jornada de la huelga y la marcha convocadas, tras el lema “Paz, Pan y
Trabajo”, por la entonces
llamada CGT de la calle Brasil encabezada por Saúl Ubaldini contra el proceso
cívico-militar que presidía Galtieri,
era ya un día propiamente otoñal o si, como en este su treintavo quinto aniversario,
el verano se resistió a cumplir con la inexorabilidad de las estaciones.
Como fuere, bien caldeado estaba aquí el ambiente. Además del desquicio económico y social
promovido por las políticas antinacionales y antipopulares que sólo cerraban
con 30.000 desaparecidos y millares de exiliados y presos, eran las vísperas de
la alocada guerra de Malvinas. En ese contexto la medida de fuerza activa
lanzada por el sindicalismo peronista y que acompañó la izquierda, sería la de
mayor respuesta popular y repercusión en el exterior de entre las varias
declaradas casi en la clandestinidad desde 1979 contra la dictadura. Basta
releer los periódicos de la época para tomar conciencia de la crisis terminal
que vivía la Argentina en el 82´.
En tanto documentos y libros de investigación cuentan lo suyo, de manera
más anecdótica cabe dar fe sobre que el aire del centro porteño estaba
enrarecido esa tarde por obra de los
gases lacrimógenos policiales, disparados
contra los manifestantes tratando de silenciar el repudio contra el
Proceso y sus personeros.
Quizá constituyan un límite a la inexistencia o la
fugacidad del tiempo los veinte años que según la letra del tango
de Alfredo Le Pera no son nada; por lo
que ningún gardeliano pondrá reparos en
caso de que alguien afirme cuánto pesan en vez tres décadas y media. Justamente
las que median entre aquella fecha histórica para el movimiento obrero
argentino y este 30 de marzo de 2017, testigo de nuevas frustraciones populares y de otra
multitudinaria movilización a la Plaza de Mayo. Sólo que los líderes de las dos CTA, Pablo Micheli y
Hugo Yasky, aparte del sentido conmemorativo de la jornada, la convocaron para
exigir respuestas a los impostergables y generalizados reclamos contra los
despidos, la inflación, la caída del consumo, la apertura indiscriminada a los
productos importados o la suba
irracional de las tarifas.
Cuando los ajustes, llámense “sinceramientos tarifarios”, “sintonía
fina” o como se los quiera disimular con eufemismos, parecen ser las únicas coordenadas seguras de
los gobiernos, me pregunto qué deberíamos sentir los que por no haber quedado en el camino o no reconvertirnos con
los cantos de sirena del “fin de la historia” en un momento y el “cambio” ahora, tuvimos la
oportunidad militante de participar en sendas manifestaciones. Qué sentimiento
sino una conjunción de rabia y de hastío frente a la película repetida invadirá
a los que siendo jóvenes hace tanto, hoy con más de sesenta otoños a cuestas enfrentamos
la versión siglo XXI del neoliberalismo en una suerte de eterno retorno. Se
dirá que sin palos ni despliegues de armas a la vista porque para hablar sin
tapujos, la cárcel de Milagro Sala y sus compañeras de la organización Tupac Amaru
se halla en la provincia de Jujuy, lejana e invisibilizada por nuestro
declamatorio federalismo. “Todo cambia” sigue
entonando Mercedes Sosa… O todo tiene su desarrollo y los “Chicago Boys” de los setenta
y ochenta crecieron, se multiplicaron, se maquillaron con colores de
desarrollismo o bien devinieron en Ceos eficientistas más pragmáticos que
estudiosos de Friedman y Harberger.
La historia, esa “advertencia de lo porvenir” que dice Don Quijote, da
cuenta de que si los sucesos no se repiten pueden parecerse tanto hasta
confundirlos. Queda a cargo de sus padecientes espectadores disponerse
a la práctica del juego de las diferencias, descubriéndolas del mismo modo que se lo hacía con los
dibujos que desde la última página del diario La Razón de hace media centuria
desafiaban la capacidad de observación. Y se advertirá entonces, entre las
luces y sombras del panorama sociopolítico actual, por de pronto que no es poco
vivir en esta democracia recobrada en 1983. Así nadie debió correr ayer de
ninguna represión como el primer 30 de
marzo; y piénsese que Ubaldini, el
metalúrgico Lorenzo Miguel, el Premio Nobel Adolfo Pérez Esquivel, varias
Madres y miles de manifestantes más
terminaron presos, que una bala policial
acabó con la vida del obrero Ramón Flores frente al Cabildo de Buenos Aires y
otra asesinó al trabajador José Benedicto Ortiz en Mendoza,, donde lo mismo que
en otras ciudades del interior se replicó el paro. En vez, en la última fecha -“decir la verdad
es siempre revolucionario”, enseña Gramsci-, fuimos testigos de
que la policía desviaba el tránsito para
facilitar el paso de la concurrencia. Una
pues a favor del presente para argumentar contra los conservadores incluso de
lo malo, que no todo tiempo pasado fue mejor.
Eso sí, con militares y civiles en el poder hay personajes que se
reiteran en la escena pública: políticos inmunes a la jubilación, empresarios
sempiternos merodeadores de los despachos oficiales y sindicalistas envilecidos en sus tratos con los mandamases
de turno. Personajes en general con descendencia: en el Banco Central es miembro del directorio un nieto del ministro de trabajo de Videla y del
interior de Viola, general Horacio Tomás Liendo. Y asimismo habrá que
esforzarse para distinguir entre cierta tradición familiar que corre de padre a
hijo dado que los vincula, además de la sangre y el nombre, la
ideología. En 1982, el fallecido Jorge Triaca -burócrata de una oficialista CGT conocida en la época como de Azopardo, y más tarde ministro de trabajo
de Menem-, era de los sindicalistas que no le hacían huelgas a la dictadura confrontando
con los gremialistas de la CGT de la calle Brasil: “Siga el baile, siga el
baile/ al compás del tamboril,/ CGT hay una sola:/ la de la calle Brasil”, era el
estribillo obligado en esos momentos. Fiel a la herencia capitalista o Procapitalista,
el actual ministro Triaca, responsable del área laboral del gobierno del
ingeniero Macri, promueve juicios políticos a los camaristas que convalidaron
la paritaria de los bancarios, se debe regodear
con los descuentos a los maestros en huelga dispuestos por la gobernadora Vidal
y a su pedido intenta sanciones contra los gremios docentes en huelga y sus
dirigentes.
Por supuesto que la ciudadanía eligió este gobierno de derecha y el
presidente tiene indiscutibles atribuciones para designar los colaboradores que
le plazca. Pero aquellos que quedamos del otro lado, en algún caso los mismos
que corrimos de las bombas lacrimógenas ese 30 de marzo de 1982 y que caminamos
de nuevo ayer hasta Plaza de Mayo tras iguales afanes de justicia social y de
soberanía frente a la deuda externa que la llamada “apertura al mundo” macrista
que reinstaló el crédito usurario internacional, ha multiplicado. Perdedores
por siempre, llevamos no obstante aprendido entre tropiezos que el progreso
social requiere no de iluminados sino de tomas de conciencia colectivas y de voluntad
común de realización. Algo distinto a esperar
que el tiempo, una dimensión sin valores agregados, se lleve por delante las
generaciones.
(Carlos María Romero Sosa, se publicó en SALTA LIBRE. NET el 1ero. de abril de 2017)