El martes 8 de noviembre de
1955, LA PRENSA en la página 7, bajo
otras noticias de carácter político y junto al anuncio de un acto de
recordación al médico y dirigente del Partido Comunista Juan Ingalinella,
desaparecido y asesinado en Rosario durante una sesión de tortura en junio de
aquel año, daba cuenta del fallecimiento -el día anterior- del doctor Julio V.
González. Luego de destacar su trayectoria de hombre público y publicista, informó
que sus restos fueron sepultados en el cementerio de Olivos. Por su parte el diario La Nación, en la nota
necrológica que le dedicó en esa misma fecha, resaltó que el socialismo del
hijo rebelde de Joaquín V. González, que ciertamente un conservador
progresista, no obedecía tanto a coincidencias económicas con el partido
fundado por Juan B. Justo en 1896, sino en la severa conducta política en pro
de un mejoramiento colectivo enraizado en gran parte en lo intelectual. Una formulación con la que cabe coincidir a la luz de las
obras escritas y la acción legislativa del doctor González. Porque en efecto
simpatizó con la planificación económica llevada a cabo en la Rusia Soviética a
la que juzgó a poco de ocurrida la Revolución de Octubre: “Símbolo de un
idealismo rebelde y reconfortante” y en un artículo aparecido en la Revista
de Filosofía -lo anota el “Diccionario Biográfico del a Izquierda Argentina” (2007)
dirigido por Horacio Tarcus- llegó a exaltar la figura de Lenín. En tanto
varios de sus correligionarios se manifestaban librecambistas, obsesionados por
la moneda sana y carecían de visión latinoamericanista.
Consecuentemente
en el plano de los recursos naturales González era estatista y nacionalista,
sobre todo en materia petrolera: “No existe país en el mundo, grande o
pequeño, débil o poderoso, con o sin petróleo en su subsuelo, que no entienda
el control absoluto del Estado sobre esa precioso e indispensable sustancia
mineral”, escribió en su libro de 1947: “Nacionalización del petróleo”,
donde criticó la política a su juicio ambigua del primer gobierno de Perón, que: “sale por la puerta de
la nacionalización y vuelve por la de la sociedad mixta. Otro militar será
en cambio merecedor de su admiración en la materia: el general Enrique Mosconi, quien había sostenido que en el tema del
petróleo: “No queda otro camino que el monopolio de Estado en forma
integral.” En esa misma línea de nacionalismo económico antiimperialista
y antioligárquico, en la Cámara de Diputados a la
que ingresó en 1940 por la ciudadanía porteña en la misma lista que los también
electos miembros del Partido Socialista: Américo Ghioldi, Silvio Ruggieri, Juan
Antonio Solari y Carlos Sánchez Viamonte,
interpeló al ex presidente de la Sociedad Rural
Argentina devenido ministro de agricultura, Cosme Massini Ezcurra, al tiempo
que denunció los negocios de la multinacional Standard Oil: “La Nación se halla a
merced del capital extranjero que opera en nuestro territorio.”
HERMANO DE “MIS MONTAÑAS” y “LA TRADICIÓN NACIONAL”
Julio
Víctor González, nació en 1899 y era el quinto
de los diez hijos del autor de “Mis Montañas” y “La Tradición Nacional”
y de su esposa Amalia Luna Olmos. Cuenta su amigo el caricaturista Ramón
Columba en “El Congreso que yo he visto” (1978), que le llamaban familiarmente
“Bebe” (Más tarde su apodo fue “Palito, debido a su quijotesca figura). En las
huellas de su padre, traductor de las Rubaiyat de Omar Kayyan, estudió “La
interpretación de la naturaleza en los poetas persas”, un ensayó dado a conocer
en la revista “Nosotros” de Roberto Giusti y Alfredo Bianchi. Se graduó como abogado en la Universidad Nacional
de La Plata. Fue
profesor de Historia de las Instituciones Políticas Argentinas en esa casa de estudios, hasta ser cesanteado
por la dictadura de Uriburu que lo encarceló acusado de “agitador reformista”.
Su libro “Historia Argentina. La era colonial” publicado en 1957, es decir
después de su muerte, es en gran medida resultado de sus clases universitarias.
Así como revelan la vocación por el Derecho Constitucional y la Ciencia Política tanto
su análisis sobre “La filiación histórica del gobierno representativo
argentino” de 1937, como la interpretación positiva de Gaspar Mechor de Jovellanos
y la influencia del “Informe sobre Ley
Agraria” del asturiano en el pensamiento de Manuel Belgrano y Mariano Moreno,
que desarrolló en el libro “Jovellanos y la emancipación argentina”
(1945).
Reintegrado a sus cátedras en La Plata fue nuevamente
exonerado de ellas bajo la intervención
de Ricardo De Labougle y otra vez detenido por el golpe militar de 1943. Una clara
manifestación de los errores y
sectarismos de esa asonada llena de contradicciones internas, que tan pronto permitía
que germinara en su seno la política pro obrera del entonces coronel Perón,
como prohibía el lenguaje lunfardo en los tangos, ungía ministro de Justicia e
Instrucción Pública al escritor antisemita Gustavo Martínez Zuviría o designaba interventor de la Universidad Nacional
del Litoral al autoproclamado reaccionario Jordán Bruno Genta, asesinado en
1974 por el ERP. (Genta fue destinatario tras su nombramiento de la crítica de
Arturo Jauretche en su texto: “La falsa opción de los dos colonialismos”, lo
que le valió al forjista un juicio por desacato
y hasta unos días de prisión). Con respecto a la década del primer
justicialismo en el poder iniciada en 1946, González si bien fue por
idiosincrasia liberal un severo crítico de todo avance contra las libertades
individuales y por aristocracia espiritual repudió la demagogia, llegó a
cuestionarse la razón por la que las masas obreras se alejaron del socialismo y
polemizó con la derecha del partido
encabezada por Ghioldi, en concordancia con otras figuras partidarias como
Enrique Dickman, Carlos María Bravo o Dardo Cuneo, ello sin contar a los
socialistas que abiertamente se sumaron al peronismo como el canciller Juan Atilio
Bramuglia, el dirigente sindical de los empleados de comercio y después
ministro del Interior Ángel Borlenghi, Manuel Ugarte, designado embajador en
México y Nicaragua o Joaquín Coca, ex
legislador nacional, periodista y autor del libro “El contubernio”. Comenta al respecto Vicente Osvaldo Cutolo en
“Buenos Aires: historia de las calles y sus nombres” (Tomo I, 1988), que González
“cuando apareció el peronismo no aceptó la interpretación que lo definió
como un fascismo vernáculo, y quiso indagar sobre el fenómeno político,
buscando los aspectos positivos, denunciando sus limitaciones y errores.”
EL REFORMISA UNIVERSITARIO
En este
año 2018, cuando se conmemora el centenario de la Reforma Universitaria,
es de advertir que poco se menciona a González, uno de sus ideólogos y
protagonistas y como tal reconocido en su hora al par que Alfredo Palacios:
“Maestro de la Juventud”.
En efecto, a poco de iniciarse el conflicto viajó a Córdoba en representación
de la
Federación Universitaria de La Plata –“La primera
tentativa de reforma se llevó a cabo con la fundación de la Universidad Nacional
de La Plata”,
concluyó Carlos Sánchez Viamonte- y su ideario
juvenilista, en buena medida influenciado por José Ingenieros, el “arielismo”
del uruguayo José Enrique Rodó, el “raciovitalismo”
de Ortega y Gasset y a tono con el “Paso a los jóvenes” que
había reclamado ya en 1896 desde las columnas de “El Tiempo” el entonces “poeta
socialista” Leopoldo Lugones, según la calificación de Rubén Darío, se plasmó
en los sucesivos volúmenes: “La revolución universitaria” (1922), “La reforma
universitaria” (1927 y “La emancipación de la universidad” (1929). Pero no quedó en la teoría o en el recuerdo de las
épicas jornadas cordobesas vividas junto a Deodoro Roca, Gregorio Bermann, Saúl
Taborda, Ismael Bordabehere, Emilio Biagosch y tantos otros, su programa y toma
activa de posición por una Universidad nueva y abierta a la modernidad y al
pueblo, con cogobierno estudiantil, docencia calificada, libertad de cátedra y
carente de rigores dogmáticos, algo que por cierto escandalizó a los sectores de
poder y al mismísimo obispo de Córdoba, el franciscano Monseñor Zenón
Bustos y Ferreyra, que en su carta pastoral “La revolución social que nos
amenaza” combatió la acción de los jóvenes alzados en la Casa de Trejo.
Como
bien han recordado en el libro “Los reformistas” (1968) sus autores Alberto Ciria y Horacio Sanguinetti, en junio
de 1925 González, miembro del Consejo Directivo de la Facultad de Derecho de la UBA, redactó de su puño y letra la impugnación al decano
Ramón Castillo, documento suscripto también por Carlos Sánchez Viamonte y
Florentino V. Sanguinetti, reclamando entre otras cuestiones al después Presidente de la Nación, haber recibido al
príncipe Humberto heredero de la dinastía de los Saboya, en agravio de la tradición democrática y los principios
universitarios.
Su
gravitación en el campo reformista resultó tal que en 1929 el alumnado de la Facultad de Derecho de la UBA lo proclamó Decano
Revolucionario. Intentó fundar un Partido Reformista con un trasfondo
socialista, (antes había militado en la Democracia Progresista);
proyecto que no llegó a cuajar, en parte por el advenimiento del golpe militar
del 6 de septiembre de 1930, al que consideró una “restauración oligárquica” y a
partir del cual no sólo se rompió el
orden constitucional sino que se
impugnaron desde el poder tanto los afanes de la Generación del 18¨, iniciándose
la etapa antirrefomista con las intervenciones a las universidades nacionales –Alfredo
Palacios, decano de Derecho (UBA) desde 1930, fue destituido- y la aprobación en 1931 de un estatuto que
limitaba la participación estudiantil en
el gobierno de la
Universidad, como así también se revió la política petrolera
nacionalista de Hipólito Yrigoyen y el general Mosconi.
La
empresa YPF en ejercicio del monopolio de nuestra riqueza de hidrocarburos y la Reforma que conquistó la “Universidad señorial” (para) “el
hombre libre” al decir de Aníbal Ponce en 1935; una Universidad donde los pobres puedan concurrir como de hecho lo vienen haciendo –algo que
parece desconocer la gobernadora bonaerense
Vidal en sus declaraciones con alta propagación mediática-, fueron dos progresistas y patrióticos desafíos
que convocaron siempre el nervio y la mente del doctor Julio Víctor González.
Un rebelde con causa al que homenajea una calle que rodea la Facultad de Derecho y
Ciencias Sociales porteña, así designada desde 1960 por Ordenanza Número 16358.
(Carlos
María Romero Sosa, se publicó en La
Prensa el 29 de julio de 2015)