sábado, 24 de febrero de 2018

¿MARCHA LA MARCHA?


                                                           No quiero pecar de hiperbólico si al parafrasear a Leopoldo Marechal sintetizo sobre la marcha del 21: era febrero y parecía Mayo; y ello  por el Grito Sagrado presente en las consignas  de Patria, Pan y Trabajo que se escucharon al unísono. Concurrí  en compañía de un joven militante socialista de 87 años y los dos quedamos asombrados ante lo multitudinario de la respuesta a la convocatoria –más de siete cuadras sobre una de las avenidas más anchas del mundo como es la 9 de Julio- y más aún por el fervor de los presentes,  juventud en su mayoría.
                                                          Sin embargo, horas antes de comenzar la marcha no parecía fácil su éxito.  Toda la artillería del periodismo canalla venía disparando desde que se anunció su realización  contra quien la convocó, el sindicalista camionero peronista Hugo Moyano, ex Secretario General de la CGT, sacándole los trapitos al sol de posibles actos de corrupción, naturalmente bien disimulados cuando no se presentaba como opositor irreductible del ingeniero Macri y su programa neoconservador y neoliberal que, como era de prever, sólo viene trayendo ajuste, desempleo, inflación, recesión y endeudamiento externo que hipoteca el futuro de los argentinos.
                                                           En forma paralela a la campaña antimoyanista, vinieron las críticas a los sectores que anunciaban su presencia en el acto: el kirchnerismo, los movimientos sociales y la izquierda en sus diferentes matices. Y ello  al tiempo que  los periodistas  de los multimedios M,  destacaban y celebraban cual  fanáticos hinchas de fútbol los goles de su equipo, las noticias sobre los gremialistas que se bajaban de la movilización amenazados y comprados por el gobierno o cuando no  en busca de  prebendas del poder como el próximo viaje a Europa a invitación  del Ministro de Trabajo Jorge Triaca, confirmado en el gabinete luego del escándalo suscitado por el despido a insultos de su empleada doméstica.  Este cóctel venenoso  se batió durante semanas con el hielo molido de los posibles incidentes que ocurrirían y no sucedieron, cosa de intimidar y desanimar a los posibles concurrentes espontáneos.  Así y todo varios centenares de miles de personas se acercaron a la intersección de las avenidas 9 de Julio y Belgrano, a buen entendedor un lugar oportuno para las reivindicaciones sociales, de cara al racionalista edificio del Ministerio de Desarrollo -o subdesarrollo- Social, a cargo de la señora Carolina Stanley, justo es decirlo no de lo peor del equipo gubernativo, aunque responsable el año pasado de disponer la baja de las pensiones por discapacidad,  magros beneficios que ante el rechazo público  debió restituir en breve.      
                                                           Concluido el acto, organizadores y oradores mostraron su satisfacción en tanto que el gobierno debió callar o ironizar sobre las motivaciones presuntamente destituyentes cuando no  destinadas a amedrentar al poder judicial que sabemos que en la Argentina  se escribe con letras minúsculas. Sin embargo nada debe ser igual a partir del 21 de febrero y si eso no ocurre  la responsabilidad caerá sobre una oposición que amaga con la unidad pero que en los hechos la socava  con personalismos, sectarismos y sobre todo con dogmatismos que corren en franca desventaja con las pragmáticas posverdades que va sacando de la manga el poder asesorado por su gurú Durán Barba, para reinstaurar un decimonónico modelo antiindustrialista y exportador de materias primas, en la mejor reedición de la factoría pastoril y ganadera en beneficio de las oligarquías nativas y las metrópolis centrales dispuesta por la División Internacional del Trabajo. Lo que no significa postular el fin de las ideologías sino  fenomenológicamente ponerlas entre paréntesis o dicho en lenguaje más casero y con ecos de la política exterior entreguista de Ménem sobre Malvinas,  “bajo un paraguas”, mientras se combate el plan económico hambreador  del presidente Macri.
                                                    ¿Y ahora qué? es la pregunta, en tanto los periódicos del día siguiente se esmeraron en mostrar la Biblia y el calefón discepoliano en la concurrencia de la víspera y así se habla con desprecio del “acting organizado por Cristina Kirchner, el Papa Francisco y Hugo Moyano”(La Prensa) mientras el columnista estrella de La Nación,  Joaquín Morales Solá, jugó al oxímoron titulando sobre “Una multitudinaria soledad política” (de Moyano.)
                                                   No deja de resultar curiosa y para muchos alentadora esa pretendida denigración del “papismo” como   llaman las derechas -copiando el término empleado contra los católicos por la ultraderecha racista protestante norteamericana y el mismísimo Ku Klux Klan- a los sectores socialcristianos o de izquierda cristiana comprometidos con los humildes y con influencia en los movimientos sociales y piqueteros. Sucede que por primera vez el Obispo de Roma es sentido como alguien próximo a los trabajadores y a los villeros y esto se debe no sólo a que Francisco es un Papa argentino, sino también a su prédica contra el capitalismo salvaje y a su cercanía espiritual con los excluidos de la fiesta del mundo globalizado.
                                                   ¿Y ahora qué?  Una respuesta afirmativa por la unidad en la lucha la dieron los concurrentes a la marcha del 21 en Buenos Aires,  replicada en varias ciudades del interior del país, atisbo de nuevo polo de poder.  Otra corresponde a  los dirigentes opositores si están a la altura de las circunstancias.

(Carlos María Romero Sosa, se publicó en la revista CON NUESTRA AMÉRICA, de San José de Costa Rica, el 24 de febrero de 2018)                                          

viernes, 9 de febrero de 2018

NOSTALGIA DEL TÍO EFRAÍN

Como todas las semanas, teníamos un café pendiente. ¿Sería en los “36 Billares” de la Avenida de Mayo? ¿En “La Academia” de Callao y Corrientes? ¿O tal vez en un bar situado en una esquina de la iglesia de La Piedad, donde concurrías a misa y rezabas ante la imagen vestida del Nazareno que está a la entrada? Olvidé el sitio con las décadas pero no el hábito de encontrarnos.  Una costumbre que instauraste desde que en mis primeros años de vida me llevabas de la mano a la desaparecida confitería  “El Blasón”, de Pueyrredón y Las Heras próxima a casa, y yo en mi media lengua pedía “KaKa Cola” con parecido acto reflejo  a esta otra instintiva conducta  para manejar celulares y computadoras que caracteriza a los infantes de hoy.  Después mezclabas en mi vaso un  poco de  la bebida fría con varias medidas  más a  temperatura  natural, cosa de evitarme anginas. Y tu madre  -mi abuela-,  frente a su té inglés, aunque ejercitando un antiimperialismo práctico sin duda inconsciente- protestaba contra ese refresco de origen norteamericano “con gusto a remedio.”
                                                           Pienso en estas cosas, hoy 3 de febrero de 2018, a treinta y tres años de tu muerte, entrañable e inolvidable tío Efraín Honorio Gómez Langenheim. Tuvo que ser esa fecha la de tu partida, que como buen profesor de historia y sobre todo orgulloso tataranieto del capitán Lázaro Gómez del Canto y Rospigliosi,  héroe de las Invasiones Inglesas, tenías tan presente  y contabas a quien quisiera escucharte  la tradición recogida por  Pastor Obligado del Abrazo de la Muerte durante el sitio de Montevideo, en 1807. Veras que no  puedo deslindar tus enseñanzas y tus vivencias, por ejemplo de Joaquín V. González o de tu tío Rafael Obligado,  del vínculo amistoso, confidente y de camaradería espiritual y hasta ciertamente política que forjamos; eso sí, yo con un peronismo a la izquierda del tuyo que provenías del nacionalismo; lo cual no obstaba para que recordaras con veneración  a varios de tus  profesores  en la Universidad de La Plata como el liberal Ricardo Levene o el  socialista Carlos Sánchez Viamonte.  Claro, eras de 1910 cuando el cometa Halley iluminó -y sobresaltó- las fiestas del Centenario y estaban en tus genes el respeto y la admiración por los auténticos valores del espíritu. Adversario del partido radical,  ante la caída del doctor  Illia, mi hermana y yo te escuchamos lamentar -y estas fueron tus palabras cuando pocos las pronunciaban entonces- “la ruptura del orden constitucional.” Toda una lección de Instrucción Cívica, la asignatura que dictaste en tantos colegios secundarios. 
                                                      El lazo contigo fue naturalmente de mayor confianza, informalidad, complicidad, del que tuve con mi padre. Tal como debe ser, porque   los tíos suelen cumplir más que  la función de  indicarnos el comportamiento en la vida  -un deber ineludible de los progenitores-, la de absolver antes que nadie los pecados juveniles de sus sobrinos. “Todos y yo por supuesto cometimos errores a tu edad”, repetías salvando la exculpatoria generalización del plural. Y entonces uno aprendía, sin mal digerir sermones,  cómo golpean el pecho los cantos rodados de la experiencia ajena.    
                                                        
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                                                   En este cálido verano porteño que padecemos, he tratado de no ir al Centro. Ni falta que hace porque  sé que hay y que habrá  perpetuamente en el barrio de Balvanera, un café cerrado por duelo para mí. 


(Carlos María Romero Sosa, se publicó en La Prensa, el 9 de febrero de 2018)


EL PAPA FRANCISCO EN CHILE


                                                 

                                                              Hoy es 17 de enero de 2018 y anteayer arribó  Francisco a la tierra de Lautaro, el jefe guerrero de Arauco tan  admirado por el general San Martín, al punto de participar con sus compañeros independentistas de una logia conocida con su  nombre; y los dominios de Caupolicán, el toqui al que cantó  Rubén Darío en un soneto: “Es algo formidable que vio la vieja raza:/ robusto tronco de árbol al hombro de un campeón/ salvaje y aguerrido cuya fornida maza/ blandiera el brazo de Hércules, o el brazo de Sansón.” 

                                                           El Papa conoce bien  la tensa situación existente entre el estado chileno  y el pueblo mapuche secularmente reprimido, despreciado  y despojado de su hábitat: “Hagamos silencio ante tanto dolor”, acaba de decir en la multitudinaria misa que celebró en Temuco, donde subrayó asimismo que no hay culturas superiores y culturas inferiores; aunque justo es decirlo muchos esperábamos más pedidos de perdón y más condenas al genocidio perpetrado por los europeos y los blancos que los sustituyeron después de la independencia. Lo triste es que debe hacerse cargo en este viaje a la Araucanía de algo de lo que no es responsable personalmente, aunque sí lo fue en el pasado buena parte de la Iglesia de la que él es cabeza. Como que ya el conquistador  del actual territorio de  Chile, Pedro de Valdivia, el que gustaba mutilar a los indígenas vencidos, se proclamaba católico. Y de allí para adelante, la conquista y colonización del país vecino -como es de rigor en todas  las conquistas y colonizaciones- se caracterizó también, salvo alguna honrosa excepción que de haberla confirmaría  la regla, por la crueldad y la avaricia bajo la justificación de evangelizar a los naturales.  
                                                              Pero aparte de la irresuelta cuestión mapuche: del  robo de sus tierras y la forzada culturización sin fines de integrar a los pueblos originarios, sino de crear puentes tan imprescindibles como endebles para mejor dominarlos, el país todo se caracterizó por la sumisión de las clases populares a una oligarquía que dominó económica, política y culturalmente más de una centuria de su historia. Y así en pleno siglo XX fue visto con reticencia por los sectores de poder la  clara sensibilidad social y el compromiso con lo más avanzado de la Doctrina Social de la Iglesia del sacerdote jesuita Alberto Hurtado, el Patrono de la Trabajadores beatificado en 1994 por Juan Pablo II y canonizado por Benedicto XVI en 2005. Se comprende entonces en tal contexto precapitalista y de capitalismo periférico, las persecuciones al líder comunista  Luis Emilio Recabarren y su huida a la Argentina así como  la de Pablo Neruda en 1949 y, sobre todo,  porqué después un proyecto de socialismo en democracia como el de Salvador Allende tenía que terminar trágicamente.
                                                            
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                                                           En cuanto al Papa “populista”, adjetivo con el que pretenden injuriarlo los intelectuales Juan José Sebrelli  y Loris Zanatta, denigración que halla eco en los medios concentrados y para muestra basta leer la nota del periodista Jorge Fernández Díaz publicada en La Nación -de Buenos Aires- el domingo 7 de enero último, no se cansa de hacer gestos como que al fin y al cabo el Vaticano se viene así manejando desde antiguo, aunque antes los guiños eran para otros sectores. Y nada más que al llegar a Santiago, el lunes 15,  se dirigió a la tumba de Monseñor  Enrique Alvear, conocido como “El Obispo de los Pobres” y esforzado defensor de los derechos humanos durante la dictadura de Pinochet, cuando hacerlo implicaba correr  riesgos de vida. Eran los tiempos en que muchos de quienes  aquí sufríamos en forma sucesiva a Videla, Viola, Galtieri y Bignone,  llegamos a sentir  una sana envidia por la  feligresía   de la Iglesia chilena y por la actividad en favor de los reprimidos, encarcelados  y  la memoria de los asesinados que desplegaba su máxima jerarquía: el Cardenal Raúl Silva Henríquez, fundador de la Vicaría de la Solidaridad y contracara en su compromiso humanitario del comportamiento de la mayoría –no de todos-  los mitrados de este lado de la Cordillera durante los años de plomo.
                                                          Sin embargo Francisco no encontró ya esa Iglesia prestigiada por  pastores de la talla de Silva Henríquez, Alvear o (Juan Francisco) Fresno Larraín, que tanto hizo por la salida democrática y por la paz entre Argentina y Chile.  En cambio escuchó quejas de los abusados por sacerdotes pedófilos y pidió perdón por sus crímenes. Sin duda una parte de su cruz es dar la cara frente a semejantes aberraciones del clero.  Mientras que otra  ha de ser  la permanente crítica que recibe de sus compatriotas argentinos atrincherados de un lado de la grieta. A ellos  les resultan intolerables  sus mensajes contra el neoliberalismo; la cara de pocos amigos con que recibió al ajustador presidente Macri en el Vaticano; su debilidad de siempre –desde que era cardenal y arzobispo de Buenos Aires- por los curas villeros; su cercanía  espiritual con Milagro Sala,  presa política desde hace dos años del feudo jujeño del gobernador Morales, aliado de Macri; su mirada solidaria para con los movimientos piqueteros  y de derechos humanos y su magisterio por el medio ambiente vertido en “Laudato si”, encíclica donde se debieran reconocer como pecadores públicos los sojeros que desmontan en forma criminal y los intereses petroleros que ocupan en nuestra Patagonia territorios de los pueblos ancestrales.
                                                          Bien que les hubiera gustado a los poderosos de aquí, un Sucesor de Pedro ultraconservador en todos los aspectos y sobre todo en el orden temporal. Alguien previsible en sus tratos con la injusta organización del planeta según el dictado de las grandes potencias  y no el hombre de blanco y con sandalias del pescador que propone a los jóvenes “hacer lío” “contra la paz del mundo”, por decirlo con el título de un viejo poemario del franciscano argentino Fray Antonio Vallejo, un par generacional de Jorge Luis Borges, Leopoldo Marechal y Francisco Luis Bernárdez.
                                                          Cómo se habrán desengañado los reaccionarios católicos preconciliares que se rasgan las vestiduras porque homenajeó a Lutero en Suecia, al no hallar en Francisco al amigable viajero a su patria gobernada por prósperos  empresarios. Y  cuánta  solidaridad de clase  es la que demuestran por estos días con el plutócrata Sebastián Piñera –al que no concedió audiencia privada-, reciente ganador de la elección presidencial con la autorreconocida ayuda del Banco Mundial que fraguó en su favor datos económicos del gobierno de Bachelet.  
                                                    Sucede que Francisco no reivindica para sí boato eclesiástico a lo Julio II Della Rovere, ni una corte del tipo de la de Clemente VII Médici,  ni el título pagano de “pontífice” en vez del  de Siervo de los Siervos de Dios, que a todas luces debe preferir el pastor que desde el primer día de su elevación a la Cátedra de San Pedro  viene instruyendo a sus hermanos en el episcopado  que lo sean  “con olor a oveja”. Un mensaje, por lo que se advierte, mejor recibido por las reclusas de la santiaguina prisión de San Joaquín, a las que visitó ayer reclamando por su dignidad humana después de escuchar que en Chile la pobreza se castiga con la cárcel, que por muchos de los apoltronados obispos de los cinco continentes.        
                                                       Sin pretenderlo un revolucionario social, ni siquiera un reformador a ultranza de la Iglesia  y  hasta admitiendo que la tensión entre ésta y la modernidad no cede del todo en su pontificado; es evidente que  el argentino Jorge Bergoglio demuestra con signos, gestos y palabras que algo ha cambiado en la institución “santa y pecadora” que dijera San Agustín. Un cambio que con marchas y contramarchas viene anunciándose desde Juan XXIII y el Concilio Vaticano II.  Lenta transformación, es cierto, pero  que permite  que muchos católicos del presente, con renovada esperanza, podamos  sentir a nuestra Iglesia  más próxima a las divinas enseñanzas de Jesús, el  carpintero de Nazaret, que a los mezquinos intereses humanos que en tantas ocasiones gravitaron irrefrenablemente en su seno.


(Carlos María Romero Sosa, se publicó en la Revista CON NUESTRA AMÉRICA, de San José de Costa Rica, el 20 de enero de 2018)