martes, 11 de agosto de 2020

EVOCACIÓN DEL CABALLERO GENEROSO Entre las numerosas columnas necrológicas aparecidas con motivo del fallecimiento, días atrás, del doctor Norberto Padilla, entre ellas la firmada por José Claudio Escribano en La Nación y por Serio Rubín en Clarín, leí en el diario La Prensa del domingo 21 de junio del corriente, un emotivo recuerdo suyo del historiador Roberto Elissalde. Entiendo que el jurista, docente universitario, estudioso del Derecho Constitucional, el Derecho Eclesiástico y la Historia Eclesiástica, merecía el homenaje del profesor Elissalde pleno de vivencias, sin sobreactuar el autor con datos autorreferenciales, algo que suele ser común en este tipo de recordatorios donde hablar de otra persona es el mejor pretexto para que lo haga de sí mismo el articulista, invirtiendo así los términos de aquella sentencia de Chesterton quien sostenía que las autobiografías son el mejor modo para referirse a los demás. La nota, al destacar en el título la sonrisa a flor de labios tan característica en el rostro del evocado, remite a memorar a los que tuvimos el privilegio de conocerlo y sin duda a imaginar los que no participaron de tal fortuna, la bonhomía interior en grado de beatitud que trasuntaba ese gesto cálido y espontáneo. Sucede que en todo momento demostraba Norberto Padilla consideración y deferencia hacia el prójimo, sustentando sus buenas maneras, su caballeresca urbanidad de cuño provinciano, en fin su “suaviter in modo”, en profundos y acendrados principios éticos de humanismo y humanitarismo y sobre todo en la prédica del Evangelio que le dictaba atender a la dignidad de cada semejante, su hermano en Cristo hecho a imagen y semejanza del Creador. En tiempos de preeminencia del valor útil por sobre el valor moral, aquel que es conveniente a la naturaleza racional del ser humano, Padilla, sabedor de que el bien y la belleza se dan la mano y tan generoso y solidario en el plano de las relaciones interpersonales como impulsor de grandes causas patrióticas y religiosas, se nutrió con los bienes del espíritu y amó la música clásica, la ópera y la buena literatura sin caer en el esteticismo ni refugiarse en ninguna torre de marfil. Así como también investigó con vocación científica temas genealógicos y heráldicos, lejos de toda subalterna vanidad de prestigio social que por cierto poseía en grado sumo, valiéndole esos estudios ser designado miembro del Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas fundado en 1940. Hace un par de años encontré por casualidad algunas cartas dirigidas a Carlos Gregorio Romero Sosa en marzo 1961, es decir cuando tenía apenas diecisiete años ya que había nacido en febrero de 1944. Contenían información sobre la familia tucumana Gallo de su estirpe y solicitaban otros datos sobre el particular. Le envié copia de esa correspondencia por correo electrónico y me respondió entre otros conceptos: “Impresionante, la verdad que bastante bien la carta.,....y qué bien gente como tu padre y Jorge de Durañona y Vedia., que atendían y respondían a las inquietudes de los jóvenes.” En tanto los fundamentalistas de cualquier signo monologan sus consignas guerreras, él regó con la rectitud de su conducta y la frecuentación a los sacramentos, la gracia sobrenatural de la fe católica derramada sobre su alma. Adelantado de ella fue quizá el más notorio de los laicos de las últimas décadas jugados por el diálogo ecuménico, el interreligioso y en el caso del entablado con el judaísmo, debe haber celebrado la conclusión de Benedicto XVI en el sentido que el diálogo entre los católicos y el pueblo elegido es más una interlocución intrarreligiosa que interreligiosa. Fundador con su esposa, la teóloga y catequista Gloria Williams de un hogar ejemplar, ajeno a todo relativismo moral y gnoseológico creyó en la verdad única y no a gusto de cada cual, cuando no pervertida hasta la mendacidad de la “posverdad” en demoníaca rebeldía contra el octavo mandamiento del Decálogo. Pero desanduvo la soberbia intelectual de quienes pretenden tener la verdad en plenitud para imponerla. Es más, haciendo conjugar la supremacía de la Verdad con el don del libre albedrío para perseguirla aun entre sombras y contradicciones, manifestó en el año 2000 siendo Secretario de Culto, cuando se cuestionaba la proliferación en colegios católicos de movimientos vinculados al “New Age”: “El Estado no puede ser juez de las creencias de la gente”. Ocupó primero la Subsecretaría de Culto de la Cancillería y luego, durante el gobierno de su amigo Fernando de la Rúa, fue secretario del área. Era el hombre para el cargo y así lo entendieron a su hora las autoridades de diversas confesiones religiosas que celebraron su nombramiento. No le habrá resultado pequeño el desafío, antes había prestigiado la función en dos oportunidades el doctor Ángel Centeno, del que fue asesor y con quien mantuvo fuertes vínculos amistosos en comunidad de ideales cristianos y republicanos. Y hubo antes y después de Padilla otros nombres para recordar a la cabeza de ese organismo, como Ramiro de La Fuente que como publicista escribió sobre las instituciones del patronato y el concordato con la Santa Sede y hoy, de sonar su nombre, será más como el del director del mojigato Ente de Calificación Cinematográfica creado por el onganiato; o Juan Carlos Palmero y María Merciadri de Morini –dirigente del radicalismo cordobés y coautora cuando fue diputada nacional del proyecto de ley de cupo femenino- designados en Culto por Raúl Alfonsín; o el poeta Ricardo Adúriz y, hasta su renuncia en 1998, el embajador Santiago de Estada con el presidente Mauricio Macri. Cabe hacer mención que la Secretaría de Culto durante el gobierno del doctor Carlos Saúl Menem fue trasladada, encabezada por el dirigente católico santiagueño Juan José Ramón Laprovitta, al ámbito de la Presidencia de la Nación. Y que precisamente con Norberto Padilla volvió al Ministerio de Relaciones Exteriores según lo prescribía desde 1898 la ley de ministerios número 3727, como lo subrayó en un artículo publicado en La Nación el 7 de diciembre de 1999 el notorio periodista Jorge Rouillon. Pocos dominaron como Padilla la historia de los vínculos entre la Iglesia Católica y el Estado Argentino y ello queda demostrado en publicaciones como “Relación Iglesia-Estado: la experiencia argentina”; “El derecho de la libertad de cultos. Constitución Argentina. Análisis doctrinal y jurisprudencial” en 2009; “La crisis del patronato”, trabajo que en 2015 publicó la Academia Nacional de la Historia y en su conferencia de incorporación como miembro de número a la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas –donde su padre: Alberto G. Padilla, ocupó el sitial de Félix Frías- pronunciada en sesión pública del 10 de julio de 2019, sobre “Libertad Religiosa y Estado Confesional”. **** Con haber expuesto lo que antecede, no representan esas líneas escritas a vuelapluma mis sentimientos de permanente gratitud y de consiguiente dolor ante su muerte; y aquí sí creo que me cabe en su memoria dar un testimonio retrotrayéndome a una dramática situación que me tocó vivir a partir del Viernes Santo de 1976. Esa mañana ingresó a casa una patota policial que me vendó los ojos y condujo a algún lugar para interrogarme sobre cosas y personas que por supuesto ignoraba. Después supe que estuvimos –porque asimismo esa jornada fue conmigo secuestrado mi padre, lo cual habla de la irracionalidad de la represión ilegal montada por la dictadura- en la tenebrosa Coordinación Federal de la PFA en la calle Moreno 1417, lugar hoy señalado como centro clandestino de detención y tortura. Mi madre desesperada y sola con mi hermana apenas veinteañera recurrió a Norberto Padilla, nuestro vecino del quinto piso de la calle Laprida al 2100 y él, en momentos en que era difícil hasta que un abogado se expusiera a presentar y firmar “Habeas Corpus”, algo que destaco aquí se ofreció de inmediato a tramitar el amigable y ya ciego doctor Esteban Casaraville -un penalista de nota y profesor universitario de Derecho Comercial-, salió a buscarnos por comisarías y cuarteles con heroica desatención a los riesgos que corría. Pero sé que además rezó por nuestra aparición con vida cosa que a poco ocurrió felizmente. Tengo para mí que la oración de este hombre de Dios en la tierra fue escuchada.- (Carlos María Romero Sosa, se publicó en La Prensa el 5 de julio de 2020 y antes en Salta Libre el 26 de junio de 2020.-)