PERIODISMO,
HISTORIA DIPLOMÁTICA Y LITERATURA EN “SENTIRES”,
DE ALBINO GÓMEZ
…Y un
día de verano del año 2010 conocí a
Albino Gómez en persona. Y la imagen de la figura mítica y de culto que de él
me había formado al escuchar anecdotarios que lo pintaban de cuerpo entero
registrados por amigos comunes -uno de ellos Rogelio García Lupo-, a más de la fuerte
impresión causada por los pocos libros de su autoría que había leído hasta ese momento, reveladores
de una impar trayectoria en las letras jalonada por una irrefrenable imaginación
creadora, una captación de caracteres individuales cuando no de idiosincrasias colectivas y todo
condimentado con enfoques del mundo y de la vida en extremo singulares, en lugar
de desvanecerse en la cotidianeidad del trato que me dispensa desde entonces,
se fue afianzando en mí marcada por el creciente afecto, la admiración intelectual
y cierta complicidad en materia de solidaridades
con los malditos incluidos en el index del
establishment, hoy un más exclusivo y plutocrático “círculo rojo”.
Falta
escribirse una biografía de este hombre público y polígrafo ajeno a toda
actitud olímpica tan común entre quienes han alcanzado nombradía en el campo de la cultura o accedido
a cargos expectables, dos circunstancias
que en su caso se suman y complementan. Esa obra futura y necesaria bien podría
titularse por memorar y parafrasear antiguos y ya clásicos encabezamientos: “Albino
Gómez o el don de la familiaridad”. Familiaridad sin chabacanería -va sin
decirlo-, e invitación cordial, sin demagogia, a aventar en su presencia o
frente a su labor de publicista, cualquier cuota de timidez, sea en el diálogo
directo o en esa alteridad que en forma
ineludible reclama la de sus artículos y libros. En rigor pocas lecturas como
las suyas requieren del enriquecedor, afectivo y buberiano yo-tu con el lector,
en esta época monologante en grado de hiperbólico subjetivismo individualista.
Albino
Gómez, más platónico que aristotélico, sabe bien diferenciar el conocimiento
sensible del inteligible. Sin duda ha
intuido las ideas puras; empero aquí y ahora ofrece estos “SENTIRES” y lo hace sin
prejuicio racionalista alguno contra las emociones, de allí su denominación. Lo hace sin
negar ni disimular su propio itinerario
existencial, uno de cuyos galardones es haber tanteado con humano
empecinamiento, entre sombras que enardecen nuestro tiempo nublado y ante la
vaguedad de las figuras que se desvanecen en el agua, las letras que forman la palabra verdad. Para asumirla como posibilidad, horizonte,
desafío interior y para pronunciarla y repetirla como un mantra contra todo escepticismo. Y aunque
no se cree dueño de ella, muestra en
cada línea de estos “SENTIRES” su constancia para sostener la porción de la
verdad al alcance de la humana indigencia gnoseológica a través de la práctica ética
y estética de la autenticidad, esa veracidad del corazón.
De su propio temperamento donde no cabe la
actoral solemnidad deviene su literatura. Tanto la de imaginación, expuesta en
sus novelas directas y sujetas a tramas de creciente interés para los lectores,
nunca barbitúricamente experimentales, como la del ensayista erudito y lúcido que
no soslaya el dato pintoresco, la anécdota personal traída a cuento con ánimo
aclaratorio y sin propósito de adjudicarse primeros planos. Son ensayos los
suyos condimentados con el innato sentido de aquella gracia celebrada por don
Ángel Ossorio y Gallardo en un libro con ese título, para exponer las ideas
claras y distintas sin renunciar con Chesterton a la certeza de que hay una sola
cosa imprescindible: todo.
Y ni qué hablar
de sus Albinísimas, donde se dan cita
el humor, el ingenio, la ironía, la perplejidad ante las cosas y los hechos que
le salen al paso y ante los que toma nota y se empeña en darles sentido, proporción,
contexto, ordenación y jerarquía. Después las entrega a los lectores –durante
mucho tiempo los de La Prensa
dominical- en porciones brevísimas cocinadas al fuego del corazón. Así sus Albinísimas constituyen una suerte de subgénero del
aforismo y de la ramoniana greguería. El
saber que trasmite en ellas es saber sabroso con mucho del saber alegre de los
trovadores provenzales que sedujo a Nietzsche.
Pocos
como él han conocido tantos seres dignos
de conocerse y con la mayoría de ellos hacer amistad: desde el iusfilósofo
Carlos Cossio a don Raúl Alfonsín; desde Arturo Fondizi , Rogelio Frigerio,
José Ber Gelbard y Mario Amadeo hasta Dardo Cuneo, Hermenegildo Sábat, Astor Piazzola
y Arnaldo Rascovsky; desde Marco Denevi, Bernardo Ezequiel Koremblit, Juan
Gelman, Mario A. Cámpora o Beatriz Sarlo, hasta los españoles republicanos
Ramón Prieto -ex integrante de la Columna
Prestes en 1925, más tarde, durante la Guerra Civil española, herido en la batalla del Ebro y después de asentarse
en la Argentina
e incorporarse al peronismo, uno de los
que suscribieron en Santo Domingo -la entonces Ciudad Trujillo por la
megalomanía de “El Chivo”- el famoso Pacto entre él líder exiliado y Frondizi-,
y el músico y diplomático después de nacionalizado estadounidense, Comandante Gustavo
Durán, integrante en aquel annus
mirabilis 1945 de la misión de Spruille Braden y en tal carácter fogonero de la Unión Democrática. Es de anotar
que no hubo ni hay fisura alguna en los afectos de este sacerdote de la
amistad.
Si pocos tuvieron el don de ejercitar semejantes
confraternidades, menos aún han sido los signados con el privilegio de
participar para luego testimoniar en crónicas periodísticas de alto vuelo, de muy dramáticas y siempre notorias situaciones, que al cabo en algún
caso devinieron pintorescas pero todas ellas vinculadas por el hilo común de la
trascendencia histórica. Quién otro puede
contar sin alardes, por ejemplo, que a poco de triunfar la Revolución Cubana , fue anfitrión de Fidel Castro durante su visita a Buenos Aires, cuando
todavía era considerado un héroe por los Estados Unidos y su presencia
aquí caía muy bien a nuestra oligarquía perseverante
en su tilingueria, que identificaba al general
Perón con el sargento Batista. Albino, el primero de mayo de 1959, como funcionario de la Cancillería , agasajó
al Comandante y a una decena de sus barbados guerrilleros en el restaurante La Cabaña famoso por sus
carnes argentinas, debido a que el entonces
canciller Carlos Alberto Florit debía participar de una función en el Teatro Colón esa noche.
Pero no todo fue
agasajo, fiesta y condecoraciones en su vida. Más tarde, a partir del 11 de
septiembre de 1973, como consejero cultural en la embajada Argentina en
Santiago de Chile le tocó vivir el horror de la represión desatada contra el
pueblo hermano según lo registra el capítulo: “Memorias del horror en el Chile
de Pinochet”.
Fue entonces que el intelectual que
rechazaba y rechaza habitar la torre de marfil y en cambio puede admitir con
satisfacción en sus altos años repitiendo aquel verso del “El espíritu puro” del
conde Alfredo de Vigny: “Así viví mi
tiempo y así he vivido yo”; el humanista
en todas las acepciones del término que tanto había conversado en Nueva York sobre
el mundo griego con el escritor boliviano, ex alumno en Alemania de Heidegger: Marcial Tamayo –a la sazón
embajador ante las Naciones Unidas y en 1982 canciller del país del Altiplano-
y que tensando el arco de sus convicciones escribió en un poema de su antología “Sólo se
trató de vivir y amar” (2014): “A Grecia llegué/ dos mil años después/ de lo
debido/ y a Sudáfrica/ dos mil años antes/ de lo oportuno” -al evocar que ejerció funciones
diplomáticas tanto en la cuna de la democracia cuanto en la desoladora afrenta
a la dignidad humana del apartheid-, desplegó tras la cordillera de los Andes su
lado compasivo y su fidelidad a los principios del Derecho Internacional Humanitario. Es así
que según sus palabras “con la única ayuda de dos colegas,
lamentablemente fallecidos, logramos salvar la libertad o la vida de más de
cuatrocientas personas, a las cuales les otorgamos refugio en la sede de
nuestra Embajada.” La historia decidirá alguna vez que el nombre de Albino
Gómez bien pueda inscribirse por esa razón, próximo al de aquellos esforzados diplomáticos
que se jugaron en otros momentos históricos, así el cónsul en Madrid Pablo Neruda durante la Guerra Civil Española, dado al
rescate de perseguidos del bando perdedor de la Guerra Civil , depositados en campos de concentración bajo
la acusación de rojos. En tanto en la Segunda Guerra
Mundial, baste ejemplificar con el caso del sueco Raul Wallemberg, el gran
desaparecido del siglo XX, o el del embajador español: Ángel Sanz Briz,
salvador de más de cinco mil judíos en Hungría, conocido como el Ángel de
Budapest y declarado Justo entre las Naciones por el Estado de Israel.
De ser así en
la posteridad, el brillo del nombre de Albino Gómez habrá de servir para limpiar
la triste, la vergonzosa decisión de no otorgar
visas a indeseables o expulsados: léase judíos, en los países ocupados por la Alemania nacionalsocialista
por parte de nuestra Cancillería, política verificada en la Circular reservada Nro.
11 de 12 de julio de 1938, suscripta por el ministro José María Cantilo, un
dato más en el conglomerado de los que sobre el particular viene analizando y
documentando otro embajador de lujo e historiador de nuestras relaciones
internacionales, el doctor José Ramón Sanchís Muñoz.
Por cierto en
este mundo enemigo del alma, la misericordia merece burla y la solidaridad no
se agradece, se venga, como una vez le escuché decir a Hipólito Paz -el inolvidable Tuco Paz-; y
ocurrió que años después de su actuación oficial en el país trasandino, quizá
el peor de los ministros de Relaciones Exteriores que soportó la Nación , Alberto Vignes, lo
declaró prescindible, situación que se prolongó por diez años. Albino que “pane lucrando” debió volver full time al
periodismo, desde las columnas de Clarín denunciaba los comprometedores
antecedentes antisemitas y los otrora presuntos
negocios turbios con visas del canciller ultraderechista próximo a la logia P2. Ante las respuestas airadas del aludido,
lo motejaba en el diario de Roberto Noble “Vignes de ira”, en una ocurrente
paráfrasis del título de la novela de John Steinbeck. (En Clarín más tarde,
donde dirigió el suplemento de los jueves Cultura y Nación desde 1976, publicó
una de las primeras versiones castellanas de poemas previamente vertidos al
inglés de Juan Pablo II, con el que conversó en más de una oportunidad.)
Nada más
apropiado que la actividad periodística para este hombre con los ojos fijos en
la realidad y los del alma anhelosos de
modificarla en libertad y
justicia. Periodista jugado por la noticia sin medir riesgos, se aventuró al
Irán del Ayatollah Komeini y arribó a Teherán un 20 de agosto de 1980
soportando 40 grados de temperatura, cuando cumplían más de trescientos días de
cautiverio los rehenes de la embajada norteamericana a manos de los estudiantes
siítas. Al cronista ciertamente de lujo no le faltaron contactos
internacionales y pudo entrevistarse con la cúpula del gobierno que suplantó al
Cha, algo negado en general a los enviados por las redes informativas de Occidente.
Seré autoreferencial por un momento
para reconocer que cuando una noche de 1984 escuché el debate por el tratado de
Paz y Amistad entre Argentina y Chile para poner fin al conflicto sobre el
Canal de Beagle, disputado entre el
senador Vicente Leónidas Saadi y el ministro Dante Caputo, que moderó el inefable Bernardo Neustard, apenas
treintañero yo poco sabía de Albino Gómez y apenas más debido a mis
antecedentes salteños de Julio Mera Figueroa, quienes me entero ahora por
“SENTIRES”, resultaron ser los representantes respectivamente del entonces
canciller y del pintoresco legislador catamarqueño que acusó al académico
licenciado Caputo de irse por las nubes
de Úbeda. Otra situación que lo tuvo en primera línea.
En “SENTIRES”
hay material de sobra para construir y reconstruir la pequeña y la gran
historia. Hay justicieras menciones al tratadista y ex canciller del
presidente Cámpora, doctor Juan Carlos Puig, hay otras varias evocaciones
y homenajes, hay inquisiciones sobre nuestra realidad política, diplomática, social
y cultural. Hay apreciaciones sobre el
mundo que nos toca vivir y sus vertiginosas posibilidades como la robótica. Y hay
un sinnúmero de inquietudes varias traducidas en prosas breves llenas de
intención y lucidez. Sin descuidar las aproximaciones a la filosofía, a tono
con la vocación de difusor de la madre
de las ciencias a que nos tiene acostumbrado el didáctico exegeta de la Teoría Egológica del
Derecho de Carlos Cossio, del pensamiento católico, justicialista y latinoamericanista
de
Amelia Podetti o su insomne peregrinar
por el tránsito del existencialismo al
maoísmo de Carlos Astrada y por las ponencias acercadas al Congreso de
Filosofía reunido en Mendoza entre el 30 de marzo y el 9 de abril de 1949.
Decía Xavier
Zubiri que la filosofía no es su historia pero que la historia de la filosofía,
es filosofía y en ese sentido su rastreo e interpretación de complejos y
cerrados sistemas filosóficos o iusfilosóficos, dan cuenta de sus propios desvelos
en la materia.
“SENTIRES”, en resumen y aun con la osadía
de pretender tal extracto, constituye un ejemplo de libro misceláneo donde cada
título despierta un interés diverso, que
al cabo y en forma paradojal invita a pensar en el modo ordenado, relacionado e ilimitado en que se expande el universo intelectual y afectivo del autor.
(Carlos María Romero Sosa, se publicó en La Prensa , el 8 de diciembre
de 2019.-)