lunes, 9 de diciembre de 2019

PERIODISMO, HISTORIA DIPLOMÁTICA Y LITERATURA EN "SENTIRES", DE ALBINO GÓMEZ

PERIODISMO, HISTORIA DIPLOMÁTICA  Y LITERATURA EN “SENTIRES”, DE ALBINO GÓMEZ

                                                      
                                             …Y un día de verano del año 2010  conocí a Albino Gómez en persona. Y la imagen de la figura mítica y de culto que de él me había formado al escuchar anecdotarios que lo pintaban de cuerpo entero registrados por amigos comunes -uno de ellos Rogelio García Lupo-, a más de la fuerte impresión causada por los pocos libros de su autoría  que había leído hasta ese momento, reveladores de una impar trayectoria en las letras jalonada por una irrefrenable imaginación creadora, una captación de caracteres individuales  cuando no de idiosincrasias colectivas y todo condimentado con enfoques del mundo y de la vida en extremo singulares, en lugar de desvanecerse en la cotidianeidad del trato que me dispensa desde entonces, se fue afianzando en mí marcada por el creciente afecto, la admiración intelectual y cierta complicidad  en materia de solidaridades con los malditos incluidos en el index del establishment, hoy un más exclusivo y plutocrático “círculo rojo”.      
                                         Falta escribirse una biografía de este hombre público y polígrafo ajeno a toda actitud olímpica tan común entre quienes han alcanzado  nombradía en el campo de la cultura o accedido a cargos  expectables, dos circunstancias que en su caso se suman y complementan. Esa obra futura y necesaria bien podría titularse por memorar y parafrasear antiguos y ya clásicos encabezamientos: “Albino Gómez o el don de la familiaridad”. Familiaridad sin chabacanería -va sin decirlo-, e invitación cordial, sin demagogia, a aventar en su presencia o frente a su labor de publicista, cualquier cuota de timidez, sea en el diálogo directo o en  esa alteridad que en forma ineludible reclama la de sus artículos y libros. En rigor pocas lecturas como las suyas requieren del enriquecedor, afectivo y buberiano yo-tu con el lector, en esta época monologante en grado de hiperbólico subjetivismo individualista.                                         
                                         Albino Gómez, más platónico que aristotélico, sabe bien diferenciar el conocimiento sensible  del inteligible. Sin duda ha intuido las ideas puras; empero aquí y ahora ofrece estos “SENTIRES” y lo hace sin prejuicio racionalista alguno contra las  emociones, de allí su denominación. Lo hace sin negar  ni disimular su propio itinerario existencial, uno de cuyos galardones es haber tanteado con humano empecinamiento, entre sombras que enardecen nuestro tiempo nublado y ante la vaguedad de las figuras que se desvanecen en el agua,  las letras que forman la palabra verdad.  Para asumirla como posibilidad, horizonte, desafío interior y para pronunciarla y repetirla  como un mantra contra todo escepticismo. Y aunque no se cree dueño de ella,  muestra en cada línea de estos “SENTIRES” su constancia para sostener la porción de la verdad al alcance de la humana indigencia gnoseológica a través de la práctica ética y estética de la autenticidad, esa veracidad del corazón. 
                                   De su propio temperamento donde no cabe la actoral solemnidad deviene su literatura. Tanto la de imaginación, expuesta en sus novelas directas y sujetas a tramas de creciente interés para los lectores, nunca barbitúricamente experimentales, como la del ensayista erudito y lúcido que no soslaya el dato pintoresco, la anécdota personal traída a cuento con ánimo aclaratorio y sin propósito de adjudicarse primeros planos. Son ensayos los suyos condimentados con el innato sentido de aquella gracia celebrada por don Ángel Ossorio y Gallardo en un libro con ese título, para exponer las ideas claras y distintas sin renunciar con  Chesterton a la certeza de que hay una sola cosa imprescindible: todo.   
                                   Y ni qué hablar de sus Albinísimas, donde se dan cita el humor, el ingenio, la ironía, la perplejidad ante las cosas y los hechos que le salen al paso y ante los que toma nota  y se empeña en darles sentido, proporción, contexto, ordenación y jerarquía. Después las entrega a los lectores –durante mucho tiempo los de La Prensa dominical- en porciones brevísimas cocinadas al fuego del corazón. Así sus Albinísimas  constituyen una suerte de subgénero del aforismo y de la ramoniana greguería.  El saber que trasmite en ellas es saber sabroso con mucho del saber alegre de los trovadores provenzales que  sedujo a Nietzsche.

                                      Pocos como él han conocido tantos seres  dignos de conocerse y con la mayoría de ellos hacer amistad: desde el iusfilósofo Carlos Cossio a don Raúl Alfonsín; desde Arturo Fondizi , Rogelio Frigerio, José Ber Gelbard y Mario Amadeo hasta Dardo Cuneo, Hermenegildo Sábat, Astor Piazzola y Arnaldo Rascovsky; desde Marco Denevi, Bernardo Ezequiel Koremblit, Juan Gelman, Mario A. Cámpora o Beatriz Sarlo, hasta los españoles republicanos Ramón Prieto -ex integrante de la Columna Prestes en 1925, más tarde, durante la Guerra Civil española,  herido en la batalla del Ebro y después de asentarse en la Argentina e incorporarse  al peronismo, uno de los que suscribieron en Santo Domingo -la entonces Ciudad Trujillo por la megalomanía de “El Chivo”- el famoso Pacto entre él líder exiliado y Frondizi-, y el músico y diplomático después de nacionalizado estadounidense, Comandante Gustavo Durán, integrante en aquel annus mirabilis 1945 de la misión de Spruille Braden y en  tal carácter fogonero de la Unión Democrática. Es de anotar que no hubo ni hay fisura alguna en los afectos de este sacerdote de la amistad.  
                                     Si pocos tuvieron el don de ejercitar semejantes confraternidades, menos aún han sido los signados con el privilegio de participar para luego testimoniar en crónicas periodísticas de alto vuelo,  de muy dramáticas y siempre  notorias situaciones, que al cabo en algún caso devinieron pintorescas pero todas ellas vinculadas por el hilo común de la trascendencia  histórica. Quién otro puede contar sin alardes, por ejemplo, que a poco de triunfar la Revolución Cubana,  fue anfitrión de Fidel Castro  durante su visita a Buenos Aires, cuando todavía era considerado un héroe por los Estados Unidos y su presencia aquí  caía muy bien a nuestra oligarquía perseverante en su tilingueria, que identificaba al general  Perón con el sargento Batista. Albino, el primero de mayo de 1959, como  funcionario de la Cancillería, agasajó al Comandante y a una decena de sus barbados guerrilleros en el restaurante La Cabaña famoso por sus carnes argentinas,  debido a que el entonces canciller Carlos Alberto Florit debía participar  de una función en el Teatro Colón esa noche.
                             Pero no todo fue agasajo, fiesta y condecoraciones en su vida. Más tarde, a partir del 11 de septiembre de 1973, como consejero cultural en la embajada Argentina en Santiago de Chile le tocó vivir el horror de la represión desatada contra el pueblo hermano según lo registra el capítulo: “Memorias del horror en el Chile de Pinochet”.
                            Fue entonces que el intelectual que rechazaba y rechaza habitar la torre de marfil y en cambio puede admitir con satisfacción en sus altos años repitiendo aquel verso del “El espíritu puro” del conde Alfredo de Vigny: “Así viví mi tiempo y así he vivido yo”; el humanista en todas las acepciones del término que tanto había conversado en Nueva York sobre el mundo griego con el escritor boliviano, ex alumno en Alemania  de Heidegger: Marcial Tamayo –a la sazón embajador ante las Naciones Unidas y en 1982 canciller del país del Altiplano- y que tensando el arco de sus convicciones  escribió en un poema de su antología “Sólo se trató de vivir y amar” (2014):  “A Grecia llegué/ dos mil años después/ de lo debido/ y a Sudáfrica/ dos mil años antes/ de lo oportuno” -al evocar que ejerció  funciones  diplomáticas tanto en la cuna de la democracia cuanto en la desoladora afrenta a la dignidad humana del apartheid-, desplegó tras la cordillera de los Andes su lado compasivo y su fidelidad a los principios  del Derecho Internacional Humanitario. Es así que según  sus palabras “con la única ayuda de dos colegas, lamentablemente fallecidos, logramos salvar la libertad o la vida de más de cuatrocientas personas, a las cuales les otorgamos refugio en la sede de nuestra Embajada.” La historia decidirá alguna vez que el nombre de Albino Gómez bien pueda inscribirse por esa razón, próximo al de aquellos esforzados diplomáticos que se jugaron en otros momentos históricos, así el cónsul  en Madrid Pablo Neruda durante la Guerra Civil Española, dado al rescate de perseguidos del bando perdedor de la Guerra Civil,   depositados en campos de concentración bajo la acusación de rojos.  En tanto en la Segunda Guerra Mundial, baste ejemplificar con el caso del sueco Raul Wallemberg, el gran desaparecido del siglo XX, o el del embajador español: Ángel Sanz Briz, salvador de más de cinco mil judíos en Hungría, conocido como el Ángel de Budapest y declarado Justo entre las Naciones por el Estado de Israel. 
                                  De ser así en la posteridad, el brillo del nombre de Albino Gómez habrá de servir para limpiar la triste, la vergonzosa decisión de  no otorgar visas a indeseables o expulsados: léase judíos, en los países ocupados por la Alemania nacionalsocialista por parte de nuestra Cancillería, política verificada en la Circular reservada Nro. 11 de 12 de julio de 1938, suscripta por el ministro José María Cantilo, un dato más en el conglomerado de los que sobre el particular viene analizando y documentando otro embajador de lujo e historiador de nuestras relaciones internacionales, el doctor José Ramón Sanchís Muñoz.   
                                   Por cierto en este mundo enemigo del alma, la misericordia merece burla y la solidaridad no se agradece, se venga, como una vez le escuché decir a  Hipólito Paz -el inolvidable Tuco Paz-; y ocurrió que años después de su actuación oficial en el país trasandino, quizá el peor de los ministros de Relaciones Exteriores que soportó la Nación, Alberto Vignes, lo declaró prescindible, situación que se prolongó por diez años. Albino que  “pane lucrando” debió volver full time al periodismo, desde las columnas de Clarín denunciaba los comprometedores antecedentes antisemitas y los otrora  presuntos negocios turbios con visas del canciller ultraderechista próximo a la logia P2.  Ante las respuestas airadas  del aludido,  lo motejaba en el diario de Roberto Noble “Vignes de ira”, en una ocurrente paráfrasis del título de la novela de John Steinbeck. (En Clarín más tarde, donde dirigió el suplemento de los jueves Cultura y Nación desde 1976, publicó una de las primeras versiones castellanas de poemas previamente vertidos al inglés de Juan Pablo II, con el que conversó en más de una oportunidad.)               
                                                  
                                   Nada más apropiado que la actividad periodística para este hombre con los ojos fijos en la realidad y los del alma anhelosos de  modificarla en  libertad y justicia. Periodista jugado por la noticia sin medir riesgos, se aventuró al Irán del Ayatollah Komeini y arribó a Teherán un 20 de agosto de 1980 soportando 40 grados de temperatura, cuando cumplían más de trescientos días de cautiverio los rehenes de la embajada norteamericana a manos de los estudiantes siítas. Al cronista ciertamente de lujo no le faltaron contactos internacionales y pudo entrevistarse con la cúpula del gobierno que suplantó al Cha, algo negado en general a los enviados por las redes  informativas de  Occidente.        
                                   Seré autoreferencial por un momento para reconocer que cuando una noche de 1984 escuché el debate por el tratado de Paz y Amistad entre Argentina y Chile para poner fin al conflicto sobre el Canal de Beagle,  disputado entre el senador Vicente Leónidas Saadi y el ministro Dante Caputo, que moderó  el inefable Bernardo Neustard, apenas treintañero yo poco sabía de Albino Gómez y apenas más debido a mis antecedentes salteños de Julio Mera Figueroa, quienes me entero ahora por “SENTIRES”, resultaron ser los representantes respectivamente del entonces canciller y del pintoresco legislador catamarqueño que acusó al académico licenciado  Caputo de irse por las nubes de Úbeda. Otra situación  que lo tuvo  en primera línea.
                                                                                                                                      
                                 En “SENTIRES” hay material de sobra para construir y reconstruir la pequeña y la gran historia. Hay justicieras menciones al tratadista y ex canciller del presidente  Cámpora, doctor  Juan Carlos Puig, hay otras varias evocaciones y homenajes, hay inquisiciones sobre nuestra realidad política, diplomática, social y cultural.  Hay apreciaciones sobre el mundo que nos toca vivir y sus vertiginosas posibilidades como la robótica. Y hay un sinnúmero de inquietudes varias traducidas en prosas breves llenas de intención y lucidez. Sin descuidar las aproximaciones a la filosofía, a tono con la vocación de  difusor de la madre de las ciencias a que nos tiene acostumbrado el didáctico exegeta de la Teoría Egológica del Derecho  de Carlos Cossio,  del pensamiento católico, justicialista y latinoamericanista  de  Amelia Podetti o su  insomne peregrinar por el tránsito del existencialismo al  maoísmo de Carlos Astrada y por las ponencias acercadas al Congreso de Filosofía reunido en Mendoza entre el 30 de marzo y el 9 de abril de 1949.
                                Decía Xavier Zubiri que la filosofía no es su historia pero que la historia de la filosofía, es filosofía y en ese sentido su rastreo e interpretación de complejos y cerrados sistemas filosóficos o iusfilosóficos, dan cuenta de sus propios desvelos en la materia. 
                             “SENTIRES”, en resumen y aun con la osadía de pretender tal extracto, constituye un ejemplo de libro misceláneo donde cada título despierta un interés diverso,  que al cabo y en forma paradojal invita a pensar  en el modo ordenado, relacionado e ilimitado  en que se expande  el universo intelectual y afectivo del autor.


                             (Carlos María Romero Sosa, se publicó en La Prensa, el 8 de diciembre de 2019.-)