Don Honorio H. Gómez Ibáñez
Empero, el matutino, además de faro
informativo y formativo para el sector de la ciudadanía afín a su ideario, fue
durante un largo período de la historia porteña identificado popularmente con su tradicional y suntuoso edificio de la Avenida de Mayo 575, hoy
Casa de la Cultura
de la Ciudad
de Buenos Aires. “No se conoce en Europa
una publicación tan soberbiamente instalada como este diario argentino. Tampoco
en Nueva York existe periódico alguno que pueda comparar su casa con la de LA PRENSA ”, escribió
Vicente Blasco Ibáñez en su libro
“Argentina y sus grandezas”. Esa
construcción, a juicio del escritor valenciano, “el más lujoso de los palacios de la Avenida de
Mayo”, se inauguró en mayo de 1899, según diseño de los
arquitectos Carlos Agote y Alberto Gainza, egresados de L´Ecole de Arts et
Manufactures de París.
Además de los mosaicos de
Boulanger, la herrería de Val d´Osne, el reloj de la fachada de Paul Garnier,
los ascensores neoyorquinos, la estatua de Palas Atenea, que simboliza La Libertad , obra del francés Maurice Bouval y las pinturas
interiores de Nazareno Orlandi y Reinaldo Giúdice, cabe acotar que en algún
momento tuvo LA PRENSA
un telescopio que desde casi cincuenta metros de altura escudriñaba los
misterios de la noche.
El dato de su llegada allí
se encuentra registrado en la biografía
de Honorio Hermenegildo Gómez Ibáñez (1832-1900) obrante en el tomo III del
Nuevo Diccionario Biográfico Argentino de Vicente Osvaldo Cutolo. Y fue tradicionalmente conocido, tanto por la
descendencia de la familia Paz como por la de
Gómez Ibáñez; quien obsequió a su fraterno amigo José Camilo Paz esa
pieza que había hecho traer de Europa para su propio uso, sumándose así
–contaba Honorio Pastor Gómez Langenheim, hijo del donante- a las celebraciones
por la inauguración de la nueva sede en sustitución de la inicial de Moreno 73,
El mencionado era hijo de José Damián Gómez Obligado y de Manuela Josefa
Ibáñez Marín y de la Quintana ,
nieto del héroe de la
Reconquista , capitán Lázaro Gómez del Canto y Rospigliosi y por
rama materna del coronel Pedro Ibáñez Rospigliosi, héroe del combate de Tacuarí
en la expedición del general Belgrano al Paraguay y Gobernador Intendente
interino de Buenos Aires en 1818.
El 29 de mayo de
1900, al día siguiente de su muerte ocurrida en Buenos Aires, LA PRENSA publicó una extensa nota necrológica sobre él destacando entre otros conceptos: “Fue pro-secretario del Senado; en tiempos de
la Organización
Nacional , secretario del gobernador de Buenos Aires, don
Pastor Obligado, revolucionario en 1874 y desterrado por esa causa.” (Precisamente
en la vencida revolución mitrista de 1874 se la jugó codo a codo junto a José
C. Paz). Años antes, el 25 de enero de 1885, con motivo de haber sido relegado
en un ascenso en la Aduana
donde se desempeñaba luego del ostracismo vivido en Montevideo, un artículo de
fondo del diario denunció el hecho y asentó sobre su persona y servicios a la República : “Como funcionario público es incorruptible.
Su competencia es muy superior al puesto que desempeña con rara consagración.
No solamente está a la altura del destino de Vista, sino del de Administrador
de la Aduana.”
Hombre de estudio y buen
exponente por cultura e inquietudes modernizadoras de la Generación del Ochenta,
Gómez Ibáñez, aparte de sus conocimientos jurídicos, en especial sobre temas de Derecho
Parlamentario y de sus provechosas horas
de retiro en la biblioteca de libros literarios e históricos en francés que reunió con dedicación -hoy varios de ellos
apetecidos por bibliófilos como El Nuevo
Anquetil de Historia Universal en la
lujosa edición ilustrada de 1848-, fue asiduo contertulio de Estanislao S. Zeballos que le remitía su
Revista de Derecho, Historia y Letras y un aficionado a la astronomía. Lector
de Flammarión, llegó a frecuentar en Córdoba al norteamericano Benjamín Gould,
el sabio a quien Sarmiento convocó para instalar el Observatorio Astronómico de
Córdoba del que fue director.
Un
nieto suyo, Carlos Obligado, recuerda ese interés por la ciencia –y el arte- de
Urania en los versos de su romance Nocturno, presente en “El poema del
Castillo”(1938): “Con mi abuelo materno
(a Don Honorio/ Gómez Ibáñez honre aquí de paso)/ Detallé ya la Hidra en primavera/ Y
minucias de Orión, en el verano,/ pues de ciencia accesible, perfumaba/ su
recia vida el generoso hidalgo./ Después, obsequio suyo, me sabía/ mi denso
Flammarión a los quince años.”
Generaciones
y hechos se sucedieron desde ese
finisecular año 1899, tanto que no es de extrañar haberse perdido –al menos eso
ocurre en mi caso- el rastro del telescopio, muerto el hijo primogénito del
destinatario original del obsequio: don Ezequiel Paz, que cuando era director del
diario aún lucía en los altos del edificio de la Avenida de Mayo. Es ley la
destrucción final o el extravío de los objetos, aunque resulta reconfortante
imaginar que sobreviven los sentimientos
que los signaron dándoles sentido y hasta, a veces, fortaleciendo a través de su
pura materialidad, viejos vínculos afectivos.-
(Carlos
María Romero Sosa, se publicó en La
Prensa el 18 de octubre de 2019.-)