lunes, 11 de noviembre de 2019

UN TELESCOPIO PARA LA PRENSA

Don Honorio H. Gómez Ibáñez
                                                                
                                                                        
   LA PRENSA acaba de cumplir su  sesquicentenario. Más allá de sus cambios de formato, de los del estilo periodístico para estar a tono con los  dictados por las preceptivas actuales en la materia y hasta de los sucesivos dueños de la empresa, en este siglo y medio ha sabido honrar y mantener de su fundador, José C. Paz,  el espíritu liberal, incluso conservador: un “estilo político” al decir de Emilio J. Hardoy,  con el que se puede coincidir  o no, pero que no obstó mientras otros medios callaban,  para que en  la última dictadura acogiera y publicara, bajo la dirección del arquitecto Máximo de Gainza, solicitadas con listas de desaparecidos.  Del doctor  Paz se cuenta que antes de viajar a Francia, como embajador designado por Roca en 1885, dejó escrita la renuncia al cargo diplomático a desempeñar en un cajón de su escritorio, con la expresa instrucción a sus reemplazantes en la dirección, que la misma fuera enviada al presidente de la República cuando consideraran del caso  criticar actos de gobierno desde las columnas del diario.
   Empero, el matutino, además de faro informativo y formativo para el sector de la ciudadanía afín a su ideario, fue durante un largo período de la historia porteña identificado popularmente  con su tradicional y suntuoso edificio de la Avenida de Mayo 575, hoy Casa de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires. “No se conoce en Europa una publicación tan soberbiamente instalada como este diario argentino. Tampoco en Nueva York existe periódico alguno que pueda comparar su casa con la de LA PRENSA”, escribió Vicente Blasco Ibáñez  en su libro “Argentina y sus grandezas”.  Esa construcción, a juicio del escritor valenciano, “el más lujoso de los palacios de la Avenida de Mayo”,  se inauguró  en mayo de 1899, según diseño de los arquitectos Carlos Agote y Alberto Gainza, egresados de L´Ecole de Arts et Manufactures de París.
  Además de los mosaicos de Boulanger, la herrería de Val d´Osne, el reloj de la fachada de Paul Garnier, los ascensores neoyorquinos, la estatua de Palas Atenea, que simboliza La Libertad, obra  del francés Maurice Bouval y las pinturas interiores de Nazareno Orlandi y Reinaldo Giúdice, cabe acotar que en algún momento tuvo LA PRENSA un telescopio que desde casi cincuenta metros de altura escudriñaba los misterios de la noche.
 El dato de su llegada allí se encuentra registrado  en la biografía de Honorio Hermenegildo Gómez Ibáñez (1832-1900) obrante en el tomo III del Nuevo Diccionario Biográfico Argentino de Vicente Osvaldo Cutolo. Y fue   tradicionalmente conocido, tanto por la descendencia de la familia Paz como por la de  Gómez Ibáñez; quien obsequió a su fraterno amigo José Camilo Paz esa pieza que había hecho traer de Europa para su propio uso, sumándose así –contaba Honorio Pastor Gómez Langenheim, hijo del donante- a las celebraciones por la inauguración de la nueva sede en sustitución de la inicial de Moreno 73,                                                             
  El mencionado era hijo de José Damián Gómez Obligado y de Manuela Josefa Ibáñez Marín y de la Quintana, nieto del héroe de la Reconquista, capitán Lázaro Gómez del Canto y Rospigliosi y por rama materna del coronel Pedro Ibáñez Rospigliosi, héroe del combate de  Tacuarí  en la expedición del general  Belgrano al Paraguay y Gobernador Intendente interino de Buenos Aires en 1818.  
  El 29 de mayo de 1900, al día siguiente de su muerte ocurrida en Buenos Aires, LA PRENSA  publicó una extensa nota necrológica sobre él  destacando entre otros conceptos: “Fue pro-secretario del Senado; en tiempos de la Organización Nacional, secretario del gobernador de Buenos Aires, don Pastor Obligado, revolucionario en 1874 y desterrado por esa causa.” (Precisamente en la vencida revolución mitrista de 1874 se la jugó codo a codo junto a José C. Paz). Años antes, el 25 de enero de 1885, con motivo de haber sido relegado en un ascenso en la Aduana donde se desempeñaba luego del ostracismo vivido en Montevideo, un artículo de fondo del diario denunció el hecho y asentó sobre su persona y servicios a la República: “Como funcionario público es incorruptible. Su competencia es muy superior al puesto que desempeña con rara consagración. No solamente está a la altura del destino de Vista, sino del de Administrador de la Aduana.”   
  Hombre de estudio y buen exponente por cultura e inquietudes modernizadoras de la Generación del Ochenta, Gómez Ibáñez, aparte de sus conocimientos  jurídicos, en especial sobre temas de Derecho Parlamentario  y de sus provechosas horas de retiro en la biblioteca de libros literarios e históricos en francés  que reunió con dedicación -hoy varios de ellos apetecidos por bibliófilos como El Nuevo Anquetil de Historia Universal en la lujosa edición ilustrada de 1848-, fue asiduo contertulio  de Estanislao S. Zeballos que le remitía su Revista de Derecho, Historia y Letras y un aficionado a la astronomía. Lector de Flammarión, llegó a frecuentar en Córdoba al norteamericano Benjamín Gould, el sabio a quien Sarmiento convocó para instalar el Observatorio Astronómico de Córdoba del que fue director.   
  Un nieto suyo, Carlos Obligado, recuerda ese interés por la ciencia –y el arte- de Urania en los versos de su romance Nocturno, presente en “El poema del Castillo”(1938): “Con mi abuelo materno (a Don Honorio/ Gómez Ibáñez honre aquí de paso)/ Detallé ya la Hidra en primavera/ Y minucias de Orión, en el verano,/ pues de ciencia accesible, perfumaba/ su recia vida el generoso hidalgo./ Después, obsequio suyo, me sabía/ mi denso Flammarión  a los quince años.”
                                                 
  Generaciones y hechos  se sucedieron desde ese finisecular año 1899, tanto que no es de extrañar haberse perdido –al menos eso ocurre en mi caso- el rastro del telescopio, muerto el hijo primogénito del destinatario original del obsequio: don Ezequiel Paz, que cuando era director del diario aún lucía en los altos del edificio de la Avenida de Mayo. Es ley la destrucción final o el extravío de los objetos, aunque resulta reconfortante imaginar que sobreviven  los sentimientos que los signaron dándoles sentido y hasta, a veces, fortaleciendo a través de su pura materialidad, viejos vínculos afectivos.-


(Carlos María Romero Sosa, se publicó en La Prensa el 18 de octubre de 2019.-)