domingo, 30 de junio de 2019

LA FÓRMULA MACRI-PICHETTO, UN PUNTO MÁS A LA DERECHA

  Un mandato,  ordenanza o advertencia de los medios concentrados y hegemónicos, se impone con especial virulencia en los días que corren en forma de disyuntiva de hierro: gobernabilidad o caos. Aunque, ya se sabe, en nombre de la república y de la gobernabilidad se han venido cometiendo desde diciembre de 2015 toda clase de infamias y agachadas por buena parte de lo que debió ser la oposición. El límite a lo creíble, algo que viene a contradecir la sentencia de Nietzsche en “El caminante y su sombra”: “Ninguna naturaleza da saltos”, lo acaba de traspasar el senador  Miguel Ángel Pichetto integrándose a la fórmula con Mauricio Macri para las próximas elecciones presidenciales de octubre.
     Ahora la propaganda oficial pone énfasis en que se garantiza la cacareada gobernabilidad con semejante traición; palabra que para nada molesta al candidato dado que sostuvo en un reciente reportaje que “la traición no es algo degradante” y hasta encontró antecedentes a su paso que  no lo es de baile, en la Junta de Mayo abjurando del absolutismo de  Fernando VII, hecho que históricamente no existió o que habrá existido sólo en la mente esclarecida de Moreno, Castelli  y Belgrano, revolucionarios en serio con los que aparece un poco exagerado compararse tan insignificante figura apenas a gusto del “establishment”.  Lo peor es que cierto público proclive a  aceptar como dogma el monocorde relato oficialista, repite cual un mantra “gobernabilidad”, otro nombre de la trenza  y del corrupto do ut des en beneficio de los de arriba, para el caso de Pichetto que se quedaba sin trabajo al finalizar este año su período de senador por Río Negro.     
     Es curioso, el peronismo hizo un mito del valor de la lealtad así como el radicalismo en su hora de la reparación en palabra de Yrigoyen; sin embargo, la historia del movimiento justicialista puede  dar cuenta de cómo y cuánto se desarrolló a partir de la caída del líder, en septiembre de 1955,  la plaga de los que defeccionaron. Una plaga que inició o poco menos el almirante Alberto Teisaire y después continuaron los sindicalistas Augusto Vandor o los participacionistas  José Alonso y Rogelio Coria durante el onganiato, por no abundar en otras referencias escatológicas  como  la de Jorge  Triaca y su procesismo apoltronado en la CGT Azopardo mientras otros gremialistas como Saúl Ubaldini peleaban en la calle contra la dictadura genocida de Videla y sus sucesores.
     Si anteayer era San Perón, ayer fue el neoperonismo y el peronismo sin Perón pergeñado por dirigentes siempre dispuestos al contubernio con el poder gorila de turno en aprovechamiento de la proscripción de la mitad del electorado. Fueron ellos los antecesores de los peronistas republicanos o  racionales funcionales al macrismo durante estos tres años y medio de inflación desbocada, de destrucción del salario, de las jubilaciones, de la recesión económica sin piso, del consiguiente industricidio y de la arbitrariedad de una justicia convertida en instrumento de las operaciones lanzadas desde el Poder Ejecutivo contra la ex presidenta, su hija y sus ex funcionarios.
                     
     En cuento al Partido Radical, la historia  puede dar cuenta, asimismo, que el hoy convidado de piedra en la alianza Cambiemos o como se llame en el futuro, no reparó nada o casi nada en materia social después de luchar con innegable heroísmo y fe democrática desde 1890 hasta conseguir el voto universal, secreto y obligatorio instaurado por la ley  promovida por el presidente conservador Roque Sáenz Peña y su ministro del Interior Indalecio Gómez.  La Semana Trágica y los muertos de la Patagonia en 1920 y 1921, son suficiente prueba de que “la Causa de los desposeídos” de la visión redentora y romántica de Leandro Alem, varió pronto  a ser la de  los intereses oligárquicos que al presente  –salvo excepciones de ciertos afiliados y algunos simpatizantes con dignidad- garantiza el centenario partido  mediante su triste destino de furgón de cola de la política neoliberal y reaccionaria del Pro, su socio contranatura si se piensa en la visión social que ciertamente tuvo Moisés Lebensohn, en la industrialista de Amadeo Sabattini y en la progresista en materia de derechos humanos de Raúl Alfonsín.
     Sucede que la religión de los ceos del gabinete de Macri y sus socios de las multinacionales que constituyen la moderna versión del “régimen falaz y descreído”, es monoteísta y tiene como único dios al mercado; se trata propiamente del “Capitalismo como religión” advertido por Walter Benjamin. Por eso a esos prósperos  empresarios les debe sonar a populista aquel apotegma del filósofo  Krause: “el hombre es el principio y el fin de todas las cosas”, algo  que  Yrigoyen asumía  proclamando  los “augustos fines” de la actividad política  en orden a que “Los  hombres son sagrados para los hombres y los pueblos son sagrados para los pueblos”.
     En general los radicales son en sí mismo un oxìmoron, como que hace décadas que se hicieron conservadores. Hoy, a lo más, algunos se volvieron díscolos de la ultra reacción y huyen de las maquinaciones de Durán Barba y el inefable jefe de gabinete Peña  para refugiarse en el dúo Lavagna-Urtubey. Empero no hay una tercera vía y la famosa avenida del medio es menos transitada que la pueblerina y entrañable “calle angosta” que evoca la cueca cuyana.
     Bien lo demuestra la historia reciente de nuestros  partidos políticos y las alianzas electorales que, en general de centro izquierda, buscaron ser opciones  tanto al peronismo con su derecha fascistoide y su izquierda nunca del todo consolidada y sin complejo de ser izquierda, como al rejunte de los sectores oligárquicos en épocas que  no precisaban tener votos porque las Fuerzas Armadas eran su tabla de salvación frente a los gobiernos civiles. Ejemplos de proyectos para romper con el bipartidismo y la dialéctica peronismo-antiperonismo fueron la Alianza Popular Revolucionaria en 1973, el Partido Intransigente liderado por el más que valioso y “progre” doctor Oscar Alende  por el que sufragué en 1983 y el Frente Grande  durante el menemismo que despertó tantas ilusiones de cambio y terminó como sabemos no muy lejos de Cavallo.            
      No, en 2019 tampoco hay tercera vía posible y menos si se trata de un rejunte de dirigentes de centro derecha y de sindicalistas de la calaña del gastronómico Hugo Barrionuevo  que apuntan a enamorar a un electorado de clase media desengañada del  macrismo que con los tarifazos inverosímiles en beneficio de los socios presidenciales y la carestía de la vida por la inflación disparada a niveles record mundiales o casi, le hizo ajustar el cinturón como nunca antes.
     El dilema sigue siendo Justicia Social o esos mercados que saludan entusiastas el corrimiento al bolsonarismo de Cambiemos con la incorporación a la fórmula presidencial de octubre del senador Pichetto. Sobre tal recepción del mundo del dinero y la usura internacional a uno de los peronistas más derechosos cabe recordar aquellos versos  del autor español del siglo XVIII Tomás de Iriarte de su fábula “El oso, la mona y el cerdo”, cuya moraleja es que hay que tomar con pinzas el elogio de los malos: “Mas ya que cerdo me alaba/ muy mal debo de bailar”. 
   Por cierto que este triste  personaje Pichetto no cesa de dar signos de su macartismo con sus declaraciones sobre el presunto comunismo del candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires, el kirchnerista  Axel Kicillof. Y es que les falló la máquina del tiempo a todos estos antipopulistas y el futuro con el que tanto se llenan la boca se les perdió en el túnel del pasado y atrasa en la Guerra Fría.


(Carlos María Romero Sosa, se publicó en Salta Libre el 19 de junio de 2019 y se reeditó en la revista Con Nuestra América, de San José de Costa Rica, el 22 de junio de 2019.-)      

viernes, 21 de junio de 2019

INOCENCIA Y MELANCOLÍA EN FRANCISCO ISERNIA


    Si algún caminante pasa frente al viejo edificio aún en pie de la calle Enrique Finochietto -hasta 1965 denominada Patagones-, al 535/37/39 entre Perú y Bolívar,  en las proximidades del Parque Lezama,  ante su arquitectura señorial podrá ejercitar la añoranza sobre lo que fueron los últimos esplendores de los barrios del Sur porteño en las postrimerías del siglo XIX y principios del XX. Allí, en los altos de esa numeración  desde donde no es hoy ni era posible ayer  otear ninguna vela al tope del palo mesana, y sí factible oír en ya abolidas serenidades la sirena de los barcos en el Riachuelo de los Navíos, vivió hasta su muerte, ocurrida el 7 de octubre de 1946, el poeta Francisco Isernia.
 
Aunque olvidada, fue la suya una de las voces más singulares de la poesía lírica argentina que alcanzó su cenit en el verbo de Pedro Miguel Obligado, aquel sutil revelador de  “la historia de una melancolía”, al decir de Lugones.
 Ajeno al ansia de promoción inherente a la actual industria –y comercio- cultural, nunca buscó fama a punto tal de haber firmado con el seudónimo Ovidio de Montemar uno de sus sonetos más elogiados y popularizados en su hora: Madre marinera. Cabe anotar que ese seudónimo no está registrado en la obra “Contribución a un Diccionario de Seudónimos en la Argentina” de Leopoldo Durán, con una Noticia Preliminar de León Benarós (Buenos Aires, 1961), ni el más reciente “Diccionario Argentino de Seudónimos” de Rubén Mario De Luca (2008). Tampoco por motivos cronológicos en el “Diccionario de Alfónimos y Seudónimos de la Argentina” de Vicente Osvaldo Cutolo (Buenos Aires, 1962), que incluye un significativo número de los empleados  entre  1800 hasta 1930.

 En caracterización de Leonidas Barletta,  tanto Isernia como su contemporáneo del Grupo de Boedo, Roberto Mariani, cumplieron  una especie de consigna de la generación  a la que pertenecían: desdeñaron la pompa, declinaron honores, rehusaron figurar, trabajaron en silencio, pudorosos del elogio que se prodigaban a gritos  los de la generación anterior.
 Reclamó, en cambio, para sus iniciales composiciones el juicio crítico así fuera severo, antes que el elogio de ocasión de los consagrados. Uno de ellos, Roberto F. Giusti, advirtió en sus versos primerizos y quizá con defectos formales, la resonancia de una sensibilidad nada común. Y lo invitó a colaborar en la revista Nosotros que codirigía con Alfredo Bianchi.  Isernia dio a conocer allí en 1917 dos sonetos que luego desecho por considerarlos con excesiva influencia lugoniana  y después, en 1924 y 1925 varias otras composiciones; algunas como Lagunita, La quintera, La muchacha del tambo, de acento campestre mientras en Un niño muerto, se advierte un delicado trasfondo elegiaco. Giusti prologó su libro “Vuelo” -de 1925- que asimismo editó Nosotros. Hay en este volumen que comento amistosamente –sostendrá el estudioso de “Nuestros poetas jóvenes”- mucha poesía viva y fresca. Diría poesía pascoliana, con tal que no se quiera entender que le sigue los pasos servilmente  al poeta de Myricae. Pascoliana porque está llena de rumores de alas, de murmullos de árboles, de risas de niños, de ritmos de pasos ligeros.  Sólo que ese coro de risas infantiles y que los ritmos de andanzas de seres que el poeta veinteañero, antes de  experimentar ausencias  irreparables, bien podía idealizar que venían a su encuentro, creaban a su alrededor un aura más de gratitud que de jactancia;  más de dulzura, esa ofrenda  del espíritu  para los semejantes, que de terrenal sensualidad.  Y era un aura con poder de lente para captar con nitidez las situaciones mínimas, los hechos desatendidos por el resto de los mortales distraídos en su cotidiano apuro. Así fue capaz el Isernia intimista, repentista y descriptivo, de detenerse cierto día con respeto y es de suponer que con reverencia, frente a un ave que bebía gotas de agua. Tradujo después el cuadro a  palabras que suenan a consignas del alma: Y era todo ternura. Y era todo inocencia.   Imaginamos que  al cabo habrá volado satisfecha el ave, pero no perdió el poeta la gracia de una inocencia adánica que quedó  posada en su interior   como  la  paloma que comió en mi
mano, según otra de sus imágenes aladas.  
  
Vuelo es un libro que revela un hombre tocado de un noble afán de belleza, es un artista honrado y que huele a soledad del alma,    escribió Rafael de Diego en un comentario bibliográfico aparecido en  el número 198 de Nosotros correspondiente a noviembre de 1925.                                                         

EL DON DE LA TERNURA
  
 Había nacido el 13 de febrero de 1894 en la boquense calle Martín Rodríguez 733. No muy lejos de la antes referida casona de Patagones en que la parábola de la existencia cerró el ciclo de sus días y donde habitó con su hermano Luciano, después de fallecido el padre: José Isernia quien, cuenta Luis Tomás Prieto en el opúsculo “Francisco Isernia: el poeta de la ternura”, publicado por el Ateneo Popular de la Boca en 1962 (Cuadernos de La Boca del Riachuelo, Nro. IV), compró en 1907 un balandro frutero de dos palos en el que el niño se sentía  grumete  soñador en la ruta promisoria/ recostado en el palo del trinquete.

 Sus versos melancólicos de esa única patria del hombre que es la infancia para Rilke, más que propiamente llenos de la amarga convicción de César Vallejo: Pues yo nací un día/ que Dios estuvo enfermo, evocan tiempos con líneas de horizontes a trazar con mano escolar –concurrió a una escuela primaria situada en el ángulo que forman las calles Lamadrid y Palos- y con la tinta indeleble de la  fe y si algo flaqueaba ella, de la esperanza: Con asombro miré la vida en fiesta;/ Tuvo la gracia en flor el alma mía./ Si le hablaba a la luz, me respondía,/ Y era un eco de Dios cada respuesta.
 Mucho de religioso sin afirmaciones confesionales  hay en su poética que parece dejarse atraer por un Dios a la vista en una entrega ascensional al misterio, toda ciencia trascendiendo en cumplimiento de la aspiración  de  San Juan de la Cruz. Isernia, sigue diciendo Barletta, No era un torturado, era un sensitivo, indiferente a ciertos refinamientos, su modestia tenía el brillo de la originalidad. Fue testigo absorto a los diez años del triunfo electoral de Alfredo Palacios como primer diputado socialista de América, en sufragio popular demostrativo de que La Boca ya tenía dientes en la  expresión jocosa y admirativa de Florencio Sánchez. Solidario con los pobres y desamparados, debe haber orado por ellos y hasta lamentado que su lira no diera notas de  denuncia y rebeldía social como alguna vez, en 1896, arrancaron de la de su  admirado Lugones en plena efervescencia anarquista y revolucionaria, en aquellos  versos de “Profesión de fe”: ¡Odia pueblo!, la faz se hermosea/ cuando hay fiebres de odio en el pecho

Otro colega y amigo suyo además de vecino, José González Carbalho que vivió en la calle Ruiz Díaz de Guzmán 79, escribió en un artículo publicado en Noticias Gráficas el 13 de julio de 1949: No se documenta en sus canciones una sola rebeldía, sino acatamiento, dulzura y asombro inocente ante la belleza constantemente renovada. Resignado al modo cristiano, con esperanza de resarcirse de cada tristeza en la alegría futura, el canto surge en él como floreciendo prados interiores.
Descubrió particularmente en el soneto un cauce de expresión afín con el equilibrio y el recato con que buscaba trasmitir su mensaje lírico; y en esa envoltura clásica, como el auriga del carro alado en la alegoría platónica sofrenó todo desborde.  No deja de resultar curioso que pudiera privilegiar su personal opción literaria haciendo oído sordo a los ismos iconoclastas  de su hora y que se sintiera más cómodo, más seguro y sobre todo más pleno en el decir poético, al rimar  y medir endecasílabos o alejandrinos y no utilizando las innegables posibilidades del  versolibrismo. La inclinación por lo formal, predilección con la que no pretendió dar cátedra, se muestra patente,  identifica su escritura y marca diferencias estéticas con sus contemporáneos.  Así por ejemplo en el libro “Exposición de la Poesía Argentina” (1927); un volumen  “organizado” -reza el subtítulo- por Pedro-Juan Vignale  y César Tiempo se recogen sin pretensión  de antología como lo advierte la justificación inicial, el soneto suyo Llueve y los tercetos de Vienes con la mañana; en tanto gran parte de la producción del resto de los allí incluidos  se inclinaba por la poesía libre.      

  Después de la temprana publicación de “Vuelo”, su producción comenzó a dispersarse en diarios y revistas como Noticias Gráficas, Nosotros, El Hogar, La Razón o Pórtico donde publicó críticas bibliográficas, un artículo sobre Benito Quinquela Martín y un medallón de Alfredo Bianchi en su  fallecimiento, además de varios ensayos breves demostrativos de su interés por las literaturas francesa e inglesa como ser:  “Actualidad de Gerardo de Nerval”, “William Blake el iluminado” y “La humildad de Charles Louis Philippe”.  La revista Pórtico que comenzó a publicarse  en forma trimestral en 1941 y dejó de aparecer en 1946, era el órgano de difusión del Ateneo Popular de La Boca y sobre el vínculo de Isernia con la tradicional institución cultural fundada en 1926 por el historiador y periodista Antonio J. Bucich, en la nota necrológica de La Prensa de 9 de octubre de 1946 se subrayó la actividad que había desplegado en las funciones de Consejero del Ateneo, así como resaltó el periódico  la que tuvo en la “La Peña” del subsuelo del Café Tortoni.  

 Al cumplirse en 1947 el primer  año de su muerte, amigos,  pares en las letras, historiadores, juristas  y artistas plásticos, costearon la edición de su libro inédito: “Cielo de infancia” que como en un “corsi e ricorsi” contó con un nuevo prólogo de Roberto Giusti, el crítico y académico del espaldarazo en 1925 y, seguidamente, con otro firmado por González Carbalho. El primero de los prologuistas –seguramente un agnóstico a deducir por su ideario socialista, partido que lo llevó al Consejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires y al Congreso Nacional- consignó la presencia de cierta impronta mística en alguno de sus últimos sonetos, algo coincidente –dedujo el mismo Giusti- con el regreso al catolicismo del poeta: Cuando él  ya adivinaba sus pasos postreros sobre la tierra, cantó su soledad de niño extraviado en la selva oscura, con notas de poesía religiosa, puras y altas.   

 La edición de “Cielo de infancia” estuvo a cargo de Francisco A. Colombo y entre los que cooperaron para hacerla posible pueden recogerse al azar, entre tantos otros igualmente representativos, los nombres de Juan Carlos Astolfi,  Antonio J. Bucich, Delia Bucich, Julio C. Bergottini, Pascual Cupido,  Roberto J. Capurro, A. Cunill Cabanellas, Carlos Marcelo Costanzó, Juan de Dios Filiberto,  Enrique de Gandía, José Gobello –que despidió sus restos en el Cementerio del Oeste  (Chacarita) el 8 de octubre de 1946-, Roberto Ledesma, Fortunato Lacámera, Enrique Loudet, Francisco P. Laplaza, Pedro Miguel Obligado, Luis Perlotti, Jorge Oscar Pickenhayn, Antonio Porchia, Francisco J. Póliza, Enrique Puga Sabaté, Benito Quinquela Martín -a quien Isernia homenajeó en un poema de juventud incluido en “Vuelo” que comienza: “Quinquela Martín! Quiero hacerte en mi canto/ un escorzo espontáneo…Para el caso discierno,/ en tu cara de artista, ese gesto de santo,/ y en tus ojos oscuros, la visión de lo eterno”-, Adolfo Pérez Zelaschi, Horacio Rega Molina,  Conrado Nalé Roxlo, Carlos G. Romero Sosa, Francisco L. Romay, Francisco Stagnaro,  Marcos Tiglio, Mariano de Vedia, Miguel Victorica, Amado Villar, Juan Carlos Zuretti y  Antonio Zolezzi.
 Una curiosidad del libro en cuyo interior hay una fotografía en blanco y negro del autor retratado de cuerpo entero, es que en la tapa aparece su apellido escrito con Y griega y no latina, circunstancia que se reiterará en la mencionada nota periodística de González Carbalho en Noticias Gráficas y en otras publicaciones.

  Señalamos al comienzo su injusto olvido. Aunque con excepciones: desde el ámbito oficial, la ley nacional 16.487 de 1964 promovida por el diputado capitalino por la UCRP, Reinaldo Elena, autorizó a la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires para colocar un busto de Isernia en La Boca. Y su nombre no quedó ajeno tanto a la atención de los investigares cuanto al homenaje amistoso: lo menciona Carlos Paz en “Efemérides literarias argentinas” (1999) y en la biblioteca del Ateneo Popular de La Boca, en la calle Benito Pérez Galdós 315, luce un retrato suyo al óleo realizado en 1948 por el pintor, escultor y fotógrafo Juan Zuretti. También en 1988 se publicó el libro “El soneto en la Argentina”, texto de Antonio Requeni seguido por una antología compuesta por el poeta Horacio Turner de los cultores de esa preceptiva vinculados con el Ateneo -cuyo sello lleva la edición-  y con el tradicional barrio.  La  encabeza su soneto Madre marinera,  tantas veces escuchado en las peñas literarias bohemias de medio siglo atrás como suele memorar la docente y recitadora Celia de Ghermek, antigua vecina y consecuente lectora y divulgadora de Francisco Isernia.


(Carlos María Romero Sosa, se publicó en La Prensa el domingo 16 de junio de 2019.-)