Un mandato, ordenanza o advertencia de los medios
concentrados y hegemónicos, se impone con especial virulencia en los días que
corren en forma de disyuntiva de hierro: gobernabilidad o caos. Aunque, ya se
sabe, en nombre de la república y de la gobernabilidad se han venido cometiendo
desde diciembre de 2015 toda clase de infamias y agachadas por buena parte de
lo que debió ser la oposición. El límite a lo creíble, algo que viene a contradecir la sentencia de
Nietzsche en “El caminante y su sombra”: “Ninguna naturaleza da saltos”, lo
acaba de traspasar el senador Miguel Ángel Pichetto integrándose a la
fórmula con Mauricio Macri para las próximas elecciones presidenciales de
octubre.
Ahora la propaganda oficial pone énfasis
en que se garantiza la cacareada gobernabilidad con semejante traición; palabra
que para nada molesta al candidato dado que sostuvo en un reciente reportaje que
“la traición no es algo degradante” y hasta encontró antecedentes a su paso que
no lo es de baile, en la Junta de Mayo abjurando del
absolutismo de Fernando VII, hecho que
históricamente no existió o que habrá existido sólo en la mente esclarecida de
Moreno, Castelli y Belgrano, revolucionarios
en serio con los que aparece un poco exagerado compararse tan insignificante
figura apenas a gusto del “establishment”. Lo peor es que cierto público proclive a aceptar como dogma el monocorde relato oficialista,
repite cual un mantra “gobernabilidad”, otro nombre de la trenza y del corrupto do ut des en beneficio de los de arriba, para el caso de Pichetto
que se quedaba sin trabajo al finalizar este año su período de senador por Río
Negro.
Es curioso, el peronismo hizo un mito del
valor de la lealtad así como el radicalismo en su hora de la reparación en palabra de Yrigoyen; sin
embargo, la historia del movimiento justicialista puede dar cuenta de cómo y cuánto se desarrolló a
partir de la caída del líder, en septiembre de 1955, la plaga de los que defeccionaron. Una plaga
que inició o poco menos el almirante Alberto Teisaire y después continuaron los
sindicalistas Augusto Vandor o los participacionistas José Alonso y Rogelio Coria durante el
onganiato, por no abundar en otras referencias escatológicas como la
de Jorge Triaca y su procesismo
apoltronado en la CGT Azopardo
mientras otros gremialistas como Saúl Ubaldini peleaban en la calle contra la
dictadura genocida de Videla y sus sucesores.
Si anteayer era San Perón, ayer fue el
neoperonismo y el peronismo sin Perón pergeñado por dirigentes siempre
dispuestos al contubernio con el poder gorila de turno en aprovechamiento de la
proscripción de la mitad del electorado. Fueron ellos los antecesores de los
peronistas republicanos o racionales
funcionales al macrismo durante estos tres años y medio de inflación desbocada,
de destrucción del salario, de las jubilaciones, de la recesión económica sin
piso, del consiguiente industricidio y de la arbitrariedad de una justicia convertida
en instrumento de las operaciones lanzadas desde el Poder Ejecutivo contra la
ex presidenta, su hija y sus ex funcionarios.
En cuento al Partido Radical, la
historia puede dar cuenta, asimismo, que
el hoy convidado de piedra en la alianza Cambiemos o como se llame en el futuro,
no reparó nada o casi nada en materia
social después de luchar con innegable heroísmo y fe democrática desde 1890 hasta
conseguir el voto universal, secreto y obligatorio instaurado por la ley promovida por el presidente conservador Roque Sáenz
Peña y su ministro del Interior Indalecio Gómez. La Semana Trágica y los muertos de la Patagonia en 1920 y 1921,
son suficiente prueba de que “la
Causa de los desposeídos” de la visión redentora y romántica de
Leandro Alem, varió pronto a ser la de los intereses oligárquicos que al presente –salvo excepciones de ciertos afiliados y algunos
simpatizantes con dignidad- garantiza el centenario partido mediante su triste destino de furgón de cola
de la política neoliberal y reaccionaria del Pro, su socio contranatura si se
piensa en la visión social que ciertamente tuvo Moisés Lebensohn, en la
industrialista de Amadeo Sabattini y en la progresista en materia de derechos
humanos de Raúl Alfonsín.
Sucede que la religión de los ceos del
gabinete de Macri y sus socios de las multinacionales que constituyen la
moderna versión del “régimen falaz y descreído”, es monoteísta y tiene como
único dios al mercado; se trata propiamente del “Capitalismo como religión”
advertido por Walter Benjamin. Por eso a esos prósperos empresarios les debe sonar a populista aquel
apotegma del filósofo Krause: “el hombre
es el principio y el fin de todas las cosas”, algo que
Yrigoyen asumía proclamando los “augustos fines” de la actividad política
en orden a que “Los hombres son sagrados para los hombres y los
pueblos son sagrados para los pueblos”.
En general los radicales son en sí mismo un
oxìmoron, como que hace décadas que se hicieron conservadores. Hoy, a lo más,
algunos se volvieron díscolos de la ultra reacción y huyen de las maquinaciones
de Durán Barba y el inefable jefe de gabinete Peña para refugiarse en el dúo Lavagna-Urtubey. Empero
no hay una tercera vía y la famosa avenida del medio es menos transitada que la
pueblerina y entrañable “calle angosta” que evoca la cueca cuyana.
Bien lo demuestra la historia reciente de nuestros
partidos políticos y las alianzas
electorales que, en general de centro izquierda, buscaron ser opciones tanto al peronismo con su derecha fascistoide
y su izquierda nunca del todo consolidada y sin complejo de ser izquierda, como
al rejunte de los sectores oligárquicos en épocas que no precisaban tener votos porque las Fuerzas
Armadas eran su tabla de salvación frente a los gobiernos civiles. Ejemplos de
proyectos para romper con el bipartidismo y la dialéctica
peronismo-antiperonismo fueron la Alianza Popular Revolucionaria en 1973, el Partido
Intransigente liderado por el más que valioso y “progre” doctor Oscar Alende por el que sufragué en 1983 y el Frente
Grande durante el menemismo que despertó
tantas ilusiones de cambio y terminó como sabemos no muy lejos de Cavallo.
No,
en 2019 tampoco hay tercera vía posible y menos si se trata de un rejunte de dirigentes
de centro derecha y de sindicalistas de la calaña del gastronómico Hugo
Barrionuevo que apuntan a enamorar a un
electorado de clase media desengañada del
macrismo que con los tarifazos inverosímiles en beneficio de los socios
presidenciales y la carestía de la vida por la inflación disparada a niveles
record mundiales o casi, le hizo ajustar el cinturón como nunca antes.
El dilema sigue siendo Justicia Social o esos
mercados que saludan entusiastas el corrimiento al bolsonarismo de Cambiemos
con la incorporación a la fórmula presidencial de octubre del senador Pichetto.
Sobre tal recepción del mundo del dinero y la usura internacional a uno de los
peronistas más derechosos cabe recordar aquellos versos del autor español del siglo XVIII Tomás de
Iriarte de su fábula “El oso, la mona y el cerdo”, cuya moraleja es que hay que
tomar con pinzas el elogio de los malos: “Mas
ya que cerdo me alaba/ muy mal debo de bailar”.
Por cierto que este triste personaje Pichetto no cesa de dar signos de su
macartismo con sus declaraciones sobre el presunto comunismo del candidato a
gobernador de la provincia de Buenos Aires, el kirchnerista Axel Kicillof. Y es que les falló la máquina
del tiempo a todos estos antipopulistas y el futuro con el que tanto se llenan
la boca se les perdió en el túnel del pasado y atrasa en la Guerra Fría.
(Carlos
María Romero Sosa, se publicó en Salta Libre el 19 de junio de 2019 y se
reeditó en la revista Con Nuestra América, de San José de Costa Rica, el 22 de
junio de 2019.-)
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