sábado, 27 de octubre de 2018

LA MISA EN LUJÁN Y LA “PHRONESIS” DE MONSEÑOR RADRIZZANI



                                                                        No es momento ni lugar para discusiones teológicas: “Doctores tiene la Santa Madre Iglesia”, como reza el “Catecismo de la Doctrina Cristiana” del jesuita salmantino del siglo XVI Gaspar Astete. Aunque parece ser que la multitudinaria misa en la basílica de  Luján celebrada el sábado 21 de octubre y en la que cientos de miles de personas rogaron  por Paz, Pan y Trabajo, obró el milagro  que entremezclando temas pedestres como el perfil o el prontuario –en boca de los consabidos denunciantes en los medios concentrados para  alborozo del clasista público de Cambiemos- de los sindicalistas Moyano, padre e hijo, se hablara de cuestiones de índole religioso, en vez de machacar e idiotizar distrayendo de la hecatombe cambiaria e inflacionaria  con el Bailando de Tinelli.  
                                                                       ¿Qué puede escandalizar de esa asamblea sin una nota altisonante,  cuando precisamente “ekklesia” en griego significaba eso: reunión? Sin embargo, los formadores de opinión de turno del tipo del avezado periodista de Clarín señor Sergio Rubín o los  algo improvisados panelistas del programa del señor del Moro, se rasgaron las vestiduras a lo Caifás horrorizados ante el hecho que la Iglesia argentina no se pusiera por encima de la grieta, o sea condescendiera con el estado actual de cosas manifiestamente injustas, o sea contrarias al bien común, o sea que volara en pecado social montada en los globos amarillos bastante desinflados del macrismo.  Justamente ese interesado desatino de silenciar la realidad que le exigen hoy a monseñor Radrizzani o a monseñor Lugones, por citar dos “pastores con olor a oveja”, es lo que y por desgracia ha venido haciendo la pecadora Esposa de Cristo a través de la historia al cometer adulterio  con los poderes y los poderosos de turno. Y ello en flagrante traición al mandato de su Divino Fundador, la Virgen María y sus Discípulos. Porque no fueron  Marx o Bakunin los que cantaron de una vez y para siempre en el Magnificat: “El Señor dispersó a los soberbios, ensalzó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despachó a los ricos con las manos vacías”.  Ni  Lenín ni el Che Guevara auguraron mejor que el Apóstol Santiago en su epístola: “Oigan esto, ricos: lloren y griten por las desgracias que van a sufrir”.  
                                                                  Muchos serviles del dios dinero se dan con una piedra en los dientes al  descubrir que más allá de la institución tan burocráticamente paganizada en varios momentos de su trayectoria y de los hombres mejores y peores que la vienen conformando, la razón de ser trascendente de la Iglesia es indivisible de su mensaje, que aunque tantas veces desvirtuado no ha perdido vigencia en más de dos  mil años: el bregar y más aún trabajar  en este mundo por el reino de la justicia que por cierto no es el del módico bienestar hedonista de la posmodernidad.
                                                                  El padre Leonardo Castellani, insospechado de comunismo aunque preciso sabedor y dado a resaltar en su poema: “La muerte de Martín Fierro” que “No fueron los comunistas los que mataron a Cristo”, escribió a fines de la década del cuarenta del siglo pasado el libro “Cristo ¿vuelve o no vuelve?”, un texto que le acarreó problemas  con  su orden jesuita y con varias jerarquías eclesiásticas bajo la acusación de milenista o milenarista carnal. Sucede  que la idea de la Parusía  no  resulta muy grata para los que han convertido la religión en el opio de los pueblos; es decir la Iglesia de los ricos que predica aguantar aquí la injusticia, lado del que no duermen el papa Francisco –que acaba de canonizar al arzobispo mártir salvadoreño Óscar Arnulfo Romero y mal que le pese al ex vicario castrense monseñor Antonio Baseotto, activo defensor de los genocidas de la dictadura, pronto lo hará con otro mártir, el obispo de la Rioja Enrique Angelelli,  asesinado en 1976 por los militares-, ni los curas villeros, ni los curas de la opción por los pobres, ni los varios actuales pastores “con un oído en el Evangelio y otro en el pueblo”, tal cual buscaba testimoniar su ministerio apostólico Angelelli,  que concelebraron el otro día en Luján en ese ejemplar oficio religioso con proyección ecuménica e interreligiosa. 
                                                              Imaginar el Reino de Dios en esta tierra no hará subir las bolsas precisamente y al contrario puede ser que la sola posibilidad haga temblar los mercados financieros. Es curioso, rezamos que Dios es el Señor de la Historia, pero de buena gana le dejamos el presente al demonio con su guiños al “statu quo” de la explotación y la desigualdad extrema. Que haya justicia en el Cielo no representa  problema  para el  capitalismo porque su único credo es el dinero aquí y ahora. Y en cuanto a la parábola del mendigo Lázaro, mejor no mentarla mucho en los templos de la oligarquía a los que concurren las devotas señoras gordas, que bastantes molestias tuvieron  ya por haber debido blanquear a sus empleadas domésticas en cumplimiento de la ley 26.844 que impulsó en 2013 la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
        Se ha imputado también al salesiano arzobispo de Mercedes-Luján que no haya mencionado en su homilía,  como para contrarrestar sus denuncias  a la pobreza y la falta de oportunidades de vastos sectores populares, el cáncer de la corrupción en alusión a los presuntos escándalos de la anterior administración. Estoy de acuerdo que eso quedó en el tintero pero  entiendo  la tal corrupción diferente a los periodistas militantes bendecidos por el señor Lombardi.  Porque  la transparencia es una bandera hipócrita del macrismo,  en esencia corrupto antes incluso de los “Panamá papers”, la estafa del  Correo, el poco claro dinero en efectivo guardado en el ropero de la vicepresidenta Michetti, los aportantes truchos  de la provincia de Buenos Aires para la elección de 2017 y los eufemísticos  “conflictos de intereses” de  los funcionarios M.
       El pulcro y cívico público de Cambiemos debería agradecer esa omisión, dado que  de  hablarse de corrupción en la misa de Luján,  bien se podría haber tomado como una crítica directa al gobierno, cosa que con sabiduría monseñor Agustín Radrizzani evitó hacer en uso de su prudencia, aquella perfección que Aristóteles llamó “phronesis” en la “Ética a Nicómaco”.


(Carlos María Romero Sosa, se publicó en la Revista CON NUESTRA AMÈRICA, de San José de Costa Rica, el  27 de octubre de 2018.-)             

SAN PEDRO CLAVER

SAN PEDRO CLAVER

Petrus Claver, aethiopum semper servus 


Su fe alcanzaba a Cristo, donde el hombre
frena el envión  de su tenaz caída.
Y abría el corazón a la medida
del alma convocando en un pronombre


inclusivo, lo sacro de la Vida,
de cara  a las murallas  con renombre
de Cartagena de Indias, aterida
en una noche de impiedad sin nombre


y oscuridad de  tráfico de esclavos.
Cruz al pecho, Quijote con sotana,
Pedro Claver ingresa en la barraca,


donde es cadena el hierro que fue clavos
en la Pasión. Ya el santo grillos saca
y amanece… Y un ángel canta: ¡Hosanna!.    
  

(Carlos María Romero Sosa, se publicó en La Prensa el 14 de octubre de 2018)

      

LUIS RICARDO FURLAN, EL POETA QUE BAUTIZÓ A SU GENERACIÓN



                                                            El libro “Summa lunfarda” (2005), de José Gobello y Marcelo H. Oliveri, expresa  en la reseña sobre Luis Ricardo Furlan: miembro de número de la Academia Porteña del Lunfardo desde 1970 y autor de poemas escritos en la jerga popular rea de Buenos Aires estudiada por él con vocación y severidad de  lexicógrafo, que en tales composiciones, el diestro manejo de los términos de esa procedencia “se emparda  con el aplomado dominio de los secretos  resortes de la poesía”. En efecto, Furlan fue un poeta completo por la destreza en el manejo de las formas, los lenguajes, las modulaciones  y los tonos líricos y por la profundidad en lo que al mensaje se refiere; más próximo a  veces “a la oscura luz de la razón que ama”, en términos de un rezo en versos endecasílabos de Leonardo Castellani,  que a la complejidad del tipo charada sin resolución, a los que nos tienen habituados ciertas estéticas actuales. Asimismo su numen  trasmite  la limpidez  y muestra la riqueza de un idioma,  que algún crítico juzgó hispanista aunque sin evadir el poeta, en ocasiones, la inclusión de imaginativos y enriquecedores neologismos. Todo ello cuando transitó la poesía culta, si cabe así diferenciarla de sus incursiones en verso lunfardesco, algo de lo que dan cuenta sus entregas: “Chamuyero en Baires” (1997), “Rantimusa” (2002) o “Che, gotán” (2012). Aparte de las letras musicalizadas para canciones populares y tangos, composiciones de las que  pudo ufanarse salvando su modestia, por haber alcanzado en ellas la gloria del anonimato, esa que elogió Manuel Machado cuando el pueblo incorpora coplas a su memoria colectiva dejando en el olvido su procedencia.  
                                                            En cuanto a sus sonetos, no son nunca meros ejercicios silogísticos de forzadas o ripiosas consonancias, sino  receptáculos de belleza, equilibrio y  sentido. En cambio de reflejar el “mundo roto” en funciones deshumanizadoras y angustiantes que no dejan lugar al Misterio, tal como lo intuyó Gabriel Marcel en su obra “Aproximación al misterio del Ser”, Furlan gustó reconstruir entorno y contorno amorosamente, en pos de alcanzar aquella “unidad gozosa” a la que se refiere su admirado Leopoldo Marechal en el modélico soneto “Del Amor Navegante”. Una operación ética y estética sin omitir alguna cuota de nostalgia o mejor de posicionamiento sentimental sin hipérbole, coherente y consecuente con el neohumanismo que caracteriza a su generación poética, la del Cincuenta, de la que fue exegeta y revelador. Para tarea semejante mantuvo afinado el instrumento de sus evocaciones en las que configuró  una metafísica con vista  a aceptar cristianamente –no a enfrentar con soberbia nieszchiana-  la trágica dimensión temporal humana: “Y el tiempo cruel oxida los cardales,/ perdidas voces, hábitos agrarios,/ contemplativas lluvias vecinales”; es decir aquella “caída de la eternidad” de la que habló León Bloy.  
                                                            Recatado hasta vestir con metáforas convicciones e impulsos solidarios en grado de misericordia por los sufrientes y perdedores de la ciudad y el mundo, desde el linyera dormido bajo un árbol, al que nombra en un poema publicado en septiembre de 1982 en La Capital de Rosario “hombre regocijado en su destierro”, hasta el prójimo anónimo -en otra composición  que dio a conocer en abril de 2018 en el suplemento Cultura de La Prensa donde era habitual colaborador-,  por quien se juramentó: “No quiero dar la mano y, negligente/ perder al hombre que cordial deshoje/ unos gestos amables, que se aloje/ en mi fervor, definitivamente”.   
                                                           La misma aproximación e identificación con el lunfardo en tanto expresión  de habla e  idiosincrasia popular, da cuenta de su voluntad de vivir ajeno a toda preciosista torre de marfil.  Discreto  y no críptico, se presentó de cuerpo entero en sus versos. Lo advirtió en su hora su colega y amigo Alberto Luis Ponzo, fallecido más que centenario en 2017 y alguien por quien siguen de luto las letras del país y sus vecinos del Oeste suburbano: “Detenerse en cada soneto suyo viene a ser como conocerle mejor, revelar lo que esconde en su vida.”
                                                           Como diarios de vida sus poemarios reflejan el afán, el encanto y el desencanto  cotidianos  recogidos por  el “nulla dies sine línea”, aquel ejercicio que Plinio el Viejo adjudicaba a Apeles de Colofón.  Furlan trabajó bendecido por la inspiración y no se refugió en el facilismo del oficio y menos en la rutina, propia del escritor comercializado y urgido por editoriales.  Aparte de las ya mencionadas entregas en lunfardo,  publicó los siguientes libros en verso, premiados varios de ellos; y la enumeración de sus  títulos  habla de una instalación en la ternura, la delicadeza y por momentos la épica civil adornada por ideales patrióticos y latinoamericanistas: “Alba del canto” (1951),  “Distrito tuyo”  (1957),  “Los días fraternales” (1958), “Odas mínimas”  (1961),  “Domingo del poeta”  (196l),  “Deslinde del tiempo y el ángel” (1963),Teoría del país cereal” (1964), “Noticia de Amerindia” (1964),  “El laurel y el átomo” (1969),  “Carta a Pablo” (1975),  “Aprendizaje de la patria” (1975), “Guitarra sola” (1981), “Urdimbre y resplandor del inocente” ( 1987), “Aula poética” (1989), “Soledades de la vida precaria y otros exilios” (1997),   “Medio siglo de escritor” (2001), “Cernida voz del corazón oyente” (2005), “La cicatriz ajena” (2011), “Las voces demoradas” (2012),  “El granero del duende” (2013), “El arca iluminada” (2013) y “Compañera” (2014), escrito en memoria de su esposa, la escritora y actriz dramática Lily Franco (1924-2013).    
                                                                        A esta lista cabe  sumar la de sus obras en prosa, demostrativas de una  fecundidad que justifica el prestigio y la vigencia  desde décadas atrás de Luis Ricardo Furlan en la literatura nacional. Y entre estos ensayos, de índole crítica:  “Crónica de la poesía argentina joven” (1963), “Aproximación interpretativa a la poesía hispanoamericana” (1964), “La poesía lunfarda” (1970), “Esquema de la poesía lunfarda” (1995), “Generación poética del 50” (1974);  en tono biográfico:   “Elías Carpena y el pago de la Matanza” (1971), “Julio S. Canata, un poeta olvidado” (1992) y “José Mármol, un poeta militante” (1999);  de carácter histórico: “Apuntes históricos y vecinales de El Palomar” (1969); e incluso contribuciones al subgénero de la referencia bibliográfica como “Índice del suplemento de artes y letras del diario Mayoría”  (1997), debe resaltarse el libro de casi 350 páginas publicado en Madrid en 2010: “El movimiento neohumanista. La Generación de 1950 en la poesía argentina” (Altorrey Editorial).
                                                             Con método reconstruyó en este último la historia, rastreó las influencias,  recuperó el contexto político y social en que se desarrolló ese grupo poético, enfocó las revistas literarias en las que estamparon su firma sus pares generacionales -“Arturo” y “Poesía Buenos Aires”,  entre las más notorias-, y trató de no olvidar a ninguno de los  amigos y compañeros de rutas estéticas e ideales humanitarios. Entre los datos aportados y las  interpretaciones varias del fenómeno, quiso y supo mantenerse en un decoroso segundo plano, pese a ser quien promulgó el “acta de bautismo” de la generación, el 5 de noviembre de 1953 en un artículo en el diario Democracia titulado: “Nuestra generación poética del cincuenta”. En esas líneas ponía de manifiesto la veta americanista sin telurismo ni color local, quizá bajo la influencia de Héctor A. Murena de “El pecado original de América” y su “voluntad de parricidio”,  que vinculaba a los integrantes y sobre todo: “el alejamiento de los ismos  caóticos que imperan en la poética del viejo continente, fruto de la irremediable degradación intelectual de posguerra. América  es el ojo abierto mirando a los milenios aterrados. El mundo se refugia en la promesa laboriosa y justa de nuestro Continente. Y nuestros poetas, universalmente americanos, urgen el imperativo modelando esa estrella salvadora, cociendo ese pan común de los días, y enseñando un nuevo abecedario con verdadera vocación artística.” Otro abanderado de esa postura  americanista era Fermín Chávez (1924-2006), buen lector de las “Reflexiones sobre el ideal político de América” del pedagogo y reformista universitario en 1918 Saúl Taborda. Hoy más recordado como historiador y pensador nacional,  Chávez  es un  caso de “outsider” al que se suele incluir en la generación  del Cuarenta, donde lo sitúa Luis Soler Cañas, y también en la del Cincuenta con la que tenía tantas “afinidades electivas”, por decirlo con palabras de Goethe.   
                                                            Algo a destacar es la proximidad cronológica entre los entonces jóvenes del Cincuenta –Raúl Gustavo Aguirre, Edgar Bayley, Rodolfo Alonso, Ramiro de Casasbellas, Francisco Madariaga, Emilio Sosa López, Basilio Uribe, Héctor Miguel Ángeli, Rubén Vela, Miguel Ángel Viola, Antonio Requeni y por cierto el propio Furlan-, “neohumanistas” según la caracterización de José Isaacson uno de sus miembros mayores nacido en 1922, con sus antecesores del Cuarenta: los neorrománticos –Enrique Molina, León Benarós, José María Castiñeira de Dios, Juan Ferreyra Basso, Eduardo Calamaro, Libertad Demitropulos y las entonces adolescentes nacidas en 1930: María Elena Walsh y Paulina Ponsowy  tan valoradas por Juan Ramón Jiménez en su visita al país en 1948-, y con los inmediatos del Sesenta –Juan Gelman, “Paco” Urondo, Miguel Ángel Bustos, Haroldo Conti, Rodolfo Walsh,  Juan José Saer, Horacio Salas, Alberto Szpunberg  y el más joven de todos: Roberto Santoro (1939-1977)-, que asumieron y en general llevaron el compromiso político hasta las últimas consecuencias: el exilio en algunos casos y en otros la desaparición forzada y la muerte.           
                                                                  La velocidad con la que en el mundo se sucedían los hechos culturales y desvelaban los conflictos de toda índole, puestos en acto con rapidez insospechada por el avance de las comunicaciones a partir del desarrollo tecnológico avasallante luego de finalizada la Segunda Guerra, viene a justificar tal ensamble generacional en la Argentina, algo que contradice la óptica de Ortega y Gasset  que en 1930 postulaba en quince años la vigencia de una generación, como lo subrayó Julián Marías en el libro “El método histórico de las generaciones” (1967).    
                                                    
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                                                                Luis Ricardo Furlan nació en el barrio porteño de Palermo el 15 de noviembre de 1928. Desde 1956 se radicó de El Palomar, localidad situada en la zona Oeste del Gran Buenos Aires, circunstancia que sin duda le permitió desarrollar en su poética cierta impronta de tono suburbano con intención de campesino y recoleto “beatus ille”: “Primero son los pájaros. El canto/ salta del tragaluz del alba. Luego,/ es el tizón de un inocente fuego,/ la acuarela bucólica. Levanto/ en vilo el corazón, coyuyo santo/ del existir gozante. Como un juego,/ me doy a la templanza. No reniego/ de las leyes de máscara y espanto.” En El Palomar vivió también  otro escritor significativo: el novelista, poeta, periodista  y miembro de número de la Academia Argentina de Letras,  Adolfo Pérez Zelaschi (1920-2005), originario de San Carlos de Bolívar, en la pampa bonaerense.  Uno y otro solían encontrarse en pasadas décadas en actos y tertulias culturales. Luego regresaban juntos dialogando por las arboladas y tranquilas calles palomarenses, hoy algo convulsionadas por  idas y vueltas al aeropuerto local de los a menudo contrariados pasajeros de los vuelos económicos.

                                                   Furlan, a quien en lo personal  evoco como el maestro bondadoso que  prologó  en 2010 mi poemario “Fanales opacados”,  dirigió las Ediciones Culturales Argentinas (ECA) de la Secretaría de Cultura de la Nación y fue secretario de la Sociedad Argentina de Escritores. Falleció en el Policlínico Bancario de la ciudad de Buenos Aires, donde estaba internado desde días atrás por una afección  cardiorrespiratoria, el 23 de agosto del año en curso. Sus restos descansan en el cementerio de la Chacarita.


(Carlos María Romero Sosa, se publicó en La Prensa, el 23 de septiembre de 2018