La
locución es común, de uso diario, y desde ya que no soy original al proponerla
como título, como que de ese modo se denomina una novela dramática publicada en
1943 por Enrique Larreta, el aristócrata que supo ser yrigoyenista cuando el
radicalismo olía a pueblo y denostaba “el régimen falaz y descreído”, así caracterizado por el antiguo
comisario de Balvanera. Pero es que no encuentro
otra expresión para definir lo sucedido en la elección PASO (Primaria, abierta,
simultánea y obligatoria) del domingo 11 de agosto último. Sencilla y tautológicamente
porque tenía que suceder lo ocurrido
después de tres años y medio de experimentar Mauricio Macri y sus secuaces –el
famoso “mejor equipo de los últimos cincuenta años”- como en crueles ritos de
vivisección, el nivel de tolerancia popular
al infraconsumo, a los salarios de hambre, al flagelo del desempleo en aumento,
a la inflación desbordada, a la falta de medicamentos y vacunas para los
sectores que no pueden acceder a la medicina prepaga, al endeudamiento de la
población a tasas usurarias para
sobrevivir, a la suba delirante del costo del trasporte y a la dolarización de los servicios de luz, gas y agua, a la miseria de los jubilados y su falta de cobertura en un PAMI desquiciado,
a la carencia de vacantes de los niños en edad escolar y en fin a los niveles de pobreza y indigencia
que sufren en carne propia cada vez más
personas en el país y el Observatorio de
la Deuda Social de la
UCA (Universidad Católica Argentina) pone en números francamente
lacerantes.
Alguna
vez dije que para el actual presidente, la República Argentina
no es otra cosa que el juguete del niño rico que se encapricha por tenerlo para
destrozarlo; y a las pruebas me remito tan sólo al ejemplificar con la leonina deuda
externa que contrajo hipotecando a varias generaciones y que culminó con el
préstamo lleno de condicionamientos para el desarrollo nacional del FMI.
Ahora,
con el resultado de la elección en que las dos terceras partes de los sufragantes
votaron en contra de su proyecto neoliberal y conservador, con berrinche de
chico contrariado le echó la culpa a los ganadores por la suba al día siguiente
del dólar en franca corrida cambiaria,
la multiplicación del riesgo país, el
desplome de la bolsa y los demás
indicadores económicos de crisis que hacen pensar otra vez en los aciagos días
de diciembre de 2001.
“Todo
lo real es racional y todo la racional es real” enseña Hegel y de nada hay que
asombrarse ante el hecho que el pueblo argentino no haya decidido suicidarse.
El instinto de conservación primó frente a las encuestas falsas -entre ellas la de la machacada
buena imagen de la gobernadora bonaerense Vidal, que perdió por paliza contra la
fórmula Kicillof-Magario del centroizquierdista Frente con Todos-, los medios
hegemónicos ensuciando la cancha con infames operaciones de prensa, el poder
judicial servil procesando y encarcelando opositores y las comparaciones de los
períodos kirchneristas y en especial de la última gestión de Cristina Fernández, con las tan diferentes realidades económicas
de Cuba, Venezuela o Irán. Sí, como “lo real es racional”, resulta lógico que
salvo padecer de síndrome de Estocolmo, ninguna víctima se identifique con su
victimario.
Mauricio Macri creyó tener una
carta ganadora con la zoncera cipaya de nuestra inclusión en el mundo que
cacareó en la cumbre del G20 reunida en Buenos Aires a finales del año pasado.
Como si el país hubiera pertenecido al planeta Plutón hasta su llegada al poder el 10 de diciembre
de 2015. Lo más hipócrita del caso es que cuando el PRO era oposición
criticó con saña los acuerdos suscriptos
con China por el gobierno de Cristina. Además la política exterior de la ex
mandataria jamás apuntó contra el mundo y menos en tiempos de una globalización que se ya intuía irreversible
porque ello hubiera sido pelear contra molinos de viento. Sin embargo una cosa era
y es reconocer las condiciones de la época
y gobernar bajo esa circunstancia privilegiando los intereses nacionales
y otra la obsecuencia con las potencias dominantes, en especial hoy con los
Estados Unidos de Trump o tratar de caerle simpático al ultraderechista presidente
brasileño Bolsonaro, vía las arengas represivas y proclives al uso de armas por
los civiles de la inefable ministra de Seguridad Patricia Bullrich.
Sabrá
Macri –lo dudo- que ya desde los primeros momentos de la lucha por nuestra
emancipación se enviaron misiones a Europa para tantear en las monarquías del
Viejo Mundo las perspectivas de comercio y de ayuda financiera; no otra cosa
representó el fallido viaje de Mariano Moreno a Inglaterra en 1811 enviado por la Primera Junta. Y sabrá también –sigo dudando- que los próceres de la Independencia no se
achicaron ante las potencias extracontinentales: el mismo Secretario de la Junta advirtió en La Gaceta sobre el riesgo de
“dejarse envolver en cadenas” foráneas; ni frente al Papa León XII, que en una
encíclica defendió el colonialismo español y exhortó a los fieles la obediencia
al absolutista Fernando VII; ni temblaron de cara al poder bélico de la Santa Alianza porque de haber pensado mucho en la
posible respuesta del mundo, el general San Martín no hubiera cruzado los
Andes.
Dije antes que los pueblos no se suicidan
aunque a veces transitan caminos
equivocados que los conducen al borde
del precipicio. Y cabe reconocer que en 2015 y 2017 se votó mal a instigación de
una propaganda maligna que bombardeó conciencias infectándolas de
individualismo, prejuicios burgueses y odio de clase. Sumado esto a la lita de las promesas falsas como
aquella estupidez de la luz al final del
túnel que pronosticaba la lamentable vicepresidenta que padecemos, espejitos de
colores que despertaron ingenuas expectativas
de futuro en buena parte de la población.
De
las tres experiencias neoliberales sufridas desde 1976, la primera, la de Martínez
de Hoz bajo la dictadura de Videla, fue posible por el genocidio de los 30000
desaparecidos. La segunda, la de Carlos Menem y su ministro Cavallo, duró algo
más debido a la venta de las joyas de la abuela en las tramposas privatizaciones
que permitieron el espejismo de la modernización y el oportunista “voto cuota”
de las clases medias encandiladas por poder viajar a Miami y cancherear con guarangada argentina -en
el sentido en el que Ortega y Gasset nos aplicó ese término-, del “Déme dos”; haciendo
prevaler el cálculo egoísta al que se refirió Marx en el Manifiesto Comunista a
cualquier sentimiento de patriotismo y solidaridad con los excluidos de la módica
fiesta del mundo que algunos disfrutaron en los noventa.
En cambio esta última aventura del
capitalismo prebendario y de amigos del poder con sociedades off shore en
paraísos fiscales, una aventura podrida desde la cabeza con la que quiso
encandilar Macri entre posverdades dictadas por su asesor de imagen Durán Barba
al resto de la sociedad que mira
acrecentar su fortuna con la “ñata
contra el vidrio”, por suerte se acaba pronto, a más tardar el 10 de diciembre
si no pasa antes -y no lo desea nadie- lo
que a De la Rúa.
La pesadilla macrista llega a su fin por su
intrínseca sinrazón de ser en un país como el nuestro, que alguna vez fue
vanguardia en materia de justicia social y seguridad social. El que pudo enorgullecerse de haber ungido en
1904 el primer legislador socialista de América en Alfredo Palacios y que más
tarde, con el peronismo en el poder, plasmó en la legislación y consolidó en
los hechos, el mayor reconocimiento a los derechos de los trabajadores, a la
par que activó la defensa de la soberanía nacional contra los embates del capitalismo
internacional y las oligarquías a su servicio.
(Carlos
María Romero Sosa, se publicó en Salta Libre, el 16 de agosto de 2019 y se
reprodujo en la revista Con Nuestra América, de San José de Costa Rica, el 17
de agosto de 2019.-)