En 1949 León Rebollo Paz
publicó el libro “Derqui, el presidente olvidado.” El dato viene al caso
por asociación, si se piensa que bastante después de esa fecha comenzó a
analizarse con detenimiento la figura de otro primer mandatario de la República Argentina , que
ejerció esta vez en el siglo XX la más
alta magistratura de la
República : el doctor Victorino de la Plaza , figura en general tan
ganada por el olvido a partir de su muerte en 1919, como lo fue el cordobés de especial actuación en
Corrientes estudiado por Rebollo Paz.
En efecto, salvo una nota de Estanilao S. Zeballos
de 1901, dada a conocer en la
Revista de Derecho, Historia y Letras; a la obra de 1924 del diplomático Belisario J. Montero:
“Conversaciones sobre filosofía y arte. De mi diario”, que lleva por subtítulo
“La filosofía del doctor Plaza” y al
estudio de Juan Manuel Albarracín “El doctor Victorino de la Plaza ” y la crisis económica
de 1875 a
1880” , publicado en 1950, no abundó la bibliografía
sobre él en la primera mitad del siglo pasado.
Trascurrieron varias décadas hasta aparecer ensayos fundamentales que revelaron aspectos
de la vida y labor del estadista y jurista salteño. Así y sin ánimo exhaustivo cabe citar a Atilio Cornejo y su obra: “Doctor
Victorino de la Plaza. De
escribano público a presidente de la
República ” (1980), a Jorge
M. Mayer y su “Victorino de la Plaza : un eje institucional”
(1995), a Carlos María Gelly y Obes y su “Victorino de la Plaza : el ciudadano, el
mandatario” (1990), a Carlos Gregorio Romero Sosa y su ensayo genealógico: “Los
de la Plaza o
Plaza” (1996), a Jorge Reinaldo Vanossi y su extensa conferencia ofrecida en el
CARI y editada en 2004: “Victorino de la Plaza.
Tres momentos estelares de un hombre de Estado”, o al
reciente libro de más de quinientas páginas de Rodolfo Plaza Navamuel y Leandro Plaza
Navamuel: “Don Victorino, el ciudadano ejemplar” (2016). Todo ello sin olvidar otros aportes previos debidos a Francisco
Centeno, Juan Silva de la
Riestra , Gustavo Gabriel Levene, Bernardo González Arrili,
Ismael Bucich Escobar, Jorge Cabral Texo o Vicente Osvaldo Cutolo.
Y en el año 2017 apareció “Don Victorino íntimo”, de Silvia Martha de la Plaza , artista plástica, escritora,
docente en establecimientos secundarios, productora rural en la provincia de
Buenos Aires y sobrina nieta del evocado.
En ese carácter es depositaria de valiosos documentos familiares vinculados a la
figura de su ilustre pariente que ahora, con buen criterio, hace públicos.
El libro de setenta y seis páginas no pretende
historiar al detalle su existencia desde
el inicial y modesto trabajo como escribiente en la escribanía de Mariano
Zorreguieta, en la ciudad de Salta. Y
después profesor de filosofía en el Colegio Nacional Buenos Aires designado por
Sarmiento; colaborador de Vélez Sarsfield
en la redacción del Código Civil;
Procurador del Tesoro de la
Nación en 1874 en sustitución de Bernardo de Irigoyen y no de
José Evaristo Uriburu como afirma alguna de sus biografías; legislador nacional; Delegado Financiero del Gobierno para tratar el
tema de la deuda externa argentina; varias veces ministro de diferentes carteras
durante las administraciones de los presidentes Nicolás Avellaneda, Julio A.
Roca y José Figueroa Alcorta; y
finalmente Vicepresidente de la Nación en la fórmula
encabezada por Roque Sáenz Peña y que a la muerte de éste completó su mandato y
entregó el poder al electo presidente Hipólito Yrigoyen el 12 de octubre de
1916.
Sin agobiar con datos y fechas, aunque también sin dejar
margen a errores historiográficos o lagunas, la autora abrevó en fuentes inobjetables como el
mencionado y completo trabajo del académico salteño Atilio Cornejo, al tiempo
que incorporó testimonios documentales e iconográficos para avalar las referencias de aquel estudioso. Así, por
ejemplo, luce en una de las primeras páginas, la fotografía de doña María
Manuela de la Silva Palacios ,
madre de Victorino, y en la siguiente una caricatura debida al lápiz de Ramón
Columba dedicada en 1953 a
la autora; un dibujo inédito ya que el libro de Columba: “El Congreso que yo he
visto”, luce otra diferente. Algo más
adelante puede leerse copia de la carta que el 12 de abril de 1861 dirigió a María
Manuela de la Silva
el General Urquiza informándole haber
concedido a su hijo la beca por ella
solicitada para el Colegio Nacional de Concepción del Uruguay. Y completa las
ilustraciones un fragmento de su testamento
ológrafo.
El plan de la obra es cronológico y así se
comienza por aclarar su lugar de nacimiento, contra algunas tradiciones sin
mayor sustento fundadas en el hecho cierto de que no se ha encontrado la
partida de bautismo de Victorino de la
Plaza , nacido el 2 de noviembre de 1840. Una circunstancia
que permitió suponer que su llegada a mundo fue en Cachi, en los Valles Calchaquíes donde
su padre tenía propiedades. Ciertamente un dato erróneo repetido en varias de sus biografías como la
que presenta el “Diccionario de Ministros” (1998) de Osvaldo J. Sanguiao. En cambio, según anota Cornejo y
trascribe Silvia de la Plaza como para concluir la
polémica: “en la búsqueda que hice en la Parroquia de la Merced de Salta, cambié de
opinión con motivo de un estudio más detenido sobre la personalidad del doctor
de la Plaza que
se publicó en el Boletín de la Academia
Nacional de la
Historia en 1965 y en el cual sostuve que el doctor Victorino
de la Plaza no
nació en la Valles Calchaquíes , sino en la ciudad de Salta.”
En otro capítulo se vuelca parte del diario,
escrito sobre un cuaderno de tapas duras, donde narra sus vivencias de la Guerra de la Triple Alianza. Allí actuó como voluntario junto a su hermano menor
Rafael, nacido en 1844, después gobernador de Santiago del Estero y diputado
nacional por esa provincia. En su caso cumplió las funciones de ayudante del
coronel Julio de Vedia; y las páginas de ese diario escritas “con letra juvenil diferente a la clara y
redondeada de más adelante”-aclara la autora-, abarcan desde el 23 de
diciembre de 1865 hasta el 10 de abril de 1866. También hay fragmentos de los
diálogos sostenidos en Europa con su amigo Belisario J. Montero (1857-1929) registrados
con fidelidad por este publicista y decano, a la fecha de su muerte, del cuerpo
diplomático argentino. Fue Montero una interesante figura de la generación
nacida a poco de la batalla de Caseros y esos diálogos con su confidente de la Plaza muestran otras facetas
del hombre de Estado, como ser su amor por la lectura y su condición de
melómano, gustador y experto en óperas. Hasta se trascribe la anécdota de haber podido escuchar de la Plaza y Montero una
ejecución privada al piano de Franz Lizt, escondidos detrás de unas cortinas del edificio donde el
músico se hospedaba en Villa d´Este, Tïvoli.
Sobre su afición por los
libros cabe anotar por nuestra parte que donó parte de su numerosa biblioteca a
su natal provincia de Salta, la que
llegó en tren en varios cajones durante el gobierno del doctor Joaquín
Castellanos quien por decreto impuso el nombre del donante a la Biblioteca Provincial
fundada en 1872. En años recientes y estando la institución bajo la dirección del bibliófilo, historiador
y periodista Gregorio Caro Figueroa, se comenzaron a fichar esos libros que
constituyen el tesoro de la Biblioteca
Provincial de Salta “Doctor Victorino de la Plaza ”, habiendo sido
bautizada la Sala
del Tesoro con el nombre del historiador “Carlos Gregorio Romero Sosa”.
A continuación hay referencias
a su tarea de copista de los artículos del Código Civil que le dictaba el
doctor Dalmacio Vélez Sarsfield, monumento jurídico que el cordobés compuso en
un solar de la actual calle Gascón que hoy ocupa la manzana del Hospital Italiano. La gran ciencia jurídica
que caracterizó siempre a de la Plaza , ha permitido suponer
que la labor del entonces joven Victorino trascendió a la del mero amanuense. Al cumplirse el cincuentenario del
Código Civil, en 1919, disertó en la Universidad de Córdoba sobre el Código y su
autor, que por otra parte había sido
padrino de su tesis doctoral presentada en la Universidad de Buenos
Aires y referida a “El crédito como capital”.
Finalmente se trascriben
algunas cartas obrantes en el Archivo General de la Nación , entre ellas la que
dirigió desde Londres a Luis Sáenz Peña, rechazando el ministerio de Hacienda
que el nuevo presidente le ofrecía, en razón de que “Después de una ausencia del país de cerca de ocho años, durante la cual
por mis largos viajes no siempre he podido seguir el movimiento administrativo
en lo interno en tanto cúmulo de
detalles, no sería quizá el más habilitado para formar un juicio completo de la
situación y basar un plan general con el que pudiera iniciarse la nueva
Administración.” Y la enviada el 31
de marzo de 1917 al director del Museo Histórico Nacional, doctor Antonio
Dellepiane, acompañando la banda y el bastón “que tuve el honor de usar durante mi desempeño en la presidencia de la Nación.”
Aunque indudable hombre del
régimen conservador, y sin duda orgulloso de serlo, Victorino de la Plaza puede ser
caracterizado en perspectiva como un conservador lúcido y en alguna medida
progresista. Su espíritu democrático ha quedado plasmado para la historia en el
fiel cumplimiento de la ley Sáenz Peña que informó su comprovinciano Indalecio
Gómez; y en la entrega del poder al radical Yrigoyen. Por otra parte, sin duda sus largas estadías
en el Viejo Mundo le permitieron asomarse a la cuestión social con una visión
más realista que la de muchos de sus compatriotas. No en vano promovió normas
como el descanso dominical para la administración pública, hizo publicar
oficialmente por el Ministerio del Interior un volumen sobre “La desocupación
obrera en la Argentina ”
y sobre todo promulgó como presidente la
ley 9688 de accidentes de trabajo, directo antecedente de la Ley de Riesgos de Trabajo 24.557
de 1995 reformada por la ley 26.773 de 2012. Una revolucionaria iniciativa para
le época del diputado socialista Alfredo Palacios que se tramitó entre idas y
venidas desde 1912 en un Congreso francamente oligárquico que le opuso grandes
resistencias. Al respecto vale la pena
leer la historia de la ley 9688 en el libro de su gestor Alfredo Palacios: “La
justicia social” (Claridad, 1954).
Otro aspecto para analizar y tal
vez computar como positivo en su paso por la Casa de Gobierno, una cuestión no esbozada sin
embargo en “Don Victorino íntimo”, fue haber sostenido la neutralidad argentina durante la Gran Guerra. Por
supuesto cabrá interrogarse si esa política internacional aparte de servir a
los intereses nacionales fue asimismo beneficiosa
para Gran Bretaña que siguió recibiendo los productos primarios argentinos en
el contexto de nuestra condición agroexportadora. Al llegar al poder Yrigoyen
mantuvo la neutralidad cada vez más
combatida en el frente local. El caudillo radical juzgó la política de su
antecesor “pasiva y claudicante” contra la “activa y altiva” que proponía, según enseña el embajador doctor José R.
Sanchis Muñoz en su “Historia
Diplomática Argentina” (Eudeba, 2010). Seguramente el juicio histórico ha de
ser más aprobatorio para aquella primera neutralidad de las administraciones de
Victorino de la Plaza
e Hipólito Yrigoyen, con sus diferentes matices, que a la sostenida durante la Segunda Guerra , bastante proclive
al nazifascismo. Porque esa neutralidad
de los sucesivos presidentes Ramón Castillo y el general Pedro Pablo
Ramírez en los primeros tiempos de su
gobierno de facto, fue algo que redundó, a las claras, en desprestigio
para la República Argentina.
(CARLOS
MARÍA ROMERO SOSA, se publicó en el número 150 de la revista HISTORIA correspondiente
a los meses junio-agosto de 2018.-)