lunes, 16 de septiembre de 2019

CARMEN AROLF, PERIODISMO CATÓLICO Y LITERATURA NATIVISTA


                                                          
     Tal vez fue en sus inicios por timidez, una condición  que en el universo de las letras podría confundirse con cierta inseguridad para afrontar el oficio de la palabra. O acaso a ejemplo  de su admirada amiga bastante mayor en edad, Emma de la Barra de Llanos, que firmaba sus populares novelas: César Duayen, influenciada  a su vez –quizá- por Amantine-Aurore-Lucile Dupin  que suscribía las suyas como George Sand. O sin duda  porque a mediados de los años veinte del pasado siglo la irrupción de una mujer joven en función de publicista, dando a conocer artículos y relatos en especial de corte nativista cuando no que enfocaban temas indigenistas, era  poco común y daba para el comentario social en muchas ocasiones malicioso, antes que para la crítica propiamente literaria, en general también prejuiciosa salvo excepciones.
   Lo cierto es que la escritora en cuestión se decidió a firmar con el seudónimo Carmen Arolf que registró en 1939 según la ley 11723 promulgada pocos años antes, ocultando así a los lectores que se llamaba Flora del Carmen García Black de Gómez Langenheim -por su matrimonio con el médico Honorio P. Gómez Langenheim era concuñada de Rafael Obligado-; aunque la sucesión de apellidos no resultaba un impedimento si de varones se trataba. Un articulista, historiador y poeta  de renombre en la época suscribía las colaboraciones como Antonio Pérez-Valiente de Moctezuma; y para entonces solamente Baldomero Fernández Moreno hacía gala de haberse aligerado del título doctoral y de la inicial de su nombre como lo explicitó en el poema “Palabras”.
    Solía contar que se le ocurrió el empleo de Carmen Arolf, anástrofe de su primer nombre, ante la revelación que le causó  su exótica resonancia eslava al leerlo al revés y comentar la circunstancia  con publicistas colegas.   Con ese seudónimo se  hizo conocida esta periodista, cuentista y autora teatral nacida en 1884 en Chascomús, donde su padre español, administraba una propiedad rural que había pertenecido a Richard Black Newton, el introductor del alambrado en el campo argentino y  pariente próximo de su  esposa: María Black Portela Salinas.   
   Tan conocida al punto de haber recordado el centenario de su nacimiento -había fallecido en Buenos Aires el 19 de agosto de 1976- tanto La Nación (el domingo 20 de mayo de 1984) como  La Prensa en una columna aparecida en la edición del miércoles 16 de mayo del mismo año. En ambas notas se destacó su trayectoria cultural en diversos medios gráficos, algunos tan legendarios como Caras y Caretas o Plus Ultra. Aparte de su colaboración frecuente en La Nueva Provincia de Bahía Blanca; en los suplementos en rotograbado de La Nación –donde la invitó a escribir Eduardo Mallea- y La Prensa a cargo de don José Santos Gollán; su paso por Democracia y las revistas Para Ti, Estampa, Pro Familia, Auto Club, la infantil Billiken; y su desempeño en el diario católico El Pueblo, donde fue jefa de la sección Sociales y columnista. (Sobre  este tabloide  que fundó en 1900 el sacerdote redentorista alemán P. Federico Grote y dejó de aparecer en 1960, cuya redacción funcionó primero en Avenida de Mayo 822 y luego en la calle Piedras 567, existe publicado en 2012 el libro nada complaciente con el “lenguaje de cruzada” de sus editoriales, de la investigadora del CONICET, doctora Miranda Lida: “La rotativa de Dios”).     
    Décadas más tarde, en el número 107 de la revista Historia bajo la dirección de Armando Alonso Piñeiro, correspondiente a los meses de septiembre-noviembre de 2007, subrayamos por nuestra parte  que mientras el canon historiográfico argentino de cuño mitrista marcaba contraponer las figuras de  los libertadores José de San Martín y Simón Bolívar debido a los “celos nacionales y el criterio sectario de las vidas perpendiculares” que diagnosticara Ricardo Levene en un discurso pronunciado en 1942 en el Museo Histórico Nacional sobre “La tradición bolivariana argentina”, Carmen Arolf se anticipó a su apreciación en nuestro medio y en 1930 -al conmemorarse el centenario de su muerte-  escribió una extensa biografía del caraqueño soñador de La Gran Colombia, poniendo de resalto su ideario americanista y la trascendencia del Congreso de Panamá de 1826.  
   Lily Sosa de Newton, autora del “Diccionario de Mujeres Argentinas”, expresó sobre Carmen Arolf: “Tuvo una notable actuación en el mundo literario de su época por su importante producción conocida a través del libro y de diarios y revistas.”  Sus cuentos y leyendas en especial sobre la Patagonia Argentina, fueron elogiados por sus aportes a la toponimia local y tomados como modelos de ficciones de proyección folclórica por autoridades de la talla del antropólogo y médico doctor Gregorio Álvarez y del investigador profesor  Félix Coluccio, que en tres oportunidades la cita en su “Diccionario folclórico argentino”.
  Cabe enumerar entre sus libros: “Ana Teresa” (novela) (1925), Haz de añoranzas (1935), “Matices sureños” (1936), “El hada del Famatina” (1937)  y “Evocaciones argentinas (1948); aparte de comedias infantiles   representadas por el grupo  teatral Aladino a cargo de la profesora María Lidia Barone del Curto y hasta de su incursión en 1953 en la historieta con “Agripín y el caballito veloz” que publicaba semanalmente el diario El Pueblo.

 Juan José de Soiza Reilly destacó  su labor en un ensayo sobre las mujeres  escritoras argentinas dado a conocer en Caras y Caretas. Asimismo Carlos Paz la menciona en “Efemérides Literarias Argentinas” (1999), Nicolás Matijevic en su “Bibliografía Patagónica” (1973-78) y Mario Tesler la incluyó en su diccionario  “Seudónimos de autoras argentinas” (1997). Pero sobre todo se advierte la valoración por su obra al recorrer  la correspondencia que cursó en diferentes momentos con los académicos de letras Gustavo Martínez Zuviría, Carlos Ibarguren, Carlos Obligado, Juan P. Ramos, Eleuterio Tiscornia, Manuel Peyrou; también con Ricardo Rojas, con Ataliva Herrera, el poeta de “Bamba”, con el filólogo Aurelio García Elorrio quien incluyó páginas suyas en sus textos de gramática para alumnos del colegio secundario, con el historiador Enrique Udaondo, con Juan Carlos Moreno el autor de “Nuestras Malvinas” escrito luego de visitar el archipiélago en 1937, con el educador  Enrique Julio fundador de La Nueva Provincia en 1898, con el poeta y comediógrafo rosarino Anibal F. Chizzini Melo, con el político y legislador Manuel Carlés,  fundador de la tristemente célebre Liga Patriótica Argentina y que curiosamente fue impulsor en el Congreso Nacional de leyes sociales elogiadas por Alfredo Palacios, con el jurista y escritor Enrique E. Rivalora, con el magistrado y genealogista Jorge de Durañona y Vedia, con el doctor Fernando Jáuregui, organizador y director del Museo de Armas de la Nación, con el escritor y político Arturo Jauretche, con el lunfardólogo y periodista José Gobello  o con el dramaturgo y director teatral Joaquín de Vedia,  que solía  memorar su vieja amistad con  un tío de la escritora: Felipe Torcuato Black, el poeta de simpatías revolucionarias patentes en el poemario lujosamente editado en París en 1905: “Cantos de bronce” y  concurrente al círculo de los Inmortales  a fines del siglo XIX e inicios del XX,  en una bohemia artística porteña que revivió Vicente Martínez Cuitiño en su libro “El Café de los Inmortales”.                                                           
 Otro tanto puede decirse del reconocimiento que le profesaron  Pilar de Lusarreta, María Alicia Domínguez, Olga de Adeler, Julia Bustos, Mary Rega Molina, la periodista feminista discípula de José Ingenieros Adelia Di Carlo  y las escritoras católicas  Mercedes Molina Anchorena, difusora en el país del autor brasileño Tristán de Athayde  (Alceu Amoroso Lima), María Mercedes Señorans, traductora de André Frossard y Sara Montes de Oca de Cárdenas, autora de la letra del Himno del Congreso Eucarístico Internacional de 1934, con música del maestro José Gil. Como es de subrayar igualmente la amistad que mantuvo con María Luisa Copello,  a partir de un reportaje que en 1935 le realizó para El Pueblo, al haber sido creado Cardenal por el Papa Pío XI su hermano Monseñor Santiago  Luis Copello. Y consta además en su archivo la consideración que demostraron notables sacerdotes y prelados al  fondo católico de sus trabajos.  Así Monseñor Andrés Calcagno, Vicario General del Ejército y escritor de nota,  comentó en una oportunidad: “No se imagina mi satisfacción al recorrer las páginas del “El Hada del Famatina”, viendo la soltura de estilo y la ductilidad con que expresa su sentimiento. Quiera el Niño Dios bendecir ese esfuerzo suyo, tan ejemplar para los suyos y para todos los que la conocemos.” En términos parecidos se expresaron Monseñor Miguel de Andrea; el Arzobispo de Salta, Monseñor Roberto Tavella; el de Cuyo, Monseñor José Américo Orzali y el Obispo de Mercedes, Monseñor Anunciado Serafini,                                                             

 Carmen Arolf actuó en el Círculo de la Prensa, en ASESCA (Asociación de Escritoras y Publicistas Católicas), y desde mediados de los años  cuarenta en ADEA (Asociación de Escritores Argentinos); cuando esta institución reunía a autores del llamado pensamiento nacional opuesto al ideario liberal al que mayormente adherían los integrantes de la SADE por entonces. En ese sentido es de anotar que Carmen Arolf, quien contándose entre las iniciales  afiliadas al Sindicato de Prensa, gremio que tanto bregó por el Estatuto del Periodista establecido por el decreto 7618/44 –su carnet de periodista profesional según disposición de esa norma fue suscripto el 1ero. de octubre de 1945 por el Subsecretario de Trabajo y Previsión, mayor ® Fernando Estrada-, valoró y adhirió desde la primera hora a la política social que llevaba a cabo el coronel Perón en la Secretaría de Trabajo y Previsión, sin que ello opacara su antiguo vínculo con Alfredo Palacios, con Carlos Sánchez Viamonte, con Sara Yrigoyen, con el militar Ernesto Florit, con el historiador Enrique de Gandía que había celebrado en 1935 que “en todas sus narraciones hay en el fondo un núcleo histórico” y con tantos otros y tantas otras colegas e incluso familiares suyos de activa participación en la Unión Democrática en 1945. A propósito de una donación de libros con destino a los niños desvalidos recibió una conceptuosa carta de Eva Perón fechada el 12 de septiembre de 1946.
  No nos es posible concluir estas líneas sin revelar la circunstancia personal que nos llevaron a escribirlas. Días pasados y en forma casual tomamos conocimiento de la existencia de la Ordenanza número 11804 del año 2010 dictada por el Consejo Deliberante de la ciudad de Córdoba, norma que a su vez remite a lo establecido por la anterior Ordenanza número 9695, y en cuyo cumplimiento, entre otras denominaciones de calles que distinguen a mujeres representativas de la cultura, se designa con el nombre de Carmen Arolf a una calle del Barrio Liceo General Paz de la ciudad del Suquía.
 Quedamos emocionados ante  el hecho porque la evocada en esa arteria cordobesa era nuestra abuela por rama materna y porque tal solemnidad del recuerdo, como definió Ortega y Gasset al homenaje, viene a ratificar que no siempre tiene la última palabra la desmemoria, esa diligencia del olvido.     

(Carlos María Romero Sosa, se publicó en La Prensa el 15 de septiembre de 2019.-)

                                                               

domingo, 15 de septiembre de 2019

SANTIAGO DE CHILE, 11 DE SEPTIEMBRE DE 1973- BUENOS AIRES, 11 DE SEPTIEMBRE DE 2019


Pido castigo
Pablo Neruda


                             ¡Cómo es que iba a llegar la primavera pocos días más tarde a nuestra Subamérica que bautizó Liborio Justo, el izquierdista indómito hijo de un presidente grato a la oligarquía!
                              Aquel 11 de septiembre de 1973 debió juntar inviernos en su bolsa de huesos inmediatos.
                              Debió estirar sin brotes ni verdores de cobre las ramas como lanzas a las corazonadas.
                             Debió rayar el cielo el rayo que extermina y demoler los techos del resguardo –otros deben dormir a la intemperie- el martilleo de piedras de una tormenta bíblica.
                             Yo andaba veinteañando y debí someterme al golpe de una maza con peso inverosímil de un agujero negro: ¡Vamos Chile, carajo!; precoz el descreimiento de primaveras al compás de la vida que se arraiga en la vida y la hace irrevocable.
                            ¡A Salvador Allende lo mataron los yanquis! Qué acelerar de pronto vejeces de ignominia. Qué ver del desengaño su rictus de verdugo cuando aquí en Buenos Aires, sin desarmar el puño cerrado sobre ideales,  me extravié para siempre en trizas la inocencia en los pasillos salpicados de sangre en La Moneda en ronda de murciélagos aviones de alas membranosas, roto mi propio cielo: Pagaré con mi vida la lealtad del pueblo, juraba el Hombre Nuevo.

                         Generación perdida, la mía,  que le dicen. La de mi padre había enrojecido, enronquecido, embestido al destino rígido como soga de ahorcado gritando la consigna: ¡No pasarán! Pasaron en Madrid y en Santiago. Después en Buenos Aires.
                                                  
                       También pido castigo por la nocturnidad enardecida de aquel 11 de septiembre de 1973 con su inoportuno tramar la primavera, despertándome con diana cuartelera del sueño de Justicia, posible y providente.

(Carlos María Romero Sosa, se publicó en la revista Con Nuestra América, de San José de Costa Rica, el 14 de septiembre de 2019 y ese mismo día en Salta Libre.-)