Tal
vez fue en sus inicios por timidez, una condición que en el universo de las letras podría
confundirse con cierta inseguridad para afrontar el oficio de la palabra. O
acaso a ejemplo de su admirada amiga
bastante mayor en edad, Emma de la
Barra de Llanos, que firmaba sus populares novelas: César
Duayen, influenciada a su vez –quizá-
por Amantine-Aurore-Lucile Dupin que
suscribía las suyas como George Sand. O sin duda porque a mediados de los años veinte del
pasado siglo la irrupción de una mujer joven en función de publicista, dando a
conocer artículos y relatos en especial de corte nativista cuando no que enfocaban
temas indigenistas, era poco común y
daba para el comentario social en muchas ocasiones malicioso, antes que para la
crítica propiamente literaria, en general también prejuiciosa salvo excepciones.
Lo cierto es que la escritora en cuestión se
decidió a firmar con el seudónimo Carmen
Arolf que registró en 1939 según la ley 11723 promulgada pocos años antes,
ocultando así a los lectores que se llamaba Flora del Carmen García Black de
Gómez Langenheim -por su matrimonio con el médico Honorio P. Gómez Langenheim
era concuñada de Rafael Obligado-; aunque la sucesión de apellidos no resultaba
un impedimento si de varones se trataba. Un articulista, historiador y poeta de renombre en la época suscribía las
colaboraciones como Antonio Pérez-Valiente de Moctezuma; y para entonces solamente
Baldomero Fernández Moreno hacía gala de haberse aligerado del título doctoral y
de la inicial de su nombre como lo explicitó en el poema “Palabras”.
Solía
contar que se le ocurrió el empleo de Carmen
Arolf, anástrofe de su primer nombre, ante la revelación que le causó su exótica resonancia eslava al leerlo al
revés y comentar la circunstancia con publicistas
colegas. Con ese seudónimo se hizo conocida esta periodista, cuentista y autora
teatral nacida en 1884 en Chascomús, donde su padre español, administraba una propiedad
rural que había pertenecido a Richard Black Newton, el introductor del
alambrado en el campo argentino y pariente próximo de su esposa: María Black Portela Salinas.
Tan conocida al punto de haber recordado el
centenario de su nacimiento -había fallecido en Buenos Aires el 19 de agosto de
1976- tanto La Nación
(el domingo 20 de mayo de 1984) como La
Prensa en una columna aparecida en la edición del miércoles
16 de mayo del mismo año. En ambas notas se destacó su trayectoria cultural en
diversos medios gráficos, algunos tan legendarios como Caras y Caretas o Plus
Ultra. Aparte de su colaboración frecuente en La Nueva Provincia de Bahía Blanca;
en los suplementos en rotograbado de La Nación –donde la invitó a escribir Eduardo
Mallea- y La Prensa a
cargo de don José Santos Gollán; su
paso por Democracia y las revistas Para
Ti, Estampa, Pro Familia, Auto Club, la infantil Billiken; y su desempeño en el
diario católico El Pueblo, donde fue jefa de la sección Sociales y columnista.
(Sobre este tabloide que fundó en 1900 el sacerdote redentorista
alemán P. Federico Grote y dejó de aparecer en 1960, cuya redacción funcionó
primero en Avenida de Mayo 822 y luego en la calle Piedras 567, existe
publicado en 2012 el libro nada complaciente con el “lenguaje de cruzada” de
sus editoriales, de la investigadora del CONICET, doctora Miranda Lida: “La
rotativa de Dios”).
Décadas
más tarde, en el número 107 de la revista Historia bajo la dirección de Armando
Alonso Piñeiro, correspondiente a los meses de septiembre-noviembre de 2007, subrayamos
por nuestra parte que mientras el canon
historiográfico argentino de cuño mitrista marcaba contraponer las figuras de los libertadores José de San Martín y Simón Bolívar
debido a los “celos nacionales y el
criterio sectario de las vidas perpendiculares” que diagnosticara Ricardo
Levene en un discurso pronunciado en 1942 en el Museo Histórico Nacional sobre
“La tradición bolivariana argentina”, Carmen Arolf se anticipó a su apreciación
en nuestro medio y en 1930 -al conmemorarse el centenario de su muerte- escribió una extensa biografía del caraqueño
soñador de La Gran
Colombia , poniendo de resalto su ideario americanista y la
trascendencia del Congreso de Panamá de 1826.
Lily Sosa de Newton, autora del “Diccionario
de Mujeres Argentinas”, expresó sobre Carmen Arolf: “Tuvo una notable actuación en el mundo literario de su época por su
importante producción conocida a través del libro y de diarios y revistas.” Sus cuentos y leyendas en especial sobre la Patagonia Argentina ,
fueron elogiados por sus aportes a la toponimia local y tomados como modelos de
ficciones de proyección folclórica por autoridades de la talla del antropólogo
y médico doctor Gregorio Álvarez y del investigador profesor Félix Coluccio, que en tres oportunidades la
cita en su “Diccionario folclórico argentino”.
Cabe enumerar
entre sus libros: “Ana Teresa” (novela) (1925), Haz de añoranzas (1935),
“Matices sureños” (1936), “El hada del Famatina” (1937) y “Evocaciones argentinas (1948); aparte de comedias
infantiles representadas por el grupo teatral Aladino a cargo de la profesora María
Lidia Barone del Curto y hasta de su incursión en 1953 en la historieta con
“Agripín y el caballito veloz” que publicaba semanalmente el diario El Pueblo.
Juan José de Soiza Reilly destacó su labor en un ensayo sobre las mujeres escritoras argentinas dado a conocer en Caras
y Caretas. Asimismo Carlos Paz la menciona en “Efemérides Literarias Argentinas”
(1999), Nicolás Matijevic en su “Bibliografía Patagónica” (1973-78) y Mario
Tesler la incluyó en su diccionario “Seudónimos de autoras argentinas” (1997). Pero
sobre todo se advierte la valoración por su obra al recorrer la correspondencia que cursó en diferentes
momentos con los académicos de letras Gustavo Martínez Zuviría, Carlos
Ibarguren, Carlos Obligado, Juan P. Ramos, Eleuterio Tiscornia, Manuel Peyrou; también
con Ricardo Rojas, con Ataliva Herrera, el poeta de “Bamba”, con el filólogo Aurelio
García Elorrio quien incluyó páginas suyas en sus textos de gramática para
alumnos del colegio secundario, con el historiador Enrique Udaondo, con Juan
Carlos Moreno el autor de “Nuestras Malvinas” escrito luego de visitar el
archipiélago en 1937, con el educador Enrique Julio fundador de La Nueva Provincia en 1898, con el
poeta y comediógrafo rosarino Anibal F. Chizzini Melo, con el político y
legislador Manuel Carlés, fundador de la
tristemente célebre Liga Patriótica Argentina y que curiosamente fue impulsor
en el Congreso Nacional de leyes sociales elogiadas por Alfredo Palacios, con
el jurista y escritor Enrique E. Rivalora, con el magistrado y genealogista
Jorge de Durañona y Vedia, con el doctor Fernando Jáuregui, organizador y
director del Museo de Armas de la
Nación , con el escritor y político Arturo Jauretche, con el
lunfardólogo y periodista José Gobello o
con el dramaturgo y director teatral Joaquín de Vedia, que solía
memorar su vieja amistad con un
tío de la escritora: Felipe Torcuato Black, el poeta de simpatías revolucionarias
patentes en el poemario lujosamente editado en París en 1905: “Cantos de
bronce” y concurrente al círculo de los
Inmortales a fines del siglo XIX e
inicios del XX, en una bohemia artística
porteña que revivió Vicente Martínez Cuitiño en su libro “El Café de los
Inmortales”.
Otro tanto puede decirse del reconocimiento que
le profesaron Pilar de Lusarreta, María
Alicia Domínguez, Olga de Adeler, Julia Bustos, Mary Rega Molina, la periodista
feminista discípula de José Ingenieros Adelia Di Carlo y las escritoras católicas Mercedes Molina Anchorena, difusora en el
país del autor brasileño Tristán de Athayde (Alceu Amoroso Lima), María Mercedes Señorans,
traductora de André Frossard y Sara Montes de Oca de Cárdenas, autora de la
letra del Himno del Congreso Eucarístico Internacional de 1934, con música del
maestro José Gil. Como es de subrayar igualmente la amistad que mantuvo con
María Luisa Copello, a partir de un
reportaje que en 1935 le realizó para El Pueblo, al haber sido creado Cardenal
por el Papa Pío XI su hermano Monseñor Santiago
Luis Copello. Y consta además en su archivo la consideración que
demostraron notables sacerdotes y prelados al fondo católico de sus trabajos. Así Monseñor Andrés Calcagno, Vicario General
del Ejército y escritor de nota, comentó
en una oportunidad: “No se imagina mi
satisfacción al recorrer las páginas del “El Hada del Famatina”, viendo la
soltura de estilo y la ductilidad con que expresa su sentimiento. Quiera el
Niño Dios bendecir ese esfuerzo suyo, tan ejemplar para los suyos y para todos
los que la conocemos.” En términos parecidos se expresaron Monseñor Miguel
de Andrea; el Arzobispo de Salta, Monseñor Roberto Tavella; el de Cuyo,
Monseñor José Américo Orzali y el Obispo de Mercedes, Monseñor Anunciado
Serafini,
Carmen Arolf actuó en el Círculo de la Prensa , en ASESCA (Asociación
de Escritoras y Publicistas Católicas), y desde mediados de los años cuarenta en ADEA (Asociación de Escritores
Argentinos); cuando esta institución reunía a autores del llamado pensamiento
nacional opuesto al ideario liberal al que mayormente adherían los integrantes
de la SADE por
entonces. En ese sentido es de anotar que Carmen Arolf, quien contándose entre
las iniciales afiliadas al Sindicato de
Prensa, gremio que tanto bregó por el Estatuto del Periodista establecido por el
decreto 7618/44 –su carnet de periodista profesional según disposición de esa
norma fue suscripto el 1ero. de octubre de 1945 por el Subsecretario de Trabajo
y Previsión, mayor ® Fernando Estrada-, valoró y adhirió desde la primera hora a
la política social que llevaba a cabo el coronel Perón en la Secretaría de Trabajo y
Previsión, sin que ello opacara su antiguo vínculo con Alfredo Palacios, con
Carlos Sánchez Viamonte, con Sara Yrigoyen, con el militar Ernesto Florit, con el
historiador Enrique de Gandía que había celebrado en 1935 que “en todas sus narraciones hay en el fondo un núcleo histórico” y con tantos otros
y tantas otras colegas e incluso familiares suyos de activa participación en la Unión Democrática
en 1945. A
propósito de una donación de libros con destino a los niños desvalidos recibió
una conceptuosa carta de Eva Perón fechada el 12 de septiembre de 1946.
No nos es
posible concluir estas líneas sin revelar la circunstancia personal que nos llevaron
a escribirlas. Días pasados y en forma casual tomamos conocimiento de la
existencia de la Ordenanza
número 11804 del año 2010 dictada por el Consejo Deliberante de la ciudad de
Córdoba, norma que a su vez remite a lo establecido por la anterior Ordenanza
número 9695, y en cuyo cumplimiento, entre otras denominaciones de calles que
distinguen a mujeres representativas de la cultura, se designa con el nombre de
Carmen Arolf a una calle del Barrio Liceo General Paz de la ciudad del Suquía.
Quedamos emocionados ante el hecho porque la evocada en esa arteria
cordobesa era nuestra abuela por rama materna y porque tal solemnidad del
recuerdo, como definió Ortega y Gasset al homenaje, viene a ratificar que no
siempre tiene la última palabra la desmemoria, esa diligencia del olvido.
(Carlos María Romero Sosa, se publicó en La Prensa el 15 de septiembre de 2019.-)