Pido
castigo
Pablo Neruda
¡Cómo es que iba a
llegar la primavera pocos días más tarde a nuestra Subamérica que bautizó Liborio Justo, el izquierdista indómito hijo
de un presidente grato a la oligarquía!
Aquel 11 de
septiembre de 1973 debió juntar inviernos en su bolsa de huesos inmediatos.
Debió estirar sin
brotes ni verdores de cobre las ramas como lanzas a las corazonadas.
Debió rayar el
cielo el rayo que extermina y demoler los techos del resguardo –otros deben
dormir a la intemperie- el martilleo de piedras de una tormenta bíblica.
Yo andaba veinteañando y debí
someterme al golpe de una maza con peso inverosímil de un agujero negro: ¡Vamos Chile, carajo!; precoz el
descreimiento de primaveras al compás de la vida que se arraiga en la vida y la
hace irrevocable.
¡A Salvador Allende lo
mataron los yanquis! Qué acelerar de pronto vejeces de ignominia. Qué ver
del desengaño su rictus de verdugo cuando aquí en Buenos Aires, sin desarmar el
puño cerrado sobre ideales, me extravié
para siempre en trizas la inocencia en los pasillos salpicados de sangre en La Moneda en ronda de
murciélagos aviones de alas membranosas, roto mi propio cielo: Pagaré con mi vida la lealtad del pueblo, juraba
el Hombre Nuevo.
Generación perdida, la
mía, que le dicen. La de mi padre había
enrojecido, enronquecido, embestido al destino rígido como soga de ahorcado
gritando la consigna: ¡No pasarán! Pasaron
en Madrid y en Santiago. Después en Buenos Aires.
También pido castigo por
la nocturnidad enardecida de aquel 11 de septiembre de 1973 con su inoportuno
tramar la primavera, despertándome con diana cuartelera del sueño de Justicia,
posible y providente.
(Carlos
María Romero Sosa, se publicó en la revista Con Nuestra América, de San José de
Costa Rica, el 14 de septiembre de 2019 y ese mismo día en Salta Libre.-)
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