En
la página 5 del número de LA PRENSA
correspondiente al 8 de noviembre de 1892,
una columna central reseñó las exequias de Juana Manuela Gorriti,
fallecida el 6 de aquel mes. Allí se daba cuenta de los 50 carruajes que
acompañaron sus restos desde la casa mortuoria de Avenida Santa Fe 1007 al
cementerio de la Recoleta,
entonces llamado del Norte, para ser
depositados en la bóveda perteneciente a la familia Puch. La crónica consignó
también las oraciones fúnebres que la
despidieron: a cargo de Carlos Guido Spano, del ministro plenipotenciario del
Perú doctor Serantes y de Próspero Zorreguieta que habló en nombre de la
juventud salteña. El periódico destacaba las presencias del vicepresidente de la Nación doctor José Evaristo
Uriburu, de Uladislao Frías –el tucumano ex ministro del Interior de Sarmiento-,
de Francisco J. Ortiz –ex canciller de Roca en su primer mandato-, del
ingeniero Miguel Tedín –futuro ministro de Obras Públicas de Figueroa
Alcorta- y de José María Tedín, entre
otros notables amigos de la escritora, así como que el gobierno nacional
dispuso en acuerdo de gabinete que en virtud a los méritos personales e
intelectuales de Juana Manuela y a los de su padre, José Ignacio Gorriti,
Guerrero de la
Independencia, el P. E. contribuyera con la suma de 1000
pesos a los gastos del entierro.
A casi ciento veinte años, qué desusados aparecen hoy la magnitud del
cortejo y el magnánimo gesto de la flamante administración del presidente Luis
Sáenz Peña, iniciada el 12 de octubre de ese año. Del mismo modo están borrosos
o víctimas del olvido los apellidos patricios
mencionados. Pero sobre todo cabe reconocer
lo poco frecuentada que es al presente
la obra de la que ha sido considerada
como la primera novelista argentina. Será porque “los clásicos se estudian pero no se leen”, según gusta decir el
poeta Santiago Sylvester, quien realizó la edición crítica de “La tierra natal” y “Lo íntimo” de
Gorriti, que publicó el Fondo Nacional de las Artes en 1998.
Por
cierto en tiempos de reivindicación feminista cabe atender incluso antes que priorizar sus
escritos, a las condiciones de una personalidad nada común en su época, tan bien dibujada en
la difundida novela de Marta Mercader “Juanamanuela mucha mujer” dada a conocer
en 1980, cuando era valiente y hasta
temerario bajo la dictadura proponer a la consideración pública simbolizada en una figura notoria, la
independencia del “segundo sexo” por decirlo con la terminología de Simone de Beauvear.
En una secular sociedad patriarcal como la nuestra, no del todo exorcizada
de esa rémora aún en el siglo XXI, tres
mujeres –sin desconocer a otras también de singulares méritos- pueden tomarse
en diferentes momentos del pasado como representantes modélicas de la condición
femenina. Las tres hicieron historia por sí mismas y de algún modo se
traspasaron, ajenas al fatalismo cronológico, la antorcha de la esforzada afirmación
de su sexo: Mariquita Sánchez de Thompson (María Josepha Petrona de Todos los
Santos Sánchez de Velasco), Juana Manuela Gorriti y Victoria Ocampo. Sucede que
ninguna de ellas desertó de sus vocaciones frente a un medio predispuesto a
anularlas y todas procuraron –y lograron en buen medida- mantener un trato de
igual a igual, sin temores reverenciales, con los hombres que amaron o con los que entablaron amistad,
fueran ellos Bernardino Rivadavia, Domingo Faustino Sarmiento o Juan Bautista
Alberdi en el caso de Mariquita Sánchez; Santiago Estrada o Vicente Quesada en
el de Juana Manuela o el conde de Keyserling
y el mismísimo Ortega y Gasset, agasajados
en Villa Ocampo por la autora de “Testimonios” y primera mujer académica de
letras de la Argentina.
Tal vez el condicionamiento de clase les impidió ir más lejos
y el carácter que desarrollaron no siempre en la bonanza –“huyendo del desolado presente he
tenido necesidad de refugiarme en las sombras del pasado y evocar nobles
acciones de los muertos para olvidar las infamias de los vivos”, anotó
Juana Manuela- sumado al temperamento natural que las distinguía, suplantó el elaborado
ideario revolucionario que caracterizó a una Flora Tristán o a una Rosa Luxemburgo.
Aunque no es poco lo que llegaron a ser: mujeres a su propia hechura y no a los
dictados del mundo exterior.
VIDA NOVELESCA DE LA NOVELISTA
Juana Manuela Gorriti nació en la finca familiar salteña de Los Horcones, en Rosario de la Frontera, el 16 de julio
de 1816. La más reciente de sus biógrafos, Leonor Fleming, quien tuvo a su
cargo la reedición crítica de la novela “La tierra natal” –publicada en 2013
por la Biblioteca
del Norte con el patrocinio de la Fundación Doctor
Atilio Cornejo y el auspicio del Fondo Editorial de la Secretaría de Cultura
de la Provincia
de Salta-, volumen que encabezó con un extenso estudio introductorio y una
completa bibliografía de la autora, recuerda
que su llegada al mundo coincidió con la participación de su padre –José
Ignacio Gorriti- en el Congreso de Tucumán que declaró la
Independencia.
A
los seis años pasó de la vida montaraz en la posesión rural familiar, al estrecho recinto de un colegio dirigido por
monjas. En las páginas testimoniales de “Lo íntimo”, contó desgranando tristeza
por la Arcadia
perdida y demostrando franciscana ternura para con los seres que hicieron
felices sus primeros años: “-¡Adiós, mi
lindo caballo! ¿Quién te dará en adelante, pan y azúcar en las palmas de las
manos...? Sin embargo mayor desarraigo aún le significó en 1831 el exilio familiar,
primero en Tarija y después en Sucre,
precipitado ante la amenaza de
Facundo Quiroga, triunfador en La Ciudadela.
A poco conoció A Manuel Isidoro Belzú, con el que se casó en
1833 y tuvo dos hijas: Edelmira y Mercedes. Belzú, caudillo popular y décimo
presidente de Bolivia, fue asesinado por
Mariano Melgarejo en 1855, autoproclamado de inmediato presidente. Juana
Manuela presidió sus funerales, más allá de estar separados de hecho desde 1847
en dato que aporta Fleming. Refugiada en
Lima donde creo una escuela para señoritas,
también en la ciudad de los Virreyes nació en 1855, fruto del vínculo sentimental entablado
con Julián Sandoval, su hijo varón Julio,
su compañero de viajes y quien se ocupó
de publicar algunas de sus obras después de su fallecimiento. (Juana Manuela tuvo otra hija,
Clorinda, de posible apellido paterno
Puch).
Que “Gorriti fue una mujer
luchadora que no desertó de la vida ni de la literatura”, como bien resume
su existencia Leonor Fleming –doctorada en la Universidad
Complutense de Madrid con una tesis sobre “La narrativa del
noroeste argentino”, autora de ediciones
críticas y anotadas de Esteban Echeverría, Horacio Quiroga, Manuel Mujica
Láinez, Juan Carlos Dávalos y Héctor Tizón y profesora en las universidades de
Roma, París VII, Oviedo y en la argentina del Salvador- lo comprueban los
múltiples testimonios existentes sobre su temperamento irreductible, que permite
emparentarla con madame de
Staél y bastante con George Sand; aunque
Jorge Max Rohde la juzgó más virtuosa
que la baronesa de Dudevant en “Las
ideas estéticas en la literatura argentina”. Y por supuesto su obra escrita:
“Sueños y realidades” (1865), “Biografía del general don Dionisio Puch” (1868),
“Panoramas de la vida. Colección de novelas, fantasías, leyendas y
descripciones americanas”, dos tomos, (1876), “El mundo de los recuerdos”
(1886), “Oasis en la vida” (1888), “La tierra natal” (1889), “Cocina ecléctica”
(1890), “Perfiles” (1892), “Veladas literarias de Lima 1876-1977” (1892) y “Lo íntimo”, el libro póstumo de 1898.
El cultivo de las letras no resultó en su caso un adorno o un pasatiempo
sino que representó el fruto de una imperiosa necesidad expresiva. También funcionó como una fuerza centrífuga que en vez de
recluirla en un gineceo creador, la impulsó desde su cuarto
propio al mundo de la vida, así como a la frecuentación de los
representantes más notorios de las letras tanto de aquí, como de Bolivia y el
Perú. En Lima animó célebres reuniones culturales: “abrió salón, como se decía en
el idioma convencional de su época”, comentó Bernardo González Arrili en un
artículo que le dedicó en junio de 1949 en
La Nación. Y
esa tertulia hizo historia y en una carta de Ricardo Palma a su hijo Julio,
incluida al comienzo de “Veladas literarias de Lima 1876, 1877”, libro que contiene a
modo de prólogo su biografía redactada por Pastor Obligado y fue impreso en Buenos Aires en 1892 precisamente por
impulso de Julio Sandoval, memoró nostálgico el prosista de “Tradiciones
peruanas” aquellas reuniones de la salteña. Luego de enumerar varios de los participantes de ese legendario salón limeño como Cristina
Bustamante, Rosa Mercedes Riglos de Orbegoso, Rosa Ortiz de Cevallos, Victoria
Domínguez, Manuelita V. de Placencia, el poeta de calderoniana entonación
Adolfo García o el también poeta y periodista Acisclo Villarán, concluyó Palma:
“Pocos quedamos en pie de aquella pléyade
entusiasta de luchadores que hicieron de las amenas tertulias de Juana Manuela Gorriti, animado palenque de
literarias contiendas”.
Comenzamos refiriendo su
entierro, pero en tributo a su memoria sería más apropiado finalizar recalcando
que Julio F. Sandoval, aunque apenas la sobrevivió dos años al fallecer en Buenos
Aires en 1894, fue como ya se adelantó artífice de la publicación de los
últimos libros de su madre. También su nuera, Urbina Ponce de Sandoval, ha
quedado vinculada con la escritora y no sólo debido al parentesco político
entablado. Está presente en “Cocina ecléctica”, libro con recetas de nombres tan pintorescos
como “Sopa teológica”, “Pastelitos de ayuno” o “Embozo a la Elvirita”. En sus páginas
Urbina Ponce de Saldoval aparece dos veces mencionada como aportante de algunas preparaciones culinarias, la más
pintoresca: “Chicha de garbanzos”. “Asidlo por la boca, recomienda Juana Manuela, en el prólogo”, comentó jocoso Miguel Brascó en el suyo para
la reedición de la obra por la Librería Sarmiento S.R.L. en 1977.
Vaya a modo de cierre una curiosidad: el 5 de julio de 1893, Julio
Sandoval envió desde Buenos Aires su
fotografía dedicada, tal los usos de la época, -¿quizá?- al político y escritor
salteño doctor José Arturo León Dávalos, padre del poeta Juan Carlos Dávalos. Cabe
plantear la duda, en primer lugar, al encabezarse el breve texto al “Amigo Arturo”, sin mención de apellido. Y
después por la primera frase: “Tú gozas
de los aires de la Patria”, una referencia, en principio, al común terruño, que de ser el natal de Julio corresponde al Perú y no a la argentina
Salta de Dávalos, venido al mundo allí en 1851. Sin embargo podría tratarse de
una cariñosa asimilación de su parte a la tierra materna. Lo cierto es que a
continuación anotó allí añorante entre otras expresiones dibujadas con caligráfica
letra inglesa: “Yo represento al
peregrino. Te contemplo desde la distancia. ¡Quién creyera esto!”. Todo un enigma el documento conservado por Carlos
Gregorio Romero Sosa, sobrino nieto del posible destinatario, que descubrimos en su biblioteca junto a
viejas ediciones de la escritora en cuestión, consultadas con motivo de elaborar
el presente artículo.
(Carlos
María Romero Sosa, se publicó en La Prensa el domingo 27 de
enero de 2019)