miércoles, 27 de febrero de 2019

JUANA MANUELA GORRITI, CLÁSICA Y ACTUAL

        En la página 5 del número de LA PRENSA correspondiente al 8 de noviembre de 1892,  una columna central reseñó las exequias de Juana Manuela Gorriti, fallecida el 6 de aquel mes. Allí se daba cuenta de los 50 carruajes que acompañaron sus restos desde la casa mortuoria de Avenida Santa Fe 1007 al cementerio de la Recoleta, entonces llamado del  Norte, para ser depositados en la bóveda perteneciente a la familia Puch. La crónica consignó también las oraciones  fúnebres que la despidieron: a cargo de Carlos Guido Spano, del ministro plenipotenciario del Perú doctor Serantes y de Próspero Zorreguieta que habló en nombre de la juventud salteña. El periódico destacaba las presencias del vicepresidente de la Nación doctor José Evaristo Uriburu, de Uladislao Frías –el tucumano ex ministro del Interior de Sarmiento-, de Francisco J. Ortiz –ex canciller de Roca en su primer mandato-, del ingeniero Miguel Tedín –futuro ministro de Obras Públicas de Figueroa Alcorta-  y de José María Tedín, entre otros notables amigos de la escritora, así como que el gobierno nacional dispuso en acuerdo de gabinete que en virtud a los méritos personales e intelectuales de Juana Manuela y a los de su padre, José Ignacio Gorriti, Guerrero de la Independencia, el P. E. contribuyera con la suma de 1000 pesos a los gastos del entierro.
        A casi ciento veinte años, qué desusados aparecen hoy la magnitud del cortejo y el magnánimo gesto de la flamante administración del presidente Luis Sáenz Peña, iniciada el 12 de octubre de ese año. Del mismo modo  están  borrosos o víctimas del olvido  los apellidos patricios mencionados.  Pero sobre todo cabe reconocer  lo poco frecuentada que es al presente la obra de la que  ha sido considerada como la primera novelista argentina. Será porque “los clásicos se estudian pero no se leen”, según gusta decir el poeta Santiago Sylvester, quien realizó la edición crítica  de “La tierra natal” y “Lo íntimo” de Gorriti, que publicó el Fondo Nacional de las Artes en 1998.
     Por cierto en tiempos de reivindicación feminista  cabe atender incluso antes que priorizar sus escritos, a las condiciones de una personalidad  nada común en su época, tan bien dibujada en la difundida novela de Marta Mercader “Juanamanuela mucha mujer” dada a conocer en  1980, cuando era valiente y hasta temerario bajo la dictadura proponer a la consideración pública  simbolizada en una figura notoria, la independencia del “segundo sexo” por decirlo con la terminología de Simone de Beauvear.   
   En una secular sociedad patriarcal como la nuestra, no del todo exorcizada de esa rémora aún en el siglo XXI,  tres mujeres –sin desconocer a otras también de singulares méritos- pueden tomarse en diferentes momentos del pasado como representantes modélicas de la condición femenina. Las tres hicieron historia por sí mismas y de algún modo se traspasaron, ajenas al fatalismo cronológico, la antorcha de la esforzada afirmación de su sexo: Mariquita Sánchez de Thompson (María Josepha Petrona de Todos los Santos Sánchez de Velasco), Juana Manuela Gorriti y Victoria Ocampo. Sucede que ninguna de ellas desertó de sus vocaciones frente a un medio predispuesto a anularlas y todas procuraron –y lograron en buen medida- mantener un trato de igual a igual, sin temores reverenciales, con los hombres  que amaron o con los que entablaron amistad, fueran ellos Bernardino Rivadavia, Domingo Faustino Sarmiento o Juan Bautista Alberdi en el caso de Mariquita Sánchez; Santiago Estrada o Vicente Quesada en el  de Juana Manuela o el conde de Keyserling y el mismísimo Ortega y Gasset,  agasajados en Villa Ocampo por la autora de “Testimonios” y primera mujer académica de letras de la Argentina. Tal vez el condicionamiento de clase les impidió ir más lejos y el carácter que desarrollaron no siempre en la bonanza –“huyendo del desolado presente  he tenido necesidad de refugiarme en las sombras del pasado y evocar nobles acciones de los muertos para olvidar las infamias de los vivos”, anotó Juana Manuela- sumado al temperamento natural que las distinguía, suplantó el elaborado ideario revolucionario que caracterizó a una Flora Tristán o a una Rosa Luxemburgo. Aunque no es poco lo que llegaron a ser: mujeres a su propia hechura y no a los dictados del  mundo exterior.
                                                                       
VIDA  NOVELESCA DE LA NOVELISTA

 Juana Manuela Gorriti nació en la finca familiar salteña de Los Horcones, en Rosario de la Frontera, el 16 de julio de 1816. La más reciente de sus biógrafos, Leonor Fleming, quien tuvo a su cargo la reedición crítica de la novela “La tierra natal” –publicada en 2013 por la Biblioteca del Norte  con el patrocinio de la Fundación Doctor Atilio Cornejo y el auspicio del Fondo Editorial de la Secretaría de Cultura de la Provincia de Salta-, volumen que encabezó con un extenso estudio introductorio y una completa  bibliografía de la autora, recuerda que su llegada al mundo coincidió con la participación de su padre –José Ignacio Gorriti- en el Congreso de Tucumán que declaró la Independencia.                                     
   A los seis años pasó de la vida montaraz en la posesión rural familiar, al  estrecho recinto de un colegio dirigido por monjas. En las páginas testimoniales de “Lo íntimo”, contó desgranando tristeza por la Arcadia perdida y demostrando franciscana ternura para con los seres que hicieron felices sus primeros años: “-¡Adiós, mi lindo caballo! ¿Quién te dará en adelante, pan y azúcar en las palmas de las manos...? Sin embargo mayor desarraigo aún le significó en 1831 el exilio familiar, primero en Tarija y después en Sucre,  precipitado ante  la amenaza de Facundo Quiroga, triunfador en La Ciudadela. A poco conoció A Manuel Isidoro Belzú, con el que se casó en 1833 y tuvo dos hijas: Edelmira y Mercedes. Belzú, caudillo popular y décimo presidente de Bolivia,  fue asesinado por Mariano Melgarejo en 1855, autoproclamado de inmediato presidente. Juana Manuela presidió sus funerales, más allá de estar separados de hecho desde 1847 en dato que aporta  Fleming. Refugiada en Lima donde creo una escuela para señoritas,  también en la ciudad de los Virreyes  nació en 1855, fruto del vínculo sentimental entablado con Julián Sandoval, su hijo varón  Julio, su compañero de viajes  y quien se ocupó de publicar algunas de sus obras después de su  fallecimiento. (Juana Manuela tuvo otra hija, Clorinda, de  posible apellido paterno Puch).        
       Que “Gorriti fue una mujer luchadora que no desertó de la vida ni de la literatura”, como bien resume su existencia Leonor Fleming –doctorada en la Universidad Complutense de Madrid con una tesis sobre “La narrativa del noroeste argentino”,  autora de ediciones críticas y anotadas de Esteban Echeverría, Horacio Quiroga, Manuel Mujica Láinez, Juan Carlos Dávalos y Héctor Tizón y profesora en las universidades de Roma, París VII, Oviedo y en la argentina del Salvador- lo comprueban los múltiples testimonios existentes sobre su temperamento irreductible, que  permite  emparentarla  con madame de Staél  y bastante con George Sand; aunque Jorge Max Rohde la juzgó  más virtuosa que la baronesa de Dudevant  en “Las ideas estéticas en la literatura argentina”. Y por supuesto su obra escrita: “Sueños y realidades” (1865), “Biografía del general don Dionisio Puch” (1868), “Panoramas de la vida. Colección de novelas, fantasías, leyendas y descripciones americanas”, dos tomos, (1876), “El mundo de los recuerdos” (1886), “Oasis en la vida” (1888), “La tierra natal” (1889), “Cocina ecléctica” (1890), “Perfiles” (1892), “Veladas literarias de Lima 1876-1977” (1892) y  “Lo íntimo”, el libro póstumo de 1898.       

        El cultivo de las letras no resultó en su caso un adorno o un pasatiempo sino que representó el fruto de una imperiosa necesidad expresiva. También funcionó  como una fuerza centrífuga que en vez de recluirla en un gineceo creador, la impulsó  desde su cuarto propio  al mundo de la vida,  así como a la frecuentación de los representantes más notorios de las letras tanto de aquí, como de Bolivia y el Perú. En Lima animó célebres reuniones culturales: “abrió salón, como se decía en el idioma convencional de su época”, comentó Bernardo González Arrili en un artículo que le dedicó en junio de 1949  en La Nación. Y esa tertulia hizo historia y en una carta de Ricardo Palma a su hijo Julio, incluida al comienzo de “Veladas literarias de Lima 1876, 1877”, libro que contiene a modo de prólogo su biografía redactada por Pastor Obligado y fue impreso  en Buenos Aires en 1892 precisamente por impulso de Julio Sandoval, memoró nostálgico el prosista de “Tradiciones peruanas” aquellas reuniones de la salteña. Luego de enumerar  varios de los participantes de ese  legendario salón limeño como Cristina Bustamante, Rosa Mercedes Riglos de Orbegoso, Rosa Ortiz de Cevallos, Victoria Domínguez, Manuelita V. de Placencia, el poeta de calderoniana entonación Adolfo García o el también poeta y periodista Acisclo Villarán, concluyó Palma: “Pocos quedamos en pie de aquella pléyade entusiasta de luchadores que hicieron de las amenas tertulias  de Juana Manuela Gorriti, animado palenque de literarias contiendas”.                              
     Comenzamos refiriendo su entierro, pero en tributo a su memoria sería más apropiado finalizar recalcando que Julio F. Sandoval, aunque apenas la sobrevivió dos años al fallecer en Buenos Aires en 1894, fue como ya se adelantó artífice de la publicación de los últimos libros de su madre. También su nuera, Urbina Ponce de Sandoval, ha quedado vinculada con la escritora y no sólo debido al parentesco político entablado. Está presente en “Cocina ecléctica”,  libro con recetas de nombres tan pintorescos como “Sopa teológica”, “Pastelitos de ayuno” o “Embozo a la Elvirita”. En sus páginas Urbina Ponce de Saldoval aparece dos veces mencionada como aportante de  algunas preparaciones culinarias, la más pintoresca: “Chicha de garbanzos”. “Asidlo por la boca, recomienda Juana Manuela, en el prólogo”,  comentó jocoso Miguel Brascó en el suyo para la reedición de la obra por la Librería Sarmiento S.R.L. en 1977.
         Vaya a modo de cierre una curiosidad: el 5 de julio de 1893, Julio Sandoval envió desde Buenos Aires  su fotografía dedicada, tal los usos de la época, -¿quizá?- al político y escritor salteño doctor José Arturo León Dávalos, padre del poeta Juan Carlos Dávalos. Cabe plantear la duda,  en primer lugar, al  encabezarse el breve texto al “Amigo Arturo”, sin mención de apellido. Y después por la primera frase: “Tú gozas de los aires de la Patria”,  una referencia, en principio,  al común terruño, que de ser el  natal de Julio corresponde al Perú y no a la argentina Salta de Dávalos, venido al mundo allí en 1851. Sin embargo podría tratarse de una cariñosa asimilación de su parte a la tierra materna. Lo cierto es que a continuación anotó allí añorante entre otras expresiones dibujadas con caligráfica letra inglesa: “Yo represento al peregrino. Te contemplo desde la distancia. ¡Quién creyera esto!”. Todo un enigma el documento conservado por Carlos Gregorio Romero Sosa, sobrino nieto del posible destinatario,  que descubrimos en su biblioteca junto a viejas ediciones de la escritora en cuestión, consultadas con motivo de elaborar el presente artículo.  


(Carlos María Romero Sosa,  se publicó en La Prensa el domingo 27 de enero de 2019)                                                                                               


















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