Como todas las semanas, teníamos
un café pendiente. ¿Sería en los “36 Billares” de la Avenida de Mayo? ¿En “La Academia ” de Callao y
Corrientes? ¿O tal vez en un bar situado en una esquina de la iglesia de La Piedad , donde concurrías a
misa y rezabas ante la imagen vestida del Nazareno que está a la entrada?
Olvidé el sitio con las décadas pero no el hábito de encontrarnos. Una costumbre que instauraste desde que en mis
primeros años de vida me llevabas de la mano a la desaparecida confitería “El Blasón”, de Pueyrredón y Las Heras próxima
a casa, y yo en mi media lengua pedía “KaKa Cola” con parecido acto reflejo a esta otra instintiva conducta para manejar celulares y computadoras que
caracteriza a los infantes de hoy. Después
mezclabas en mi vaso un poco de la bebida fría con varias medidas más a temperatura
natural, cosa de evitarme anginas. Y tu
madre -mi abuela-, frente a su té inglés, aunque ejercitando un
antiimperialismo práctico sin duda inconsciente- protestaba contra ese refresco
de origen norteamericano “con gusto a remedio.”
Pienso en estas cosas, hoy 3 de febrero de 2018, a treinta y tres años
de tu muerte, entrañable e inolvidable tío Efraín Honorio Gómez Langenheim. Tuvo
que ser esa fecha la de tu partida, que como buen profesor de historia y sobre
todo orgulloso tataranieto del capitán Lázaro Gómez del Canto y Rospigliosi, héroe de las Invasiones Inglesas, tenías tan
presente y contabas a quien quisiera
escucharte la tradición recogida
por Pastor Obligado del Abrazo de la Muerte durante el sitio de
Montevideo, en 1807. Veras que no puedo
deslindar tus enseñanzas y tus vivencias, por ejemplo de Joaquín V. González o
de tu tío Rafael Obligado, del vínculo
amistoso, confidente y de camaradería espiritual y hasta ciertamente política que
forjamos; eso sí, yo con un peronismo a la izquierda del tuyo que provenías del
nacionalismo; lo cual no obstaba para que recordaras con veneración a varios de tus profesores en la Universidad de La Plata como el liberal
Ricardo Levene o el socialista Carlos
Sánchez Viamonte. Claro, eras de 1910 cuando
el cometa Halley iluminó -y sobresaltó- las fiestas del Centenario y estaban en
tus genes el respeto y la admiración por los auténticos valores del espíritu.
Adversario del partido radical, ante la
caída del doctor Illia, mi hermana y yo
te escuchamos lamentar -y estas fueron tus palabras cuando pocos las
pronunciaban entonces- “la ruptura del orden constitucional.” Toda una lección
de Instrucción Cívica, la asignatura que dictaste en tantos colegios
secundarios.
El lazo contigo fue naturalmente de mayor confianza, informalidad,
complicidad, del que tuve con mi padre. Tal como debe ser, porque los
tíos suelen cumplir más que la función
de indicarnos el comportamiento en la
vida -un deber ineludible de los
progenitores-, la de absolver antes que nadie los pecados juveniles de sus
sobrinos. “Todos y yo por supuesto cometimos errores a tu edad”, repetías salvando
la exculpatoria generalización del plural. Y entonces uno aprendía, sin mal
digerir sermones, cómo golpean el pecho los
cantos rodados de la experiencia ajena.
****
En este cálido verano porteño que padecemos, he tratado de no ir al
Centro. Ni falta que hace porque sé que hay
y que habrá perpetuamente en el barrio
de Balvanera, un café cerrado por duelo para mí.
(Carlos
María Romero Sosa, se publicó en La
Prensa , el 9 de febrero de 2018)
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