lunes, 28 de noviembre de 2011

COLORES PARA LA NOSTALGIA




Uno tiene que rendirse a las evidencias y reconocer que en esta época acelerada por demás, el viajero no es ni puede ser otra cosa más que simple turista, algo que representa la “capitis deminutio” del esforzado peregrino del ayer. Pareciera que todo está pensado por las empresas de viajes para que el cliente “toque y se vaya”; para que empache “de cosas diversas la memoria” según el verso de Quevedo, sin llegar a saborear más que poco o nada de los lugares que visita. Como fuere, está en el viajero, sobre todo a su regreso, darse tiempo y espacio para recolectar en su interior vivencias y emociones no siempre al alcance de las cámaras fotográficas o de las filmadoras.



Así por mi parte, de un rápido tour por Sudáfrica con safari fotográfico incluido en el Parque Kruger, realizado días pasados, trato ahora de construir recuerdos; esos valores agregados a la memoria por obra del sentimiento, el cual debe aportar lo suyo para enmarcar el impacto de las novedades vistas a vuelo rasante en un aventurerismo de plástico; para redimensionar y reubicar en el fondo de nuestro ser la experiencia de cada cuadro vertiginoso presentado, dándole así sentido de pertenencia definitiva en el espíritu. Porque sólo desde allí gotea la añoranza su corriente gratificante y que humedece con dosis de ensoñación y de evasión -¿porqué no?- la dureza seca y agrietada del mundo de la vida.

Evoco entonces hoy rostros y lugares que tanto más tocan por conectarse con el ámbito cotidiano de mi existencia que al diferenciarse de él. Porque las cosas y los seres suelen alcanzar mejor el alma en la medida en que pueden ser relacionados con realidades conocidas y propias, ya que lo demás es puro exotismo quizá impactante pero que difícilmente actúe sobre las potencias afectivas. Vale aquí como en tanto más la identificación, la íntima adhesión, la empatía. Comprender que a Nelson Mandela por ejemplo, no hace falta ir a buscarlo a Sudáfrica, a Johannesburgo, al Soweto. Sencillamente porque al enraizarse su lucha en lo más alto del espíritu humano, está instalada en la conciencia colectiva y quedará inspirando cualquier ideal de justicia, libertad y solidaridad, donde fuere que se eleve frente al egoísmo, la discriminación, la competitividad salvaje y el afán de consumo de las sociedades signadas por el utilitarismo.


Voy reviviendo pues momentos del viaje y así recupero un barrio de Cape Town: Bo Kaap, el barrio musulmán. Al transitar por sus calles se me representó de inmediato la porteña Boca del Riachuelo. Y primero que nada por la más evidente de las coincidencias: el colorido y dicho esto sin metáfora sino de cara al cromatismo de sus casas bajas, cada una pintada en un tono diferente como muchos de los inquilinatos boquenses que inspiraron la paleta de Alfredo Lazzari, el maestro de Benito Quinquela Martín, algo más tarde las de Miguel Carlos Victorica, Fortunato Lacámera o Víctor Cunsolo y en la actualidad la de Hugo Iruneta y también la de Víctor Fernández entre tantos otros pintores subyugados por los aledaños de la parroquia de San Juan Evangelista.
Carlos Romero Sosa en Cap Town


Por cierto que resulta curioso y paradojal el hecho de que dos barrios pobres y de inmigrantes, uno de la Ciudad del Cabo y otro de Buenos Aires, estallen por igual de colores quizá para compensar las tristezas y melancolías de sus moradores, seres casi invisibles para los sectores de clase media y alta de la sociedad. Porque así como principalmente marineros genoveses se afincaron en La Boca, dándole su impronta típica antes de que “tuviera dientes” en la expresión de Florencio Sánchez acuñada al enterarse de la elección de Alfredo L. Palacios, quien accedió a la primera diputación socialista de América en 1904 debido a los sufragios obtenidos en la circunscripción, en Bo Kaap habitan sobre todo descendientes de malayos traídos en su momento por los holandeses para cumplir con los menesteres más duros. Se trata de una población hablante hasta hoy de africans más que de inglés según me comentó cierto bohemio vecino de allí de nacionalidad española, barcelonés para más datos, y artista plástico asimilado al lugar, al que confiesa haberse acostumbrado en modo tal que sus usos y costumbres como el llamado a la oración de las varias mezquitas del barrio a primera hora de la madrugada, hace ya tiempo que no lo despierta.


A Juanjo Sandoval, este guía de privilegio por los pintorescos senderos de Bo Kaap -donde los bares no ofrecen al menos a la vista bebidas alcohólicas en observancia de los preceptos islámicos-, lo enervan los prejuicios de ciertos habitantes de otras zonas de la ciudad sobre el lugar, al que aún muchos le hacen la cruz menos por miedo a la delincuencia -controlada allí por el propio vecindario, explica- que por resabios del “apartheid”. (Aquel “apartheid” que como suele reafirmármelo en los aleccionadores correos que me concede a menudo, tuvo a maltraer al escritor y diplomático Albino Gómez cuando en 1965 y parte del 66 se desempeñó en la Embajada Argentina en Sudáfrica bajo la plena vigencia de ese régimen inhumano y con Mandela preso.)

Cuenta además mi interlocutor Sandoval, que Bo Kaap ha sido propuesto por la UNESCO para ser designado Patrimonio Cultural de la Humanidad, distinción que a nadie se le ocurriría tributar a ninguna de las zonas exclusivas y residenciales de la urbe que es capital legislativa del país, a la que vigila la Table Mountain desde su fundación o primer asentamiento europeo de proporción en las adyacencias del cabo de Buena Esperanza llevado a cabo por Jan van Reibeeck en 1652.

Instructiva experiencia la de pasear por un barrio ajeno y lejano, cuya existencia desconocía yo en absoluto y que me hizo pensar en La Boca de los inolvidables escritores amigos ya fallecidos José Armagno Cosentino, José Meré Larralde, Rosa Sini y del político Jorge Enea Spilimbergo que me hablaba entusiasmado del socialismo latinoamericano. La Boca del poeta vivo y en plena actividad creadora Héctor Miguel Ángeli, que habita en la calle Alvar Núñez al cien y “con quien tanto queremos”, por parafrasear a Miguel Hernández. Un aleccionador y simpático aprendizaje, claro está que lo juzgo así ahora reintegrado a mi medio, pues la descripta asociación emocional me despertó en un primer momento nostalgia; un sentimiento que suele tocar todos los registros del alma sobre un fondo de insinuada tristeza. No sé cual de ellos primó cuando escribí al regresar al hotel el siguiente soneto:


CIUDAD DEL CABO


Habitación de hotel: suerte jugada

a intemperie y cobijo indiferente

en ley de una pared descascarada,

por donde da el pasado su presente.


Rincón para la insignia de la nada.

Dónde el timón, las velas…Dónde el puente

de mando de mi vida alimentada

o mordida por huidas, diente a diente.


Con una impertinencia de turista,

colecciono el vacío que no llena

la cuenta de rendir otro paisaje


a un remedo de asombro y de conquista.

Marque hoy Cape Town con látigo de arena

del fondo del Atlántico, mi viaje.


(*) Carlos María Romero Sosa.Publicado en Salta Libre 26 de noviembre de 2011