lunes, 2 de enero de 2012

NORBERTO LUIS GRIFFA

   Aquellos meses finales de 1996 y sobre todo los de principios de 1997, que trajeron como presente griego a la Administración Pública Nacional la Segunda Reforma del Estado con indiscriminados despidos de personal, ejecutada por el menemismo en el poder, no se pintaban ideales para iniciar una amistad con funcionarios políticos como lo era el doctor Norberto Luis Griffa -fallecido el 21 de noviembre último-, designado Asesor en la Inspección General de Justicia donde yo me desempeñaba como funcionario de carrera. Sin embargo y sin confundir ninguno de los dos nuestros respectivos roles, la sellamos a partir de largas charlas que versaban sobre inquietudes humanas y culturales comunes, ciertamente las afinidades electivas en términos de Goethe.

   Griffa, abogado y docente universitario de filosofía, fue autor entre otros trabajos de un libro que enriquece la bibliografía en lengua castellana sobre Edmund Husserl: “Fenomenología del ser y la esencia”, editado en 1977 por la Cooperadora de Derecho y Ciencias Sociales. Allí con claridad expositiva, esa cortesía del filósofo al decir de Ortega y Gasset, desarrolla varios puntos del sistema del pensador moravo, tales como la esencia (eidos), la intuición sensible y la eidética, la idea de la ciencia, el fenómeno de síntesis con que opera la conciencia o el paréntesis o “epojé” de la reducción fenomenológica.

   Era al momento de su muerte, ocurrida a los setenta años de edad cuando tanto podía esperarse de su inteligencia, dinamismo, creatividad y espíritu de liderazgo, Director del Departamento de Arte y Cultura y Director Académico de la Cátedra UNESCO de Turismo Cultural, de la Universidad Nacional de Tres de Febrero.

   Lo imagino en la biblioteca de su departamento de Avenida Quintana 4, en Cinco Esquinas, distrayendo quizá alguna lectura, para repetir mentalmente el poema de Borges “Barrio Norte” que expresa en uno de sus versos -grabados en la pared de la escuela y jardín de infantes situados frente a su domicilio-, que el olvido es el modo más pobre del misterio. Y entonces yo que trato de no olvidar, recuerdo su conversación culta, por momentos erudita, pero amena siempre y demostrativa de un hecho indiscutible: el hablante no era sólo un especialista sino un sibarita del pensamiento.

   Evoco aquella última vez que nos encontramos después de largo tiempo sin tener noticias suyas. Fue una tarde de marzo de 2002 entre el gentío de la calle Florida. En la ocasión disfruté otra vez de su actitud y aptitud dialogante. Eran ya los tiempos del presidente Duhalde y de la pesadilla del “corralito”, cuando Griffa me esbozó cierta tesis política suya aguda y original.

   -Fíjese, doctor, que si bien pocos intelectuales y académicos refutarían lo que usted me dice, aquí lo silencian los manteros con sus ofertas a toda voz-, le comenté risueño.

   -Se ganan la vida, me contestó socrático…


Por Carlos María Romero Sosa. Se publicó en Ápices Digital, Nro. 10.-