domingo, 21 de abril de 2013

EN MADRID CON CARLOS VILLAGRA MARSAL





Debe haber sido accidental mi primer encuentro con Carlos Villagra Marsal, en los tiempos en que ambos vivíamos en Madrid hace bastante más de tres décadas. Aunque tengo presente un primer y extenso diálogo sobre literatura y política que sostuvimos una tarde invernal en el apartamento, a buen cobijo del viento del Guadarrama, que el escritor ocupaba en el centro de la ciudad del oso y el madroño. Y será sin duda porque lamentablemente para mí tuve pocas oportunidades más de explayarme con él, que a poco debía regresar al Paraguay, el hecho de que a tantos años de distancia pueda revivir aquella charla que saltaba de la mención de Ercilia López de Blomberg –la sobrina del mariscal López, autora de una gramática guaraní y conocida de mi familia materna al igual que su hijo el poeta Héctor Pedro Blomberg-, al asesinato de  Soledad Barrett  o a las noticias para mí novedosas sobre la Tertulia Literaria Hispanoamericana de Asunción, que Villagra presidió no sé si por entonces o después. Pero además y sobre todo lo recuerdo debido a que me impresionó su desprendimiento por de pronto en materia de libros, una virtud que armonizaba con su ingenio, cultura y refinamiento. Según pude comprobarlo, esa generosidad devenía de su confianza innata en los colegas en las letras y se sobreponía a las malas experiencias sufridas con los formadores de bibliotecas propias con volúmenes ajenos.
                                          En efecto, días antes de nuestro encuentro, mi anfitrión había recibido desde La Habana, enviada por Alejo Carpentier, la obra de imaginación del novelista sobre Cristóbal Colón titulada El arpa y la sombra en una lujosa edición de gran formato. Me enseñó el obsequio con satisfacción y orgullo y no bien demostré interés por su lectura, sin dudarlo lo puso en mis manos. Yo me sentí obligado no sólo a  concluirlo con rapidez, circunstancia a la que el argumento, el ritmo sostenido de la narración y el desafiante  barroquismo de su prosa me empujaban, sino que hasta escribí sobre el libro un comentario que publicó el diario La Capital de Rosario, donde desde tiempo atrás colaboraba con notas bibliográficas y artículos varios.
                                      Cuando un par de semanas más tarde regresé a su casa para devolverle El arpa y la sombra, lo encontré próximo a salir a la calle. Debía integrar una mesa redonda con Augusto Roa Bastos y con el escritor y guaranista Rubén Bareiro Saguier a realizarse en la sede próxima al Parque del Oeste del Centro Iberoamericano de Cooperación, la institución de la que yo era becario y Villagra lo había sido una década atrás. Concurrimos juntos al acto  y allí conocí por su intermedio a Roa,  del que  conservo un ejemplar de Hijo de hombre autografiado por el autor aquella jornada. 
                                      No lo vi más  ni supe nada de él hasta tiempo después:  ya en Buenos Aires hallé en el suplemento cultural de  La Nación una breve reseña de su Guarania del desvelado que recorté y guardé. Se destacaba allí entre otras consideraciones el hecho de que el entorno del creador propiamente el Paraguay- diera fuego y razón de existir a su palabra poética, algo que experimenté ya en la primera aproximación al  poemario que publicó Losada en 1979 y me obsequió en aquel encuentro a resguardo del viento del Guadarrama apretando su cordialidad en una frase: Para Carlos María Romero Sosa. Poesía por amistad. 26 de febrero del 80.
                                     Regreso ahora a la lectura de ese ramillete de sonetos con resonancias clásicas  y tensión amatoria que lo integran –uno de musicales trece sílabas- junto a versos líricos igualmente cadenciosos, por momentos nostálgicos de alguna ancestral edad de oro revelada frente al curso heracliteano del río Paraguay al que llama: Padre que estás en la arena (y) norte azul para el viento En otros segmentos el poeta se propone enumerar decisivas circunstancias de vida, como en el poema libre que da título a la colección; una pieza donde se revela entusiasta lector –no imitador- de Neruda, lujosa de metáforas salidas de los más profundo de sí y por lo mismo tocantes y capaces de suscitar emociones indescriptibles: “El suelo no me llega. Como un Argos yacente,/ desganado y oscuro,/ aprecio la segura y minuciosa asunción de la noche/ y entretanto,/ testigo de mí mismo,/ la memoria propaga su vértigo callado”.  
                                    Eso aparte de contener también algunas estrofas en las que late subyacente la rebeldía social y hasta una no disimulada denuncia de las arbitrariedades del régimen de Stroessner; así ocurre al subir el tono hasta buscar la condena general y reclamar solidaridad incluso de los desatentos del mundo de la época, cuando estaban firmes las fronteras ideológicas, frente al alarido lento de un compañero (en) una oficina sórdida en la nueva/ Guardicárcel. 
                                   Como ahora por obra del azar, otro libro suyo con pie de imprenta en el año 2007 ha llegado a mis manos: Poesía congregada y otros afanes, una suerte de antología personal, me anoticié por  la solapa que finalizada la dictadura, Villagra Marsal tuvo una importante actividad pública como convencional nacional en 1992, que actuó en la diplomacia  y fue designado embajador en Chile primero y en Ecuador después. Lo bueno es que los cargos políticos no distrajeron su inspiración ni desviaron su vocación de estudioso. Siguió produciendo poemas y rastreando en la literatura española del Siglo de Oro, período que  le interesó siempre.
                                  Nacido en 1932, imagino que ya no será el cuarentón de aspecto juvenil que conocí en Madrid siendo yo veinteañero, cuando frente a ambos, acostumbrados a vivir bajo regímenes de fuerza, se afianzaba entre marchas y contramarchas la democracia española bajo la jefatura de gobierno de Adolfo Suárez y con la garantía del rey Juan Carlos.
                                  Las páginas finales de Poesía congregada  dan cuenta de que Carlos transita su status viatoris llevando sus muertos en carne viva como lo prueban varias dedicatorias de sus composiciones y la emotiva Evocación de Elvio Romero, el poeta amigo y compañero de luchas.
                                          Yo celebro que quien ayer me reveló su fe en un  marxismo humanista o en el humanismo marxista invocado alguna vez por Salvador Allende, sea hoy el mismo hombre de principios e ideales  acostumbrado a dormirse esperanzado más que utópico con una memoria cierta hacia mañana. Que se muestre libre de dogmatismos, realista y no pragmático, actitud tan devaluada por la dirigencia en nuestros países  que resulta ya al sano realismo lo que la pornografía al amor. Y elogio que sin duda haya evolucionado desde sus concepciones juveniles más radicales, pero que no se ha metamorfoseado por obra del oportunismo, la banalidad del mal y los designios dominantes del mandarinato cultural. Así Carlos Villagra Marsal sigue bregando por la libertad y la justicia en la América ingenua que tiene sangre indígena celebrada por Darío; en este  subcontinente a la defensiva, policultural y multilingüistico. Y lo hace lejos del efectismo olímpico, el exhibicionismo comercial o la calculada grandilocuencia mediática.
                                            Se nota que aparte de hallarse de cuerpo entero en sus creaciones de largo aliento como su novela juvenil Mancuello y la perdiz, también se sostiene lanza en ristre y no con la “lanza en astillero” de aquel hidalgo “que tenía por sobrenombre Quijada o Quesada”, en el tono menor de la rimada confidencia al alcance de quien quiera escucharla y hasta quizá armonizarla con notas -o gotas- de arpistas y rabeleros nativos, para dar coro a la sentencia de Sartre: el hombre está condenado a ser libre. Y que en consecuencia: Al joven impacto/ del brazo sincero,/ caerán las prisiones,/ huirá el carcelero.        

por Carlos María Romero Sosa. Publicado en Salta Libre el 19 de abril de 2013