Pienso
que de Horacio Sueldo, fallecido el 10 de mayo del corriente año a los casi 93
de su edad, el mejor elogio que puedo
hacer es admitir que lamento de corazón no haberlo votado. Pocas figuras públicas
como la suya inspiran este tipo de congojas, sobre todo cuando tan acostumbrada
está la ciudadanía a sufragar por
opciones en muchos casos promovidas y manipuladas en forma mediática;
haciendo hincapié no en los intereses de la opinión pública sino de la
publicada, en tanto y en cuanto el poder comunicativo tiende a gravitar
absolutamente y convertirse en poder administrativo y hasta en derecho, como
explicó Habermas. Lo cierto es que aquellas disyuntivas que parecen de hierro resultan
en los hechos flaquezas de la democracia, puesto que se suele votar más en
contra de alguien que a favor de un candidato.
El doctor Sueldo era de
la raza de los políticos que trascienden los partidos, en su caso la Democracia Cristiana
que nunca alcanzó a ser en la
Argentina un movimiento de masas pese a la vocación de varios
de sus dirigentes ajenos a todo elitismo. De ella fue él uno de los fundadores en 1954, junto a Manuel V.
Ordóñez, Arturo Ponsati, Rodolfo Martínez, Leopoldo Pérez Gaudio, Oscar
Puiggrós y José Antonio Allende, con las
décadas vicepresidente del Senado de la Nación.
Supo mantener
principios al tiempo que revisaba actitudes propias, así por ejemplo un
antiperonismo juvenil. No en vano llegó a integrar el segundo término de la
fórmula presidencial con el médico Raúl Matera en 1963, la que al ser vetada lo obligó a reducirse a la testimonial dupla Horacio Sueldo-Francisco
Cerro que obtuvo un mínimo caudal
electoral. Diez años después
conformó con el líder del Partido
Intransigente Oscar Alende la fórmula de la Alianza Popular Revolucionaria.
Resultó ese frente -más programático que de mera coyuntura- donde convergieron los
intransigentes, el Partido Revolucionario Cristiano, el Partido Comunista y
otros grupos de izquierda y centroizquierda como el liderado por Héctor
Sandler, la tercera opción electoral más votada el 11 de marzo de
1973, merced a lo cual Horacio Sueldo alcanzó
sino la Vicepresidencia
de la Nación por
la que por tercera vez competía, sí una banca de diputado nacional.
En los
convulsos años que precedieron a la última dictadura, Sueldo recibió amenazas de la
Triple A. La reacción no le perdonaba su
prédica social abrevada en la
Doctrina de la
Iglesia en la materia, su credo humanista hijo de las
enseñanzas de su bien leído Jacques Maritain o que, fiel al legado ético del
George Bernanos de “Los grandes cementerios bajo la luna”, defendiera los derechos humanos y denunciara sus violaciones sin importar quiénes
y en nombre de qué presuntos valores se llevaran a cabo torturas, asesinatos y
desapariciones. Muchos jóvenes de entonces aplaudimos aquellas palabras proféticas que a comienzos
del gobierno de Héctor J. Cámpora le
escuchamos decir en el mismo Congreso donde días pasados fueron velados sus
restos: “Queremos la transformación! Si
no se socializan la riqueza, el poder y la cultura, y si no hay revolución
seguirá el camino y la tentación de la violencia de arriba y de abajo”.
Sabemos hoy que no vino –salvo excepciones- cambio alguno de las estructuras
injustas y sí una mayor concentración de la riqueza, el autoritarismo primero y
después una democracia con cuentas sociales y morales pendientes en vez de
la moderna y participativa que soñó y
por la que trabajó también cuando
restaurada la república colaboró con el gobierno de Raúl Alfonsín como asesor
en el área de Desarrollo Humano y Familia.
Otra
virtud de este cordobés oriundo de Villa del Rosario, graduado de abogado en
las mismas aulas donde en 1918 se inició
la Reforma Universitaria ,
fue la de no haberse sumado a ningún coro triunfalista del pragmatismo en boga
en los años 90, circunstancia que suele pagarse con el olvido. Sólo que algunos
lo recordamos y lo seguiremos haciendo con
la admiración y el respeto debidos. Los mismos sentimientos que
guardamos para otros correligionarios
suyos de la
Democracia Cristiana como Carlos Auyero, el jurista Guillermo Frugoni Rey o Augusto Conte Mac Donell, aquel símbolo de la luchas por los derechos
humanos al que sí tuve la oportunidad y la satisfacción de votar en 1983.-
Se publicó en “Salta Libre”
el 13 de mayo de 2016 y se reprodujo en
la revista de Costa Rica “Con nuestra América” el 21 de mayo de 2016.-
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