sábado, 10 de marzo de 2018

EL ABORTO: DISCUSIÓN DEMOCRÁTICA O DESERCIÓN DE PRINIPIOS

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                                                              Como católico practicante, naturalmente  rechazo el aborto. Dicho esto, debo expresar mi comprensión –que no significa aplaudir- para ciertos casos extremos ya desincriminados en nuestra legislación penal, como el que se realiza sobre un embrión o feto  producto de una violación. O el llamado aborto terapéutico,  una situación  a la que de algún modo trata de  responder  desde el plano moral la llamada Ley del Doble Efecto. ¿Cuáles son sus requisitos?: Que la perturbación en la salud  de una mujer embarazada no halle otro modo de resolverse, sino mediante determinada operación quirúrgica y sobre todo que el profesional a realizarla  no tenga como finalidad el aborto aunque éste pueda ser un resultado no buscado y hasta tratado de evitar. El fundamento de esta ley es que no vale para lograr un fin bueno –salvar la vida con mayores posibilidades de seguir adelante-, apelar a  un medio negativo cual es destruir otra vida en gestación; porque ambas son fines en sí mismas. Sin embargo, constituye  un dato de la realidad  que de un único acto pueden desprenderse  dos resultados, uno positivo y otro negativo aunque no sea deseado. Vengo enseñando esto y tratando de insuflar  respeto por la vida en gestación desde hace  casi cuatro décadas a sucesivas promociones de alumnos de la materia Etica y Deontología Profesional, incluida en el diseño curricular  de la carrera de Higiene y Seguridad de la Industria que se cursa en un instituto terciario de la ciudad de Buenos Aires.
                                                             Sin embargo, seré franco, no me resulta grato estar acompañado por determinados sectores y personajes “antiabortistas”,  contradictorios, llenos de soberbia  en su dogmatismo y sin un mínimo de sentido de misericordia hacia la mujer que aborta, a quien  con suficiencia farisaica juzgan pecadora pública, cuando es víctima  también de un infame negocio clandestino.
                                                           Se trata de gente que en general y con todo derecho  a estarlo se encuentra situada a la derecha y más aún a la extrema derecha.  Que se opone a la educación sexual en las escuelas, una asignatura  que puede prevenir tantos embarazos no deseados,  y objeta el uso del preservativo y los anticonceptivos. Gente que en su momento repudió  el matrimonio igualitario y antes el divorcio, demostrando una preocupación por la vida sexual ajena que linda con el voyerismo.  En su selectivo escándalo  por la pérdida de vidas humanas, defiende a los militares genocidas, torturadores de embarazadas y ladrones de bebés y en el plano de la seguridad postula la pena de muerte. Por lo demás, en su tradicionalismo hispanista almibarado con la leyenda rosa, denigra a quienes  rechazamos el exterminio de los naturales de América y más cerca, con hábil disimulo del liberalismo y anticlericalismo del general Roca y  el consiguiente desprecio de raza y de clase a los mapuches sobrevivientes, celebra la Campaña del Desierto cuyas crueldades puso de manifiesto en su hora el mismísimo Arzobispo de Buenos Aires, Monseñor León Federico Aneiros.  Otro punto  increíble es que  suele ensalzar  “in totum”  a Juan Manuel de Rosas, el más portuario de los caudillos, olvidando el crimen de Camila O Gorman embarazada de su amante el sacerdote Ladislao Gutiérrez.
                                                             Por cierto que  para los abortistas caben también reparos a su fundamentalismo, para el caso no religioso sino religiosamente laicista. Uno de los principales argumentos que esgrimen es que ninguna prohibición impide que se realicen a diario. En términos hegelianos  lo real puede ser racional, la discusión es si es o no justo, porque de la vigencia de un hecho o de una norma no se desprende su validez.  Aparte, ¿por qué  es progresista eliminar el embrión, fruto de una violación, y es reaccionario pedir la pena de muerte para el autor de ese delito aberrante? ¿Será qué están tan seguros algunos de que no hay persona, al menos hasta las doce o catorce semanas del embarazo? De pensar así: ¿por qué según lo he escuchado en  debates, hablan precisamente de que “nadie” lo es hasta ese tiempo en vez de emplear el  “nada” a lo Fernando Pessoa en su poema “Tabaquería: “Yo soy nada/ Nunca seré nada”,  como sería más lógico para reflejar con propiedad  lingüística, su teoría que se presume científica? Y si la respuesta la da la ciencia y no la religión o la moral ¿es que volvemos peligrosamente a la superstición positivista decimonónica olvidando la provisionalidad de los postulados de toda ciencia que enseña Karl Popper al hablar de conjeturas y refutaciones?  Extraña que cuando con equidad se ha  reconocido el derecho a la vida y más que eso de los animales, cosa que habla del avance de la civilización,  se los rechace con énfasis para los no nacidos de humanos, cuando menos proyectos de personas humanas. 
                                                            Otro argumento esgrimido a favor del aborto es que de realizarse en hospitales públicos, se evitarían las muertes de mujeres que suelen ocurrir en las clínicas clandestinas, cuando no en manos de practicones inhábiles carentes de asepsia. Claro que no se cuenta con la mala praxis y con las infecciones intrahospitalarias  de las que ningún centro médico está exento como lo escuché decir al doctor René Favoloro. Sumado al hecho de que la  práctica abortiva en sí misma implica el riesgo de complicaciones, en concepto del profesor Juan Carlos Fustinoni,  destacado médico y humanista.   
                                                            Por si faltara algo sobre el dramático tema que  nos ocupa, la discusión legislativa habilitada ahora por el Poder Ejecutivo con bombos y platillos y no para ejecutar la Marcha Fúnebre de Chopin, suena a estrategia de su gurú  Durán Barba para tapar los graves problemas que el gobierno de Cambiemos está lejos de solucionar, como la inflación y el descontento popular creciente. Incluso resulta algo  absurdo y descomedido que se habilite desde el P.E. ese debate y que las máximas autoridades nacionales que se declaran en lo personal contrarias a la legalización, siendo que  legalizarlo no es obligarlo ni proponerlo,  se autoproclamen “defensoras de la vida”, lo cual  es ofensivo para los que dentro del espacio oficialista sostienen  otra posición y ni qué hablar para los miembros de la oposición que asimismo la convalidan. Valga  además advertir a los neoliberales de uno y otro bando que la vida se defiende proporcionando condiciones dignas para su desarrollo.

                                                         Cabe lamentar que la política pocas cosas  solucionó en nuestro país, por de pronto en las últimas décadas e incluyo por supuesto a la política destructora de vidas y soberanía que llevó a cabo  la última dictadura. La política que se inmiscuye en todo acaba en totalitarismo, pero en otro nivel no menos peligroso se encuentra  la politiquería o sea politización barata de todo, algo que desgasta el juego democrático con estrategias oportunistas y banales, pertrechadas con frases hechas y meros recursos dialécticos.  En ese aquelarre de provisionales intereses tironeados, se pierden de vista los valores y se diluyen los principios. Signos de la posverdad tan de moda.         

(Carlos María Romero Sosa, se publicó en Salta Libre, el 9 de marzo de 2018)

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