Suelo leer con atención los
artículos del doctor Armando Ribas publicados en el matutino La Prensa –de Buenos Aires- y
más allá de las infranqueables diferencias que tengo con el ideario del ex
diputado nacional por la UCD , el partido fundado por el
capitán ingeniero Álvaro Alzogaray, consecuente funcionario de dictaduras
militares, son ellos demostrativos de una severidad intelectual y un sustento
doctrinario propios de una derecha económica que se reconoce tal y poco tiene
que ver con las frases trilladas del
tipo de “Estamos cerca de la gente”, “Somos un equipo”, “Los K. se robaron todo”; de las demagógicas
timbreadas y del marketing duranbarbiano de la vergonzante y mal disimulada
derecha macrista.
Dicho esto debo hacer una aclaración a la nota del domingo 22 de abril
del corriente titulada: “Actualidad cubana: crimen sin castigo”. Se dice allí,
al criticar la actitud del presidente Kennedy de negarse a prestar ayuda
aérea durante la invasión en abril de
1961 –en gran medida mercenaria- a la cubana Bahía de Cochinos, la siguiente
frase: “Afortunadamente para los dominicanos llegó Jhonson al poder y mandó
a los marines a Santo Domingo para destituir al presidente general Caamaño
entonces partidario de Fidel Castro”. La figura del coronel -no general-
Francisco Alberto Caamaño Deñó (1932-1973), elegido a los 32 años de edad presidente de la República Dominicana
por el Congreso Nacional cuando la invasión de más de 41.000 efectivos
norteamericanos a la Isla ,
declarado Héroe Nacional mediante la ley 58 promulgada durante el gobierno de
Leonel Fernández en 1999 y cuyos restos descansan desde ese año en el Panteón
Nacional, es merecedora de respeto y admiración por cuantos creemos en la
autodeterminación de los pueblos, la soberanía territorial y
tomamos ejemplo de la esforzada y desigual lucha de los patriotas de las
diferentes naciones sometidas al poder del imperialismo capitalista. Caamaño
cayó asesinado el 16 de febrero de 1973, bajo el gobierno de Joaquín
Balaguer, luego de ser herido y hecho
prisionero a poco de desembarcar con un grupo guerrillero en Playa Caracoles.
En cuanto a aquella invasión a Santo Domingo, elogiada por el doctor
Ribas, fue la segunda llevada a cabo por
los Estados Unidos a la tierra Quisqueya. La primera duró desde 1916 a 1924 y se inició cuando ejercía la presidencia de la República el doctor
Francisco Hernández Carvajal, un intelectual al que por cierto sería anacrónico
tachar de castrocomunista. Ese mandatario fue padre del ilustre humanista Pedro
Henríquez Ureña, quien se radicó en la Argentina a partir de 1924 dejando aquí una
pléyade de discípulos. Es aleccionador
leer las páginas del argentino Manuel
Ugarte contra aquel desembarco, así como las de Ricardo Rojas que en su biografía
de Hipólito Yrigoyen: “El hombre del misterio”, historió la orden del
presidente radical al comandante del crucero 9 de Julio al pasar frente a la Fortaleza Ozama : “Id
y saludad al pabellón dominicano”. (Y no al de franjas y estrellas de los
invasores que representaban “El peligro exterior”, así graficado lúcidamente
por Alfredo Palacios en un posterior artículo).
La otra intervención armada se verificó en 1965, bajo el pretexto de
defender la integridad de los ciudadanos
yanquis. En verdad resultó ser una respuesta reclamada por las
oligarquías nativas, el remanente del trujillismo, las empresas multinacionales
y sectores reaccionarios de la Iglesia Católica , a la Revolución del 24 de
abril de ese año, que buscaba devolver a
la Nación el
orden constitucional violado al expulsar del poder el 25 de septiembre de 1963
al profesor Juan Bosch, líder del Partido Revolucionario Dominicano. Esa
incursión del País del Norte produjo más de diez mil muertos en la población
dominicana, gran parte de ellos civiles y otros militares como el coronel
Rafael Tomás Fernández Domínguez, masacrado en una emboscada de los marines y
también oficialmente declarado Héroe Nacional en 1999. “La moral yanqui es
elástica cuando se la aplica fuera de los Estados Unidos”, escribió en su
hora Pedro Henríquez Ureña en “La América Española
y su originalidad”. Lo cierto es que ante el tenor de los acontecimientos del
65´ y el repudio mundial al asalto extranjero, la OEA , digitada por los EE.UU,
dispuso enviar una “Fuerza Interamericana de Paz”. En la Argentina gobernaba el
doctor Illia y su gobierno se negó dignamente a participar de ella. Incluso,
según anota el embajador José R. Sanchís Muñoz en su libro “Historia
Diplomática Argentina” (Eudeba, 2010), el Congreso dio a conocer una
declaración de condena a la agresión estadounidense, ratificando el respeto de la República Argentina
al principio de no intervención.
Me queda por mencionar algo que no resulta para mí un dato menor: me
honra con su amistad el señor capitán Francis Caamaño (hijo), con el que nos
vinculamos en abril de 2012 en el ámbito de la XV Feria Internacional
del Libro Dominicano donde fuimos partícipes ambos, en mi caso en calidad de
invitado extranjero. Este militar y
Licenciado en Ciencias Políticas es
autor de una biografía de su padre que me obsequió entonces con una generosa
dedicatoria y que todo latinoamericano debiera leer.
(Carlos
María Romero Sosa, se publicó en la revista Con Nuestra América, de San José de
Costa Rica, el 5 de mayo de 2018 y se reprodujo en LA PRENSA , de Buenos Aires, el 8 de mayo. Asimismo por gentileza del escritor y ex Ministro de Cultura de la República Dominicana, licenciado José Rafael Lantigua, ha sido reproducido en medios gráficos de Santo Domingo. )
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