Al revisar las cajas del archivo epistolar de Carlos Gregorio Romero
Sosa (1916-2001), circunscribiendo por algún motivo ese rastreo a los años
cuarenta del siglo pasado, apareció una carta autógrafa de la escritora y
militante política Alicia Eguren. Participaba
al historiador y hombre de letras salteño para entonces ya radicado en Buenos
Aires, de la inminente aparición de la revista “Sexto Continente” y le que sugería
enviara algún artículo para la misma. Esa publicación proyectada como bimestral,
durante sus cuatro primeros números correspondientes a julio-agosto y
septiembre-octubre de 1949, fue coeditada por Eguran y el intelectual rosarino Armando
Cascella (1900-1971), posteriormente autor entre otros libros de “La traición
de la oligarquía”, reeditado en 1969 con prólogo de Arturo Jauretche. A partir
del quinto número la antedicha coeditora fue suplantada en la función aunque prosiguió en calidad de
articulista, por el abogado y periodista Valentín Thiebaut, que en 1947 había
cubierto para el diario Democracia el viaje de Eva Perón a Europa.
Algo se ha escrito sobre la publicación que se ofrecía con el formato de
revista libro y cuyo título alude a lo indiviso de América Latina. El último
número 7/8 correspondió a los meses de noviembre y diciembre de 1950. Al
respecto vale la pena consultar la obra de Héctor René Lafleur, Sergio
Provenzano y Fernando Alonso: “Las revistas literarias argentinas 1893-1967” y más específicamente el ensayo de Pablo Martínez Gramuglia: “La
práctica crítica como juicio ideológico: Sexto Continente”. Su vida corta pero posible gracias a la
publicidad oficial, en especial de la provincia de Buenos Aires gobernada por
el coronel Domingo Mercante, no resta valor a ese esfuerzo editorial, en la
línea doctrinaria de la revista Cultura que editó la Oficina de Publicaciones
del Ministerio de Educación de la
Provincia de Buenos Aires, a cargo del ex forjista y poeta Julio
César Avanza.
Es de advertir la calidad de sus colaboradores, entre otros los
pensadores Ernesto Palacio, Raúl Scalabrini Ortiz, Homero Guglielini y Ramón
Doll; los historiadores Carlos y Federico Ibarguren, José María Rosa y Alberto Ezcurra Medrano; los juristas Arturo Enrique
Sampay y Norberto Gorostiaga; el médico Ramón Carrillo; el legislador Joaquín
Díaz de Vivar; el sociólogo francés Jaime María de Mahieu; el arqueólogo Andrés
Campanella de anterior trabajo con Enrique Palavecino en la Universidad Nacional
de Tucumán; el etnógrafo, folclorólogo y médico santiagueño Orestes Di Lullo; el
musicólogo Lucas Rivara; los filósofos
Octavio Derisi, Carlos Astrada y Miguel Ángel Virasoro; los novelistas Arturo
Cancela y Pilar de Luzarreta y los
poetas Leopoldo Marechal, José María
Castiñeira de Dios, Antonio Puga Sabaté, Enrique Lavié, Héctor Villanueva, Raúl
de Ezeiza Monasterio, María Granata y
Vicente Trípoli. Y sobre todo será de destacar
la confluencia, frente a los cambios en la estructura social que se
verificaban por entonces, de
personalidades de diferente procedencia y pensamiento. Así más allá de la clara línea editorial de signo oficialista
a la que se hallaba adscripta y que de algún modo vinculaba a la mayoría de los
colaboradores aunque no a todos, puede
entenderse la inclusión en sucesivos números, aparte de los textos de los autores argentinos mencionados,
de la visión latinoamericanista del mexicano José
Vasconcelos, de las inquietudes sociales del brasileño Josué de Castro, del boliviano Augusto Céspedes o del
guatemalteco de clara adscripción izquierdista Miguel Ángel Asturias. Lo mismo
que el aporte del filólogo gallego José Gabriel, de fuertes simpatías
trotzquistas y durante la Guerra Civil
adherido al Partido Obrero de Unificación Marxista, tan perseguido por los
comisarios políticos y agentes enviados a la contienda española por Stalin. Y la
presencia en el número quinto de Ramón
Gómez de la Serna
con sus ismos a cuestas, lo que poca
gracia debía causar a algunos lectores
que no pasarían de las novelas costumbristas del carlista José María de
Pereda. Aunque “Sexto Continente” compensó en su última entrega el antiacademicismo de Ramón, con la prosa académica
del catalán franquista Eugenio d´Ors. Es curioso a la distancia comprobar que el
nacionalista revolucionario Céspedes y el vindicador de los mayas Asturias, coexistían en las páginas con
el pro fascista rumano –aunque víctima del nazismo que lo recluyó en un campo
de concentración- Vintila Horia y con el maurrasiano y difusor del teórico de la huelga general
revolucionaria George Sorel, Jaime María de Mahieu.
Se ha insinuado
que “Sexto Continente” pretendió ser la
contracara cultural de SUR de Victoria Ocampo, de ideario liberal y sobre todo vocación
europeizante. Por cierto detractores no le faltaron en su momento ni le faltan al
presente y así el sociólogo Máximo Plotkin, en su libro “Freud en la pampa”, frente
a la lista de los colaboradores y el tenor de sus textos ha criticado la “mezcla incoherente de nacionalismo, nativismo, catolicismo derechista y
elogios al régimen”. Algo que desde otro ángulo de análisis, bien podría
juzgarse como una ausencia de sectarismo. Sucede que en la Argentina de casi
setenta años atrás había ámbitos de encuentro más allá del reñido
peronismo-antiperonismo e incluso de las vertientes, muchas veces hijas de antitéticas
visiones que conformaron esos opuestos hasta hoy irreconciliables de la Argentina. Tales
puntos de reunión, en ocasiones eran espacios físicos como la casa de la calle
Charcas 4741 donde vivía Alfredo Palacios; tan socialista, agnóstico y admirador
de la figura de Jesús de Nazareth, como demócrata y nacionalista con c. Allí
era habitual la concurrencia a almorzar de notorias figuras del nacionalismo
católico y asimismo de otras que nada tenían que ver con ese ideario sino al
contrario. Como que llegaron a compartir la mesa por esos tiempos los
nacionalistas Ignacio B. Anzoátegui, Hipólito Jesús Paz y el capellán militar
R.P. Amancio González Paz, con el doctor Eleazar Levín, el poeta Arturo
Capdevila de vieja tradición reformista, el mexicano Jesús Silva Herzog que
presidió el comité petrolero en pro de la nacionalización del hidrocarburo bajo el
gobierno del presidente Lázaro Cárdenas
y el escritor colombiano Germán Arciniegas, un americanista de centro
acusado por el dictador Rojas Pinilla de comunista.
Da para meditar y más para lamentarse el hecho de advertir cómo el paso del tiempo
enfrentó a personalidades de la cultura que en algún momento compartieron las
páginas de “Sexto Continente”; una muestra de laboratorio de la explosión de
idearios e ideales que marcó a sangre y fuego el clima posterior del país. Así su
crítico cinematográfico Miguel P. Tato epilogó su carrera ejerciendo funciones de
censor oficial en el burocrático Ente de Calificación Cinematográfica durante
el gobierno de Isabel Perón y después con la dictadura. En tanto Armando Cascella
se convertía en un “maldito” de la cultural oficial silenciado por muchos de
sus exponentes de machacado liberalismo –sobre todo económico- que aceptaban de
buena gana los cortes de las películas por Tato –podían disfrutarlas completas
en Punta del Este-, y miraban para otro lado cuando el socialista Luis Pan, a
cargo de Eudeba al comienzo del Proceso, ofrecía el tributo de millares de
libros a Suárez Mason para ser quemados en una suerte de auto de fe. De igual
modo, los caminos se habían separado a finales de los sesenta entre Carlos
Astrada, que se acercó al maoísmo, y su amigo y colega Miguel Ángel Virasoro,
traductor de Sartre, frente al perseverante socialcristianismo de Basilio
Serrano y el severo escolasticismo de monseñor Derisi -quizá ajeno a la tesis
de Maritain: “El tomismo no es de derecha
ni de izquierda”- o el tradicionalismo esotérico de Vintila Horia. Y otro
tanto cabe para la concepción antropológica
racista y nostálgica de la arianidad de de Mahieu, tan antitética
del indigenismo de Andrés Campanella y
Di Lullo. Y ni qué hablar de la opción revolucionaria asumida hasta las últimas
consecuencias por la propia Alicia Eguren en tanto Valentín Thiebaut, sucesor
suyo en la coedición de “Sexto Continente” y sin duda con tanta buena fe como
ella en su bando, colaboró en 1974 desde las funciones de director ejecutivo de
EUDEBA, con la intervención a la
Universidad de Buenos Aires del negacionista del Holocausto Alberto
Ottalagano.
SONETISTA
CATÓLICA Y MILITANTE RADICALIZADA
Alicia Eguren nació en Buenos Aires en 1925 y fue víctima de
desaparición forzada el 26 de enero de 1977. Se graduó como profesora de letras
en la Facultad
de Filosofía y Letras de la UBA y publicó los libros de
poemas: “El canto de la tierra” (1949), “Dios y el mundo” (1950), “El talud
descuajado” (1951) y “Aquí, entre magras espigas” (1952). Además dio a conocer
una obra de teatro: “La pregunta” (1949). Funcionaria de la Cancillería y casada
con el diplomático y más arde experto en el conflicto árabe-israelí Pedro Catella,
vivió en Inglaterra donde cumplió
funciones oficiales. María Seoane en su libro “Bravas”, una entrelazada
biografía de Eguren y de Susana Lugones Aguirre: “Pirí” Lugones, da cuenta que en la casa de Ernesto Palacio conoció
al padre Leonardo Castellani, que tanta
influencia tuvo en su desarrollo
intelectual y fue su confesor. (Algo más
sobre ese vínculo está explicitado en el libro “Los zurdos y Castellani” (2012) de Pablo José Hernández). Inquieta. Tan ávida de experiencias
religiosas como de conocimientos y justicia terrena, la escritora y docente
universitaria Graciela Maturo nos ha recordado en fecha reciente: “A Alicia Eguren, mayor que yo, la conocí personalmente en el
Congreso de Filosofía del 49, al que asistí a mis 20 años, como alumna del 3er.
año de Letras de la
Universidad de Cuyo. Ya había nacido mi primer hijo, Tristán,
y yo participaba no sólo como alumna sino por ser la esposa del profesor
Alfonso Sola González, uno de los organizadores del Congreso, aunque él también
era de Letras. Alicia era amiga suya.”
En su poética se
advierten las lecturas de los místicos y ascetas españoles, así como de los
autores del renacimiento peninsular. Rasgos evidentes incluso en la métrica empleada
en su inicial poemario: “El canto de la tierra”, escrito íntegramente en liras que traen reminiscencias
de Garcilazo. En tanto los sonetos de
“Dios y el mundo” documentan su dominio de esa forma estrófica. Una constante
en la lírica de Eguren era el ideal del “beatus ille” manifestado en la
reiterada inspiración bucólica, algo paradojal atendiendo a su historia
posterior. Mujer de su tiempo, no le fue ajena la impronta del último
modernismo que aquí supo enarbolar la Generación del Cuarenta oponiendo -con
excepciones como la del rebelde César
Fernández Moreno- a los vientos
rupturistas un otro ondear de romántica melancolía y en ocasiones de fondo telúrico. En algunos
pasajes de la poética de Eguren el salto metafísico y religioso es dado desde
el movilizante plano existencial. Lejos
de caer en el parricidio literario,
debió ser lectora del Horacio Rega Molina de “Domingos dibujados desde una
ventana”, hecho verificable en estos alejandrinos: “”Con el rostro perplejo por el ángel y el diablo/ ahora, cuando crezco,
cuando mi ser extingo,/ en esta gran dulzura por la que con Dios hablo/ me
vuelca su sentido la tarde del domingo.”
Si bien inclinada desde la
juventud a la acción política, su encuentro con John William Cooke, con quien
formó pareja algo después de separarse de Pedro Catella, marcó en forma definitiva su vida. Amiga del
Che Guevara en Cuba y figura icónica del llamado peronismo revolucionario liderado
por el mayor Bernardo Alberte, fue capaz de cuestionar al jefe del movimiento
en una carta abierta fechada el 4 de octubre de 1971. Alicia no admitía medias
tintas. Su trayectoria de militante cada vez más radicalizada, no consumió y al contrario avivó el fuego poético aunque
ya no publicara versos. Vale para ella la sentencia de Gabriel Celaya: “La poesía es un instrumento, entre otros,
para transformar el mundo”. Su sacrificio final demuestra que no hubo en su
mensaje palabras vacías. Más que cantar la lucha ajena en cómoda actitud de burguesa
“progre”, forjó a golpes de martillo un
canto de insurrección. Lo había
anunciado en el prólogo de “Aquí, entre magras espigas”: “mientras no reciba algún mandato más claro, humildemente, pienso llenar
mi vida escribiendo”. Hoy lo sigue haciendo
en las hojas perennes del Árbol de (Carlos María Romero Sosa, se publicó en Calchaquimix, Salta, el martes 25 de diciembre de 2018 y con alguna mínima modificación en La Prensa el domingo 30 de diciembre de 2018.-)
No hay comentarios:
Publicar un comentario