A
edad infantil leí o me leyeron los versos
de “La pipa de mi papá”, de Francisco Juan Póliza, incorporados junto con
otras composiciones poéticas de José Sebastián Tallón, César Tiempo, Juan
Carlos Dávalos, Arturo Capdevila y Horacio Enrique Guillén a la antología “Poesía
Argentina para Niños”, que editó el Instituto Amigos del Libro Argentino y
reunió Aristóbulo Echegaray, un
integrante del Grupo de Boedo nacido en 1904 y fallecido en 1986, quien además
de su labor literaria presidió con dignidad y valor cívico en los años de plomo
de la dictadura la
Sociedad Argentina de Escritores.
Lo cierto es que algo o bastante habrá tocado mi espíritu ese suelto romancillo,
tal como la preceptiva literaria llama a las formas romanceadas de arte menor, es
decir de metros de menos de ocho sílabas, que nunca se borró de mi memoria. Y
es que a veces la sencillez y la claridad saben revelar y trasmitir, al rechazar
malezas de palabras vacías y metáforas incongruentes, el más puro sentimiento, igual
que lo hace “la túnica sencilla y
elegante/ con que se adorna y viste la hermosura”,
según la imagen presente en un poema de Calixto Oyuela.
Muchos años después al transitar en el barrio de la Boca por la cortada Práctico
Póliza, que nace en la calle Brandsen al 900 y
termina en Olavaria al 800, una presencia
en la nomenclatura porteña dispuesta por
Ordenanza Nro. 3877 del 14 de agosto de
1934, ratificada por Ordenanza Nro. 11.157
del 15 de diciembre de 1940, el instrumento que además dispuso –reseña Vicente
Osvaldo Cutolo en su obra en dos tomos “Buenos Aires Historia de sus calles y
sus nombres” (1988)-, descubrir una placa recordatoria con la inscripción: “Práctico Póliza, Francisco. Héroe civil.
Bello ejemplo de heroísmo. Entereza moral y firmeza”, me interrogué sobre el posible vínculo del
allí homenajeado marino con el autor del mismo apellido y nombre de aquellos versos que dicen o rezan: “Tengo la pipa/ de mi papá:/ ámbar y espuma,/
frutos de mar./ La pipa sabe/ la ley del mar. Fue marinera/ y compañera/ de mi
papá./ Murió mi padre/ por ley del mar. Tengo la pipa,/ beso la pipa/ de mi
papá./ Por sus recuerdos:/ cofre y amor,/ rescoldo y gozo/ del corazón; y sus
colores/ tueste y albar/ y oro ambarino,/ dulce es fumar. Fue marinera/ de río
y mar;/ eso es la pipa/ de mi papá./ Busco alegría,/ busco la paz:/ eso es la
pipa/ de mi papá./ Tuve tabaco,/ no tengo más…/ ¡ni hay en la pipa/ de mi
papá!/ Tengo la pipa,/ miro la pipa,/ beso la pipa/ de mi papá.”
Finalmente advertí que se trataba del padre del poeta, efectivamente
muerto “por ley del mar”, aunque en
el río Paraná cuando en junio de 1931 el
barco de bandera sueca “Anglia” en el
que viajaba como práctico, fue embestido por el vapor español Agire-Mendi,
frente a San Nicolás de los Arroyos. Póliza organizó el salvamento de la
tripulación, incluido el capitán, pero se negó
a abandonar el barco y se hundió con él. Ese sacrificio -sigue informando
Cutolo-, determinó la instalación en el punto del siniestro de una boya verde y
que cada buque que pasa frente a ella
salude ese recordatorio con un prolongado toque de silbato. A partir del conocimiento del vínculo entre
uno y otro Póliza, me interesé por
hallar datos sobre la vida y labor lírica de Francisco Juan, nacido el 6 de
abril de 1894 y fallecido el 17 de enero de 1971. Al rastrearlos luego de
fracasar en la
Hemeroteca Nacional en la búsqueda de algún artículo
necrológico suyo en fecha próxima a su muerte en los periódicos de mayor tirada,
comprobé que Antonio J. Bucich, en “La
Boca del Riachuelo en la historia” (1971), lo destacó entre
los más importantes artistas del barrio: “Autor
de La pipa de mi papá, una poesía que
dio título a un libro de denso contenido lírico, cuyo reciente deceso ha dejado
trunca una producción vasta y variada”
Sin
embargo es alguien poco recordado hoy, salvo algunas evocaciones suyas de la desaparecida escritora
y periodista Cora Bertolé de Cané en Clarín Porteño, la sección a su cargo que apareció durante cincuenta y siete años ininterrumpidos en la
última página del matutino fundado por Roberto Noble. Por ejemplo el 27 de
agosto de 2007, Cora Cané memoró así a su viejo amigo y colega: “Fue Francisco un ser sencillo, modesto,
bondadoso, muy querido en las reuniones de gente de artes y letras, cuando
nadie hablaba de dólares y de poder y
riquezas. Ejerció el periodismo y participó de numerosas entidades de
solidaridad y cultura. Escribió el poema más tierno, escrito por un hombre que
era todo ternura: La pipa de mi papá.”
Y antes, en octubre de 1996, en una conferencia pronunciada con motivo de
cumplir ese año, setenta de su fundación el Ateneo Popular de la Boca , otro de sus amigos:
Carlos Gregorio Romero Sosa, caracterizó a Póliza como un caballero andante de
la solidaridad y el buen gusto artístico.
De profesión farmacéutico: “Soy farmacéutico/ de triaca y songa/ porque
mi espíritu/ siempre rezonga/ del formulario/en particular/(…) Horas perdidas,/
acre sentir,/ en la impotencia/ para servir, se confesó con un sencillismo en
mucho tributario del Fernández Moreno
del poemario “Yo, médico. Yo, catedrático”, y según dato aportado por el antiguo
médico traumatólogo del nosocomio, doctor Humberto Ghermek, presidió la Cooperadora del Hospital Argerich al que dedicó un
extenso poema también de clima cuasigalénico, que comienza evocando la historia
de ese centro de salud creado en 1897: “Hospital
del Buen Amor,/ de la Piedad
repartida,/cómo vaga tu recuerdo/ en la ribera transida.”
Fue notoria además su actuación en las
instituciones culturales del barrio, como el citado Ateneo Popular de la Boca , fundado en 1926 por el
historiador y periodista Antonio J. Bucich; e Impulso Agrupación de Gente de Arte y Letras
de la Boca , que
instituyeron en 1940 un grupo de artistas plásticos, entre ellos Fortunato
Lacámera, Juan Carlos Miraglia, Orlando Stagnaro, José Luis Menghi y el escritor y cronista José
Pugliese, autor del libro “Páginas de historia de la Boca del Riachuelo. Allí Póliza,
vocal de la Comisión
Directiva en 1948 y prosecretario en el período 1953-1955 cuando
ejercía la presidencia Antonio Porchia, el autor de “Voces”, creó la orden de La Pipa Marinera ,
para distinguir a figuras representativas de la cultura barrial, la que se
solía entregar luego de las disertaciones de los premiados en su tradicional sede de la calle Lamadrid
al 355. (En el archivo del Museo Benito Quinquela Martín, a cargo de Walter
Caporicci Miraglia, se conserva algún material fotográfico de las actividades
de Póliza que el nombrado puso a mi disposición).
Este boquense de ley, afincado en Martín Rodríguez entre Wenceslao
Villafañe y Aristóbulo del Valle, fue compañero y vecino de otros poetas como sus contemporáneos Francisco
Isernia que vivía en la calle Patagones al 500 –hoy Enrique Finochieto-; José
González Carbalho, en Ruiz Díaz de Guzmán 79; Roberto Mariani, el integrante
del Grupo de Boedo, nacido en la calle Suárez en las proximidades de las vías
del Ferrocarril Sur; y del mucho más
joven que todos ellos, Héctor Miguel Ángeli, habitante hasta casi su muerte en Alvar Nuñez
196.
Entre sus
quehaceres profesionales y las tertulias culturales, ajeno por despreocupación bohemia a la exigencia del “Nulla dies sine linea” que atribuyó Plinio el Viejo al griego Apeles, Póliza fue
escribiendo poemas los que reunió algo
tardíamente en un libro, en 1963. Sin duda
debido a esa morosidad para editar y al
hecho de no colaborar en las revistas que marcaban el canon literario del
momento, como Nosotros que sí acogió los
versos juveniles de Francisco Isernia, es que no figuró en las antologías publicadas en las primeras
décadas del siglo. Roberto Giusti prologuista en 1925 del libro Vuelos de
Isernia, no lo mencionó en “Nuestros poetas jóvenes”. No figuró en la
“Exposición de la Poesía Argentina ”
(1927) organizada por Pedro Juan Vignale
y César Tiempo y ni siquiera mereció la
crítica irónica de Francisco Soto y Calvo en la galería de “Los maullantinos
poetas del arca de Noé.”
El título de ese libro en el que reunió sus poemas en 1963, corresponde
al del más representativo de ellos: “La pipa de mi papá”. La ilustración de la
tapa del volumen que lleva por subtítulo “Variaciones sentimentales”, la
realizó el pintor y grabador Luis Ferrini (1898-1954), otro de sus vecinos del
barrio. Ferrini, en la juventud, fue alumno de dibujo de Alfredo Lázzari, artista
originario de Lucca y uno de los introductores junto a Faustino Brughetti y
Martín Malharro del impresionismo en la Argentina y perteneció después al círculo de Benito Quinquela Martín
quien lo promovió a la cátedra de dibujo y pintura en la Escuela Museo de la
Boca. Pero lo podría haber ilustrado el
mismo poeta, ya que gustaba del dibujo y solía obsequiar rápidos bocetos en
tinta a sus amigos y conocidos.
Las 200 páginas de la colección evidencian
que su autor no pretendió más que seguir
los dictados de su inspiración, sin importarle las modas en materia literaria y
menos adscribir a vanguardismo alguno. La cronología da cuenta que en el año de
su nacimiento también vino al mundo el cordobés Juan Filloy, que al siguiente
lo hicieron Ezequiel Martínez Estrada y Alfredo Bufano y en 1897, Juan L. Ortiz
y Luis Cané; sin embargo poco o nada que ver tuvo con la generación de ellos,
pese a que tampoco los nombrados coincidieron en inquietudes estéticas e
ideologías.
Los poemas de Póliza son de corte formal abundando los de metro corto, consonantes
o asonantes. En muchos casos de temática repentista, abundan los romances,
romancillos, coplas, décimas y uno que otro soneto de factura clásica, donde
más allá de alguna vacilación en la acentuación, lo revelan conocedor de la técnica
y sin duda buen lector de Quevedo y sobre todo de Lope. Pruebas al canto el
tono elegiaco de los dos últimos
endecasílabos del siguiente soneto : “Me
quiero consolar con un soneto/ y me señala la medida justa/ donde donaire e
idea me regusta./ No tengo nada que decir, ni objeto./ Empiezo por pensar:
estoy sujeto./ Llevo un veneno a mi cabeza adusta/ como a un caballo chúcaro la
fusta./Olvido sufro y quedo recoleto./ Al gozo de vivir encuentro suerte/ que
por ello presento mi fortuna,/ ese consuelo pronto me alucina./ El soneto
cernido ya me aduna,/ en un descuido llego hasta la muerte/ y comprendo que
nada me ilumina.”
Si en gran parte de la producción incluida en “La pipa de mi
papá”, además de un trasfondo religioso afín con su concurrencia dominical a la
parroquia de San Juan Evangelista –templo puntal de la Boca católica que historió el
sacerdote salesiano Juan Belza-, piedad evidenciada en sueltos y
tiernos villancicos navideños y en saetas de cuaresma, o de un buen
número de poemas dirigidos a la niñez,
se advierte en otros versos una mirada nostálgica y añorante de horas lejanas y
felices: Quién pudiera degustarlas/ en la vejez que me abruma”,
sentenció al memorar entristecido la casona de la abuela. Antes lo había experimentado Flaubert: “Los recuerdos no pueblan la soledad, la
ahondan.
Sin renunciar al intimista aire
barrial, rechazó la inevitable decoración con conventillos, la exaltación
de corte turístico del color local y en cambio fue solidario con las existencias
grises de sus habitantes: “Yo miro las
gaviotas cuando bajan/ sobre las aguas quietas del Riachuelo. O bien: “De la Boca hasta Barracas/ sigue la niebla brotando,/
sus volutas son hamacas/ de la luz que están tapando.” Solo que esa niebla
que enmarca parte de la producción de Póliza, es algo que al difuminar los
paisajes exteriores e interiores los
endulza sin hacerlos tenebrosos, como aquella otra bruma de los puertos
exóticos a los que arribó trotamundos y cantó Héctor Pedro Blomberg. De ese
modo los idealizados barcos de Póliza y sobre
todo sus marinos, aun con la carga de la tragedia paterna a flor de piel, aparecen
vivos más allá de su rescate del pasado. Vivos los náufragos y los inmigrantes empujados
a ese rincón porteño con acento genovés a finales del siglo XIX. Y por cierto vivo
el autor de sus días, gracias a la pirueta poética de erigirlo en su propio norte
esperanzado: “Como navegaba/ era
marinero/ de todos los mares,/ de todos los tiempos,/ de todos los ríos,/ de
todos los puertos. Tenía los astros/ en sus derroteros,/ en su corazón/ que
estaba en el cielo./ Volvía y partía/ partiendo y volviendo,/ del mar se traía/
los viejos secretos./ Como navegaba/ era marinero,/ me trajo un regalo/ de amor
y de fuego./ Nostalgia paterna/ que nutre el recuerdo./ Yo tengo una brújula./
Yo tengo el lucero.”
Sí, esos viejos lobos de mar que inspiran
y recorren el libro de Póliza, se muestran familiares, cercanos a su corazón y también
al de los lectores, en vez de ser la imagen
de los apurados visitantes de lenguas extranjeras en busca de aventuras
sexuales en los bajos fondos, los marineros que “Besan y se van. Dejan una
promesa (y) no vuelven nunca más” en el Farewell de Pablo Neruda.
(Carlos María Romero Sosa, se publicó en La Prensa, el 16 de febrero de 2020)
No hay comentarios:
Publicar un comentario