domingo, 8 de marzo de 2020

DEVOCIONES Y NAUFRAGIOS EN LA POESÍA DE FRANCISCO JUAN PÓLIZA




                                                                        
                                                                     A edad infantil leí o me leyeron los versos  de “La pipa de mi papá”, de Francisco Juan Póliza, incorporados junto con otras composiciones poéticas de José Sebastián Tallón, César Tiempo, Juan Carlos Dávalos, Arturo Capdevila y Horacio Enrique Guillén a la antología “Poesía Argentina para Niños”, que editó el Instituto Amigos del Libro Argentino y reunió  Aristóbulo Echegaray, un integrante del Grupo de Boedo nacido en 1904 y fallecido en 1986, quien además de su labor literaria presidió con dignidad y valor cívico en los años de plomo de la dictadura la Sociedad Argentina de Escritores.  
                                                            Lo cierto es que algo o bastante habrá tocado mi espíritu ese suelto romancillo, tal como la preceptiva literaria llama a las formas romanceadas de arte menor, es decir de metros de menos de ocho sílabas, que nunca se borró de mi memoria. Y es que a veces la sencillez y la claridad saben revelar y trasmitir, al rechazar malezas de palabras vacías y metáforas incongruentes, el más puro sentimiento, igual que lo hace “la túnica sencilla y elegante/ con que se adorna y viste la hermosura”, según la imagen presente en un poema de Calixto Oyuela.
                                                          Muchos años después al transitar en el barrio de la Boca por la cortada Práctico Póliza, que nace en la calle Brandsen al 900 y  termina en Olavaria al 800,  una presencia en la nomenclatura porteña  dispuesta por Ordenanza Nro.  3877 del 14 de agosto de 1934, ratificada por Ordenanza Nro.  11.157 del 15 de diciembre de 1940, el instrumento que además dispuso –reseña Vicente Osvaldo Cutolo en su obra en dos tomos “Buenos Aires Historia de sus calles y sus nombres” (1988)-, descubrir una placa recordatoria con la inscripción: “Práctico Póliza, Francisco. Héroe civil. Bello ejemplo de heroísmo. Entereza moral y firmeza”,  me interrogué sobre el posible vínculo del allí homenajeado marino con el autor del mismo apellido y nombre de  aquellos versos que dicen o rezan: “Tengo la pipa/ de mi papá:/ ámbar y espuma,/ frutos de mar./ La pipa sabe/ la ley del mar. Fue marinera/ y compañera/ de mi papá./ Murió mi padre/ por ley del mar. Tengo la pipa,/ beso la pipa/ de mi papá./ Por sus recuerdos:/ cofre y amor,/ rescoldo y gozo/ del corazón; y sus colores/ tueste y albar/ y oro ambarino,/ dulce es fumar. Fue marinera/ de río y mar;/ eso es la pipa/ de mi papá./ Busco alegría,/ busco la paz:/ eso es la pipa/ de mi papá./ Tuve tabaco,/ no tengo más…/ ¡ni hay en la pipa/ de mi papá!/ Tengo la pipa,/ miro la pipa,/ beso la pipa/ de mi papá.”      
                                                                   Finalmente advertí que se trataba del padre del poeta, efectivamente muerto “por ley del mar”, aunque en el río Paraná cuando  en junio de 1931 el  barco de bandera sueca “Anglia” en el que viajaba como práctico, fue embestido por el vapor español Agire-Mendi, frente a San Nicolás de los Arroyos. Póliza organizó el salvamento de la tripulación, incluido el capitán, pero se negó  a abandonar el barco y se hundió con él. Ese sacrificio -sigue informando Cutolo-, determinó la instalación en el punto del siniestro de una boya verde y que cada buque que pasa frente a ella  salude ese recordatorio con un prolongado toque de silbato.                                 A partir del conocimiento del vínculo entre uno y otro Póliza,  me interesé por hallar datos sobre la vida y labor lírica de Francisco Juan, nacido el 6 de abril de 1894 y fallecido el 17 de enero de 1971. Al rastrearlos luego de fracasar en la Hemeroteca Nacional en la búsqueda de algún artículo necrológico suyo en fecha próxima a su muerte en los periódicos de mayor tirada, comprobé que Antonio J. Bucich, en “La Boca del Riachuelo en la historia” (1971), lo destacó entre los más importantes artistas del barrio: “Autor de La pipa de mi papá, una poesía que dio título a un libro de denso contenido lírico, cuyo reciente deceso ha dejado trunca una producción vasta y variada”
                                                               Sin embargo es alguien poco recordado hoy, salvo algunas  evocaciones suyas de la desaparecida escritora y periodista Cora Bertolé de Cané en Clarín Porteño, la sección a  su cargo  que apareció durante  cincuenta y siete años ininterrumpidos en la última página del matutino fundado por Roberto Noble. Por ejemplo el 27 de agosto de 2007, Cora Cané memoró así a su viejo amigo y colega: “Fue Francisco un ser sencillo, modesto, bondadoso, muy querido en las reuniones de gente de artes y letras, cuando nadie hablaba de dólares y de poder  y riquezas. Ejerció el periodismo y participó de numerosas entidades de solidaridad y cultura. Escribió el poema más tierno, escrito por un hombre que era todo ternura: La pipa de mi papá.” Y antes, en octubre de 1996, en una conferencia pronunciada con motivo de cumplir ese año, setenta de su fundación el Ateneo Popular de la Boca, otro de sus amigos: Carlos Gregorio Romero Sosa, caracterizó a Póliza como un caballero andante de la solidaridad y el buen gusto artístico.    
                                                              De profesión farmacéutico: “Soy farmacéutico/ de triaca y songa/ porque mi espíritu/ siempre rezonga/ del formulario/en particular/(…) Horas perdidas,/ acre sentir,/ en la impotencia/ para servir, se confesó con un sencillismo en mucho tributario del Fernández Moreno del poemario “Yo, médico. Yo, catedrático”, y según dato aportado por el antiguo médico traumatólogo del nosocomio, doctor Humberto Ghermek, presidió  la Cooperadora del Hospital Argerich al que dedicó un extenso poema también de clima cuasigalénico, que comienza evocando la historia de ese centro de salud creado en 1897: “Hospital del Buen Amor,/ de la Piedad repartida,/cómo vaga tu recuerdo/ en la ribera transida.”  
                                                              Fue notoria además su actuación en las instituciones culturales del barrio, como el citado Ateneo Popular de la Boca, fundado en 1926 por el historiador y periodista Antonio J. Bucich; e  Impulso Agrupación de Gente de Arte y Letras de la Boca, que instituyeron en 1940 un grupo de artistas plásticos, entre ellos Fortunato Lacámera, Juan Carlos Miraglia, Orlando Stagnaro,  José Luis Menghi y el escritor y cronista José Pugliese, autor del libro “Páginas de historia de la Boca del Riachuelo. Allí Póliza, vocal de la Comisión Directiva en 1948 y prosecretario en el período 1953-1955 cuando ejercía la presidencia Antonio Porchia, el autor de “Voces”, creó la orden  de La Pipa Marinera, para distinguir a figuras representativas de la cultura barrial, la que se solía entregar luego de las disertaciones de los premiados  en su tradicional sede de la calle Lamadrid al 355. (En el archivo del Museo Benito Quinquela Martín, a cargo de Walter Caporicci Miraglia, se conserva algún material fotográfico de las actividades de Póliza que el nombrado puso a mi disposición).
                                                          Este boquense de ley, afincado en Martín Rodríguez entre Wenceslao Villafañe y Aristóbulo del Valle, fue compañero  y vecino de otros  poetas como sus contemporáneos Francisco Isernia que vivía en la calle Patagones al 500 –hoy Enrique Finochieto-; José González Carbalho, en Ruiz Díaz de Guzmán 79; Roberto Mariani, el integrante del Grupo de Boedo, nacido en la calle Suárez en las proximidades de las vías del Ferrocarril Sur;  y del mucho más joven que todos ellos, Héctor Miguel Ángeli,  habitante hasta casi su muerte en Alvar Nuñez 196.         
                                                      Entre sus quehaceres profesionales y las tertulias culturales, ajeno por  despreocupación bohemia a la exigencia del  “Nulla dies sine linea” que atribuyó  Plinio el Viejo al griego Apeles, Póliza fue escribiendo poemas  los que reunió algo tardíamente en  un libro, en 1963. Sin duda debido a esa morosidad  para editar y al hecho de no colaborar en las revistas que marcaban el canon literario del momento, como Nosotros que sí acogió  los versos juveniles de Francisco Isernia, es que no figuró  en las antologías publicadas en las primeras décadas del siglo. Roberto Giusti prologuista en 1925 del libro Vuelos de Isernia, no lo mencionó en “Nuestros poetas jóvenes”. No figuró en la “Exposición de la Poesía Argentina” (1927) organizada por  Pedro Juan Vignale y César Tiempo  y ni siquiera mereció la crítica irónica de Francisco Soto y Calvo en la galería de “Los maullantinos poetas del arca de Noé.”
                                                              El título de ese libro en el que reunió sus poemas en 1963, corresponde al del más representativo de ellos: “La pipa de mi papá”. La ilustración de la tapa del volumen que lleva por subtítulo “Variaciones sentimentales”, la realizó el pintor y grabador Luis Ferrini (1898-1954), otro de sus vecinos del barrio. Ferrini, en la juventud,  fue  alumno de dibujo de Alfredo Lázzari, artista originario de Lucca y uno de los introductores junto a Faustino Brughetti y Martín Malharro del impresionismo en la Argentina y perteneció  después al círculo de Benito Quinquela Martín quien lo promovió a la cátedra de dibujo y pintura en la Escuela Museo de la Boca. Pero lo podría haber ilustrado el mismo poeta, ya que gustaba del dibujo y solía obsequiar rápidos bocetos en tinta a sus amigos y conocidos.
                                                              Las 200 páginas de la colección evidencian que su autor  no pretendió más que seguir los dictados de su inspiración, sin importarle las modas en materia literaria y menos adscribir a vanguardismo alguno. La cronología da cuenta que en el año de su nacimiento también vino al mundo el cordobés Juan Filloy, que al siguiente lo hicieron Ezequiel Martínez Estrada y Alfredo Bufano y en 1897, Juan L. Ortiz y Luis Cané; sin embargo poco o nada que ver tuvo con la generación de ellos, pese a que tampoco los nombrados coincidieron en inquietudes estéticas e ideologías.
                                                             Los poemas de Póliza son de corte formal abundando los de metro corto, consonantes o asonantes. En muchos casos de temática repentista, abundan los romances, romancillos, coplas, décimas y uno que otro soneto de factura clásica, donde más allá de alguna vacilación en la acentuación, lo revelan conocedor de la técnica y sin duda buen lector de Quevedo y sobre todo de Lope. Pruebas al canto el tono elegiaco de los dos últimos  endecasílabos del siguiente soneto :  “Me quiero consolar con un soneto/ y me señala la medida justa/ donde donaire e idea me regusta./ No tengo nada que decir, ni objeto./ Empiezo por pensar: estoy sujeto./ Llevo un veneno a mi cabeza adusta/ como a un caballo chúcaro la fusta./Olvido sufro y quedo recoleto./ Al gozo de vivir encuentro suerte/ que por ello presento mi fortuna,/ ese consuelo pronto me alucina./ El soneto cernido ya me aduna,/ en un descuido llego hasta la muerte/ y comprendo que nada me ilumina.”
                                                         Si en gran parte  de la producción incluida en “La pipa de mi papá”, además de un trasfondo religioso afín con su concurrencia dominical a la parroquia de San Juan Evangelista –templo puntal de la Boca católica que historió el sacerdote salesiano Juan Belza-, piedad evidenciada en  sueltos y  tiernos villancicos navideños y en saetas de cuaresma, o de un buen número de  poemas dirigidos a la niñez, se advierte en otros versos una mirada nostálgica y añorante de horas lejanas y felices: Quién pudiera  degustarlas/ en la vejez que me abruma”, sentenció al memorar entristecido la casona de la abuela. Antes  lo había experimentado Flaubert: “Los recuerdos no pueblan la soledad, la ahondan. 
                                                  Sin renunciar al intimista aire barrial, rechazó la inevitable  decoración con conventillos,  la  exaltación de corte turístico del color local y en cambio fue solidario con las existencias grises de sus habitantes: “Yo miro las gaviotas cuando bajan/ sobre las aguas quietas del Riachuelo. O bien: “De la Boca hasta Barracas/ sigue la niebla brotando,/ sus volutas son hamacas/ de la luz que están tapando.” Solo que esa niebla que enmarca parte de la producción de Póliza, es algo que al difuminar los paisajes exteriores e  interiores los endulza sin hacerlos tenebrosos, como aquella otra bruma de los puertos exóticos a los que arribó trotamundos y cantó Héctor Pedro Blomberg. De ese modo  los idealizados barcos de Póliza y sobre todo sus marinos, aun con la carga de la tragedia paterna a flor de piel, aparecen vivos más allá de su rescate del pasado. Vivos los náufragos y los inmigrantes empujados a ese rincón porteño con acento genovés a finales del siglo XIX. Y por cierto vivo el autor de sus días, gracias a la pirueta poética de erigirlo en su propio norte esperanzado: “Como navegaba/ era marinero/ de todos los mares,/ de todos los tiempos,/ de todos los ríos,/ de todos los puertos. Tenía los astros/ en sus derroteros,/ en su corazón/ que estaba en el cielo./ Volvía y partía/ partiendo y volviendo,/ del mar se traía/ los viejos secretos./ Como navegaba/ era marinero,/ me trajo un regalo/ de amor y de fuego./ Nostalgia paterna/ que nutre el recuerdo./ Yo tengo una brújula./ Yo tengo el lucero.”  

                                                  Sí, esos viejos lobos  de mar que inspiran y recorren el libro de Póliza, se muestran familiares, cercanos a su corazón y también al de los lectores, en vez de ser la imagen  de los apurados visitantes de lenguas extranjeras en busca de aventuras sexuales en los bajos fondos, los marineros que “Besan y se van.  Dejan una promesa (y) no vuelven nunca más”  en el Farewell de Pablo Neruda.                            
   (Carlos María Romero Sosa, se publicó en La Prensa, el 16 de febrero de 2020)


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