El pasado 11 octubre de 2014 se cumplieron ciento cuarenta años del nacimiento -en la entrerriana localidad de Nogoyá- del doctor Antonio Sagarna, jurista, historiador, docente universitaria y miembro de las Academias Nacionales de
A pesar de esa
extensa trayectoria pública, al pronunciarse su nombre se lo asocia al juicio
político que le entabló el peronismo en 1946, junto a los otros miembros del Alto
Tribunal: Benito Nazar Anchorena y Roberto Repetto y al Procurador General Juan
Álvarez.
Vale la pena
recordar aquellos hechos en el presente, cuando con tanta facilidad se intenta desde
el poder aplicar ese remedio constitucional extremo para amedrentar o
directamente castigar a ciertos magistrados. Bien lo había anticipado Thomas Jefferson
al destacar cuando se discutió la constitución de Filadelfia, que el juicio
político puede representar una máquina formidable en manos de la fracción
política dominante. (Más allá de que durante su gestión presidencial se lo
promovió contra el juez Samuel Caza y que el propio Padre Fundador de los
Estados Unidos de América pretendió enjuiciar
por traición a la patria al vicepresidente Burr.)
Le cupo al
socialista Alfredo L. Palacios actuar
como defensor del acusado Sagarna, finalmente destituido del cargo. La labor del
tribuno quedó plasmada en el libro “La Corte Suprema ante el
Tribunal del Senado” (Buenos Aires, 1947), donde en algún pasaje elogió con
hidalguía al senador peronista Pablo Ramella, el constitucionalista y escritor
sanjuanino. Una frase sin embargo de Palacios, tal vez no registrada en la obra
y sí en los periódicos de la época proferida después de que bajo amenaza de ser
desalojado por la fuerza pública debió abandonar el lugar desde donde
articulaba su defensa, da cuenta del ambiente en que se desarrolló aquel proceso:
“cuando los acusadores son enemigos del
acusado, no hay tribunal ni hay justicia”, exclamó a viva voz el primer
diputado socialista de América.
No obstante las reprochables e indecorosas
medidas que el oficialismo desplegó en la ocasión impidiendo la comparecencia de
testigos y obstaculizando la labor del defensor, las que viciaron el proceso; con
ecuanimidad deberá reconocerse hoy, y
ello al alcanzar la ciudadanía alguna
madurez democrática fruto de su ejercicio sin interrupciones desde 1983, que la
famosa acordada de la Corte
Suprema de fecha 10 de septiembre de 1930 que legitimó el poder “de facto” del dictador
Uriburu mediante artilugios del tenor de “cualquiera
que pueda ser el vicio o deficiencia de sus nombramientos o de su elección,
fundándose en razones de policía y necesidad”, o de “que el gobierno provisional que acaba de constituirse en el país, es
pues, un gobierno de facto, cuyo título no puede ser judicialmente
discutido con éxito por las personas en
cuanto ejercita la función administrativa y política derivada de su posesión de
fuerza como resorte de orden y seguridad social”, abrió la caja de Pandora de buena parte de los males de la Argentina. En rigor no sólo
de índole político como que el genocidio de los años setenta fue una cuestión
moral antes que política. Esa objetable tesis de aceptar como hecho
consumado “por razones de policía y necesidad” la interrupción institucional -fundamento de
la acusación de 1946- representó un
baldón para la República y en especial
para la credibilidad de la justicia que lejos de encaminarse hacia el arte de lo bueno y lo equitativo en
la clásica definición del romano Juvencio Celso, se transformó en la
salvaguarda de los dictadores.
Por lo mismo, mirándolo
en perspectiva histórica, es de lamentar
la participación en la confección de ese instrumento de alguien carente de
perfiles autoritarios y reaccionarios como Antonio Sagarna; máxime si nos
remontamos a su tesis doctoral que versó, demostrando su espíritu progresista,
sobre la inconstitucionalidad de la ley de extrañamiento de extranjeros por
motivos políticos. Además este hijo de un trabajador rural del que “suena
a sarcasmo, llamarle representante de la oligarquía o amigo del privilegio”, como enfatizó su
defensor, demostró una probada vocación latinoamericanista según da cuenta su
ensayo “La América
Latina frente a sí misma”, un opúsculo que publicó la Universidad del Litoral en
1943 y escribió cuando pocos en el país miraban hacia el interior del
Continente. También sostuvo un ideario imbuido en la mejor tradición
federalista, la que supo exaltar en sus estudios históricos sobre la efímera República
de Entre Ríos proclamada por el caudillo Francisco Ramírez y disuelta en 1821 con la llegada del
gobernador Lucio Mansilla. Y por si fuera poco estuvo consustanciado con las
ideas solidarias del cooperativismo propuesto por el economista Charles Gide. Por
eso quizá sea menester coincidir en que “el
gobierno que lo acusó en un juicio político y lo destituyó, podría haber
encontrado buena recepción en temas sociales
por parte de este honorable juez”, como escribió Héctor José Tanzi
en su “Historia ideológica de la Corte Suprema de Justicia de
la Nación (1930-1947)”. Y
finalmente admitir que resultó ser peor el remedio que la enfermedad, porque si
bien el pedido de juicio político que presentó el diputado Rodolfo Decker pudo
tener razonabilidad en cuanto a que la Corte Suprema de Justicia no
estuvo a la altura de las circunstancias
frente a los golpes de Estado de 1930 y
1943, el proceso que siguió fue espurio y malintencionado como se desprende del
fundado alegato de Palacios. Así pues, error a error en materia institucional o
peor aún violación a violación del estado de Derecho se desquiciaron en el país
los valores republicanos.
Antonio Sagarna murió en Buenos el 28 de
junio de 1949. Para concluir anotaré que
he hallado en el archivo paterno varias
cartas suyas fechadas a partir de 1943, demostrativas todas ellas de la
generosidad intelectual y la sencillez de quien más allá de desempeñar en esos
tiempos la más alta magistratura judicial, se aplicaba solícito a responder de
su puño y letra y elogiar los primeros ensayos historiográficos surgidos de la
pluma de su -para ese tiempo- veinteañero interlocutor epistolar.
Carlos María Romero Sosa Se publicó en Salta Libre el 30 de diciembre de 2014.-
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