Frescas aún las emociones
despertadas por el eclipse lunar del 27 de septiembre último observable a
simple vista en nuestro cielo, un hecho que resultó coincidente con el anuncio
de la NASA sobre
la existencia de agua en estado líquido en Marte, sería del caso recordar la vigorosa
personalidad de Martín Gil del que se
cumplirán en diciembre de este año seis décadas de su muerte. Nacido cordobés
en 1868, tres años antes de la fundación por el presidente Sarmiento del
Observatorio Astronómico de Córdoba puesto bajo la dirección del sabio
norteamericano Benjamín Gould, fue en
vida un apasionado estudioso del sol y los fenómenos celestes, meteorólogo y
director en 1930 de la Oficina Meteorológica
Argentina y, sobre todo, ameno difusor
de la astronomía en páginas dignas de leerse y reeditarse; demostrativas de que también en su caso como en
el de Urania, la musa griega de la astronomía y la poesía didáctica, aquella
ciencia y el arte de divulgarla se hallaban plenamente hermanados.
En alguna ocasión narró que de niño ejecutaba la guitarra para solaz de un
ya anciano Sarmiento, gran amigo de su
padre, un notorio jurista que elegido diputado nacional por su provincia
mediterránea se había trasladado con la familia a la porteña calle Alsina frente a la iglesia de
San Juan.
Lo cierto es que con los años y ya cumplida en Martín Gil la vocación
científica de interrogar nuestro cielo, al recoger con su pluma datos propios
de las disciplinas exactas de su afición, ellos cobraban dimensión poética y
despertaban en los lectores, antes que el vértigo de cara al infinito, la
emoción frente al trasmitido espectáculo cósmico. Participó así al público, con
palabra iluminadora, de muchos misterios
de la noche en libros tales como “Cosas de arriba” (1909) merecedor de un
prólogo de Ángel Gallardo, “Celestes y cósmicas” (1917), “El anillo
desaparecido” (1930)”Mirar desde arriba” (1930), “Nuestra Cruz del Sur” (1943)
o “Del cielo y de la tierra” (1946), los que dan una idea de su profusa
bibliografía la que contiene además varios títulos de obras costumbristas no
exentas de humor.
Su
comprovinciano Arturo Capdevila, que en “El libro de la noche” le dedicó una
composición y que más tarde seleccionó y prologó sus escritos para una
antología publicada por la Academia
Argentina de Letras en 1960 –corporación de la que Martín Gil
fue miembro de número lo mismo que de la Academia de Ciencias de Córdoba-, cuenta que en
las primeras décadas del siglo XX, los caminantes de la Avenida Argentina ,
al cruzar la calle de la Independencia de la
ciudad fundada por Cabrera, se preguntaban si una cúpula instalada en las
proximidades correspondía a alguna nueva iglesia. Y no: era el observatorio de
Martín Gil, desafiante en la conventual y algo oscurantista Córdoba que años antes: en 1896, había sido testigo
de la presencia allí de Rubén Darío que compuso en la ciudad del Suquía su
“Elogio a Fray Mamerto Esquiú”, aquel varón de Dios en absoluto intolerante y
orador de la
Constitución.
Y es que
el joven Martín Gil abría su mente y daba la espalda a todo principio contrario
al avance de la civilización, instando con
su ejemplo a que así actuaran sus coterráneos. Abrevaba entusiasta en la
ciencia astronómica con el mismo espíritu progresista que en otras ramas del conocimiento
lo hacían también compañeros suyos de
generación como Luis Agote, Juan B. Justo, Miguel Lillo o Juan Bautista Ambrosetti,
productos todos de la corriente positivista decimonónica.
Este hombre
polifacético se desempeñó igualmente en la función pública como ministro de
Obras Públicas del gobernador Ramón J. Cárcano, integró el Consejo Nacional de
Educación y fue legislador provincial y
nacional. En 1936 publicó “Milenios, planetas y petróleo”. Lo hizo después de
haber viajado a Tartagal -cuando era gobernador de Salta don Avelino Aráoz- por
invitación de la compañía Standard, uno
de los “trust” petroleros instigadores de la Guerra entre Paraguay y Bolivia librada hasta
1935 y que en el país explotaba los hidrocarburos descubiertos en el Chaco
Salteño.
Se podrá
objetar o no la posición de Martín Gil en extremo complaciente con las
inversiones extranjeras, muy propia de su ideario liberal conservador que le
dictó en el primer capítulo de la obra y en franca contradicción con la
posición nacionalista en la materia de los generales Mosconi y Baldrich y del
legislador socialista y político reformista Julio V. González, conceptos del
siguiente tenor: “Conozco algo de las
interminables discusiones y de las confusiones lamentables, de las
tergiversaciones maliciosas a que ha dado lugar en nuestro país el llamado
problema del petróleo. Las inculpaciones a los gobiernos de las provincias de
Salta y de Jujuy, por haber otorgado concesiones a empresas particulares para
la explotación de sus yacimientos petrolíferos; las incitaciones a las Cámaras
y al Gobierno para monopolizar la industria del petróleo; el ataque suicida
llevado a los grandes capitales extranjeros que aspiran a actuar con nosotros
mediante concesiones ajustadas a todas nuestras leyes”. A un lado pues su privatismo algo ingenuo
visto en perspectiva actual, el libro es sabroso y aborda con palabra fácil
intrincados temas geológicos. Conservo un ejemplar que Martín Gil obsequió a mi
abuelo paterno: Daniel Policarpo Romero, ex legislador, funcionario público y profesor de geografía y cosmografía
en el Colegio Nacional de Salta hasta su jubilación en 1926. Al acceder a
ese beneficio, su trayectoria docente
fue celebrada por Juan Carlos Dávalos en un poema jocoso que le dedicó y fue
publicado por entonces en los medios locales.
Carlos María Romero Sosa. Se
publicó en Salta Libre el 12 de octubre de 2015
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