viernes, 27 de noviembre de 2015

UN DIFUSOR DE LA ASTRONOMíA

                                           
 


                                                    Frescas aún las emociones despertadas por el eclipse lunar del 27 de septiembre último observable a simple vista en nuestro cielo, un hecho que resultó coincidente con el anuncio de la NASA sobre la existencia de agua en estado líquido en Marte, sería del caso recordar la vigorosa personalidad de  Martín Gil del que se cumplirán en diciembre de este año seis décadas de su muerte. Nacido cordobés en 1868, tres años antes de la fundación por el presidente Sarmiento del Observatorio Astronómico de Córdoba puesto bajo la dirección del sabio norteamericano Benjamín Gould,  fue en vida un apasionado estudioso del sol y los fenómenos celestes, meteorólogo y director en 1930 de la Oficina Meteorológica Argentina y, sobre todo,  ameno difusor de la astronomía en páginas dignas de leerse y reeditarse;  demostrativas de que también en su caso  como en  el de Urania, la musa griega de la astronomía y la poesía didáctica, aquella ciencia y el arte de divulgarla se hallaban plenamente hermanados.
                                                En alguna ocasión narró que de niño ejecutaba la guitarra para solaz de un ya anciano Sarmiento,  gran amigo de su padre, un notorio jurista que elegido diputado nacional por su provincia mediterránea se había trasladado con la familia a la  porteña calle Alsina frente a la iglesia de San Juan.
                                                Lo cierto es que con los años y ya cumplida en Martín Gil la vocación científica de interrogar nuestro cielo, al recoger con su pluma datos propios de las disciplinas exactas de su afición, ellos cobraban dimensión poética y despertaban en los lectores, antes que el vértigo de cara al infinito, la emoción frente al trasmitido espectáculo cósmico. Participó así al público, con palabra iluminadora,  de muchos misterios de la noche en libros tales como “Cosas de arriba” (1909) merecedor de un prólogo de Ángel Gallardo, “Celestes y cósmicas” (1917), “El anillo desaparecido” (1930)”Mirar desde arriba” (1930), “Nuestra Cruz del Sur” (1943) o “Del cielo y de la tierra” (1946), los que dan una idea de su profusa bibliografía la que contiene además varios títulos de obras costumbristas no exentas de humor.
                                           Su comprovinciano Arturo Capdevila, que en “El libro de la noche” le dedicó una composición y que más tarde seleccionó y prologó sus escritos para una antología publicada por la Academia Argentina de Letras en 1960 –corporación de la que Martín Gil fue miembro de número lo mismo que de la Academia de Ciencias de Córdoba-, cuenta que en las primeras décadas del siglo XX, los caminantes de la Avenida Argentina, al cruzar  la calle de la Independencia de la ciudad fundada por Cabrera, se preguntaban si una cúpula instalada en las proximidades correspondía a alguna nueva iglesia. Y no: era el observatorio de Martín Gil, desafiante en la conventual y algo oscurantista  Córdoba que años antes: en 1896, había sido testigo de la presencia allí de Rubén Darío que compuso en la ciudad del Suquía su “Elogio a Fray Mamerto Esquiú”, aquel varón de Dios en absoluto intolerante y orador de la Constitución. 
                                       Y es que el joven Martín Gil abría su mente y daba la espalda a todo principio contrario al avance de la civilización,  instando con su ejemplo a que así actuaran sus coterráneos. Abrevaba entusiasta en la ciencia astronómica con el mismo espíritu progresista que en otras ramas del conocimiento lo hacían  también compañeros suyos de generación como Luis Agote, Juan B. Justo, Miguel Lillo o Juan Bautista Ambrosetti, productos todos de la corriente positivista decimonónica.
                                    Este hombre polifacético se desempeñó igualmente en la función pública como ministro de Obras Públicas del gobernador Ramón J. Cárcano, integró el Consejo Nacional de Educación  y fue legislador provincial y nacional. En 1936 publicó “Milenios, planetas y petróleo”. Lo hizo después de haber viajado a Tartagal -cuando era gobernador de Salta don Avelino Aráoz- por invitación de la compañía  Standard, uno de los “trust” petroleros instigadores de la Guerra entre Paraguay y Bolivia librada hasta 1935 y que en el país explotaba los hidrocarburos descubiertos en el Chaco Salteño.
                                    Se podrá objetar o no la posición de Martín Gil en extremo complaciente con las inversiones extranjeras, muy propia de su ideario liberal conservador que le dictó en el primer capítulo de la obra y en franca contradicción con la posición nacionalista en la materia de los generales Mosconi y Baldrich y del legislador socialista y político reformista Julio V. González, conceptos del siguiente tenor: “Conozco algo de las interminables discusiones y de las confusiones lamentables, de las tergiversaciones maliciosas a que ha dado lugar en nuestro país el llamado problema del petróleo. Las inculpaciones a los gobiernos de las provincias de Salta y de Jujuy, por haber otorgado concesiones a empresas particulares para la explotación de sus yacimientos petrolíferos; las incitaciones a las Cámaras y al Gobierno para monopolizar la industria del petróleo; el ataque suicida llevado a los grandes capitales extranjeros que aspiran a actuar con nosotros mediante concesiones ajustadas a todas nuestras leyes”.   A un lado pues su privatismo algo ingenuo visto en perspectiva actual, el libro es sabroso y aborda con palabra fácil intrincados temas geológicos. Conservo un ejemplar que Martín Gil obsequió a mi abuelo paterno: Daniel Policarpo Romero, ex legislador, funcionario  público y profesor de geografía y cosmografía en el Colegio Nacional de Salta hasta su jubilación en 1926. Al acceder a ese  beneficio, su trayectoria docente fue celebrada por Juan Carlos Dávalos en un poema jocoso que le dedicó y fue publicado por entonces en los medios locales.  


Carlos María Romero Sosa. Se publicó en Salta Libre el 12 de octubre de 2015   

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