jueves, 21 de julio de 2016

MI PADRE, EL DANTÓFILO MARIO AMADEO Y UN TRADUCTOR ARGENTINO DE "LA DIVINA COMEDIA"

   MI PADRE, EL DANTÓFILO MARIO AMADEO, Y UN TRADUCTOR ARGENTINO DE LA DIVINA COMEDIA

                            A finales de septiembre de 1957, mi padre,  remitió con destino a la biblioteca de la Sociedad Argentina de Estudios Dantescos fundada seis años antes, y para entonces con sede en la calle Libertad 555, un opúsculo de su propiedad -publicado en Salta en 1922- con el poema  “A Dante Alighieri” del sacerdote italiano Domingo Tamboleo. Acompañaba a esa donación una carta dirigida al fundador y presidente de la entidad, Gherardo Marone (1891-1962), crítico  y traductor al italiano del “Martín Fierro” y de las novelas “La gloria de Don Ramiro” y “Zogoibi” de Enrique Larreta. Le expresaba allí Carlos Gregorio Romero Sosa que de acuerdo con lo conversado con varios de los miembros y colaboradores de la institución -quizá Jorge Max Rohde, o José León Pagano, o su comprovinciano Juan Carlos García Santillán, o Alberto Obligado Nazar, un sobrino de mi madre, la escritora y periodista Lía Gomez Langenheim-,  le sería por demás grata su inclusión como orador en algún próximo ciclo de conferencias. Ignoro porqué no se concretó la misma, al menos hasta 1963[1], pero conservo en mi poder los apuntes de la proyectada charla sobre el arabista español Miguel Asín Palacios y su obra “La escatología musulmana en la Divina Comedia”, erudito sobre el que tanto conversó después con don Claudio Sánchez Albornoz cuando la visitaba en su departamento de la calle Anchorena y Arenales.
                          Pasaron los años y en diciembre de 1981, Mario Amadeo me obsequió su libro “Dante siempre”, editado ese mismo año en Buenos Aires. La obra compendia y desarrolla las seis conferencias del político, diplomático y hombre de letras argentino fallecido en 1983, pronunciadas justamente  en la tribuna de la Sociedad Argentina de Estudios Dantescos. Recuerdo que mientras me firmaba el ejemplar,  mencionó cuánto sentía la ausencia de algunos párrafos sobre Dante a lo largo de la correspondencia sostenida con mi padre décadas atrás, un intercambio de cartas más bien con consideraciones políticas y mechado con evocaciones de don Octavio R. Amadeo y del sacerdote Juan José Iriarte Amadeo, un pariente común, que después -en 1957- fue primer Obispo de  Reconquista y finalmente Arzobispo de Resistencia; un prelado que influyó mucho sobre el padre Carlos Mujica y su opción por los pobres.
                           Lo cierto es que el aludido correo se inició en diciembre de 1955 luego de la detención del  ex canciller del defenestrado general Eduardo Lonardi por un golpe palaciego dentro del golpe contra Perón, acusado Amadeo de conspirar contra el gobierno del general  Aramburu. Al memorar aquellas cartas vino a demostrarme que conocía y tenía presente las inquietudes al respecto de su lejano interlocutor epistolar, a la sazón un escritor treintañero de diversificados intereses culturales que, en lo atinente a Dante, se intensificaron a partir de los diálogos frecuentes en el claustro de profesores de la Escuela Argentina de Periodismo con sus colegas los catedráticos Duilio Ferraro, con el pensador nacional  -discípulo de Rodolfo Mondolfo- Juan José Hernández Arregui y con Luis Alberto Murray, gran lector del florentino como lo prueban los epígrafes de la Commedia que anteceden a varias de sus composiciones líricas así como su extenso poema en endecasílabos  “A Dante”  incorporado en el libro “De pie entre los relámpagos”.   
                           Sin abusar de las confidencias, me es grato hacer memoria de aquella mención paterna por parte del  autor de “Dante siempre” que ahora releo y   al hacerlo tomo nota, en primer lugar, de la influencia del pensamiento del Alighieri sobre varias figuras del nacionalismo conservador, maurrasiano  y  clerical argentino. Así, por ejemplo, será de destacar que Ernesto Palacio tradujo del latín el tratado  “Monarchia”. Que el antes mencionado Juan Carlos García Santillán escribió entre otros muchos ensayos dantescos, “Influjos del ’román courtois’ sobre la obra de Dante”. Que Tomás Casares -serio tomista y no creo que maurrasiano- gustaba citar de memoria versos de la “Comedia”en sus clases universitarias; sin olvidar tampoco que la introducción a la traducción castellana del libro “Dante y la filosofía”, del pensador tomista francés Étienne Gilson, corresponde al polémico Carlos A. Disandro, un personaje ultramontano, “cismático” a juicio del padre Leonardo Castellani[2], situado a la derecha de los nombrados y en especial del Mario  Amadeo de los años finales, tan preocupado durante la última dictadura por las violaciones de los derechos humanos  y miembro permanente no gubernamental  de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas con asiento en Ginebra.
                              En cuanto a “Dante siempre”, ya en las Palabras Preliminares se anuncia que las citas en español de “La Divina Comedia” incluidas en los capítulos y antes en las conferencias que los originaron, corresponden a las traducciones de Bartolomé Mitre y de Ángel J. Battistessa, en realidad dos de las tres únicas completas del poema hasta entonces llevadas a cabo en la Argentina y por argentinos,  de tomar como tercera la algo arbitraria de Francisco Soto y Calvo publicada en 1941 y de obviar por ser su autor italiano aunque afincado un tiempo en Buenos Aires, la de Enrique Martorelli Francia editada en México en 1967.   Todo lo anotado antecede naturalmente  la publicación en 2002 de la versión de Antonio Jorge Milano; más allá de que también Jorge Max Rohde haya vertido al castellano varios Cantos recogidos en su libro “Dante y su sombra[3] y que recientemente el poeta Jorge Aulicino dio a conocer, con ilustraciones de Carlos Alonso, una original versión del poema inmortal de algún modo argentinizado en el lenguaje por su pluma.
                              
                                   No es cuestión de reseñar aquí el ensayo del doctor  Amadeo por no ser el presente trabajo una nota bibliográfica como la conceptuosa que en su momento firmó en La Nación Ángel Mazzei[4].  Sin embargo, vale la pena puntualizar que las cuatro secciones  que lo componen, a saber: Poeta y filósofo del imperio, El tema de la adversidad política, La Madre Iglesia y El justiciero, revelan el profundo, antiguo y decantado conocimiento  del tema, tal como se desprende de los novedosos enfoques y las precisas visiones y revisiones de la biografía y la obra de Dante.
                               Ante su lectura,  nadie podrá pasar por alto el hecho de que Mario Amadeo creyó en la actividad política vivida por él  con la pasión que inexorablemente conlleva aciertos y equivocaciones.  Sin tener una actitud  unidimensional, orientaba su mucho saber en varios órdenes del conocimiento hacia la sustentación de las nociones trascendentes de Nacionalidad, Universalidad, Libertad, Tradición  y Bien Común. Hombre de mundo en el mejor sentido de la expresión y persona de fe religiosa atenta a la advertencia del profeta Isaías:  “No se acuerden de las cosas pasadas, no piensen en las cosas antiguas; yo estoy para hacer algo nuevo”,  no posaba de  anacrónico, cosa rara entre los nacionalistas argentinos que creían armarse caballeros de cara a las páginas del ruso Nicolás  Berdiaef  de “Una Nueva Edad Media”,  hallaban ejemplo de gobernante en Felipe II y su “sentido profesional de la monarquía” -en verso de Ignacio B. Anzoátegui-,  de Pontífice en Alejandro VI, según la óptica revisionista de Orestes Ferrara, o pretendían con cierta iracundia a lo Juan Carlos Goyeneche la trasnochada reconstrucción del Virreinato del Río de la Plata. Más sereno, más fogueado y más maduro si se quiere, Amadeo supo acercarse al florentino después de equilibrar mente y corazón,  sin descontextualizarlo  pero también sin desatender  su realidad de observador contemporáneo que  ha   tomado nota de la enseñanza de los siglos. Eso sí,  no ocultó bajo el deslumbramiento admirativo sus “afinidades electivas” -para repetir a Goethe-  con el carácter de Dante, que sentía  amor y “fidelidad entrañable a la “patria chica” que tan ingrata le había sido”.
                                 Uno de los temas desarrollados en el libro corresponde al principio de Monarquía  Universal tal cual se desprende del “Discurso de Justiniano”, al termino del Canto 5to. del Paraíso, luego de la subida de los viajeros al “segundo reino” donde se hallan las almas de los que fueron espíritus activos. Destaca entonces el comentarista  argentino  que en el siguiente Canto -6to.- donde  Justiniano reprocha a  Constantino el traslado de la capital Imperial de Roma a Bizancio (y) “haber vuelto el vuelo del águila contra el curso del cielo”,  halla ocasión el propio Alighieri para lamentar su entorno fragmentado y acusar por boca del codificador del Derecho Romano a los gibelinos por su apropiación ilegítima de la autoridad imperial: Faccian li ghibellin, faccian lor arte/ sott altro segno che mal segue quella/ che la giustizia e lui diparte”. 
                                              El vuelo del águila -deduce entonces Amadeo- es una síntesis de las vicisitudes.(…) El vuelo termina con la resurrección del Imperio y la victoria del cristianismo: otro avizorado fin de la historia. Una perspectiva rebatible  hoy a la luz de la experiencia, que enseña que nada da  garantías de mejorar el mundo. Como que por siglos, desde España hasta Rusia pasando por Inglaterra, los soberanos se han  llamado “Cristianos”, proclamación más política que religiosa que poco repercutió  en la calidad y dignidad de vida de sus súbditos.  Amadeo no objetará sin embargo aquel anhelo medieval como condición de la plenitud terrenal, aunque tampoco, es evidente,  lo vio encarnarse en ninguna experiencia política conocida. Lejos estaban los tiempos de la santificación de la reaccionaria “Cruzada” franquista y de la dictadura de Oliveira Salazar por sus viejos camaradas de ruta. En cambio  mostrará  sus reservas a las tesis del florentino en otras cuestiones: Esta doctrina -la supremacía de Roma- resulta inaceptable en nuestro tiempo (…) La majestad de sus monumentos artísticos y la veneración que inspira la historia gloriosa de la Urbe no tienen proyección política”. Y sobre todo, aventados los prejuicios autoritarios inherentes a su  nacionalismo de derecha, dudará  de  que  libertad se garantiza mejor si el gobierno se concentra en un solo gobernante: “La historia nos muestra infinidad de ejemplos de gobiernos arbitrarios ejercidos por una sola persona y la misma palabra “tiranía” -empleada por Dante- se refiere con más frecuencia a una autoridad unipersonal que a los gobiernos colectivos”.   

                            Es de presumir que los desengaños en materia política y el enfrentarse al “mundo roto” que dimensionó Gabriel Marcel después de la Segunda Guerra, le dictaban a Mario Amadeo rever posiciones juveniles y poner entre paréntesis esquemas y dogmas de otrora. Sí asumía el desafío de imaginar el “contrapasso” dantesco -que podría vincularse en algo con la “restitutio”, el elemento dinámico que Santo Tomás de Aquino halla en la justicia conmutativa-; en equivalencia  -ese “contrapasso”- con las culpas sociales, no sólo individuales como la del cizañero trovador provenzal Beltrán del Bornio[5]. Y es de inferir que inspirado en Dante, también desvelara al comentarista representarse la autoridad supranacional capaz de legislar y ejecutar parecida fórmula penal.  “Hemos visto -concluye- cómo Dante Alighieri, que fue un ardiente patriota, propició la creación de una autoridad universal dotada de poderes superiores a los Estados en cuanto fuere necesaria para asegurar el bien común del género humano”. En los hechos, claro está, el diplomático de carrera y embajador ante las Naciones Unidas entre 1958 y 1962, se habrá esforzado por alejar de su espíritu el escepticismo resultante de comprobar  la incapacidad del Organismo para detener conflictos bélicos y evitar violaciones de los derechos humanos. Aunque ello no le hiciera perder la fe en sus semejantes, a los que nunca calificó como el Alighieri de “mala semilla de Adán”,  ni menos pensó con Sartre que el infierno son los otros. Quién sabe si más allá de compartir  poco en lo ideológico con Antonio Gramsci, no lo haya comprendido al final y hasta  hecho suyo el “pesimismo por inteligencia y optimismo por voluntad” del pensador marxista de “Diarios de la cárcel”.      


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                                En cambio de lo relatado con Mario Amadeo, mi padre no conoció en forma personal y ni siquiera por carta a Antonio Jorge Milano. Sin embargo no sería extraño que lo  hubiera visto y hasta quizás que se hubieran saludado en caso de encontrarse ambos en el ascensor o en la puerta del edificio de Laprida al 2100, cuando Milano concurría a visitar al escribano Cabred, nuestro vecino de piso, un hijo del médico alienista Domingo Cabred.  De éste,  pese a que (Milano) tenía seis años en 1929 cuando murió, se consideraba en muchos aspectos un discípulo y solía repetir su consejo: “Más asilos y menos monografías”, de cara a la recurrente emergencia sanitaria del país. 
                               En efecto, también Antonio después de graduarse en la Facultad de Medicina de Buenos Aires en 1948, se orientó a la psiquiatría, especialidad que ejerció hasta entrados los años ochenta en su consultorio del barrio de  Belgrano y en la clínica San Gabriel -bajo su dirección- en la localidad bonaerense de Adrogué.  Por sus inquietudes múltiples que iban desde las ciencias biológicas a las artes plásticas, desde los temas agrarios que lo convocaban para la explotación de su establecimiento rural situado en el uruguayo Departamento de Soriano, hasta la historia universal y la literatura y desde la genealogía a los estudios dantescos, este porteño nacido en 1923 mantenía viva en sí la tradición de los psiquiatras argentinos de formación multidisciplinaria y visión  humanista. Pese a su modestia tal vez tomó alguna conciencia de ello y de allí que no por casualidad  gustaba recordar a los maestros de la disciplina José Ingenieros, Gonzalo Bosch, Arturo Ameghino, José T. Borda, Alejandro Korn,  Nerio Rojas, Lucio. V. López;  y también mencionar con admiración y afecto a los colegas más próximos en el tiempo, como el sabio Osvaldo Loudet, el neurólogo y psiquiatra Hernani Mandolini -el boquense autor de “La tragedia heroica del genio”-, Marcos Victoria, el exiliado español Ángel Garma o Julio Lardies González, historiador de la especialidad y discípulo en España de Antonio Vallejo Nágera y de Pedro Laín Entralgo. 
                                Antes de retirarse de la profesión y a tiempo completo después, escribió y dio a la imprenta obras de diversos géneros: “Diálogos de un psiquiatra y un poeta” (1979) sobre sus conversaciones con la escritora Helena García de la Mata; la traducción de “El personaje de la Colina”, de Helena García de la Mata sobre grabados de Aída Carballo (2001), “Casa Milano de Amalfi” (2003), un estudio histórico, genealógico y heráldico de su familia paterna o “Vidas” (2005), ensayos biográfico-críticos sobre los creadores Alfredo Lazzari, Antonio Sibellino, Víctor Cunsolo, Marcos Tiglio, Oscar Pedro Capristo, Rubén Alberto Locaso y Enrique Luis Savio. 
                              Si bien siempre le interesó la figura de Dante y desde niño cultivó la lengua italiana, fue después de una larga estadía en Italia cuando se trazó el plan de traducir “La Divina Comedia”, un desafío que le demandó más de dos décadas de trabajo sin interrupción. “Mi traducción fue hecha en continuidad: ningún día dejé de trabajar en ella. Traducía aunque fuera diez minutos, cada día, hasta durante los viajes: me acuerdo de haber traducido parte de un  canto del Infierno en un hotel en Uruguay”, contó en un  reportaje en Página/12 el domingo 15 de junio de 2003. Lo efectuó con motivo de la aparición el año anterior -editados por Grupo Editor Latinoamericano-  de  los tres volúmenes  de su versión de “La Divina Comedia” con notas suyas y en “tercetos ritmados”, aunque sin la rima estricta de los originales, según explicó el propio Milano en el prólogo. Entre otras curiosidades, la obra además de recuperar en sus páginas las ilustraciones clásicas de Botticelli, Gustavo Doré o William Blake,  incluye otras de los artistas contemporáneos Oscar Capristo, Clelia Speroni y María Cristina Criscuola.               

                                        Fue Oscar Capristo precisamente, el que me vinculó con  el doctor Milano hacia mediados del año 2005 y, por esas vueltas  de la vida que nunca sabremos si anudan o libran de ataduras a la muerte, él y yo compartimos la tribuna del Ateneo Popular de la Boca el 16 de septiembre de 2006, en un acto de homenaje tributado  al pintor y amigo común fallecido el mes anterior. A partir de esa noche nos hablamos por teléfono más a menudo que antes y nos vimos con asiduidad por el resto de ese mes y durante los primeros días del siguiente. Le facilité en casa, donde venía siempre manejando su automóvil, el libro de Mario Amadeo que con honestidad  declaró no conocer. Pronto me hizo llegar  dedicada su traducción de “La Divina Comedia” en su correspondiente estuche de cartulina. Un presente del cual comprobé que además de la ejemplaridad  intelectual y laboriosidad a toda prueba que representa, es todo un objeto estético y quién sabe sino  mañana una joya a disputarse por coleccionistas y bibliófilos.
                             A mediados de octubre de ese año quedamos en visitarnos  cuando regresara él de su campo del Uruguay. El domingo 29 por la mañana leí en La Nación dos avisos fúnebres que participaban de su fallecimiento un par de días antes. Durante las jornadas siguientes busqué en los diarios una nota necrológica en forma infructuosa. Entonces até cabos: tampoco se le dio difusión a su versión de “La Divina Comedia”, un acontecimiento cultural retaceado con mezquindad.
                            Concluí resignado que la fama cabe en interesados espacios gráficos o televisivos, en tanto que lo valioso en serio, aquello que honra al espíritu humano, anda felizmente suelto y libre de estrategias comerciales quizás por la Eternidad...            

(Carlos María Romero Sosa. Se publicó en ÁPICES, Nro. 15. Buenos Aires, 2013)
   



[1]          DANTE, Boletín de la Sociedad Argentina de Estudios Dantescos, Año XIII, Buenos Aires, 1963.- 
[2]      Alberto Caturelli: La filosofía en la Argentina, Sudamericana, Buenos Aires, 1971, página 260.-
[3]       EUDEBA, Buenos Aires, 1970.-
[4]    Política, ética y poesía, La Nación, 1ero. De noviembre de 1981.-
[5]     (Infierno XXVIII, 142-145)

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