Las jornadas de
mediados de diciembre de 1930, llegaban con
varios temas como para discutir en la Argentina del primer golpe de
Estado triunfante del siglo XX. Algunos de ellos eran de gran impacto
internacional, así el levantamiento antimonárquico de Fermín Galán en Jaca
(España), pronto reprimido con dureza y al que siguieron fusilamientos
ejemplificadores. Y así otros de carácter cultural e histórico, como cierto
ingente revisionismo sobre el debido tributo de reconocimiento a su gloria y de
un más cabal conocimiento popular de la vida y la acción de Simón Bolívar, en
oportunidad del centenario de su muerte, a cumplirse el 17 de diciembre.
Precisamente en esa fecha, que caía en día miércoles, el desaparecido diario Crítica,
de gran tirada en el país, titulaba en la cuarta página -actualizando la figura
y el ideario republicano del vencedor de Carabobo-, en horas signadas por el
autoritarismo: “La reacción en la América Latina no honra a Bolívar”. Reseñaba a continuación el discurso que
para celebrar al Libertador pronunciara en la víspera -en Berlín- el profesor
Alfons Goldschmidt, con párrafos condenatorios para “el militarismo sin grandeza” de las dictaduras imperantes en Perú,
Bolivia y Venezuela. (Sin duda por no pertenecer la República Argentina al ámbito
bolivariano, se omitía mencionar el gobierno de facto del General José Félix
Uriburu).
En rigor de verdad, por aquí apenas se
hablaba entonces de Bolívar, aún sin monumento en la ciudad de Buenos Aires
como que su estatua fundida en acero, obra del escultor José Fioravanti, se
inauguró recién en 1942 en el Parque Rivadavia, casi en coincidencia con el discurso pronunciado el 27 de octubre
de 1942, en el Museo Histórico Nacional, por el presidente de la Academia
Nacional de la Historia Ricardo Levene sobre “La tradición bolivarista Argentina”[1], donde lamentó “la
incomprensión recíproca de los celos nacionales y del criterio sectario de
las vidas perpendiculares. Y continuaba Levene: “Al erigirse los
monumentos de San Martín en Caracas y de Bolívar en Buenos Aires, (…) se cierra ese período polémico para
entrar en el juicio definitivo de la posteridad, al consagrar el genio de los
pueblos de Venezuela y la Argentina que encendieron la llama del genio de los
dos libertadores”
Es que de algún
modo se venía confrontando ambas figuras, al punto que la “Entrevista de
Guayaquil” adquiría a los ojos de los lectores de textos históricos
oficiales y educativos del tipo de la Historia de Grosso, dos caras nítidas y
bien diferenciadas entre sí: la del éxito político por un lado y la del
ejemplar renunciamiento por el otro.
Incluso la conocida décima inicial de “La retirada de Moquegua” de
Rafael Obligado, el “Poeta Nacional”, había resumido y fijado en la
mente de sucesivas generaciones argentinas esa visión un tanto maniquea sobre
los máximos adalides de la Guerra por la Emancipación Americana: “Dijo San
Martín, austero: / -“Toma mi gloria” a
Bolívar./ Y larga copa de acíbar/ fue a beber al extranjero.”/.
Lo cierto es que más
o menos cerca de aquel primer centenario bolivariano, elaboraba
Ricardo Rojas “El Santo de la Espada”, título de su
biografía sobre nuestro Padre de la Patria publicada en 1933. Eran
tiempos cuando del colombiano Rafael Pombo muchos memorizaban sus fábulas infantiles y desconocían
el magistral soneto “A Bolívar” -a su estatua en Bogotá por Tenerani-: “¿Qué
miras? Ya no hay pábulo de gloria/ que tu mirada fulminante encienda./ ¿A quién
hablas? No hay alma que te entienda/ ni quien guarde tu acento en la memoria./”.
Y hasta, sobre todo, cuando faltaban todavía años y caminos
para que el venezolano Rufino Blanco Fombona hiciera pie definitivo en estas tierras -donde falleció
en 1944- y escribiera y difundiera en la Argentina un libro
revelador: “El pensamiento vivo de Bolívar”.
Pero sin embargo, en ese mes de diciembre
de 1930, una periodista y escritora nacida en la localidad de Chascomús, en la
pampa bonaerense, en el establecimiento rural que había pertenecido a su
pariente Richard Black Newton (primer alambrador del campo argentino en
1845, cuando “todo el país era un camino” en definición de Sarmiento): Flora del
Carmen García Black de Gómez Langenheim (1884-1976), que firmaba sus crónicas y
relatos con el seudónimo Carmen Arolf, anástrofe de su nombre [2], dio a conocer en un breve opúsculo de
algo menos de veinte páginas -hoy totalmente agotado e inhallable- una “Monografía del Libertador Simón Bolívar”.
Expresaba allí
resumiendo con gran honestidad intelectual lo antedicho sobre cierta tradición
local reticente a exaltar sin titubeos
la gloria del prócer que “…el
Bolívar que conocí de niña, descripto por historiadores poco celosos, era un
Bolívar mezquino, ambicioso y hasta despiadado. ¡Cuán distinto me lo presentan
hoy Madiedo, Samper, Pi y Margall y
otros¡ Y si alguno de ellos tiene severa censura para las debilidades del Libertador son en cambio justos y grandes con sus
triunfos y sus glorias.”
El trabajo sin pretensiones eruditas de Carmen Arolf,
quien a juicio de su compatriota la historiadora Lily Sosa de Newton, -autora del “Diccionario Biográfico de Mujeres
Argentinas”[3] - “…tuvo notable actuación en el mundo
literario de su época por la importante producción conocida a través del libro, y de diarios y revistas
como “La Nación”, “Para ti”, “Caras y Caretas”, “Plus Ultra” y otras..” [4],
posee pues entre otras méritos de índole estrictamente literario, el de
ir más allá de los lugares comunes hechos carne entonces en muchos espíritus suramericanos, y ello en lo atinente al
rescate de la personalidad del creador
de la Gran Colombia.
Además es curioso que
mientras poco se hablaba de integración americana, al menos en estas
latitudes, y en cambio las elites
culturales, económicas y políticas miraban embelesadas a Europa, alguien, una
mujer nada menos, valorizara el ideario
americanista bolivariano y destacara la trascendencia del Congreso de
Panamá de 1826. De igual modo es de resaltar que en épocas signadas por
concepciones totalitarias y antidemocráticas se juzgara tan ejemplares aquellas
afirmaciones del prócer consignadas en carta al General Antonio Páez: “Yo no soy Napoleón ni quiero serlo;
tampoco quiero imitarlo a Iturbide. Tales ejemplos serían indignos de mi
gloria. El título de Libertador considero muy superior a todo lo que ha inventado el orgullo humano.
Por
tanto no quiero degradarlo”. O que en contradicción con el mesianismo elitista del
fascismo, que ganaba terreno y adhesión en el Viejo Mundo y contaba con réplicas
locales que proponían declarar sin más la
“capitis diminutio” de la ciudadanía, un prejuicio justificador
pronto en la Argentina del llamado “fraude patriótico” y
coincidentemente de trasnochadas iniciativas a favor del voto calificado, la escritora Carmen Arolf, a la
sazón con estrechos vínculos familiares, profesionales y sociales con
personalidades del régimen gobernante -alguno por demás polémico como Manuel
Carlés, fundador de la Liga Patriótica Argentina- y que “…pertenecía a una familia que dio al país figuras de relieve en la
medicina, en las letras y en la magistratura”, según subrayó el periódico La
Nación al evocarla en el centenario de su natalicio, en mayo de 1984 [5], se identificara tanto con la letra y el espíritu
de lo dicho por Bolívar en circunstancia solemne al pueblo de Guayaquil:
“Vosotros no sois culpables y ningún pueblo lo es nunca porque el pueblo no desea más que justicia,
reposo y libertad. Los sentimientos dañosos y erróneos pertenecen de ordinario
a sus conductores. Estos son la causa de la calamidad política.”[6]
************
Contertulia de políticos
como Alfredo L. Palacios, Octavio
Amadeo, José Camilo Crotto, de
destacados religiosos, escritores y figuras de la cultura en general de la
talla de Enrique Udaondo, Enrique
Larreta, Carlos Ibarguren, Enrique Rivarola, Ricardo Rojas, Eleuterio
Tiscornia, Gustavo Martínez Zuviría, Enrique de Gandía, Eduardo Mallea, Carlos
Obligado, Juan P. Ramos, Leopoldo Marechal, Juan José de Soiza Reilly, Héctor
Pedro Blomberg, Emma de la Barra (César Duayen), Giselle Shaw, María
Alicia Domínguez, Olga de Adeler o del
novelista católico de origen venezolano Juan Carlos Moreno, -chestertoniano
prosista de “Los casos del Padre Eudosio” y escritor viajero a las Islas
Malvinas, radicado desde 1908 en la Argentina cuya ciudadanía adoptó- y del
futuro Primer Cardenal argentino S. E. Rev.
Don Santiago Copello, Carmen Arolf fue autora de libros de imaginación como la
novela breve “Ana Teresa” (1925), muy a tono en el formato menor de la
edición, en la ilustración de su tapa y sobre todo en la estructura
folletinesca del argumento, su vuelo romántico y el subyacente mensaje de orientación feminista, con algunos títulos de las
contemporáneas y difundidas colecciones “La novela semanal” y “La novela de hoy“. Cultivó el relato y la leyenda de proyección
folclórica en “Haz de añoranzas“ (1935), “Matices sureños”
-obra aprobada para los cursos de
castellano y literatura de los Colegios Nacionales y Escuelas Normales- (1936),
“El Hada del Famatina” (1937) y “Evocaciones Argentinas” (1948).
Historió y publicó la partida del “El primer matrimonio civil en la República
Argentina”[7] -que había
celebrado el Gobernador malvinense Luis Vernet en 1830-, divulgó algunas
circunstancias poco conocidas de la muerte del General Juan Lavalle a
partir de las confidencias del
Coronel Máximo Cané, uno de los
custodios de sus despojos hasta Bolivia[8] y reseñó la
actuación del Capitán Lázaro Gómez del Canto Rospigliosi y sus hermanos durante
las Invasiones Inglesas[9]. También recuperó memorias y anécdotas de figuras a las que conoció en su niñez y juventud como
el Presidente Bartolomé Mitre, el Coronel Ramón Falcón -gran amigo de su padre
y asiduo visitante a su propiedad rural situada en las inmediaciones de Sierra
de la Ventana-, Rafael Obligado -su concuñado en razón de las nupcias del autor
de Santos Vega con Isabel Gómez Langenheim-, José C. Paz, fundador del
diario La Prensa o el médico y escritor sanjuanino Narciso Mallea, padre
de Eduardo. Carmen Arolf escribió además comedias infantiles
representadas en los primeros teatros vocacionales e independientes como el Aladino,
orientado por la profesora María Lidia Varone del Curto.
Otra de las actividades
en las que se destacó la autora recordada fue el periodismo, ejercido hasta su
jubilación con el cargo de jefa de la sección Sociales y cronista del diario
católico “El Pueblo”, fundado por el sacerdote redentorista Federico Grote, el 1º de abril de 1900 y que
desapareció en la década del cincuenta de la pasada centuria. En su ejercicio fueron
oportunamente muy comentados sus esclarecedores reportajes a varias figuras
extranjeras concurrentes al Congreso Eucarístico Internacional celebrado en
Buenos Aires en 1934 y, sobre todo, las
crónicas satíricas y costumbristas
-menos realistas que las de su colega y amigo Josué Quesada- que escribía
desde la veraniega Mar del Plata, todavía sin el multitudinario turismo social
promovido por el Estado a través de los sindicatos obreros, y que iba a hacer
su cabecera de playa en la ciudad atlántica -nunca más oportuna la imagen- a partir del gobierno peronista iniciado en
1946.
Su hondo cristianismo y su particular
sensibilidad forjaron en la escritora y en la mujer una personalidad solidaria con los
desprotegidos y marginados por los sectores de poder y despertaron una testigo
atenta a difundir sus reclamos al igual que a interesarse por los presos,
presas y enfermos -era San Camilo de
Lelis, creador en el Siglo XVI de la congregación de los Ministros de los
enfermos (Camilos), una de sus mayores devociones religiosas-. De allí pues
su antigua participación en las obras sociales católicas y su colaboración con
Monseñor Miguel de Andrea en favor de las empleadas y de la “Casa de la Empleada Católica”, instalada por este prelado en la ciudad de Buenos
Aires. De allí también sus campañas de auxilio para los pueblos indígenas de la
Patagonia, vinculándose con las labores de promoción de los aborígenes
encabezadas por los sacerdotes salesianos herederos de los primeros misioneros
enviados por Don Bosco al Sur Argentino. Y su franca simpatía por las
actuaciones legislativas del Primer Diputado Socialista de América: Alfredo L.
Palacios y de su compañero de bancada Carlos Sánchez Viamonte, gran defensor de
las libertades públicas. Finalmente, su adhesión sincera y desinteresada junto
a no muchas otras intelectuales de la época -y excepciones fueron Delfina Bunge
de Gálvez, Pilar de Lusarreta, Alicia Eguren, Vera Pichel o las más jóvenes María
Granata y Aurora Venturini- a los ideales de justicia social, elevación de la
clase obrera y de la condición y dignidad de la mujer que tuvieron por
abanderada a Eva Perón. Precisamente Carmen
Arolf conoció en persona a Evita, para cuya Fundación hizo donativos
de material de lectura y con quien intercambió correspondencia.
Por todo ello no
es de extrañar que ya en 1930 haya sabido leer las entrelíneas, tanto en los
estudios más críticos cuanto en los de
los apologistas de Simón Bolívar, y advertir entre las descripciones de sus
batallas y los análisis caracterológicos más o menos fidedignos, las marcas de
los afanes progresistas y filantrópicos en el racionalismo roussoniano del
Libertador; y hasta las del socialismo humanitarista de su preceptor Simón Rodríguez,
tan influido por el “Contrato Social”.
De seguro sumó aún
más interés por el biografiado la circunstancia de que el esposo de la
escritora: el médico porteño Honorio P. Gómez Langenheim (1861-1950), había
sido alumno aventajado y apadrinado en su tesis doctoral por el Profesor Doctor
Rafael Herrera Vegas (1834-1910). Era éste un caraqueño radicado en el país
desde 1871, el luctuoso año de la epidemia de fiebre amarilla. Había partido en
su juventud a París junto a Camille Pissarro para estudiar allí pintura y fue
en “La Ciudad Luz” bajo el alegre Imperio de Napoleón III, donde
descubrió su vocación por la medicina. El doctor Herrera Vegas, que introdujo
el uso del termómetro en la Argentina y presidió en Buenos Aires la Academia de
Medicina, se había casado en Venezuela con Carmelita Palacios Vega, sobrina de
Bolívar, de la que enviudó.[10]
********
Para concluir, resta sólo asentar un
testimonio personal e íntimo: si bien Carmen
Arolf representaba en mi niñez
alguien que firmaba en diarios como “La Nación”, “La Prensa” y otros medios periodísticos, cuentos y leyendas
nativistas, al despojarse en la vida doméstica y hogareña del seudónimo
literario era entonces sólo y sobre todo “Mi Abuela” -por vía materna- en extremo cariñosa y que colmaba de obsequios a sus
nietos. Recién en los años adolescentes pude unir en el recuerdo a ambas; y
descubrir tras las realizaciones culturales de la trabajadora de las letras,
las edificantes enseñanzas de vida de la mujer a secas y viceversa. Por eso, como nunca
es tarde para ejercitar devociones patrióticas y familiares, dado que el término “Patria” remite a “Pater”
en sentido de mayores y antepasados, releo ahora los amarillentos originales en
mi poder del ensayo bolivariano suscripto hace casi ocho décadas por quien,
siendo yo pequeño, me contó la historia del Grande Hombre que había tenido éxitos
y que asimismo -tal llegó a sospechar él decepcionado- había “arado en el
mar”. Quizá -era la moraleja a deducir del relato de la abuela, y que hoy
en la edad madura bien alcanzo a comprender- para asumir en la medida de su
genio y de su estrella, el ambiguo destino común a los mortales.
(CARLOS MARIA ROMERO SOSA. SE PUBLICÓ
EN HISTORIA, Nro 107. SEPTIEMBRE-NOVIEMBRE DE 2007)
[2] “Seudónimos de
Escritoras Argentinas. Diccionario”, Tesler, Mario. Págs.
28 y 214; 1997, ED. Dunken, Buenos Aires (Rep. Argentina)
[4] “Testimonios y
Antología de Lía Gómez Langenheim”, Ediciones del
Ateneo Popular de la Boca, Pág. 104. Buenos Aires (Rep. Argentina) 2001
[5] “Centenario de Carmen
Arolf”, Diario “La Nación”, Sección “Actualidad Literaria” del 20 de mayo de
1984
[6] “CARMEN AROLF” –Doña Flora del Carmen García Black de Gómez
Langenheim- trabajo comentado sobre Bolívar.
[7] “Haz de añoranzas“.- Imprenta López,
Buenos Aires (R.A.) 1935, páginas 13/22.-
[8] “El Hada del Famatina”, Imprenta López
, Buenos Aires (R.A.), 1937, páginas
120/124.-
[9] “Lázaro Gómez y sus hermanos en la
Reconquista”, en el diario “Democracia“, Buenos Aires (R.A.) jueves 8 de
septiembre de 1949, página 8.-
[10] “Nuevo Diccionario Biográfico
Argentino 1770-1930“, Cutolo, Vicente Osvaldo.- Tomo III, Buenos Aires (R.A.) 1971. Editorial ELCHE, página
583.-
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