viernes, 22 de julio de 2016

EL MAESTRO ADALBERTO TORTORELLA


                                  La vida de Adalberto Tortorella -fallecido el 21 de abril de 2015- se la llevó un accidente de tránsito del que probablemente  no se sabrá nunca si fue debido a la negligencia o a una desaprensiva y criminal actitud del conductor del vehículo de trasporte público que lo produjo. Este discípulo de Carlos López Buchardo y ejecutante sin par del clavecín además de musicólogo, pedagogo musical, director fundador del Conservatorio  Provincial Juan José Castro con sede en Martínez, brindó en su extensa carrera conciertos que emocionaron al auditorio de varios países; Francia entre ellos que lo nombró Caballero de la Orden de las Palmas Académicas. Aparte de esas condiciones o propiamente por poseerlas en grado superlativo, lo adornó el refinamiento que representa la espiritualización de las buenas maneras y resulta ser además de una actitud de elevación ética, una aptitud de orden estético por cierto poco común  cuando el mal gusto se erige en uno de los poderes de este tiempo, como varias décadas atrás anotara Macedonio Fernández. Con sus noventa años cumplidos, Adalberto Tortorella  era el dandi de siempre que frecuentó tertulias aquí y en el Viejo Mundo y se relacionó con la elite social y cultural de los lugares que visitó en sus giras de concertista. Lejos de toda decadencia, seguía siendo hasta el final el conversador ameno que en tanto ciudadano del mundo había platicado otrora con Victoria Ocampo y Jean Cocteau, con Alfredo Palacios y Marguerite Yourcenar. Asiduo concurrente a conciertos, exposiciones pictóricas y conferencias, actos donde pese a su modestia jamás pasaba desapercibido, al instante se  reconocía en él al nada profesoral regalador de enseñanzas y experiencias invalorables.
                               Lo evoco tomando el té en casa del escritor y crítico cinematográfico  Hellén Ferro y me parece volver a escuchar a otro  amigo común: Bernardo Ezequiel Koremblit, elogiar las páginas de su obra autobiográfica: “Senderos de la memoria”; y hasta hacerlo con parecidas frases a las que le dispensó en un artículo de su cosecha aparecido en  La Prensa el 18 de enero de 2007 bajo el título “Seductor libro del maestro Tortorella”: “Es acaso –escribió entonces Koremblit- el libro de memorias más asombroso y emocionante que se haya escrito parmi nous en el plno intelectual y artístico. El inventario de nombres citados, los personajes recordados (el índice onomástico que no tiene habría sido pasmoso y estremecedor) los hechos, las realizaciones, los episodios insólitos y la seducción del relato, confieren al libro una jerarquía nueva en el género”.   Sucede que allí el músico demostró ser también un acabado artista de la palabra; de una palabra  que prousianamente  se hace plena, resonante, cálida, capaz de recuperar e iluminar siluetas lejanas y emociones nunca del todo canceladas hasta ser reabiertas por la  añoranza del tiempo dejado atrás y no perdido.  
                               Tuve el honor de compartir con él y con Marcos Aguinis, María Esther Vázquez y Horacio Sanguinetti, la tribuna de la Academia Nacional de Medicina para presentar el libro del médico humanista doctor Juan Carlos Fustinoni: “La alienación en la ópera” en octubre de 2012.
                               Hoy lamento no haber tratado más a Adalberto Tortorella y tener que sumar otro incobrable lucro cesante espiritual a mi existencia.

(Carlos María Romero Sosa, se publicó en Diario del Viajero, el 6 de mayo de 2015)

       

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