La vida de
Adalberto Tortorella -fallecido el 21 de abril de 2015- se la llevó un
accidente de tránsito del que probablemente no se sabrá nunca si fue debido a la
negligencia o a una desaprensiva y criminal actitud del conductor del vehículo
de trasporte público que lo produjo. Este discípulo de Carlos López Buchardo y ejecutante
sin par del clavecín además de musicólogo, pedagogo musical, director fundador
del Conservatorio Provincial Juan José
Castro con sede en Martínez, brindó en su extensa carrera conciertos que emocionaron
al auditorio de varios países; Francia entre ellos que lo nombró Caballero de la Orden de las Palmas
Académicas. Aparte de esas condiciones o propiamente por poseerlas en grado
superlativo, lo adornó el refinamiento que representa la espiritualización de
las buenas maneras y resulta ser además de una actitud de elevación ética, una
aptitud de orden estético por cierto poco común
cuando el mal gusto se erige en uno de los poderes de este tiempo, como
varias décadas atrás anotara Macedonio Fernández. Con sus noventa años
cumplidos, Adalberto Tortorella era el
dandi de siempre que frecuentó tertulias aquí y en el Viejo Mundo y se relacionó
con la elite social y cultural de los lugares que visitó en sus giras de
concertista. Lejos de toda decadencia, seguía siendo hasta el final el conversador
ameno que en tanto ciudadano del mundo había platicado otrora con Victoria
Ocampo y Jean Cocteau, con Alfredo Palacios y Marguerite Yourcenar. Asiduo
concurrente a conciertos, exposiciones pictóricas y conferencias, actos donde
pese a su modestia jamás pasaba desapercibido, al instante se reconocía en él al nada profesoral regalador
de enseñanzas y experiencias invalorables.
Lo evoco tomando
el té en casa del escritor y crítico cinematográfico Hellén Ferro y me parece volver a escuchar a
otro amigo común: Bernardo Ezequiel
Koremblit, elogiar las páginas de su obra autobiográfica: “Senderos de la
memoria”; y hasta hacerlo con parecidas frases a las que le dispensó en un
artículo de su cosecha aparecido en La Prensa el 18 de enero de
2007 bajo el título “Seductor libro del maestro Tortorella”: “Es acaso –escribió entonces Koremblit- el libro de memorias más asombroso y
emocionante que se haya escrito parmi nous en el plno intelectual y artístico. El inventario de nombres citados,
los personajes recordados (el índice onomástico que no tiene habría sido
pasmoso y estremecedor) los hechos, las realizaciones, los episodios insólitos
y la seducción del relato, confieren al libro una jerarquía nueva en el
género”. Sucede que allí el músico
demostró ser también un acabado artista de la palabra; de una palabra que prousianamente se hace plena, resonante, cálida, capaz de
recuperar e iluminar siluetas lejanas y emociones nunca del todo canceladas
hasta ser reabiertas por la añoranza del
tiempo dejado atrás y no perdido.
Tuve el honor de compartir con él
y con Marcos Aguinis, María Esther Vázquez y Horacio Sanguinetti, la tribuna de
la Academia Nacional
de Medicina para presentar el libro del médico humanista doctor Juan Carlos
Fustinoni: “La alienación en la ópera” en octubre de 2012.
Hoy lamento no haber
tratado más a Adalberto Tortorella y tener que sumar otro incobrable lucro
cesante espiritual a mi existencia.
(Carlos
María Romero Sosa, se publicó en Diario
del Viajero, el 6 de mayo de 2015)
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