sábado, 23 de julio de 2016

UNA INICIATIVA COLOMBINA





                                 Durante los años 2013 y 2014, el  tratamiento dado  al monumento a Cristóbal Colón, situado frente a la Casa Rosada, desaprensivo hasta el límite de la ofensa,  tuvo ribetes de escándalo político con repercusiones internacionales; y de tales actos no salió indemne el Gobierno Nacional. Tampoco según muchos observadores de la realidad el de la Ciudad de Buenos Aires pese a las piruetas por desligarse del tema. Porque lo cierto es que  la obra del escultor florentino Arnoldo Zocchi fue -al cabo de inconducentes discusiones legislativas- arrebatada del sitio donde estuvo emplazada a partir de su inauguración en 1921, luego de que se colocara su piedra fundamental en 1910 cuando fue obsequiada por la comunidad italiana con motivo del primer Centenario Patrio. 
                                       Pero esas idas y vueltas con el bloque de mármol de Carrara que representa al Almirante de la Mar Océana con la mirada  en el horizonte, dieron ocasión a ciertos hurgadores del pasado y valga la paradoja- para recordar otros momentos, no tan lejanos, en que su figura no era tan demonizada: Colón fue el jefe de una invasión que produjo un genocidio, afirmó poco antes de su muerte el presidente venezolano Hugo Chávez[1]. Bien que siempre mereció ser estudiada con ahínco en sus diferentes facetas; algunas bastante enigmáticas –“Colón y el misterio tituló Adolfo de Obieta un extenso ensayo[2]-, otras moralmente oscuras como el afán de poder, riqueza y demostrada crueldad que movió el viaje de las carabelas, en actitudes ya denunciadas por fray Bartolomé de las Casas en su “Brevísima relación de la destrucción de las Indias”, y algunas más reveladoras de un espíritu receptivo hasta el límite de beneficiarse con experiencias e intuiciones ajenas: así de los relatos viajeros escuchados a su suegro Bartolomé Perestrello y de su posible conocimiento del proyecto y el mapa de Toscanelli[3] que habría generado en él la idea de la navegación a oriente desde occidente aventurándose al Mar Tenebroso, tal como lo propusiera en 1474 al religioso lisboata  Fernao Martins el renombrado sabio florentino Paolo dal Pozzo Toscanelli. Aspectos todos, eso sí, capaces de generar mitos  alrededor del navegante ligur; mitos que en buena medida ha logrado desvirtuar Armando Alonso Piñeiro en su revelador trabajo Mitos colombinos[4].
                                             De modo tal que si en muchos aspectos su figura mereció también aquí cuestionamientos, nunca se llegó al extremo de impedir a los porteños tener su estatua emplazada en la zona del Bajo frente a la Casa de Gobierno. Porque como todo personaje de significación universal, Colón resultó ser a menudo objeto tanto de exaltaciones a su gloria como de juicios adversos por su conducta. Ya en vida supo de la dureza de regresar a España engrillado por orden del comisionado real Francisco  Bobadilla que en 1500 llegó a Santo Domingo donde el pobre Colón cometió los mayores disparates, a juicio de Germán Arciniegas[5]-  en plan de investigarlo y castigarlo. Después,  el Almirante bebió el acíbar de la consiguiente pérdida del favor de los Reyes Católicos debido a las acusaciones que pesaban en su contra y en la de su hermano Bartolomé por malos tratos a los naturales, sobre quienes Isabel de Castilla tanto veló hasta sus últimos momentos como lo prueba su testamento.
                                        Qué duda cabe entonces de que uno  fue el Colón impoluto biografiado por su segundo hijo, Hernando, fruto de los amores del Descubridor con Beatriz Henríquez de Arana-, de cuya obra, la Historia del Almirante  y sobre todo de algunos capítulos de la misma, siguieron dudando hasta la actualidad estudiosos de la talla del académico canario Antonio Rumeu de Armas. En tanto que otro es el personaje avariento, cruel y hasta sospechado de haber sido un  espía del rey Juan II de Portugal como cree demostrar en su libro: Colón, la historia nunca contada, el historiador lusitano Manuel Rosa.
                                          Es curioso, sin embargo, que en las Antillas y en Centroamérica, donde debieron quedar y trasmitirse de generación en generación las memorias de sus presuntas o reales tropelías, escritores de la talla del dominicano Pedro Henríquez Ureña y del nicaragüense Rubén Darío se dieron a honrarlo en sendos poemas. Así el primero fechó en octubre de 1896,  en el 404 aniversario del Descubrimiento de América, su oda A Colón que comienza diciendo: ¿Qué resta de los grandes,/ las gloriosas naciones del pasado?/ Y su arte, qué gigante/ bajo todas sus formas, fue admirado/ por las épocas todas ¿dónde  ha huido?/  su esplendor y su gloria han perecido./ Todo pasa. Mas ¡ah! Que aquellas obras/ que en su inmortal anhelo/ dan genios inmortales a la historia,/ eternas vivirán en la memoria/ mientras vuela su alma al alto cielo./ Así Colón. Heroico, despreciando/ la inconstante fortuna,/ vagaba entre las sombras , mendigando/ de avaros reyes a su empresa ayuda./ más al fin, tras la noche de la duda,/Isabel aparece en su camino;/ y puede ya lanzarse al océano/ para cumplir su divinal destino.[6] En tanto que Rubén Darío, bien afirmado sobre la realidad dolorosa del Continente y olvidando esta vez marquesas  y otras decoraciones exóticas, es el autor del magno poema A Colón incluido en El canto errante de 1907, que culmina con la siguiente invocación entre esperanzada y escéptica: Duelos, espantos, guerras, fiebre constante/ en nuestra senda ha puesto la suerte triste:/ ¡Cristóforo Colombo, pobre Almirante,/ ruega a Dios por el mundo que descubriste!    


                                           En la Argentina, el polígrafo Enrique de Gandía enriqueció la bibliografía colombina con su “Historia crítica de los mitos y leyendas de la conquista americana” (1946) y de modo particular con la completa Historia de Cristóbal Colón (1942) habiendo sido también el autor -en 1942-  de un extenso  prólogo al libro “El viaje de las tres carabelas” de R. Díaz-Alejo. Ello sin olvidar que en cambio  Roberto Levillier, investigó y juzgó con particular énfasis positivo a Américo Vespucci en varios trabajos confeccionados sobre el cartógrafo y cosmógrafo florentino (por otro lado parece ser que elogiado en su hora por el Almirante  que hasta lo habría acogido en su casa). Dos visiones polémicas,  aunque sin pretender ambos maestros de la historiografía en lengua castellana, tironear cada cual y en oposición dialéctica de sus respectivas figuras analizadas.  
                                         
                 LA INCIATIVA SOBRE WATTLING-SAN SALVADOR          

                                              El 12 de octubre de 1963, Efraín Honorio Gómez Langenheim (1910-1985): un profesor de Historia e Instrucción Cívica graduado con ese título en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata[7], alumno y discípulo allí de Ricardo Levene y de Rómulo Carbia[8], fechó una curiosa iniciativa colombina y consiguientemente de fuerte tono hispanista que distribuyó entre colegas, organismos culturales, representaciones diplomáticas  acreditadas en el país y autoridades locales y extranjeras en una modesta edición mimeografiada. Su título: Iniciativa de un argentino para que España ejerza  territorialidad en la actual Isla de Watling (ex Isla de San SalvadorGuanhani), primera tierra descubierta en América.  El texto consta de ocho páginas tamaño oficio divididas en dos grandes secciones: Fundamentos y Postulaciones.
                                         Al escrito lo encabeza un subtítulo: La bandera que aún falta izar en América, al que le siguen los siguientes conceptos: El ciclo glorioso de la emancipación americana dio como resultado feliz que las banderas de nuestros países flameen en nuestro Continente, en hermandad de naciones orgullosas de su soberanía. A esas banderas, por razones de dominio, se suman las de Francia, Holanda, Inglaterra y Dinamarca. Pero entre todos esos pabellones nacionales, falta que ondee, con soberanía territorial en el suelo americano, la insigne y gloriosa bicolor  de oro y gules: la Española.; la que por razones elementales de justicia histórica, no puede permanecer ausente y, por los mismo, debe flamear junto a las banderas americanas, como si maternalmente cobijase a las hijas actualmente soberanas del Continente.
                                Luego de referirse a la obra imperecedera de España en América, cuyo prólogo fue la intuición genial de los Reyes Católicos que hizo posible la hazaña descubridora, Gómez Langenheim sintetizó su posición claramente hispanista y colombina con la trascripción del concepto de José León Suárez vertido en su libro Mitre y España: No es posible hacer americanismo verdadero sin antes hacer hispanismo  
     
                            Se emprende  luego un rastreo de  diversos antecedentes a fin de avalar su simbólico proyecto: desde la progresista y humanitaria Legislación de Indias, hasta la tarea secular cumplida -a su entender- durante la Colonia de preparar a los pueblos, a fin de que ellos mismos pudiesen elegir su gobierno democrático y representativo, una idea que ya había esbozado Bartolomé Mitre cuando señaló, en la Convención Constituyente de la Provincia de Buenos Aires de 1871, que La España tuvo antes que la Inglaterra la inteligencia y la conciencia de las instituciones libres del propio gobierno () Teníamos los cabildos y los cabildos abiertos, es decir la sombra de la municipalidad y el medio de dar participación al pueblo en la cosa pública.

                          Y continua la minuciosa exposición de motivos: El homenaje  que perdurablemente debe  tributar a España la América toda, es otorgarle presencia territorial en el Continente. Naciones europeas siguen enarbolando sus banderas en fracciones geográficas americanas; pero, en cambio, la nación descubridora no tiene en el Nuevo Mundo, algo que venga a constituir un pedazo de suelo español en las Indias Occidentales. Es de justicia plena, por lo tanto, que el primer palmo de suelo americano descubierto por España le sea restituido: porción pequeña la de aquella isla de Guanhani, pero inconmensurable en su significación para la humanidad. Es fundamental, pues, que España ocupe territorialmente la primera isla descubierta por Colón. Además, se hace preciso mantener el culto por las tradiciones, tal como se ha logrado en la ciudad de Williamsburg, en las Estados Unidos, en donde hasta hoy, en la torre del Capitolio construida en 1699, cuando Williamsburg era capital de la colonia de  Virginia,  flamea permanentemente la bandera británica  de la Gran Unión. Siguiendo ese ejemplo aleccionador que los Estados Unidos de Norte América nos dan con relación a Inglaterra, sostengo que, por mayores e indiscutibles razones aun toda América debe a España una permanente torre de homenaje para que flamee en ella, por siempre en el Continente, el pendón morado de Castilla.

                          La iniciativa del profesor Gómez Langenheim, concluye  con la exhortación a los gobiernos de las naciones del Continente para que gestionaran de Inglaterra, entonces ocupante colonial de la isla de Colón[9], la transferencia de su soberanía a España previa compensación económica al Reino Unido. Para que una vez logrado esto se erigiera allí un templete destinado a honrar y venerar los pabellones de las repúblicas americanas, cobijadas por el de la España descubridora, dejando abierta asimismo la posibilidad de fundar en la colombina San Salvador una universidad destinada al estudio de temas de América, de España y de las naciones Hispanoamericanas.  Algo utópico por supuesto si se piensa que Francisco Franco, pese a la consolidación de su régimen autoritario o más que eso, sobrellevaba problemas internos y externos y venía procurando hacer buena letra con los Estados Unidos resultas de lo cual fue la visita oficial  del presidente norteamericano Eisenhower a Madrid en diciembre de 1959. Es de deducir que el Caudillo, pendiente el tema de Gibraltar, esa sí una histórica reivindicación peninsular, no deseaba abrir nuevos frentes para malquistarse con Gran Bretaña,  principal aliada de los EE.UU. en Europa y cuyo gobierno –entre 1963 y 1964 fue primer ministro el conservador Sir Alec Douglas- de seguro podría tomar a mal ser instado a ceder el dominio de una de sus tierras insulares mantenidas con estatus colonial. (Tan estratégicas eran las Bahamas que durante la Segunda Guerra Mundial  tuvieron por gobernador al Duque de Windsor, el abdicado Rey Eduardo VIII). Por lo demás y en plena Guerra Fría, parte buena parte de Latinoamérica se hallaba gobernada por dictaduras pro yanquis a las que poco o nada importaban los símbolos y los honores a una España que poco contaba en el concierto internacional. Algo de lo primero se advierte en la reticente comunicación del Encargado de Negocios de la Embajada de España en la Argentina, Pedro de Churruca, Marqués de Valterra, fechada el 13 de enero de 1964: “En nombre del Embajador que se encuentra actualmente en España, tengo el agrado de acusar recibo de su atenta carta de 30 del pasado mes de diciembre y le agradezco mucho el haberme enviado de nuevo una copia de su interesante escrito proponiendo que España ejerza su soberanía sobre la Isla de San Salvador, que con esta misma fecha elevo al Señor Ministro de Asuntos Exteriores de España, para su debido conocimiento. Aprovecho esta ocasión para ofrecerle el testimonio de mi más distinguida consideración”.-   
                       
                            Sin embargo y más allá de protocolares y en otros casos entusiastas cartas de la mayoría de los representantes diplomáticos de los países americanos con acreditación en Buenos Aires, la iniciativa tuvo espontáneo eco entre intelectuales del Viejo y el Nuevo Mundo. Así el Secretario Perpetuo de la Real Academia Española de la Historia, Almirante Julio F. Guillén y Tato[10], le envió oficialmente una conceptuosa nota de felicitación y agradecimiento. Asimismo aplaudieron la justicia de la iniciativa,  personalidades de la talla de Enrique Ruiz Guiñazú, Enrique de Gandía, Alfredo L. Palacios, el padre Guillermo Furlong, Carlos Ibarguren (h), el magistrado y genealogista Jorge de Durañona y Vedia, el escritor y crítico hispano argentino Valentín de Pedro, el médico y abogado  Manuel Goldstraj, en su juventud secretario privado del presidente Alvear y director de la revista Auto Club para 1964, cuando le remitió la felicitación y fuera de la Argentina el genealogista y heraldista cubano Rafael Nieto y Cortadellas, autor del libro de casi quinientas paginas  “Los descendientes de Cristóbal Colón” que publicó la sociedad Colombista Panamericana en 1952.

                          Atendiendo a la valoración que del proyecto traduce la lectura de esos correos que prestos fueron remitidos al autor, vale la pena transcribir algunos de los textos. Así la carta fechada el 13 de diciembre de 1963 por el  jesuita padre Guillermo Furlong, entre alabanzas “a la España descubridora, conquistadora y colonizadora” dice: Nobilísima proposición la suya, tan llena de hallazgo humano como  de justicia. Pero me temo que las ideologías contrarias a todo lo hispánico y los egoísmos de ciertas gentes extravíen sus desvelos. Por mi parte, nada más justo, razonable y bello…”

                            Por su parte el ex canciller, diplomático, escritor e historiador Enrique Ruíz Guiñazú,  le expresó el 7 de diciembre de 1963, incorporando alguna dosis de realismo político al idealismo algo quijotesco de las páginas de Gómez Langenheim: Le saluda con toda consideración y agradece su proyecto sobre territorialidad de España en América, que ha leído con gran interés hispanista. Sus fundamentos y valoración de la presencia española actual en el Continente, justifican tan noble y leal iniciativa. Sería complemento de tan generosa actitud, se hiciera conocer el resultado de la gestión acerca de su aceptación por España misma y la manera de hacer obra cultural benéfica con las proyecciones prácticas y útiles de su realización posible, pues la fundación de una universidad con profesorado y alumnado, parece ser cosa inalcanzable en dicha isla, Es una modesta opinión pese a tan alto ideal de justicia. Le reitera su amistoso reconocimiento y la mención de su nombre. 
                        Enrique de Gandía, un ejemplo de demócrata e hispanista que enraizaba esa posición en el perseverante, vituperado por el oscurantismo y muy secular liberalismo peninsular, le escribió el 2 de noviembre de 1963: Mi distinguido colega y amigo: recibo su iniciativa, maravillosa, de reconocer a España soberanía territorial en la isla de Wattilng, antigua San Salvador: primera tierra descubierta por Colón. Me adhiero con entusiasmo a esta iniciativa y lo felicito de todo corazón por su idea genial, justiciera, magnífica. La bandera de España debe flamear, simbólicamente, en América. Los americanos hemos cometido con España la más inmensa de las injusticias. En alguna forma debemos repararla. Esperemos que su iniciativa se abra camino. Cuénteme usted como el más entusiasta de los adherentes. He dedicado mi vida al estudio de la obra de España en América y sé cuánto ha hecho por los americanos. Lo saluda cordialmente su amigo que tanto lo aprecia y recuerda.   
                       Más tarde, en octubre de 1966, poco días antes de morir, Valentín de Pedro, el novelista de “La vida por la opinión” sobre el asedio de Madrid, un tucumano de larga residencia en España donde después  de la Guerra Civil fue condenado a treinta años de prisión bajo la acusación de “coordinar una campaña permanente y demoledora contra el Glorioso Movimiento Nacional”, pena que cumplió en parte en Las Salesas hasta que fue indultado debido a su condición de argentino, al anoticiarse de la iniciativa le remitió la siguiente carta instando al receptor a buscar apoyos en medios de prensa peninsulares: Le agradezco mucho el texto de su espléndida iniciativa para que España ejerza territorialidad sobre la primera tierra descubierta en América, y de la elogiosa respuesta que recibió usted a ese propósito de la Real Academia de la Historia de Madrid. Puede imaginarse hasta qué punto su iniciativa me complace; la transcribo íntegramente, lamentando no haya tenido la resonancia que merece, y que no se haya formado ya un movimiento a su favor por los organismos competentes de España y América, para su pronta realización. Ya que yo puedo hacer tan poco, por no decir nada, para dar realidad a su hermosa idea, me permito sugerirle ponga en conocimiento de su iniciativa al director del ABC de Madrid, señor Torcuato Luca de Tena a quien yo me referí en mi artículo, y que ha realizado una brillantísima campaña en su diario con propósitos coincidentes con los suyos. La dirección de ABC: calle Serrano, 61. Madrid. Sin duda le será grato conocer su iniciativa, y es muy posible que él aliente desde las páginas de su periódico,  su trascendental iniciativa, para la que deseo el mayor éxito. De usted afectísimo. Valentín de Pedro.
                
                                  Hoy, cuando promedia la segunda década del siglo XXI suena difícil y sobre todo políticamente incorrecto el tratamiento in totum de un proyecto semejante. Las Bahamas son apenas un lugar de descanso más o menos accesible a grupos de turistas de buena posición económica, incluso argentinos que suelen pasar por sus playas luego de hacer  algún tour de compras en Miami. Y ese público, de Cristóbal Colón “y la España descubridora, conquistadora y colonizadora” que menciona  la carta del padre Furlong, nada. Pero si el  desaprensivo olvido de “las cosas de fundamento” aludidas en el Martín Fierro, campea en tantos compatriotas, latinoamericanos e incluso españoles inmersos en esta edad del vacío, habrá otras personas que de conocer el proyecto objetarán algunas de sus conclusiones desde una perspectiva ideológica y hasta de una visión actualizada de los principios de soberanía y repudio al colonialismo. Incluso nosotros mismos que aplaudimos su sentido reparador y justiciero, debemos concluir que ningún enclave colonial, real o simbólico cabe ya en el mundo, porque el propio termino colonia es anacrónico, peyorativo y remite a los antecedentes sin excepción posible de explotación y subordinación de poblaciones sumergidas a las metrópolis sin que cuente para ellas el principio de la libre determinación. Más allá de esa salvedad, bien podría ser factible la idea de erigir aquel templete  destinado a honrar y venerar los pabellones de las repúblicas americanas, cobijadas por el de la España descubridora  en Wattiling, aceptando que fuera la primera tierra que pisó el Almirante por él descripta con admiración en su diario, el sábado 13 de octubre: Esta isla es bien grande y muy llana y de árboles muy verdes y muchas aguas y una laguna en medio muy grande, sin ninguna montaña, y toda ella verde qu´es plazer de mirarla.[11]
                            
                                 NOTICIAS BIOGRÁFICAS DE  EFRAIN H. GÓMEZ  LANGENHEIM                        

                                 El profesor  Efraín Honorio Gómez Langenheim nació el 10 de febrero de 1910 en Bahía Blanca, hijo del médico porteño Honorio Pastor  Gómez Langenheim (1861-1950) y de Flora del Carmen García Black (1884-1976), escritora y periodista que firmó sus libros de narraciones y sus columnas y colaboraciones en El Pueblo, La Nación, La Prensa, Democracia y Plus Ultra, entre otros medios gráficos, con el seudónimo “Carmen Arolf”[12]. Alumno en La Plata del Colegio San Luis y luego del Colegio Nacional de la Ciudad de las Diagonales, como ya dijimos obtuvo el título de profesor de Historia e Instrucción Cívica en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata. Tuvo después una larga actuación en la docencia secundaria y terciaria normal, destacándose singularmente su desempeño en el Colegio Nacional Bartolomé Mitre y en la Escuela Normal Ricardo Levene de la ciudad de Buenos Aires. Tanto que a su muerte el diario La Nación recordó que fue un “maestro calificado, que supo ganarse el respeto y la admiración de sus alumnos[13]. Desde 1953 y por varios ciclos lectivos, enseñó Historia de América en la Escuela Argentina de Periodismo cuya rectoría ocupaba el renombrado hombre de prensa, poeta y folclorólogo santiagueño Carlos Abregú Virreira.

                         Fue un memorioso evocador de las personalidades que en muchos casos por vínculos familiares o sociales de sus mayores conoció en la niñez y adolescencia como su tío Rafael Obligado, el obispo Miguel Ángel de Andrea, el constitucionalista Carlos Sánchez Viamonte -su viejo profesor de Instrucción Cívica en el Colegio Nacional de La Plata-, el médico y escritor sanjuanino Narciso Mallea –padre del novelista Eduardo- o el mismísimo presidente de la Nación Marcelo T. de Alvear a quien en la niñez su padre vacunó siendo practicante. Y esto al tiempo que en tanto severo estudioso de la historia argentina y americana se daba a rastrear hasta dar con el dato fidedigno y revelador en archivos y bibliotecas. Así este vecino por décadas del barrio de Balvanera y habitual cliente de sus confiterías y cafés característicos como “El Molino” y “Los treinta y seis billares”, donde compartió mesas y diálogos con el historiador de la policía y criminólogo Comisario Inspector Francisco Luis Romay y con el estudioso sanmartiniano y Subdirector del Archivo General de la Nación profesor Alfredo J. Villegas, participó con ponencias en congresos científicos de su especialidad como el Primer Congreso de Historia de Catamarca celebrado en octubre de 1958 o en las Jornadas Archivológicas celebradas en la ciudad de Córdoba en agosto de 1959, organizadas por el Instituto de Estudios Americanistas de la Universidad Nacional de Córdoba. Como publicista colaboró en Archivum, órgano de la Junta de Historia Eclesiástica Argentina, El Faro de Colón de la República Dominicana  y en numerosas oportunidades en el suplemento cultural de La Nación. En 1976 reeditó ampliado su estudio “Fray Luis Beltrán últimos años del fraile soldado (1824-1827)”, inicialmente publicado en opúsculo por los Cuadernos Franciscanos de Salta. En referencia a esta obra afirmó Vicente Osvaldo Cutolo al trazar la biografía de Beltrán en el tomo I de su Nuevo Diccionario Biográfico Argentino: “las más completas noticias acerca de la sepultura de Beltrán se consignan en el libro de Efraín H. Gómez Langenheim (…) Gómez Langenheim, localizó el asiento donde consta el ingreso de dichos restos a la mencionada necrópolis” (de La Recoleta). Y cabe anotar también que desde 1984 y hasta que duró la sección Fechas Históricas del diario La Prensa en su antiguo formato grande, se puntualizaba allí cada 8 de diciembre, día de la muerte del padre Beltrán: “Generalmente se afirma que nació en 1784 en Mendoza, pero según las investigaciones del profesor Efraín H. Gómez Langenheim, en verdad nació en una carreta en viaje a Mendoza cuando se hallaba aún en territorio sanjuanino, siendo hijo de padre francés y madre sanjuanina, doña Manuela Bustos.” 
                       
                                Perteneció a varias instituciones de carácter histórico como   la Asociación Los Amigos de la Justicia Histórica que presidió el jurista Donato Santiago Criscuolo y de la que Gómez Langenheim suscribió el acta  fundacional el 9 de julio de 1956, junto al embajador Enrique Loudet, el coronel Salvador Figueroa Michel, el diplomático y jurista Aldo Armando Cocca, los historiadores Carlos Gregorio Romero Sosa y Vicente Osvaldo Cutolo y el periodista y poeta Domingo V. Gallardo[14]; la Asociación Argentino Peruana presidida por el historiador correntino H. Figuerero, en cuya representación Gómez Langenheim disertó en  importantes tribunas y la Comisión Permanente de Homenaje al doctor Ricardo Levene bajo la presidencia  honoraria de Arturo Frondizi.
                       Casado desde 1951 con la docente salteña Rita Lagar -fallecida en 1976-, el profesor Efraín H. Gómez Langenheim murió en Buenos Aires el 3 de febrero de 1985 una semana antes de cumplir setenta y cinco años. Desde tiempo atrás como lo solíamos recordar con su sobrino el ex canciller Carlos Alberto Florit, redactaba un estudio sobre  historia y proyecciones geopolíticas  del Canal de Beagle que ha quedado inédito en poder de su hijo Ernesto Efraín Gómez Langenheim Lagar.-


(Carlos María Romero Sosa, se publicó en la revista Historia, Nro. 142 correspondiente a junio-agosto de 2016)                                 



[1]  La Nación, domingo 9 de junio de 2013. Página 26.-
[2]  La Prensa, 10 de octubre de 1982.-
[3]  Julio Irazusta: El empirismo de Colón.
[4]  La Nación, 10 de octubre de 2009.-
[5]  Germán Arciniegas: Los huesos del Almirante. La Nación, 4 de marzo de 1989.-
[6]  Pedro Henríquez Ureña: Versos. Edición y prólogo de Néstor  E. Rodríguez. Editora Nacional. Santo Domingo. República dominicana, 2012.-
[7]  Vicente Osvaldo Cutolo: Historiadores argentinos y americanos. Casa Pardo S.A. Buenos Aires, 1966. Página 165.-
[8]  Clarín, 8 de febrero de 1985: Nota necrológica titulada: Prof. Efraín H. Gómez Langenheim. Su fallecimiento.-
[9]  El archipiélago de Bahamas o Mancomunidad de Bahamas recién se independizó de Gran Bretaña, dentro del Commonwealth, el 10 de julio de 1973.-
[10] No es de extrañar  la entusiasta carta de Guillén y Tato, autor entre otras obras dedicadas a la historiografía naval del libro “El primer viaje de Cristóbal Colón” (1943).-
[11]  Se habla también del Cayo Samaná y de otras islas e islotes también en Bahamas.-
[12] Carlos María Romero Sosa: Bolivar en el primer centenario de su muerte, en Historia Nro. 107, septiembre-noviembre 2007.-
[13] La Nación, 7 de febrero de 1985.-
[14] Carlos María Romero Sosa: Domingo V. Gallardo. Una vida entre gacetillas y arcanos. Ediciones El Orfebre. Buenos Aires, 2006. Página  15.-

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