El punto de partida fue una historia que conoció el
artista desde la primera niñez: un diplomático dominicano destinado en el
Uruguay condecoró en 1947 en Montevideo a Eva Perón -al regreso de su gira europea- con la Orden del
Mérito en grado de Gran Cruz de Oro. Sólo que el diplomático, a poco trasladado
a Buenos Aires, era Manuel del Cabral, el poeta universal de “Compadre Mon”, uno de
los primeros y mayores referentes de la literatura de la “negritud” y alguien con
un claro compromiso ético y social tanto en su vida privada como en su producción literaria. El hijo,
Alejandro Cabral, nacido en Buenos Aires en 1958 pero pronto afincado en Santo
Domingo donde reside y ocupó allí la subdirección del Museo de Arte
Contemporáneo, es un destacado artista plástico que desde los veinte años de
edad realiza muestras individuales y colectivas dentro y fuera de la República
Dominicana.
Ahora exhibe su colorida, no figurativa –salvo
un muy realista retrato de Eva- y siempre impactante pintura en el un salón del
Museo “Evita” de la ciudad
de Buenos Aires. La muestra corresponde
a la serie de sus creaciones en acrílico reunidas bajo el título “Los huéspedes secretos”; algo que constituye un doble homenaje, tanto a
la abanderada de las reivindicaciones
populares, cuanto al poeta autor de sus días, el que así llamó a uno de sus
libros más conocidos y de mayor contenido social publicado en 1951.
Los veinte trabajos expuestos dan cuenta de
una inspiración que halla su vía de escape y no de contención en los tonos
cromáticos altos y en la deconstrucción menos intelectualizada que en actitud afectiva,
dada a captar y jerarquizar valores. Porque hay pasión vital en cada uno de sus
cuadros, pero contando “a priori” con el fatal deshojamiento de esa fuerza interior que
tiende a desdibujarse hasta la dispersión o el apaciguamiento a imagen de los
huracanes tropicales.
Alejandro Cabral concentra y sostiene la
pasión en la confluencia de sus trazos
dispersos, diversos e indefinidos, pero nunca desasidos del marco que
los contiene según la fórmula kantiana del
espacio: “forma de todos los fenómenos del sentido externo”. Aunque los fondos coloreados no actúan aquí o no
parecen hacerlo sólo como condiciones necesarias de las imágenes incorporadas,
llenas de sugestiva indeterminación y atrapadas en función quizá de
condensaciones oníricas. Sobre esos fondos se destacan los primeros planos de
figuras que lejos de desprenderse de aquéllos, se integran, marcan contactos,
vínculos misteriosos entre los datos caóticos del inconsciente generador del
automatismo al materializarse y visibilizarse a través de símbolos. O bien de
alegorías a captar sin la pretensión de organizarlas -es decir de
desmitificarlas- ante la imposición del “sentido común” de una
realidad -la del mundo actual- que en tantos aspectos carece de razón
suficiente.
Hay también una tentación amnésica, de hacer “tabula rasa” mental
e ignorar preconcebidos contornos, es decir límites impuestos por poderes oscuros sean interiores o ajenos.
Algo traducible en las palabras de Manuel del Cabral, disparadoras de la serie:
“Por no tener memoria es que soy original”. Una originalidad que en el caso del maestro Alejandro
Cabral es creatividad, desafío constante y lucha contra la rutina como que nada
hay inercial, fruto del puro oficio y sin acción en su obra.-
(Carlos María Romero Sosa, se publicó en SALTA LIBRE
el 26 de noviembre de 2012)
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