domingo, 18 de diciembre de 2016

ALEJANDRO CABRAL: UN ARTE PARA HOSPEDAR SECRETOS HOMENAJES





                                            El punto de partida fue una historia que conoció el artista desde la primera niñez: un diplomático dominicano destinado en el Uruguay condecoró en 1947 en Montevideo a Eva Perón -al  regreso de su gira europea- con la Orden del Mérito en grado de Gran Cruz de Oro. Sólo que el diplomático, a poco trasladado a Buenos Aires, era Manuel del Cabral, el poeta universal de Compadre Mon, uno de los primeros y mayores referentes de la literatura de la negritud y alguien con un claro compromiso ético y social tanto en su vida privada como  en su producción literaria. El hijo, Alejandro Cabral, nacido en Buenos Aires en 1958 pero pronto afincado en Santo Domingo donde reside y ocupó allí la subdirección del Museo de Arte Contemporáneo, es un destacado artista plástico que desde los veinte años de edad realiza muestras individuales y colectivas dentro y fuera de la República Dominicana.
                                                  Ahora exhibe su colorida, no figurativa –salvo un muy realista retrato de Eva- y siempre impactante pintura en el un salón del Museo Evita de la ciudad de Buenos Aires.  La muestra corresponde a la serie de sus creaciones en acrílico reunidas bajo el título Los huéspedes secretos; algo que constituye un doble homenaje, tanto a la  abanderada de las reivindicaciones populares, cuanto al poeta autor de sus días, el que así llamó a uno de sus libros más conocidos y de mayor contenido social publicado en 1951. 
                                        Los veinte trabajos expuestos dan cuenta de una inspiración que halla su vía de escape y no de contención en los tonos cromáticos altos y en la deconstrucción menos intelectualizada que en actitud afectiva, dada a captar y jerarquizar valores. Porque hay pasión vital en cada uno de sus cuadros, pero contando a priori con el fatal deshojamiento de esa fuerza interior que tiende a desdibujarse hasta la dispersión o el apaciguamiento a imagen de los huracanes tropicales.
                                            Alejandro Cabral concentra y sostiene la pasión en la confluencia de sus trazos  dispersos, diversos e indefinidos, pero nunca desasidos del marco que los contiene según la fórmula   kantiana del espacio: forma de todos los fenómenos del sentido externo. Aunque los fondos coloreados no actúan aquí o no parecen hacerlo sólo como condiciones necesarias de las imágenes incorporadas, llenas de sugestiva indeterminación y atrapadas en función quizá de condensaciones oníricas. Sobre esos fondos se destacan los primeros planos de figuras que lejos de desprenderse de aquéllos, se integran, marcan contactos, vínculos misteriosos entre los datos caóticos del inconsciente generador del automatismo al materializarse y visibilizarse a través de símbolos. O bien de alegorías a captar sin la pretensión de organizarlas -es decir de desmitificarlas-  ante la imposición del sentido común de una realidad -la del mundo actual- que en tantos aspectos carece de razón suficiente.
                                           Hay también una tentación amnésica, de hacer tabula rasa mental e ignorar preconcebidos contornos, es decir límites impuestos  por poderes oscuros sean interiores o ajenos. Algo traducible en las palabras de Manuel del Cabral, disparadoras de la serie: Por no tener memoria es que soy original. Una originalidad que en el caso del maestro Alejandro Cabral es creatividad, desafío constante y lucha contra la rutina como que nada hay inercial, fruto del puro oficio y sin acción en su obra.-


(Carlos María Romero Sosa, se publicó en SALTA LIBRE el 26 de noviembre de 2012)          

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