Si hay lugares comunes como para
obviar por buen gusto, también, de cuando en vez en compensación, se encienden datos
orientadores en el mundo de la vida que no deben pasarse por alto. En ese sentido posee
ya otra guía la República en la memoria del doctor Carlos Fayt, cuya existencia representó
hasta el final la dignidad, la consecuencia en los valores de Justicia
y Libertad y la laboriosidad sin descanso.
La ciudadanía no suele tener en mente la integración de la Corte Suprema de
Justicia de la Nación ;
sin embargo su nombre mereció el conocimiento
y el respeto del público, algo no común fuera de los ambientes jurídicos,
políticos o periodísticos. Y lo curioso
es que esto ocurrió con alguien cuya
palabra rectora se conocía en general sólo por sus ponderados votos o por sus decenas
de libros ricos en doctrina. Lujosamente hablamos del juez Fayt y su
independencia frente a los gobiernos de turno durante sus treinta y dos años de
ejercicio en nuestro máximo tribunal, como en los Estados Unidos se habla del
juez Holmes, conocido por igual circunstancia como El Gran Disidente, que
permaneció por treinta en la
Corte norteamericana. Sólo que a diferencia de Oliver Holmes,
el argentino no se embanderó en un realismo que privilegiaba la fuerza del
Estado y por el contrario creía que la jurisprudencia -su campo de acción
constitucional- debía tomar nota y acompañar sin demagogia los progresos
sociales fiel al precepto latino “Ex
facto oritur ius”: de los hechos
surge el derecho. De tal convicción nacieron sus decisorios memorables en
contra de toda discriminación, como cuando se pronunció a favor de que se
concediera personería jurídica a la Confederación
Homosexual Argentina o cuando admitió volviendo sobre sus propios
pasos, que no debía ser criminalizada la tenencia de estupefacientes para consumo
personal.
En tanto estudioso de la ciencia política, investigó en un libro “La
naturaleza del peronismo”; y más allá de las severas críticas que recorren sus
páginas, en el prólogo a la segunda edición
de 2007, dio cuenta de pretender examinar, cosa que hizo más objetivo que prejuicioso: “los acontecimientos que culminaron con el
advenimiento de los trabajadores a la vida política y social de la Argentina ”, o sea
reconociendo ese avance social que se verificó en los hechos durante el primer
justicialismo. Pero la incomprensión del peronismo por parte de cierta
izquierda de la que provenía Fayt y la sectaria
postura de este movimiento hacia la izquierda democrática, quedan aquí también
patentes en función de aporías. De la vieja guardia del Partido Socialista, apenas
Manuel Ugarte que fue embajador de Perón, Enrique Dickman, expulsado de las
filas partidarias por el sector de derecha ghioldista y en alguna medida Alfredo
Palacios después de la
Revolución Cubana con la que mostró solidaridad, pudieron entender
algo del contradictorio fenómeno peronista.
Lo curioso o no tanto, es que la hombría de bien, la visión humanista de
Fayt y su decoro, pueden hallar paralelismo con los atributos morales e
intelectuales de otro jurista y escritor de nota que integró asimismo, entre
1975 y 1976, la Corte Suprema
de Justicia. Pese a tener vertientes políticas y hasta religiosas distintas: de
raíz socialista y escéptico uno, peronista y católico militante el otro, no es
forzado identificar aquellas virtudes con las que poseyó en grado de excelencia
el doctor Pablo Antonio Ramella (1906-1993);
inolvidable para los que tuvimos el privilegio de tratarlo. Ramella fue senador
nacional peronista por la provincia de San Juan de su radicación desde 1930 y convencional
constituyente para la reforma constitucional de 1949; además de ministro y juez
provincial en San Juan y decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional
de Cuyo. En 1955, la llamada “Revolución Libertadora” lo encarceló durante dos
años. En prisión, me lo refirió hacia 1989 en una carta, se dedicó a releer a
Dante; y lo cierto es que la admiración y el estudio del florentino y su obra nunca lo abandonaron y en 1985 dio a conocer en libro “Un soneto de Dante”.
Si de su
idoneidad técnica dan prueba su extensa bibliografía
jurídica así como el volumen dedicado a
su memoria que prologó Alberto González Arzac: “Pablo Ramella, un jurista en el
Parlamento”, editado en 1999 por el Círculo de Legisladores de la Nación Argentina ,
sobre su insobornable independencia de criterio habla un hecho que merece ser
registrado con letras doradas en la historia del Congreso Nacional, institución
que tanto vienen desprestigiando muchos de sus integrantes: cuando en 1947 se
planteó el juicio político a la Corte
Suprema a propuesta del diputado oficialista Rodolfo Decker,
votó en soledad de su bloque, con fundamentos, por la negativa, ante lo cual
Alfredo Palacios, defensor del acusado ministro Antonio Sagarna, manifestó su
elogio y ponderó su hidalguía.
Al socialista
moderado Fayt, un abanderado de la templanza política en los fanatizados años
sesenta y setenta, antiguo profesor
adjunto en la cátedra de Derecho Político de la Universidad Nacional
de La Plata de
Silvio Frondizi, y al socialcristiano Ramella que sabía llevar al máximo de su
compromiso el espíritu de las encíclicas papales de carácter social y la opción por los pobres explicitada por el
episcopado latinoamericano en Puebla en 1979; sin que al escolástico autor de “La Internacional Católica ”
lo escandalizara en su madurez advertir el
surgimiento de los curas tercermundistas y el despuntar de la Teología de la Liberación , los vinculó
el norte de la Justicia Social.
El salteño “aporteñado”
y amante del tango Fayt y el platense devenido sanjuanino por adopción Ramella,
descollaron como publicistas y docentes universitarios en los campos del Derecho Político y
Constitucional, llevando a la práctica los principios liminares de esas
disciplinas en la defensa concreta y arriesgada de los derechos humanos durante
la última dictadura. Y si bien el primero no frecuentó -que sepamos- la poesía ni
la prosa de imaginación como sí el lírico autor de “Palabras de paz”, “Torre de
cristal”, “Orbe”, “Himno”, “Ruego”, “Antología poética” o la ficción apocalíptica
de fondo “cristiano-patriota”, a juicio de Leonardo Castellani: “Tres días de
tinieblas” -cuya edición de 1982 lleva un expresivo testimonio enviado al autor
por los coroneles Aldrin, Collins y Armstrong, los tres primeros
astronautas a la luna-, su espíritu
selecto debió hallar sosiego en las lecturas literarias. Alguna correspondencia
con la que nos honró el doctor Carlos Fayt es indicativa de ello.
Carlos María Romero Sosa, se publicó en LA PRENSA, el 18 de diciembre de 2016
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